Sumiteru Taniguchi sobrevivió al terrible ataque atómico de Nagasaki
Sumiteru Taniguchi sobrevivió al terrible ataque atómico de Nagasaki
Por Adán Salgado Andrade
Una de las peores infamias bélicas cometidas por Estados Unidos fue la de haber creado una bomba atómica y, por la necesidad de probar los dos modelos que Robert Oppenheimer (1904-1967) inventó, durante el proyecto Manhattan, haber bombardeado con los dos a un Japón que ya estaba casi derrotado. Una innecesaria acción de la que el mismo Oppenheimer se arrepintió el resto de su vida, tanto por la infernal invención así como por el depravado bombardeo (ver: https://adansalgadoandrade.blogspot.com/2014/12/dia-de-la-trinidad-el-nacimiento-de-la.html).
En el libro “La Campana de Nagasaki” (Editorial Oberón, 1956), se dan testimonios del terror que experimentaron los sobrevivientes, antes y después del estallido nuclear. Fue escrito por el doctor Paulo Takashi Nagai, uno de tales sobrevivientes, quien a los pocos años, en 1951, también moriría a causa de la leucemia ocasionada por estar en contacto con las nubes y los enfermos radioactivos. El título se debe a que la campana de la catedral de Urakami fue desprendida violentamente, por la explosión, de su atrio, pero fue hallada en perfectas condiciones por un grupo de personas que la colocaron de nuevo en su sitio y usaron su tañido como esperanzadora energía para seguir adelante (posiblemente el tesón de los japoneses, los impulsó a continuar viviendo y reconstruir todas sus arrasadas ciudades).
Justo en el 80 aniversario, en el 2025, se hicieron repicar las campanas gemelas de dicha catedral, recordando el dantesco suceso. Se reunieron varios de los sobrevivientes que, se estima, todavía hay alrededor de 99,130, con una edad promedio de 85 años, muchos de los cuales muestran los efectos corporales y en su salud que ese, como dije, innecesario, infame evento, les dejó (ver: https://www.jornada.com.mx/2025/08/10/mundo/018n1mun).
Uno de tales sobrevivientes fue el señor Sumiteru Taniguchi (1929-2017), quien milagrosamente sobrevivió al ataque, el que lo alcanzó cuando él circulaba en su bicicleta, a los 16 años, a unos 1,800 metros del hipocentro, el punto en donde cayo y estalló la bomba atómica, la Fat Man, uno de los dos exterminadores modelos que se inventaron y fabricaron en Los Alamos, Nuevo México. Sufrió quemaduras de tercer grado en su espalda y brazo izquierdo. Sin embargo como también sus nervios habían sido destruidos, no se percató de ellas – no sentía dolor – hasta que una mujer lo vio, le ayudó a quitarle la ropa pegada a su piel y le aplicó aceite de máquina para aliviarlas un poco. Ya, luego, los rescatistas lo llevaron a un hospital, en donde tuvo que permanecer 21 meses boca abajo, con tal de que se le aliviara su espalda de los graves daños que le dejaron las quemaduras. Durante el resto de su vida, hasta sus 88 años, cuando falleció, se volvió un férreo activista en contra de la proliferación nuclear y sus tarjetas de presentación mostraban la foto de él, cuando llegó al hospital, boca abajo, con las terribles quemaduras que sufrió en la espalda, indescriptibles (parecen una masa, entre rojiza y blancuzca, como si fuera un pedazo de carne de res), con una frase que decía “Quiero que ustedes entiendan, sólo un poco, el horror de las armas nucleares” (ver: https://en.wikipedia.org/wiki/Sumiteru_Taniguchi).
Y hace unos años, en el 2015, antes que muriera dos años después, Taniguchi accedió a ser entrevistado por el fotógrafo Eugene Hoshiko, de la agencia Associated Press, además de que le permitió fotografiar su cicatrizado cuerpo debido a los permanentes daños y deformaciones que el bombardeo le dejó (ver: https://apnews.com/photo-gallery/nagasaki-bombing-atomic-scars-unhealed-survivor-fc9d5065127732de18db71875a6f9b40).
Esas fotografías son dramáticas, elocuentes. De frente, la piel se le pega a las costillas que le quedaron, pues tres se “deshicieron” y le presionan sus pulmones. “Siempre, desde entonces, me costó trabajo respirar”, decía.
No puede extender completamente el brazo izquierdo, pues por la inadecuada cicatrización, el codo no quedó bien.
Se ve muy delgado, sobre todo de los brazos. Y en su espalda, se ven todavía las cicatrices dejadas por las quemaduras. De hecho, sólo fue hasta 1960, que recibió adecuada atención. Por eso es que siempre tuvo problemas al respirar.
También muestra la foto ya descrita, de él, cuando llegó al hospital. Los doctores, al pasar junto a su cama, se preguntaban si todavía seguía vivo. “Sólo mátenme”, recuerda que pensaba en esos duros momentos en que algo, no sabe Taniguchi qué, lo asió a la vida.
Y es realmente increíble que haya sobrevivido.
Fue director del Nagasaki Council of A-Bomb Sufferers (Concejo de Nagasaki para las víctimas de la Bomba A), organismo desde el que siempre trató de que se eliminaran las armas nucleares, que no siguieran proliferando.
Por desgracia, éstas, siguen siendo una opción militar. Ya se están “modernizando” y construyendo modelos más mortíferos y hasta “inteligentes” (ver: https://www.theguardian.com/world/2024/nov/14/nuclear-weapons-war-new-arms-race-russia-china-us).
Y es absurdo, pues nadie ganaría en un conflicto de ese tipo. Primero, los bombazos matarían a millones y, en seguida, la letal radiación nuclear resultante, produciría un “invierno nuclear”, que acabaría con el resto de lo que hubiera quedado de humanidad.
Para colmo, ya hasta los militares del Pentágono quieren que la Inteligencia Artificial se encargue de operar una guerra nuclear, con los graves inconvenientes que eso traería, de que las máquinas, sin mayor preámbulo, decidieran lanzar los misiles nucleares. Pero Donald Trump (1946) ya es ferviente apoyador de tal aberración y es cuestión sólo de tiempo, de que eso se haga (ver: https://www.wired.com/story/nuclear-experts-say-mixing-ai-and-nuclear-weapons-is-inevitable/).
Esa IA, conectada con las armas nucleares, no tendría las sutilezas que tuvo en su momento el soviético Stanislav Yevgrafovich Petrov (1939-2017), cuando, por iniciativa propia, detuvo un ataque nuclear soviético el 26 de septiembre de 1983, hacia Estados Unidos. Ese, casi inminente ataque, se debió a un error de las computadoras soviéticas, las que, supuestamente, habían detectado que una serie de misiles, hasta sumar cinco, habían sido lanzados desde bases nucleares estadounidenses (ver: https://www.youtube.com/watch?v=8TNdihbV5go).
Esas computadoras dotadas de IA, actuarían, sin mayor preámbulo, lanzando los misiles nucleares requeridos para “ganar la guerra”.
De hecho, el simbólico reloj del Fin del Mundo, que indica cuántos segundos, en su escala temporal, nos quedan, se movió a 100, antes de la media noche, que sería el fin de la civilización. Y el mayor peligro que toma en cuenta, además de la catástrofe climática, que también nos está matando, más lentamente, es un conflicto termonuclear (varios países poseen bombas nucleares, hasta Norcorea, nación pobre, pero bien armada), al que cada vez nos acercamos más y más (no sólo por las bombas, sino porque, por nuestra glotonería energética, se quiere regresar al uso de los peligrosos reactores nucleares, cuyo combustible desgastado, mortal, queda activo incluso por miles de años. Ver: https://adansalgadoandrade.blogspot.com/2024/09/la-glotoneria-energetica-esta.html).
Y cuando eso, suceda, porque de seguro va a suceder (vean las peligrosas fanfarronadas de Trump y Putin, amenazando con soltar misiles nucleares si sus países “peligran”), entonces, que Ometeotl nos tome confesados.
No vamos a quedar como le sucedió a Taniguchi, quien, aunque quemado, allí quedó y sobrevivió.
No, seremos desintegrados, la mayoría, y el resto quedarán como masas derretidas, amorfas, de lo que antes fueron “inteligentes” seres humanos.
Contacto: studuillac@hotmail.com
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