Haití - De farsas y tragedias
Si alguien dudara de la pertinencia
de aquella famosa frasecita de Marx de que la historia se repite una vez como
tragedia y otra como farsa, el caso de Haití lo convencería de que así es,
nomás.
Daniel Gatti
Brecha, Montevideo, 13-11-2015
La historia política reciente de
Haití es más bien una continua sucesión de tragedias y de farsas combinadas, de
dictaduras y fraudes, de masacres y burlas, de ocupaciones y ninguneos. Para
muestra un solo botón: el surgimiento, ascenso y evolución del actual
presidente, Michel Martelly, electo en segunda vuelta tras haber salido tercero
en la primera en una elección con participación liliputiense, gobernando por
decreto porque el parlamento que debía haber sido electo tres años antes “no
pudo” ser renovado durante todo ese período y los legisladores llegaron a la
“caducidad” de su mandato…
En agosto último tuvo lugar la
primera vuelta de las postergadísimas legislativas. Hubo relativamente más
candidatos a diputados (por encima de los 1.500, para 119 escaños) que
electores que decidieron trasladarse a votar (18 por ciento de los 6 millones
de habilitados), y fue tal el nivel de fraude, promovido desde el propio
oficialismo, que la elección se anuló en una cuarta parte de los circuitos.
Aparecieron urnas quemadas; otras, al abrirse, tenían más votos que inscritos
en el circuito; fueron atacadas a balazos sedes de grupos opositores… “La
violencia” se cobró muertos y heridos. La Policía Nacional de Haití (Pnh),
supuestamente reformada con ayuda de las Naciones Unidas, brilló por su
ausencia. Agentes de la Pnh, en particular su cuerpo de elite, la Boid,
denunciada como una suerte de escuadrón de la muerte por sectores de la
oposición, fueron identificados entre los agresores. El 25 de octubre, hace un
par de semanas, fue la segunda vuelta de las legislativas y la primera de las
presidenciales. Volvieron a presentarse infinidad de candidatos (54 para la
presidencia), y volvieron a ser poquísimos los votantes, aunque el casi 30 por
ciento de participación oficialmente registrado dio para que el gobierno
hablara de “éxito” y las Naciones Unidas se congratularan. Es cierto que a
muchos de los que no fueron a votar los remplazaron con creces varias centenas
de muertos en el terremoto de 2010 que siguieron figurando en el padrón, y que
otros votantes se subdividieron por arte de vudú y votaron varias veces.
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Desde 2004 están instaladas en el
país, por decisión del Consejo de Seguridad, tropas de la Misión de Estabilización
de las Naciones Unidas en Haití (Minustah). Sus varios miles de soldados y
policías, entre ellos cientos de uruguayos, y funcionarios civiles fueron
despachados para, entre otras cosas, “establecer un entorno seguro y estable”;
“prestar asistencia en el restablecimiento y mantenimiento del Estado de
derecho, la seguridad pública y el orden público”; “ayudar en la supervisión,
reestructuración y reforma de la Policía Nacional de Haití”; “ayudar en la
tarea de organizar, supervisar y llevar a cabo elecciones municipales,
parlamentarias y presidenciales libres y limpias”; “vigilar la situación de los
derechos humanos”… El mandato de la Minustah ha sido renovado varias veces.
Desde 2009, año tras año, y siempre más o menos con los mismos objetivos. El plazo
límite de permanencia de las tropas era 2014, pero en ese año se extendió hasta
2016. Los efectivos se han ido reduciendo, aunque siguen siendo más de 4.400.
El Parlamento de Uruguay, así como los de varios otros países con gobiernos de
distinto pelaje progresista que tienen uniformados en Haití (Brasil, Argentina,
Chile, Ecuador, Bolivia), aprobaron las sucesivas renovaciones con el
argumento, inverificable, de que sin la Minustah las cosas estarían “aun peor”,
o de que los gobiernos locales, de legitimidad por lo menos dudosa, han
reclamado que soldados y policías extranjeros sigan en el territorio caribeño.
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“Once años no le han bastado a la
Minustah para cumplir ni una sola línea de lo que en principio era su mandato.
Sus tropas han participado, en cambio, en la represión de movimientos
populares”, dice a Brecha Henry Boisrolin, representante para Argentina y
Uruguay del Comité Democrático de Haití. Los cascos azules han sido denunciados
también por casos de violaciones y por haber contribuido a la reaparición del
cólera, una enfermedad que había sido erradicada de Haití, pero que en las
condiciones de pobreza extrema en que vive el país se propagó fácilmente: en
apenas meses, más de 9 mil personas murieron y unas 800 mil fueron
contaminadas. La epidemia se declaró en 2010 en el pueblito de Mirabelais,
donde montaron campamento cascos azules provenientes de Nepal, un país donde el
cólera campea. Los soldados de la Minustah drenaban sus aguas servidas al mismo
río utilizado por la población local para abastecerse. La Onu al principio lo
negó y luego ya no pudo: dos estudios, uno a cargo del francés Renaud Piarroux
–uno de los mayores especialistas mundiales en cólera– y otro del Centro para
el Control y Prevención de Enfermedades, de Estados Unidos, determinaron que
había una “correlación exacta” entre la aparición del brote y la instalación de
los cascos azules nepaleses. Enfermos y familiares de los fallecidos demandaron
a la Minustah, pero la Onu invocó los “privilegios e inmunidades” que protegen
a sus soldados, el mismo estatuto que los pone a salvo de acusaciones por otros
crímenes. En 2012 las Naciones Unidas lanzaron una “iniciativa para erradicar
el cólera de Haití”… No era un chiste.
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Henry Boisrolin vive hace años en
Córdoba y cruza periódicamente el charco para intentar “abrirle los ojos a la
gente de a pie, los gobernantes y los parlamentarios uruguayos”, como trata de
hacerlo también en Argentina, de que están contribuyendo a mantener tropas de
ocupación en su país. Brecha lo ha entrevistado varias veces. No le importa
repetirse, dice, porque lo que tiene para denunciar no ha cambiado y “los
ejemplos de las aberraciones” que están sucediendo en Haití se reiteran
tercamente, “haciéndose cada vez más evidentes para quien observe lo que
sucede”.
Las presidenciales del 25 de octubre,
dice, son sólo un ejemplo. “Se extremaron las medidas de seguridad –con
sobrevuelo de drones, incluso– porque no se podía dar nuevamente un espectáculo
de muertos y heridos a balazos el mismo día de la consulta, pero el fraude fue
tan masivo y descarado como las veces anteriores. Observadores internacionales
vieron cómo a las 14 horas del domingo empezaron a aparecer ambulancias que
transportaban urnas de un lado a otro, llenas de votos que favorecían a
candidatos oficialistas. Se constató fraude en los diez departamentos. En
cuanto a la participación, oficialmente se habla del 30 por ciento. Sabemos que
no participó ni el 20, pero admitamos como ciertas las cifras oficiales. Quiere
decir que siete de cada diez haitianos no fueron ni siquiera a votar. En
cualquier otro país se diría que un gobierno surgido de una consulta así sería
ilegítimo; la Minustah, en cambio, mira para otro lado. Lo que explica la baja votación
es, por un lado, la desconfianza de la gente en el valor de unas elecciones que
aparecen una y otra vez apañadas. Y por otro que los consejos electorales
provisorios que se han montado para organizarlas dan muy pocas garantías. Se
sabe además que todo es digitado desde fuera: cómo y cuándo se hacen las
elecciones, quiénes participan, cómo se organizan, cómo se financian. Hasta las
papeletas se traen de fuera, cuando en Haití hay un desempleo monstruoso e
imprenteros capaces de imprimirlas.”
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Los resultados preliminares se
divulgaron en la noche del viernes 6, casi dos semanas después de los comicios.
Poco antes de la votación, dos de los grandes candidatos decidieron no
presentarse porque consideraron que no existían garantías mínimas de transparencia.
Brecha habló con Boisrolin el jueves
5, un día antes de que se conocieran los primeros datos de las presidenciales.
“Es obvio –pronosticó entonces– que como en todas las elecciones anteriores va
a haber fraude. No va a haber una elección, va a haber una selección. Lo que
importa saber es cómo en este marco de farsa se nos venderán las cosas: si son
tan caraduras como para hacer que gane en primera vuelta el oficialista Jovenel
Moise, un tipo sacado de la galera al que nadie conocía unos pocos meses antes
de la convocatoria de la elección, o si cuidan las apariencias y colocan a
Jovenel primero y detrás a alguno de los dos mayores opositores, Jude Celestin,
del partido Lapeh, o al senador Moise Saint Charles, de la izquierdista
Plataforma Pitit Dessalines (Los hijos de Dessalines, en creole). Si Jovenel
gana en primera vuelta, Haití arderá y no habrá bombero que apague el incendio.
Si se moderan un poco, algo de todas maneras va a pasar.” Se cuidaron las
apariencias y Jovenel Moise, un gran empresario bananero al que se conoce como
“Banana man”, superó a Celestin por siete puntos (32 a 25 por ciento). La
segunda vuelta debería tener lugar el 27 de diciembre. Si se hace, porque tanto
Moise Jean Charles como Celestin mostraron pruebas de manipulaciones e impugnaron
los resultados. “No dejaremos que se apruebe el proyecto dictatorial del
gobierno”, declaró Celestin el viernes 6. El miércoles 11 se produjo un
bombazo, al sumarse a las denuncias Antoine Bien Aimé, legislador electo por el
partido oficialista Phtk. Bien Aimé acusó a Sylvain Cotté –funcionario
canadiense de la Unops (una rama de la Onu) y ex consejero del anterior primer
ministro Laurent Lamothe– de haber “orquestado logísticamente el fraude”. La
Unops fue la encargada de organizar las presidenciales, con el visto bueno de
la Minustah, cuya jefa, Sandra Honoré, recomendó a Cotté para incorporarse al
servicio de las Naciones Unidas luego de haber sido funcionario de la Oea. Las
denuncias de fraude de Bien Aimé son las primeras realizadas por un legislador
oficialista.
Y “pasaron cosas”, como predijo
Boisrolin. Si el día de la elección no hubo muertos, sí los hubo poco después:
uno de los militantes de la plataforma de izquierda fue asesinado a balazos por
parapoliciales el jueves 5, y otra persona al día siguiente. Habría habido más
asesinatos en la represión desatada en barrios populares de Puerto Príncipe
tras manifestaciones pidiendo la renuncia inmediata del presidente Martelly. El
lunes 9 y el martes 10 fueron jornadas de huelga, de manifestaciones y de
barricadas en las principales ciudades del país, según la agencia de prensa
haitiana Alterpresse.
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Organizaciones sociales haitianas
afirmaron que días pasados Estados Unidos envió a Puerto Príncipe dos aviones
con tropas que “por ahora” fueron apostadas en los alrededores de la embajada.
“Estados Unidos tiene como un reflejo intervenir militarmente. Después del
terremoto de 2010 Cuba mandó médicos, Venezuela, petróleo a precios bien bajos,
y ellos, soldados”, reiteró Boisrolin a Brecha el jueves 5. “Poco antes de las
presidenciales el secretario de Estado, John Kerry, estuvo en Haití un par de
horas. Fue una visita de médico. Pisó el aeropuerto y marchó hacia el palacio
presidencial. Habló con Martelly y el primer ministro, y se fue. No sabemos qué
se dijeron. Hay que tener en cuenta que los estadounidenses son los verdaderos
dueños del país. Las fabulosas minas de oro del norte de Haití son del hermano
de Hillary Clinton, la ex secretaria de Estado y precandidata demócrata a la
presidencia.”
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La mayoría de los países
latinoamericanos que integran las tropas de la Minustah no deciden nada. Pero
avalan, apunta Boisrolin. Los que deciden son parte del llamado “Core Group”,
integrado por los embajadores de Brasil, Canadá, Francia, España, Estados Unidos,
la Unión Europea y los representantes especiales de la Oea y del secretario
general de la Onu. El Core Group se presenta como la voz de la “comunidad
internacional” en Haití. “Son los que mandan políticamente”, insiste Boisrolin.
“Son ellos los responsables de que se mantenga este estado de situación, que se
nos trate como a niños que necesitan ‘ayuda’ y no pueden caminar solos. Claro
que precisamos ayuda, pero entre iguales. Nadie pregunta a los haitianos qué es
lo que quieren. Hacen el simulacro con gobernantes que tienen una legitimidad
por lo menos dudosa, colocados y mantenidos por ellos. De los países
latinoamericanos, sobre todo de los que tienen gobiernos progresistas,
esperamos otra cosa. No ya una actitud antimperialista, no pedimos tanto. Tan
sólo respeto por la dignidad del otro.”
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Hay “lazos culturales muy débiles con
el resto de América Latina” que tal vez impidan una mayor empatía, admite
Boisrolin. Hubo un tiempo en que las cosas eran algo distintas. “En época de
Bolívar, por ejemplo, muchos haitianos ayudaron a la independencia de países
del sur de América. Haití había protagonizado, con la conducción de
Jean-Jacques Dessalines, la primera revolución antiesclavista del mundo. Pero
luego predominó una actitud de menosprecio por Haití en esta parte de América,
acaso por las raíces africanas tan marcadas de nuestra cultura.” Boisrolin se
sorprendió cuando al asistir hace poco a un congreso sobre culturas negras, en
Buenos Aires, constató que décadas atrás intelectuales sureños se codeaban con
sus pares haitianos. “La intelectualidad haitiana supo brillar. Mucha gente se
acuerda del movimiento de la negritud, impulsado por el senegalés Leopold Sedar
Senghor y el martiniqués Aimé Ce-saire, dos poetas, pero lo que parió a ese
movimiento fue primero la revolución haitiana y luego obras de pensadores
haitianos como René Depestre. El error del enemigo es subestimarnos, como los
esclavócratas subestimaron a los esclavizados. Cuando Napoleón mandó sus tropas
a Haití, a principios del siglo XIX, nunca se imaginó que iba a haber
resistencia. Los franceses no fueron entonces vencidos sólo en el campo de
batalla, sino también en el campo de las ideas, de la filosofía, hasta de la
epistemología. Cuando ellos hablaban de ‘libertad, igualdad y fraternidad’ las
reservaban para los ‘ciudadanos’. Nosotros hablábamos, en cambio, de ‘libertad
o muerte’. La filosofía de la libertad plena de Dessalines decía que uno no
puede ser libre si no tiene bienestar. Cuando aquí, en Argentina, en Uruguay,
incluso en Brasil, todavía hoy muchos tienen vergüenza de decirse negros,
Dessalines proclamaba, en 1805, que cualquier haitiano, por encima del color de
su piel, sería conocido bajo la denominación de negro. Entendió que el negro
era una categoría colonial, la del africano esclavizado, así como el blanco o
el indio eran categorías coloniales.”
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Pero pasó el tiempo y a Haití se le
hizo pagar el precio de antiguas rebeliones. “Nuestro esfuerzo principal es
lograr que a los descendientes de aquellos esclavizados se les vuelva a
encender la chispa –apunta Boisrolin–. No va a ser fácil. Ha habido décadas de
aplastamiento y en la cabeza de muchos haitianos están las lacras del
colonialismo. Somos un país rico brutalmente empobrecido y expoliado, no un
país pobre, pero es bravo hacer proyectos de alguna clase cuando el tipo con el
que tenés que hacerlos, ayer no comió, hoy comió muy poco y no sabe si mañana
comerá y ve cómo sus hijos mueren delante de él de enfermedades curables sin
que pueda hacer nada. Esa es la Haití de hoy. Un país no al borde del abismo,
sino dentro del abismo.”
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Su última visita a Montevideo
Boisrolin la hizo para informar a los legisladores uruguayos de lo que está
sucediendo “realmente” en Haití. Participó en una reunión en el Anexo del
Palacio Legislativo. Había unos pocos parlamentarios del Frente Amplio y de
Unidad Popular. “Por lo menos eran más que cuando Guillermo Chifflet fue el
único que votó contra el envío de tropas a Haití.”
Visita tras visita, Boisrolin nota
que tiene que explicar menos cosas, que algún avance hay. La Coordinadora por
el Retiro de las Tropas de Haití, de Uruguay, formada con apoyo de la Feuu, el
Pit-Cnt, algunos movimientos políticos y organizaciones sociales, es el grupo
de este tipo que mejor trabaja en América del Sur, asegura. Boisrolin cuenta
que cuando hace un tiempo se reunió por primera vez con José Mujica, junto a
Moise Jean Charles, el ex presidente tenía a su lado cantidad de papeles. Al
cabo de un rato los encajonó. “Le dimos una enormidad de datos y tal vez los
que él tenía no le sirvieron.” Le pasó en cambio, por estos días, que un
senador de Asamblea Uruguay le lanzara que cuando visitó Haití no vio
manifestación alguna. “Fue lo único que me dijo. Tal vez haya ido del
aeropuerto al palacio presidencial. Pero ni siquiera así podría haber afirmado
lo que afirmó. O puede que haya confundido a Haití con Tahití.”
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