Chile - La estética del embarazo infantil
REFLEXIONES SOBRE LOS MILES DE NIÑOS MAL PROTEGIDOS POR EL ESTADO:
La estética del embarazo infantil
Publicado: 11.07.2013
Los estremecedores informes sobre la vida de los niños protegidos por el Estado que reveló CIPER esta semana, y el caso de B., la menor de 11 años abusada y embarazada por el conviviente de su madre, forman parte de un mundo en las sombras que cada tanto se planta ante nosotros con toda su crudeza. Para el autor de esta columna, la vida de B., no es una historia ajena a la norma, sino que es parte de “un sistema de protección de la infancia que falla, no sólo porque omite, sino porque maltrata, abusa y es negligente”. El autor llama a los ciudadanos a tomar parte, a abrir los ojos en esa oscuridad como única forma de detener el sufrimiento que el sistema está causando.
En su obra 2666 Roberto Bolaño dedica uno de los cinco capítulos en que se divide la novela a los femicidios que sacuden el norte de México. En algo más de 300 páginas revisa uno a uno los casos, configurando “La parte de los crímenes”, una sección que detiene a gran parte de los lectores. Al principio la lectura es atractiva, se intenta retener los nombres pensando que alguno será retomado, que aparecerá un personaje investigador que resuelva al menos uno de los casos. Pero la genialidad de la denuncia de Bolaño es que no aparece nadie, el capítulo termina tal como empezó, no hay respuesta. Su denuncia no sólo es contra un sistema decadente incapaz de proteger a sus mujeres, sino contra unos lectores que caemos como moscas en la red del morbo, creyéndonos muy sensibles a la violencia contra la mujer. Pero cuando nombres se van apilando unos sobre otros, la emoción se gasta, entra la tentación de dejar el libro a un lado, de creer que a Bolaño se le pasó la mano. Bolaño desnuda nuestra indiferencia, nos deja como cómplices del desamparo de las mujeres mexicanas y nos damos cuenta que no somos capaces.
Hay que tomar parte, y como decía Bolaño, abrir los ojos en la oscuridad. Pero no cayendo en la solución del caso particular, sino descubriendo un sistema de protección de la infancia que falla, no sólo porque omite, sino porque maltrata, abusa y es negligente
Hoy en Chile cunde la consternación frente al caso de B., una niña de 11 años que, producto de una historia de negligencia y relaciones abusivas, ha quedado embarazada (no es sólo una violación o unas violaciones). En la opinión pública se han elevado las voces que claman por la aparición repentina de una ley de aborto que permita librar a la niña de la impuesta y riesgosa responsabilidad. El tema del aborto, si bien es una discusión pendiente que tenemos como país, viene en este caso a cerrar las puertas a otros debates más difíciles y dolorosos. No quiero detenerme allí: este caso no se reduce a la violación y el aborto.
Lo preocupante en esta ocasión son los miles de niños que hay detrás. Vemos a B. y nos molesta en la retina la estética horrorosa de una niña de 11 años embarazada. Pero si nos atreviésemos a ver todos los casos de niños abusados, la lista sería tan interminable como la de 2666. Y frente a una lista así lo que comienza a suceder es la desesperanza; la desidia, como frente a las mujeres asesinadas en Ciudad Juárez.
El 4 de Julio se publicó en CIPER la primera parte de un reportaje que trata de un informe de UNICEF que ha quedado varado en el Poder Judicial, organismo que lo financió. Las mismas instituciones que hoy debiesen proteger a B., (el Ejecutivo a través de SENAME y el Poder Judicial a través de sus tribunales), esconden así el maltrato y el abuso al que son sometidos miles de niños y jóvenes institucionalizados en Chile para su supuesta protección. El informe es tan atroz como las palabras de una madre que piensa que su hija ha consentido las relaciones con un hombre adulto. Tan atroz como las palabras de políticos que quieren defender su postura antiaborto y olvidan el calvario que se ha recorrido hasta llegar al embarazo en cuestión. O incluso, de algunas posturas pro aborto que son simplistas y caen implícitamente en pensar que con la interrupción del embarazo se salvaría a esta niña, cayendo en la fantasía de que todo esto pueda ser borrado de golpe.
Hoy, B. está malamente en el ojo del huracán y hasta el Presidente Piñera ha pedido al ministro de Salud que se haga cargo. Pero esto es como tapar el sol con un dedo. Son 15.000 los niños que ya están institucionalizados en este sistema de protección insuficiente y la imaginación no alcanza para pensar cuántos casos están en las OPDs (Oficinas de Protección de Derecho de la Infancia, de SENAME), convertidos en carpetas, apilados unos sobre otros y sumidos en el anonimato de pertenecer a una lista interminable.
Si el caso de B. tiene la desafortunada virtud de inquietar como el arte descarnado, como la pluma casi inescrupulosa de Bolaño, entonces hay que tomar parte, y como decía él mismo Bolaño, abrir los ojos en la oscuridad. Pero no cayendo en la solución del caso particular, sino descubriendo un sistema de protección de la infancia que falla, no sólo porque omite, sino porque maltrata, abusa y es negligente. Hay que leer ese informe de UNICEF que es tan macabro como “La parte de los crímenes”. Hay que levantar cifras de las OPDs y escudriñar en su funcionamiento y en el de los tribunales de familia y etc. Las instituciones deben renunciar a su autodefensa si esa autodefensa está basada en la desesperanza de que nada puede mejorar.
Si nos atrevemos a que el impacto estético de la imagen que queremos sacar de nuestras cabezas nos lleve a un razonamiento ético, probablemente descubriremos que formamos parte de una cultura que mira a los niños siempre hacia abajo o, peor, no los mira. Una cultura que históricamente ha puesto el castigo por delante de la protección, que no los ve como personas plenas, como sujetos ni de derecho ni de nada, sino basta revisar la historia de protección a la infancia en Chile.
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