Venezuela - Tiempo de plagas
La situación que vive Venezuela desafía
el clásico concepto de crisis. Entre otras razones porque se prevé la
emergencia de una sociedad bien distinta. Quizá mejor. Quizá peor. En todo
caso, está en curso una profunda mutación, probablemente la más trascendente.
Raúl Zibechi, desde Barquisimeto
Brecha, Montevideo, 3-6-2016
“Aquí se ha desarrollado un complejo
proceso revolucionario donde una camarilla terriblemente corrupta y apolítica
terminó haciéndose del poder. La cueva de gángsteres que le quitó a la clase
obrera venezolana diez veces el valor de su trabajo. Si alguien en el mundo ha
podido hacer semejante desmán con la población que lo diga”, escribió la semana
pasada Roland Denis, filósofo, militante social y viceministro del gobierno de
Hugo Chávez en sus primeros años (Aporrea, 19-V-16).
Es tan sencillo acusar de la situación
que vive actualmente Venezuela a enemigos externos e internos del proceso
bolivariano, que los hay y muchos, como difícil aceptar los desvaríos que se
fueron acumulando con los años. No hay gas. Aunque es monopolio del Estado, que
produce y exporta hidrocarburos a granel. No hay cemento. Inexplicable, porque
las fábricas, todas estatales, trabajan y producen. Sin duda las mafias desvían
la producción para beneficio de viejas y nuevas elites con fuerza suficiente
como para hacerlo: tramas de poder que Denis califica como “cueva de ladrones”,
en las que participan diversos actores, desde las nuevas y las viejas mafias
hasta militares, policías y miembros del oficialismo. Tramas que se reproducen
en todos los rincones de la sociedad, arriba y abajo, porque se ha convertido
en moneda corriente hacer las cosas para beneficio personal sin mirar al resto,
sin tener en cuenta que se vive en algo que –antes– se llamaba sociedad.
Militares
El general retirado Cliver Alcalá
integró el Movimiento Bolivariano Revolucionario 200, fue nombrado comandante
por Hugo Chávez y fue ministro para la Región Estratégica de Desarrollo
Integral Central. En declaraciones a Globovisión (18-V-16) dijo que “votaría
por el revocatorio” (el referéndum que podría decidir la continuación o el cese
de la gestión de Nicolás Maduro) “para evitar un enfrentamiento entre el
pueblo”.
Se trata de un militar fiel a Chávez, de
gran audiencia dentro de las fuerzas armadas, que ahora se desmarca del
gobierno. “El legado de Chávez está vigente, pero Maduro lo ha administrado muy
mal”, dijo. Sobre la llamada guerra económica del imperio, con la que el
presidente justifica el desabastecimiento, el general retirado dijo que existe,
pero “la genera la cantidad de trámites y la discrecionalidad de los funcionarios
en la administración pública, (lo cual) origina un diferencial cambiario que
promueve esa corrupción”.
Este tipo de declaraciones, formuladas
por un general que se reivindica chavista, deben interpretarse como un misil
contra el gobierno, y en particular demuestra la existencia de una sensibilidad
chavista contraria a Maduro. Como destaca Denis, “un mesianismo profano
pareciera nacer de nuevo teniendo la posibilidad de canalizar un chavismo desesperado
por la descomposición total del gobierno que dice representarlo”.
Cliver Alcalá se muestra temeroso de un
posible “estallido”, por la falta de alimentos y la corrupción. Apuesta a que
la salida de Maduro unifique al chavismo, con lo que reconoce la división
existente en filas de quienes apoyan el proceso bolivariano.
Lo cierto es que hay dos hechos que
parecen incontrovertibles. Uno es que los militares están divididos: no todos
apoyan al gobierno, aunque los disidentes no necesariamente estén alineados con
la oposición. Lo mismo sucede con parte considerable de los chavistas, lo cual
se puede constatar en la calle, en las colas y en cualquier conversación
familiar. Los chavistas críticos del actual gobierno no quieren alinearse con
un discurso que culpa de todo a la derecha, los medios y el imperialismo, un
discurso gastado, que hace agua por todos los costados.
El resultado es que surge una tercera
opción entre el gobierno y la oposición y que busca, en palabras de Alcalá, “el
reencuentro del chavismo”. Esta corriente parece pensar en el mediano plazo más
que en la coyuntura, intentando evitar que el legado de Chávez sea dilapidado y
sus fuerzas se dispersen en multitud de corrientes. Ese proyecto pasa por poner
distancias con el actual gobierno y, según se desprende de las declaraciones
del general, por deponer a Maduro.
Estallido
Desde el Caracazo de febrero de 1989, la
posibilidad de que se repitan estallidos sociales en Venezuela es un hecho.
Esta semana en Barquisimeto se pudieron apreciar, de primera mano, dos hechos
marcantes. Frente a una cooperativa que distribuye alimentos con precios
regulados se formó una multitud, en su mayoría de adultos mayores, que exigían
cuotas para ellos. Había personas que atizaban el saqueo y que los
cooperativistas identificaron con miembros de la oposición.
En las enormes colas que se forman
frente a las ferias de Cecosesola hay entre cinco y diez mil personas. Muchas
veces se impacientan, ya sea por la prolongada espera o porque los
“bachaqueros” se cuelan rompiendo el orden. Alguien gritó: “¡Saqueo!”. Un señor
fornido se agarró al portón y dijo en voz muy alta: “No habrá saqueo”. La
multitud pareció sentirse aliviada. Sin embargo, todos aseguran que hay
pequeños saqueos que no suelen aparecer en los medios, sobre todo en pequeños
supermercados de barrio.
Es evidente que la oposición quiere e
impulsa levantamientos populares. Pero también parece claro que la población no
la acompaña, por lo menos en este tipo de métodos. Uno de los mayores legados
del chavismo consiste en que afianzó la autoestima de los sectores populares y
su politización. La gente sabe de qué se trata y parece consciente de que debe
evitar situaciones de violencia para no dar oportunidad a salidas que no la van
a favorecer.
Denis colocó, por fortuna, el escenario
sirio como salida posible. Por fortuna, porque es evidente que es el peor
escenario para los pueblos de esta región del mundo, pero quizá uno de los más
apetecibles para los think tanks del Comando Sur estadounidense. La caída del
gobierno sería apenas un paso en busca de algo mayor: “Lo cierto, como en
Siria, es que la sangre y la desesperación harán imposible cualquier opción de
liberación”, señala Denis.
Lo que no dice la propaganda oficialista
es que el imperio está acostumbrado (y en ello basa su poder) a negociar con
cúpulas corruptas, pero poco puede hacer ante las multitudes decididas a hacer
valer sus derechos. Los poderosos, aun los progresistas, “tomarán sus aviones y
dólares expropiados a la riqueza pública para abordar los apartamentos y
quintas que ya tienen comprados en Europa y Estados Unidos. Pero los centenares
de miles de muertos que vendrán a continuación los pondremos nosotros”.
¿Acaso el dictador Marcos Pérez Jiménez
no huyó a República Dominicana para terminar en España protegido por el
dictador Francisco Franco, cuando una insurrección popular y un levantamiento
militar lo alejaron del poder en 1958?
Sí se puede
“Ya descubrí por qué a la gente le gusta
hacer colas”, dice un chico de pocos años a su madre. En las horas que pasó de
pie esperando para comprar hizo amigos, se relacionó con otros que le
ofrecieron arepas y jugos, conversaron, compartieron, se lo pasaron en grande.
Todos los días, en todas las colas, se pueden ver gestos conmovedores de
generosidad.
Así como existen fuertes tendencias
hacia la descomposición (véase edición de la semana pasada de Brecha), hay
otras ancladas en la solidaridad que se mueven en sentido inverso, manteniendo
la cohesión social. En la Venezuela de hoy se producen muchos alimentos, y en
algunos rubros, como hortalizas y frutas, son abundantes. Las ferias de la
Central Cooperativa de Servicios Sociales de Lara (Cecosesola) son un buen
ejemplo. Varios días recorriendo los puestos son suficientes para convencerse
de la abundancia de plátanos, papayas, mangos, piñas y otras variedades de
frutas tropicales. Tomates no faltan, así como las principales hortalizas. Otra
cuestión es el precio. En todo caso, en las tres ferias con 300 cajas hay
alimentos en número adecuado.
El problema principal está en los
productos con precios regulados. Sobre todo la harina de maíz para elaborar
arepas (la comida nacional), y también las pastas, el azúcar, el aceite y, de
modo especial, la leche. Escasean a los precios regulados pero se pueden
encontrar en el mercado paralelo a precios diez y hasta 50 veces superiores al
oficial.
Otra recorrida por pueblos rurales de
los estados de Lara y Trujillo permite conocer grupos de campesinos que
cultivan y cosechan grandes cantidades de hortalizas y verduras. Desafían no
pocos problemas: la falta de semillas, la escasez de insumos, las enormes
dificultades para trasladar la producción hasta las ferias, porque los
transportes necesitan neumáticos (que no existen o tienen precios abusivos) y
porque no hay repuestos para los coches y camiones. En la ciudad hay una enorme
cola de coches para comprar baterías. Una fila permanente, de varias cuadras,
donde los autos y sus conductores duermen y velan el momento de poder comprar.
Ciertamente, el país aún produce. Aunque
las colas consumen una energía social considerable que se le hurta a la
producción. Las fábricas nacionalizadas producen cada vez menos, mucho menos
que cuando estaban en manos privadas. Es el caso, por ejemplo, de las
cementeras mexicanas, como la Siderúrgica del Orinoco (Sidor) que fue
reestatizada en 2008 luego de un largo conflicto sindical. Llegó a producir 4,3
millones de toneladas de acero, pero ya en 2014 bajó a 1,3 millones de
toneladas, un 29 por ciento de su capacidad.
Es triste comprobar que cuando Sidor
pertenecía al grupo argentino Techint producía 3,5 veces más que en manos del
Estado. El propio sindicato reconoció que hay desvíos de fondos, falta de
repuestos y materias primas y que no existen auditorías. De algún modo se conjugan
la ineficiencia con la corrupción, en todos los niveles, para que el país haya
llegado a este extremo.
Plagas y clases
Un sencillo recorrido de este a oeste de
la ciudad, y viceversa, permite comprobar que toda la propaganda oficial se
disuelve en la cruda realidad. Los ricos viven cada vez mejor. Los pobres
siguen como siempre, pero además hacen colas muy largas.
La zona este luce elegante, con amplios
espacios verdes y arbolados; por sus avenidas circulan coches nuevos y se
pueden observar numerosos edificios de reciente construcción. Pero lo que más
llama la atención es que en plena crisis y escasez de cemento se siguen
construyendo centros comerciales, edificios, hoteles de lujo. Es el mismo
estilo de ciudad que conocemos en todas las zonas de clase media alta del
continente.
La zona oeste es bien diferente. Calles
polvorientas y casas precarias, absoluta falta de alumbrado público en las
noches, autos viejos destartalados y un largo etcétera que también conocemos en
las ciudades latinoamericanas. Las colas son interminables, no sólo extensas
sino permanentes ante cualquier comercio en busca de cualquier producto. En los
barrios privilegiados las colas son casi inexistentes.
Es seguro que la geografía urbana
esconde detalles que deben ser desvelados. La clase media tradicional está en
caída libre y es uno de los sectores más crispados contra el chavismo. La
segunda cuestión es que a la antigua elite debe sumarse la nueva, surgida del
proceso bolivariano, la llamada “boliburguesía”.
Ante semejante panorama vale
preguntarse: ¿por qué los ricos de Venezuela quieren derribar al chavismo,
cuando no les ha ido tan mal en estos años? No es fácil enhebrar una respuesta,
sobre todo porque entre los antichavistas hay sectores muy diversos, desde las
clases medias empobrecidas hasta las viejas y nuevas mafias. La respuesta sería
obvia si se considerara que los grandes países occidentales, con Estados Unidos
a la cabeza, desean controlar las mayores reservas de petróleo del mundo.
La respuesta verdadera, la que no se
puede pronunciar en alto, la dio un empresario uruguayo radicado hace muchos
años en Caracas. “No queremos que nos gobiernen los negros”, dijo en tono
mortecino, esbozando una sonrisa, como quien se saca las ganas de expulsar el
gargajo atragantado. Cuando las clases se solapan con el color de piel, el
racismo debe dar un largo rodeo eludiendo las tranqueras de lo políticamente
correcto. Quizás el orgullo y la autoconfianza adquiridos por los sectores
populares, que fue creciendo desde el Caracazo de 1989 hasta colorear la
sociedad con su estilo bullanguero y desaliñado, rompiendo la monotonía de las
salas de espera de los aeropuertos, sea la mejor herencia del chavismo. Esos
modales que molestan e irritan a las buenas familias.
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