Argentina - La quietud cómplice ante el veto a la ley antidespidos,
La quietud cómplice ante el veto a la
ley antidespidos, el mayor aporte de los dirigentes sindicales a la
gobernabilidad del macrismo
Burocracia sindical: la columna
vertebral de Macri
Fernando Rosso
La Izquierda Diario, Buenos Aires,
3-6-2016
“La Gata Sylvestre, digo el Gato
Sylvestre que hasta hace seis meses le chupaba las medias y otras cosas a la
expresidenta, ahora es la Tigresa Acuña, dejate de joder”, chicaneaba Hugo
Moyano un poco sacado a la salida de la cumbre sindical que decidió no llamar a
ninguna medida de fuerza luego del veto del presidente Mauricio Macri a la ley
antidespidos.
Con esa maniobra de bajo vuelo, Moyano
pretendió correr el eje del debate hacia un enfrentamiento mediático con el
periodista que saltó del hiperclarinista A dos voces a un kirchnerismo
explícito no menos parcial. El líder de un sindicato estratégico, intentando
esconder la defección de una pelea real con una escena de pobre batalla
cultural pasada de moda.
Previamente y con mucha más convicción y
vehemencia de la que tuvo cuando hizo su opaco discurso en la marcha sindical
del 29 de abril (29A), Antonio Caló (UOM) aseguraba: “No hay medida de fuerza,
no hay medida de fuerza”, y una sonrisa cínica se le dibujaba en la boca.
Fue el jueves 26 de mayo, el día en que
el grueso de la burocracia sindical argentina dio muestras de su nivel de
descomposición como organizaciones del movimiento obrero. La caricaturesca y
bochornosa salida de los jefes de ambas CGTs de la reunión en la que se trataba
la unidad fue una muestra de la naturaleza reaccionaria de la casta que ocupa
los sindicatos.
En abril, los principales dirigentes
gremiales fueron al Congreso a solicitar a los legisladores una ley contra los
despidos. Poco antes, habían realizado la importante movilización del 29A
frente al Monumento al Trabajo.
Luego de que la limitada ley se aprobara
y de que Macri ejerciera el poder monárquico del veto para derogarla, los
dirigentes salieron a informar que van a organizar una jornada de ollas
populares para que los sectores que pasan hambre vayan a comer ese día. Una
burla cómica si no fuera trágica y además, una medida que aún no tiene fecha
definida. La concentración del 29A quedó ritualizada, como una escena que
mostró al movimiento obrero como símbolo de amenaza para ocultarlo
inmediatamente después.
La movilización de las CTAs de este
jueves 2 de junio, no sólo fue limitada en convocatoria, sino también en
programa y planteos: fueron contemplativos con el resto de la dirigencia y no
hablaron de las luchas de Tierra del Fuego o Santa Cruz.
El giro en la situación política y el
clima más “amable” para el gobierno nacional, en relación a los complicados
días en los que recibió el traspié de la votación de la ley contra los
despidos, mientras se extendía el malestar social por los tarifazos, no puede
entenderse sin esa decisión clave de los jerarcas sindicales de los gremios
estratégicos.
El decisionismo exitoso que pretendió
mostrar Macri con el veto no se comprende sin la cobardía oportunista de la
casta sindical. El “bonapartismo blanco” del líder de la CEOcracia reposa sobre
la genuflexión de los que se autodenominan jefes del movimiento obrero
organizado.
En la Argentina, los sindicatos son las
organizaciones masivas más importantes de la sociedad civil, con la
peculiaridad de que están semiestatizadas. Hay en el país 1636 gremios con
personería y 1623 con simple inscripción, en total suman nada más y nada menos
que 3259 organizaciones gremiales. Según datos el Ministerio de Trabajo, de
2003 a 2014 se conformaron más de 650 organizaciones. Sin embargo, casi todos
estos sindicatos nuevos son locales, de fábrica o con escaso peso. La “década
ganada”, lo fue ante todo para la gerontocracia que dirige las organizaciones
gremiales y que mantuvo y fortaleció su poder amparada por la regimentación y
los fondos estatales.
Pese a esto, los números ubican a la
Argentina entre uno de los países con mayor tasa de sindicalización del mundo,
con un porcentaje que ronda el 37 % aproximadamente. Y aunque no incluye a
todos los trabajadores -que alcanzaban los 12,4 millones, según el Indec, en
octubre del año pasado-, la fracción sindicalizada es muy significativa: más de
4 millones están dentro del régimen de negociación salarial colectiva entre los
trabajadores, empresarios y el Estado.
En ese contexto, que el mayor problema
político de Macri en la coyuntura provenga de las diatribas ruidosas de
“Lilita” Carrió lanzada a la temprana campaña electoral, sólo puede ser posible
porque la cuestión social o la cuestión obrera, es meticulosamente pasivizada
por el peso muerto del “partido sindical”.
El potencial contenido que posee la
clase trabajadora organizada en el país es reconocido ampliamente. En una
entrevista que se publicará en el próximo número de la revista Ideas de
Izquierda, el intelectual y ensayista Alejandro Horowicz sentencia sobre el
presente nacional: “En este momento si hubiera un paro general y el tercer
cordón decide moverse, el gobierno se cae.” La caída puede quedar como una
exageración polémica, no así la grave crisis en la que entraría si ese
potencial social se pusiera en movimiento.
La dirigencia sindical dejó pasar los
miles despidos y el golpe al salario que significaron los tarifazos y la
inflación desde la devaluación. Hasta ahora, con 70 % de las paritarias acordadas,
los aumentos salariales han oscilado entre 27 % y 31 % (con números optimistas,
sin desglosar las cuotas), cifras muy lejanas al 40 % que se calcula de
inflación. Una transferencia de entre 8 y 10 puntos desde los trabajadores
hacia los empresarios.
La ideología peronista de la casta
dirigencial sólo puede entenderse en el amplio sentido que le daba el sociólogo
Ricardo Sidicaro al peronismo cuando aseguraba hace unos años que el partido
fundado por Perón es sólo una "federación de dirigentes con recuerdos en
común". La esencia de la (no) ideología de la burocracia sindical está
determinada por la defensa de sus propios intereses materiales a cambio de los
cuales cumple la función en la garantía de la gobernabilidad. Por eso sus
convicciones de lucha tímidamente enunciadas en la marcha del 29A fueron
cediendo de manera directamente proporcional al flujo de fondos que Macri
liberó para las obras sociales. Sindicatos ricos y trabajadores pobres, fue la
máxima que rigió la práctica de los dirigentes sindicales en tiempos de crisis
y podría sintetizar el programa del “partido semiestatal” que gana autonomía de
los trabajadores, no así del poder de turno. Un conservadurismo que sólo rompen
cuando corren riesgo de ser superados por las bases.
El caso de Moyano es significativo: en
el ocaso de su ciclo parasita cierto prestigio de haber sido el que “luchó
contra Menem", aunque luego pasó por el oficialismo de Néstor Kirchner y
de Cristina Fernández hasta que fue casi expulsado por el frepasismo rabioso
que caracterizó a la administración de la expresidenta.
Como se dijo, la “burocracia sindical
constituye un aparato para-estatal que actúa como ‘sociedad civil’ cuando tiene
que contener y como Estado (banda para-estatal) cuando tiene que apuntalar la
represión”.
Los insultos provenientes de referentes
del kirchnerismo hacia los traidores, olvidan que fue bajo la administración
anterior que se mantuvo intacto el poder de los traidores: la “traición” fue
acordaba en la sede de UPCN (estatales nacionales) que junto al Suterh
(empleados de edificio) fueron pilares de las unidades básicas del FpV en
Ciudad de Buenos Aires. Antonio Caló, Ricardo Pignanelli (SMATA) y hasta el
“Centauro” Andrés Rodríguez (UPCN), posaban como los “muchachos” mimados en los
años kirchneristas.
El quietismo ante el veto a la ley
antidespidos y el ajuste en curso, se constituye como el primer acto
participacionista en la era Macri. La burocracia se postula como la columna
vertebral de la gobernabilidad de Cambiemos que avanza con su neoliberalismo
posible. Un hecho de relevancia política nacional y un acontecimiento del que
sólo puede derivar una conclusión: hay que recuperar los sindicatos para los
trabajadores.
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