Venezuela - En descomposición
¿Cómo se gobierna un país que se
desintegra, una sociedad en descomposición? O, mejor, ¿qué sentido tiene ser
gobierno en una sociedad así? La impresión es que todas las medidas que toma el
gobierno de Nicolás Maduro en Venezuela profundizan una crisis social que tiene
raíces largas y que ha aumentado en los últimos años.
Raúl Zibechi, desde Caracas y
Barquisimeto
Brecha, Montevideo, 27-5-2016
“La comida es poder”, dice Gustavo en
una enorme ronda de cooperativistas que reflexionan sobre cómo la escasez está
afectando todos los proyectos y dejando a cada familia a la intemperie, en una
situación desesperada para conseguir los alimentos de cada día. La lista de
productos que han sido desviados al mercado negro por el “bachaqueo”
(contrabando) es cada día mayor, y esto empieza a afectar la cohesión social,
al punto que no son pocos los que temen estallidos sociales.
La contracara es la noche. En las
grandes ciudades, apenas baja el sol las calles quedan desiertas, gobernadas
por la soledad y la penumbra, ya que el temor a los robos hace que las familias
abandonen –y eso pasa hace años ya– la tradicional sociabilidad caribeña,
bullanguera, colectiva, callejera, para encerrarse en la seguridad del hogar.
Apenas deambulan algunas parejas y casi no se ven personas solas desafiando la
oscuridad de avenidas mal iluminadas.
Sorprende sin embargo la circulación de
enormes coches de los años sesenta, los célebres “colachatas” uruguayos que
de-saparecieron hace tiempo de la geografía urbana del continente. La falta de
divisas para importar coches despierta el ingenio y, mientras pueden, los
caraqueños y habitantes de otras ciudades venezolanas hacen rodar estos
armatostes que enseñan los rasgos de una sociedad atravesada por escaseces de
todo tipo. Junto a la seguridad, la falta de alimentos y de medicinas es el
problema mayor en el día a día de los venezolanos.
Hay situaciones casi ridículas. El dólar
oficial más bajo vale 13 bolívares, pero en el mercado negro se paga a más de
1.000. Es el dólar para importar medicinas y alimentos regulados. Hay otro
intermedio que se vendería a unos 300 bolívares. Pero todo es ficción, porque
ninguno de los dos se consigue, siendo el Estado el único que puede hacerlos
circular. El resultado es que para todo hay que ir a abastecerse al mercado
negro.
Baile de números
Las distorsiones de los precios suenan
alucinantes y los relatos a realismo mágico. Algunos ejemplos. Un quilo de
harina “regulada” tiene un precio de 19 bolívares (subió a 190 hace apenas un
día), pero sólo se consigue en el mercado negro pagando más de 1.000. Por
cierto, algunos la pueden comprar, pero deben hacer largas colas, de horas y
hasta días, para hacerse con el tesoro a precio oficial. Salvo las personas con
poder (armas o influencias), que se hacen de los alimentos sin tener que pasar
por las increíbles filas que rodean las tiendas y supermercados que los venden.
Una botella de medio litro de agua, que
sí abundan, vale cien “bolos” (bolívares). El litro de nafta de 91 octanos
tiene un precio de un bolo y la de 95 octanos de seis bolos. Se puede llenar un
tanque de 50 litros por la mitad del precio de la botellita de agua. La
garrafas de 18 quilos de gas cuestan 11 bolos, pero no las distribuyen (o sea,
se las quedan los que pueden), y la gente debe pagarlas a 700 bolívares a los
“bachaqueros”.
El salario mínimo es de 18 mil
bolívares. Si se mide por el dólar a 300, sería de unos 600 dólares. Pero si se
divide por el dólar real, el paralelo, se reduce a apenas 18 dólares. O sea,
nada. Por eso la gente se pelea por conseguir los productos a los precios
regulados, porque es la única forma de que el dinero le rinda. La mayoría hace
las colas, donde se deprime y enfurece, y cuando no tiene más remedio acude al
bachaqueo.
El problema se agrava porque los
productos que faltan son cada vez más numerosos. Leche no se encuentra. Los
alimentos básicos (harinas, fideos, arroz) tampoco. Ahora las cosas se agravan
por la falta de gas y, en los últimos meses, por la falta de energía eléctrica,
producto de la sequía que está provocando cortes de luz rotativos de tres y
cuatro horas diarias. La inflación trepó a más del 700 por ciento en 2015 y se
espera que este año alcance los cuatro dígitos. El billete mayor es el de 100
bolívares. Pero el autobús vale 50. El aumento vertiginoso de precios no ha ido
acompañado de la emisión de billetes mayores, y la gente empieza a salir a la
calle con bolsas cargadas de papeles de 20 y 50 bolívares con los que les
suelen pagar los salarios y las jubilaciones.
Todos se preguntan cuánto tiempo puede
durar esta situación. “El tiempo que los militares decidan”, responde uno de
los participantes en la ronda cooperativista. Al parecer comienzan a verse
fisuras en los cuerpos militares que hacen imprevisible el desenlace de una
crisis que, en realidad, va mucho más allá de una simple crisis: una sociedad
que se descompone, que ya no tiene referencias y parece estar siendo tragada
por una espiral fuera de control.
Pero los rasgos de la descomposición se
sienten en todos los sectores y actitudes, no sólo respecto de la comida. Hay
toda una industria de falsificación de partidas de nacimiento para poder
comprar pañales a precios regulados. Algunas familias que tienen el
“privilegio” de tener un discapacitado, lo “alquilan”, porque hay colas
especiales para que reciban alimentos a precios reducidos.
Pero la clave de la situación se
encuentra en la caída de la producción, en general, y de alimentos en
particular. El Estado fue ganando presencia en la economía, pero a medida que
expropiaba o nacionalizaba empresas la ineficiencia iba ganando nuevos sectores.
Una gangrena que comenzó llamándose “rentismo petrolero” y terminó afectando a
todo el cuerpo social.
Sin embargo, hablar de
contrabando/bachaqueo puede inducir a error. Existen, sin duda, redes de
bachaqueros que cuentan con la complicidad de los uniformados (policías y
militares) y de poderosos empresarios. Sería ingenuo dudar que algunos de ellos
son cómplices de poderes globales, el “imperialismo” que denuncia el gobierno a
toda hora. Pero el bachaqueo es mucho más que eso, está presente en todos los
poros de la sociedad y le impide respirar.
El señor que compra una comida en un
comedor a precio regulado y sale a la calle para venderla a diez veces lo que
pagó no forma parte de ninguna red ilegal. Así sucede con muchas personas, un
porcentaje imposible de establecer pero cada día mayor. Son actitudes que ya se
volvieron cultura, para algunos son modos de acumulación y para otros formas de
supervivencia. Lo cierto es que la sociedad no sólo las tolera sino que vive de
ellas: unos como bachaqueros y otros como consumidores. “Es el pobre
especulando con el pobre”, dice Jorge Rath, de la red de cooperativas
Cecosesola. Ahora el gobierno se propuso entregar una bolsa de alimentos a cada
familia como forma de enfrentar la crisis de escasez. Pero al segundo mes ya no
tienen con qué llenar las bolsas. Las empresas privadas no entregan mercadería
si no se les paga al contado. Y las empresas estatales naufragan en la
improductividad y el despilfarro. La entrega de bolsas también tiene otros
efectos: la gente debe anotarse en una lista, y siempre está el temor de que si
protesta la saquen de la lista.
Al parecer, se vive al día. Ni el
gobierno tiene un plan a mediano plazo. La impresión es que todos los planes,
que se anuncian mediáticamente con bombos y platillos, se los lleva el viento
de la degradación colectiva. “Estamos pasando del rentismo a la depredación”,
remata Jorge. Quizá la mejor forma de describir un modelo de sociedad que
descansó en los altos precios del petróleo y, cuando éstos se evaporaron, perdió
el rumbo y apenas le queda mirar alrededor para ver quién tiene, y quitárselo.
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