Estado español - ¿“Cambio” regeneracionista o rupturista?
Viento Sur
“La lección más destacada de la
experiencia de los Verdes alemanes parece haber sido que el elemento decisivo
en la construcción y desarrollo de un partido nunca se encuentra dentro del
partido mismo, sino en las tensiones y tendencias más amplias de la ‘coyuntura’
dentro de la cual se desenvuelve como entidad social, ideológica y política –en
las ‘ocasiones’ y en las ‘imposibilidades’ con las que ha de confrontarse para
sobrevivir como proyecto político organizativo” (Frieder Otto Wolf, “¿Se pueden aprender lecciones de la experiencia de
la izquierda verde alternativa? (y II)”, Viento Sur, 91, abril 2007, p. 8)
Las elecciones del próximo 20D se van
a desarrollar con una creciente incertidumbre sobre sus resultados y, además,
bajo el influjo del clima creado tras los brutales atentados mortales de París
y la nueva “guerra global contra el terror” promovida por Hollande, con sus
consiguientes secuelas militaristas, islamófobas y liberticidas.
Afortunadamente, el eco alcanzado aquí por la iniciativa “No en nuestro nombre”
( www.noasusguerras.es ) demuestra que, aunque las circunstancias no sean las mismas, la
memoria del “No a la Guerra” de los años 2003 y 2004 sigue viva y garantiza una
capacidad de respuesta popular que esperemos vaya a más en los próximos
tiempos.
Aun con este retorno a la escena de
la divisoria libertad-seguridad, parece que por fin, después de un largo
período de alternancia en el gobierno de partidos que han sido fieles
cumplidores del triple “consenso” (sobre el pasado, el presente y el futuro)
que sentó las bases del régimen del 78, luego inserto en la Constitución
económica de la eurozona, las próximas elecciones generales anuncian la entrada
en una nueva fase en la que las mayorías absolutas y el bipartidismo parecen
tocar a su fin.
El dato que parece más evidente es
sin duda el relacionado con el acceso al parlamento de la nueva fuerza
emergente Podemos y de la ya vieja conocida en Catalunya, Ciudadanos, dispuesta
a beneficiarse del desgaste sufrido por el PP con un populismo de derechas cuyos
límites y contradicciones también empiezan a salir a la luz. Con todo, lo más
relevante va a ser que ese nuevo escenario a cuatro partidos -que seguirá
siendo “imperfecto”, puesto que determinadas fuerzas políticas “periféricas”
pueden jugar un papel de bisagra o de disenso importante- va a seguir
ofreciendo un margen muy estrecho de posibilidades de “cambio” si no se
cuestionan radicalmente las reglas del juego, especialmente en el plano
socio-económico y en el del modelo de organización nacional-territorial del
Estado.
Basta referirse a dos temas
destacados en las propuestas de Podemos para corroborar este pronóstico: tanto
la aspiración al blindaje constitucional de los derechos sociales y de
determinados bienes públicos por encima del pago de la deuda como el compromiso
de autorizar un referéndum en Catalunya sobre su relación con el Estado español
chocarían abiertamente con los dictados del Eurogrupo y con la oposición de PP,
Ciudadanos y PSOE, a pesar de los esfuerzos de éste último por desmarcarse de
la vieja y la nueva derecha en ambas materias.
Lo primero ha quedado evidenciado
tras la desgraciada experiencia de Grecia, pese al No a las exigencias de la
troika que se expresó democráticamente en el referéndum. Ya lo dijo Jean Claude
Juncker en un arrebato de sinceridad: “No puede haber opción democrática contra
los Tratados europeos”. Ahora, en Portugal, a pesar del obstruccionismo de
Cavaco Silva, se abre el interrogante de si será posible una política
antiausteritaria sin desbordar los límites impuestos desde el Eurogrupo.
También será responsabilidad nuestra no dejar solo al pueblo portugués en el
caso de que se vea obligado a una nueva prueba de fuerzas con “las
instituciones” europeas y globales, ya que de su desenlace depende también
nuestro propio futuro.
Aun teniendo en cuenta que el peso de
la economía española y la gravedad de “nuestra” situación no son las mismas que
las de Grecia y Portugal, no se puede cerrar los ojos ante la evidencia de que
una defensa consecuente de la universalización de los derechos sociales y
servicios públicos frente a la deudocracia implica asumir la hipótesis de un
choque con las reglas de la eurozona más pronto o más tarde. La única forma de
salir de ese choque con posibilidades de éxito es mostrar la disposición a no
retroceder en la voluntad de blindar esos derechos y servicios caminando hacia
una ruptura constituyente.
Es cierto que, dada la correlación de
fuerzas a escala de la UE, sería deseable emprender ese proceso junto con, al
menos, otros pueblos del Sur superando las discordancias espacio-temporales
actuales. Empero, mientras eso no se produzca, será necesario adoptar
iniciativas unilaterales a escala de Estado que estimulen nuevos pasos adelante
en otros lugares ayudando así a una sincronización de las resistencias
antiausteritarias y mostrando que “sí, se puede” desafiar al despotismo
oligárquico dominante.
Por tanto, habrá que seguir
insistiendo en que, aun reconociendo los obstáculos que surgirían en ese
proceso, no cabe resignarse ante la nueva versión del ya viejo discurso del
TINA/1, o frente a la opción por un falso “mal menor”, como estamos viendo ya
en Grecia. Desobedecer y apostar por un “plan B” antiausteritario a escala
europea, como ya se está proponiendo desde distintos colectivos y corrientes,
puede ser la respuesta que abra otro camino posible.
Lo segundo, la cuestión
nacional-territorial, ha sido repetidamente comprobado en los últimos tiempos
pero viene de lejos si recordamos cómo acabó triunfando un nacionalismo español
reactivo y beligerante, a partir sobre todo de 1898, frente al progresivo
ascenso de los nacionalismos “periféricos” y en particular, del catalán. La
versión franquista llevó al extremo esa actitud y, luego, la salida consensuada
(salvo en el caso vasco) del Estado autonómico no resolvió el problema sino que
simplemente lo fue aplazando hasta que volvió a pasar al primer plano durante
el último decenio, una vez constatado el fracaso de la vía federalizante frente
al fundamentalismo constitucional. Hoy, éste último se reafirma de nuevo
aprovechando el proceso de recentralización política a escala europea y estatal
que se está aplicando con el pretexto de la “disciplina presupuestaria”. Es en
este pilar fundamental del régimen en donde se revela su quiebra más visible y
creciente. Por eso, al margen de cómo se resuelva la actual crisis de gobierno
en Catalunya, solo el reconocimiento del derecho a decidir su futuro, incluida
la independencia, y a un proceso constituyente propio, no subordinado al
estatal, es la solución que puede acabar con este conflicto por la vía
democrática/2.
En esas condiciones, y aun en el
escenario improbable de que Podemos fuera la fuerza mayoritaria en el nuevo
parlamento, no tendría sentido dejarse arrastrar por el mantra de la “vieja
política” (la “responsabilidad de Estado” o “la altura de Estado”) para entrar
en el juego de un nuevo “pacto social y político” que no parta de la resolución
sin ambigüedades, entre otros muchos, de los dos problemas mencionados y, por
tanto, que no vaya más allá de la promesa de una reforma constitucional. Por
eso lo más preocupante es que, antes de conocer los resultados del 20D, la
dirección de Podemos ya se esté limitando a una propuesta de reforma
constitucional que, además, va acompañada de una reivindicación de la Constitución
de 1978. Habremos pasado así en pocas semanas de la voluntad de “abrir el
candado de 1978” y de romper con el régimen a la rehabilitación de un
mitificado “consenso” que llevaría, más pronto que tarde, a ir diluyendo la
polarización pueblo-oligarquía -que, no lo olvidemos, fue idea-fuerza
fundamental de Podemos- dentro de una democracia apenas “agónica” para, en el
mejor de los casos, acabar contribuyendo a un mero “recambio” de elites.
Frente a ese “proto-transformismo”
que esperemos no se consuma existe otra vía posible: la de adelantar sin
ambigüedades que una fuerza como Podemos no entrará en un hipotético “cambio
constitucional” que se limite a la aparente “regeneración” de una “clase
política” que seguiría siendo obediente al Eurogrupo y firme defensora de la
“unidad de España”.
¿Significa esto que habría que asumir
la derrota ante esa operación “regeneracionista” o, lo que sería peor,
renunciar definitivamente a un proyecto rupturista? No, desde luego. La frágil
legitimidad de lo que sería una repetición como farsa de la primera “Transición”
-ya que ese nuevo “consenso” no podría contar esta vez con las bases materiales
y “nacionales” de un “capitalismo popular” y un Estado autonómico capaz de
neutralizar a los nacionalismos “periféricos”- ofrecerá distintos frentes de
conflicto cuyo estallido no será automático pero que habrá que potenciar.
Nuestra aspiración debería orientarse a la apertura de una nueva fase de
inestabilidad política y social en la que el disenso de los y las de abajo
pueda volver al primer plano, contribuyendo así a mantener abierta la
oportunidad de “cambio” frente a la frustración de expectativas que supondría
un “gatopardismo” a la española.
Será reafirmando la necesidad de una
política antagonista como podremos ir reconstruyendo una cultura de la
movilización y del empoderamiento popular recuperando el camino iniciado con el
15M y apoyándonos en los nuevos ensayos, aun con limitaciones, que se están
emprendiendo desde ese municipalismo alternativo que, junto con los movimientos
sociales, empieza a forjar una nueva institucionalidad. Habrá, por tanto, que
poner la labor de nuestros y nuestras representantes al servicio de esas tareas
con el fin de ir conformando un bloque contrahegemónico de las clases
subalternas, dispuesto a desbordar los límites de un “regeneracionismo” que
difícilmente ofrecerá un relato ilusionante de futuro tanto a escala española
como europea.
Así es como quizás podamos recuperar
el hilo conductor con lo mejor del “espíritu del 15M” que, aunque ya
invisibilizado por los medios y relegado al olvido en muchas de las prácticas
de la autodenominada “nueva política”, sigue presente en cantidad de
actividades, luchas y redes sociales y, sobre todo, en la memoria colectiva de
muchos y muchas de sus activistas y simpatizantes. En resumen, deberíamos
fijarnos como objetivo acortar la vida de cualquier proyecto meramente
“restauracionista” y seguir apostando por un horizonte de ruptura constituyente
que necesariamente ha de ser plural tanto en sus sujetos protagonistas como en
sus contenidos. Para eso también hará falta recomenzar procesos de refundación
y confluencia sin urgencias electoralistas, con generosidad por todas las
partes y buscando nuestros propios “modelos” de partidos necesariamente
pluralistas y basados en la democracia deliberativa y participativa.
* Jaime Pastor es profesor de Ciencia
Política de la UNED y editor de Viento Sur. Este artículo es una versión
revisada y ampliada del aparecido en la sección “Espacio Público” del diario
Público el 27/11/15 sobre el tema “20D: Oportunidad de cambio”
Notas
1/ A propósito de esto, Catherine
Samary ofrece una buena reflexión en “Tras el fracaso de Syriza, rechacemos los
TINA”, Viento Sur, 21/11/2015 (disponible enwww.vientosur.info/spip.php?article10712 )
2/ Se insiste repetidamente en que no
basta el 47, 74 % de los partidos independentistas para convocar un referéndum
en Catalunya sobre la independencia pero viene bien recordar, como hace Martí
Caussa, en “La desobediencia, sus alternativas y sus desafíos” (http://vientosur.info/spip.php?article10691 ), que los gobiernos de Canadá y Reino Unido aceptaron la convocatoria
de referéndum vinculante sobre la independencia en Quebec y Escocia
respectivamente, pese a que el partido nacionalista quebequés había logrado un
41,37 % de votos y el escocés, un 44,04 % en las elecciones previas a su
celebración.
0 Responses to "Estado español - ¿“Cambio” regeneracionista o rupturista?"
Publicar un comentario