Cuba - EEUU: El conflicto entre gobiernos se alivia. El conflicto entre sistemas se agudiza
Sin duda, la
noticia de este año 2015 en Cuba será el entendimiento anunciado por los
presidentes de este país y Estados Unidos el pasado 17 de diciembre. La
trascendencia de los discursos de Raúl Castro Ruz y Barack Obama obliga a todas
las personas revolucionarias a realizar el análisis más cuidadoso sobre los
sucesos ocurridos.
Los acontecimientos
mencionados son complejos, con muchas facetas y aspectos contradictorios, con
posibles consecuencias positivas y negativas, y resultan imposibles de analizar
exhaustivamente en pocas líneas. Lo peor que se podría hacer es ceder a un
triunfalismo superficial y proceder ciegamente hacia un futuro con muchas
incertidumbres y pocas certezas. Sirva nuestra intervención, también, para
estimular la participación y los análisis relacionados, por parte de todas las
personas pensantes, preocupadas, con sinceras intenciones.
En primer lugar,
abordemos el hecho del canje de prisioneros. Por elementales razones
humanitarias, no puede sino sentirse alegría por el fin de las duras condenas
que sufrieron los seres humanos directamente involucrados, sufrimiento que se
extendió obviamente a sus familiares; y ahora se torna alivio y, deseamos,
pueda llegar a recuperarse como felicidad.
La liberación de
los agentes cubanos y estadounidenses ocurrió, como era más probable, mediante
negociaciones realizadas tras bambalinas por los respectivos gobiernos,
facilitadas por intermediarios como Canadá y el Vaticano. Por más desagradable
que esto parezca, la liberación de los tres agentes cubanos solo fue posible
porque los servicios de seguridad de La Habana disponían de los dos agentes de
interés para los de Washington, y unos se emplearon como moneda de cambio por
los otros.
Qué estériles
parecen, bajo la actual perspectiva, aquellas campañas y movilizaciones masivas
realizadas en cada municipio y ciudad cubana, a partir de los años 2002, 2003 y
más allá, que se convocaban en nombre de presionar para la liberación de los
encarcelados. Asumamos, para pensar bien del género humano, que la mayoría de
las personas que se involucraron, así como en aquellas otras numerosas,
inacabables, aparatosas campañas de solidaridad internacionales, lo hacían de
buena fe, y agradezcamos sus buenas intenciones. Si algún grupo de personas
empleó un tema tan dolorosamente humano para medrar a costa de los recursos
puestos en juego y perseguir intereses individuales, tendrán un gravísimo
momento de rendición ante sus conciencias, si es que les queda algo de estas.
Lo expresado anteriormente no niega la
necesidad y la utilidad de la lucha de masas y la solidaridad internacionalista
entre movimientos progresistas y fuerzas de trabajadores de todo el mundo. Lo
que sí se cuestiona es la conducción de esas políticas como si fueran maniobras
sobre un tablero de ajedrez, donde dos o más oponentes manejan
discrecionalmente a los pueblos como peones y los sacrifican a su conveniencia.
Los conflictos y
enfrentamientos contra las fuerzas imperialistas del mundo requerirán, durante
muchos años, de la coordinación de las masas de personas trabajadoras de todas
las naciones. Sin embargo, este movimiento no puede enajenarse bajo mecanismos
alternativos de dominación y monopolios del liderazgo, la información y la
gestión del poder. Solamente se podrá avanzar hacia la derrota de la dominación
imperialista, si se acatan rigurosamente los principios mismos de la
emancipación a la que se aspira a llegar. La coordinación entre los pueblos
trabajadores, capaces de movilizarse mutua y solidariamente en esferas de
interés recíproco, requiere medios de comunicación directos, horizontales,
democráticos y transparentes.
Esto nos conduce
directamente hacia la segunda parte de lo que se anunció ese 17 de diciembre.
Si bien el discurso del presidente cubano ofreció mucha menos información, en
la intervención de su par estadounidense sí se anunció la mayor reforma de la
política de la superpotencia imperialista, relacionada con nuestro pueblo.
Ahora bien, reforma no significa absolutamente un cambio revolucionario, ni
siquiera una evolución para mejorar.
Los políticos y
filósofos locales tienen un hueso duro para procesar, y no se produjeron
rápidamente proyecciones definidas, acabadas, de estas personas, sobre lo
ocurrido. Sin embargo, la cuidadosa selección que siempre se efectúa en las
secciones de comentarios de los medios masivos cubanos, naturalmente
oficialistas, ofrece las primeras pistas que, tristemente, refuerzan las prevenciones
que sentimos.
Aparentemente,
deberíamos sentir que hemos logrado una gran victoria al reconocer, el
presidente estadounidense, el fracaso de la política encarnada en el
embargo/bloqueo. El anuncio de Obama incluyó, como es sabido, el inicio de una
nueva gestión que alivia considerablemente las restricciones comerciales y
financieras impuestas a nuestra nación y prepara el restablecimiento de plenas
relaciones diplomáticas. Los comentarios que el Granma y Juventud Rebelde
publican al pie de las noticias, rezuman generalmente felicidad y alabanzas
hacia el líder norteamericano, de quien se llega a decir “Ahora sí se merece el
Nóbel de la Paz”.
Nada más alejado de
la realidad. El enfrentamiento entre los gobiernos parece, ciertamente, que se
aliviará considerablemente. Potencialmente, nuestra necesitada sociedad podría
encontrar, en el nuevo futuro, oportunidades para las mejoras económicas. Sin
embargo, los peligros que emanan de la nueva política estadounidense son aún
más letales, en lo que se refiere al avance y predominio del sistema
capitalista neoliberal que invade y aplasta los últimos reductos alternativos
en nuestro país.
Como ya hemos
establecido en miríada de materiales anteriores, no se trata de que
consideremos al Estado cubano como un modelo de socialismo, en ninguna de sus
etapas posteriores a 1959. En todo caso, se habría construido una especie de
capitalismo de Estado. Sin embargo, este ofrecía –potencialmente– algunas bases
para el desarrollo de ideas y sentimientos en dirección a una sociedad de
trabajadores; bases que no se desarrollaron, pero que señalaban una clara
dirección de rechazo a los sistemas de explotación y de las más profundas
desigualdades y demás lacras características del capitalismo. Asimismo, las
situaciones de miseria y exclusión, típicas del tercer mundo latinoamericano,
habían sido reducidas considerablemente por políticas sociales de apoyo, si
bien a costa de atropelladas y opacas redistribuciones de las riquezas
producidas por el pueblo.
Esta situación ha
sufrido un cambio drástico en el último decenio. El programa de reformas del
gobierno cubano desmonta, silenciosamente, todas las bases anteriores, so
pretexto de establecer un sistema que llaman próspero, sustentable y, todavía,
socialista. La apertura al capitalismo extranjero y local; las facilidades
ofrecidas a la empresa privada, al mercado, etcétera, se combinan con severos
recortes al gasto social y los subsidios a la población necesitada.
¿Será casualidad
que estos sean los momentos que la dirección del principal poder capitalista
del mundo escoge para “normalizar” las relaciones? ¿No existirá ningún paralelo
entre esta situación y aquella otra, en la que los Estados Unidos apoyaron con
gran felicidad el proceso de la Perestroika realizado en la extinta Unión
Soviética?
Al analizar
críticamente el discurso del presidente Obama, no queda duda alguna de la
respuesta afirmativa a las interrogativas anteriores. Al presidente se le han
unido varios políticos de peso en aquel país, como los senadores Hillary Clinton y Rand Paul, para explicar que el propósito
verdadero de la política estadounidense sigue siendo el de un “cambio de
régimen” en Cuba. Para esto tenían que cambiar la actitud anterior, obcecada,
por otra más flexible, que les reporte más ventajas, a la hora de inducir los
cambios que ellos aspiran que se hagan acá. Y lo han expresado con la mayor
claridad posible, como para que no quepa confusión. El objetivo de la “nueva”
política estadounidense es el mismo, dígase el establecimiento de un sistema liberal
acá, con su supuesta democracia multipartidista y la más amplia libertad para
la empresa privada y el capitalismo. Es un cambio de táctica, no de estrategia.
El presidente Obama no se hace, por esto, más merecedor del premio Nobel; en
todo caso, se gana un premio Sun Tzu, por saber conducir la guerra con mucha
más astucia que sus predecesores.
Un compañero se
preguntaba, ¿qué habrá tenido que ofrecer Cuba a cambio de estas “concesiones”
estadounidenses? Nada nuevo, se puede responder: nada más que lo que ya se ha
puesto sobre la mesa. Un Código Laboral perfectamente ajustado a las
necesidades de las burguesías capitalistas internacionales contemporáneas; una
Ley de Inversión Extranjera de lo más apetitosa; zonas francas como la que se
constituye en el puerto de Mariel; entre otras, estas han sido las principales
concesiones del gobierno cubano para “ganarse” el cambio de política, en
nuestra humilde pero rotunda opinión.
Es un cambio que
ilustra también los celos de la clase de negocios de Washington, ante los
avances de las burguesías brasileñas, canadienses y europeas en el mercado
cubano, que debería ser de ellos por un problema de “Destino Manifiesto”. Los
empresarios estadounidenses agrícolas, turísticos, entre otros, estaban
alarmados por el progreso de la competencia; molestos, al constatar que las
leyes de su propio país les amarran las manos y cabildearon exitosamente para
empezar a librarse de dichas ataduras.
En definitiva, que
el cambio de Obama es la permuta de unos medios por otros, para alcanzar el
mismo fin. Es un cambio que ocurre también en una circunstancia determinada,
que se propone reforzar y estimular el avance de las reformas capitalistas del
gobierno en La Habana; recuperar el terreno perdido ante sus competidores y, de
paso, darse un lavado de imagen ante otros países críticos de la postura
anterior, especialmente en Latinoamérica.
El estadista Obama,
“sabio y valiente”, como ha llegado a nombrarlo Raúl Castro, mantiene en el
resto del mundo la misma política injerencista, agresiva y militarista con la
que se imponen los intereses de las clases capitalistas de los Estados Unidos
al resto del planeta. Continúa con la promoción de acuerdos “de libre comercio”
que asestan tremendos golpes a los derechos laborales y a la protección de los
ecosistemas naturales.
Mantiene el apoyo a
las fracciones violentas que se le subordinan, en los países que le interesa
desestabilizar, como Venezuela, Honduras, Ecuador, Bolivia, etcétera. Defiende
gobiernos dictatoriales y cruentos, con registros muy malos en materias de
democracia y derechos humanos, pero que le facilitan el acceso a fuentes y
recursos estratégicos. Las “buenas intenciones” que puede guardar para Cuba, no
son diferentes de las que pueden albergar Alfonso Fanjul y Carlos Saladrigas,
entre otros exitosos representantes de la oligarquía de origen cubano en La
Florida, quienes también están exultantes por el anuncio del 17 pasado, según
reportes de medios como El País.
Si se trata de
pensar en que, a pesar de todo lo anterior, sí pudieran aparecer oportunidades
extraordinariamente valiosas para el desarrollo de las familias y las
sociedades cubana y estadounidense, hay que preguntarse para quiénes se
reservarán las mejoras. Farrés (Havana Times) desmenuza implacable las variadas
nuevas y demuestra que, en cada caso, los más beneficiados serán aquellos
ciudadanos estadounidenses con un mínimo de recursos que vengan de turistas a
Cuba; aquellos con un máximo para figurar como empresarios que vengan a hacer
negocios; la cúpula de funcionarios gubernamentales y administrativos cubanos
al frente de las empresas de aquí, que recogerán migajas del pastel, y la nueva
clase de empresarios privados locales, en estrecha conexión con los
funcionarios anteriores.
Para que la clase
trabajadora cubana, la de aquellas personas que se ganan el pan con el esfuerzo
propio, se vea verdaderamente beneficiada en cualquier escenario, son
imperativos cambios profundos, revolucionarios, pero aquí mismo, no en otra
parte. La clase trabajadora tiene que reconquistar el derecho a representarse a
sí mismas con organizaciones auténticas, libres y democráticas, lejanas del
triste papel que hasta el oficialismo le reconoce hoy a la pro gubernamental
central sindical.
Los medios
fundamentales de producción, de propiedad social, deben ser gestionados
democrática y horizontalmente por esa clase obrera; que decidirá soberanamente
sobre cada cuestión de economía política. Economía Política, un solo cuerpo,
que solamente los interesados en una supuesta desideologización que facilite el
avance del capitalismo pueden declarar como polos separados: un cuerpo que
contiene todas las cuestiones desde la repartición de los frutos del trabajo
hasta la relación con los capitales extranjeros; la protección de los propios
derechos de la misma clase trabajadora –como ningún otro sujeto externo lo hará
jamás–; la eliminación de las distintas discriminaciones, y el cuidado del
medio ambiente donde vive.
En estas
condiciones, claramente, los beneficios de una relación amistosa con Estados
Unidos y cualquier otra nación alcanzarán al pueblo cubano. Estas condiciones
no vendrán gracias a los cambios anunciados por el presidente Obama. Nos tocará
ponerlos, a los que nos consideremos revolucionarios.
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