Las documentadas tesis agroecológicas de un Premio Nobel Alternativo
Las
contras de La Vanguardia godosiana –firmadas por Victor-M
Amela, Ima Sanchís, Lluís Amiguet- son bastante prescindibles en general. Pero
no siempre. La del martes 22 de enero de 2013, por ejemplo, no lo era. La
resumo.
Nació
en Holanda, tiene 57 años y vive desde hace tiempo en Vallvidrera, donde vivía
precisamente el añorado Manuel Vázquez Montalbán. Es un ingeniero agrónomo que
combate “un sistema que nos arruina social, económica y ecológicamente”. Fundó
Grain, una ONG dedicada a la soberanía alimentaria y la agroecología que coopera
con Vía Campesina. Se llama Henk Hobbelink [HH], es premio Nobel alternativo de
agroecología [Right Livelihood (buen vivir)], y sostiene que las hambrunas
actuales no son transitorias sino sistemáticas. Su tesis de fondo: un modelo
agroalimentario, “basado en la pequeña explotación clásica, nos procuraría
productos locales frescos y sabrosos, a buen precio, fomentaría la economía
rural y solventaría la crisis alimentaria” [1].
Algunas
de las posiciones político-ecológicas de este Premio Nobel alternativo,
compartidas por muchos movimientos sociales campesinos y ecologistas, pueden
resumirse así:
1.
Hay comida de sobra para todos en el mundo pero, y éste es el punto central, no
llega a todo el mundo. Hay mil millones de personas –¡1.000 millones!, unas 23
veces la población española- sin el mínimo para estar bien alimentados. Vamos a
peor.
2.
La comida se ha convertido en mercancía, en un negocio para la industria
financiera y las grandes corporaciones multinacionales que, además de otras
tropelías, acaparan más y más tierras. En los últimos cinco años, por ejemplo,
“los grandes inversores internacionales han adquirido unos 70 millones de
hectáreas de tierra agrícola”, con el objetivo de producir grandes cosechas,
especular con sus precios, exportarlas y beneficiarse. Y sin límites.
3.
Se está aplicando un diseñado y estudiado (suicida al mismo tiempo) modelo
agroindustrial para el negocio de la exportación; en absoluto para su consumo
como comida, para la satisfacción de las necesidades de todas y todos los
ciudadanos del mundo.
4.
El (anti)modelo antihumanista tiene consecuencias nefastas ya conocidas y
contrastadas: I. Las poblaciones campesinas locales son desposeídas, se
arruinan, y acaban mendigando en los extrarradios de las grandes urbes (por no
hablar de sus suicidios) II. Se pierden variedades agrícolas locales
tradicionales, sustituidas por semillas diseñadas en laboratorios (en la
actualidad, en un 80%). III. Se cultivan cosechas ingentes de soja o maíz para
hacer piensos y agrocombustibles (el 90% de la soja y el 40% del maíz que se
producen en el mundo no se convierten en alimento: están destinados a los
insaciables depósitos de nuestros coches, el quinte jinete del Apocalipsis
solía decir Manuel Sacristán). IV. Los cultivos de la agroindustria toman base
en el petróleo con los riesgos próximos y acelerados que conlleva el pick oil:
abonos y pesticidas sintéticos, combustible para tractores y bombas de agua, y
para transportar cosechas al otro lado del mundo (se sabe que el 20% del
tráfico rodado en Estados Unidos transporta comida).
5.
La agroindustria genera la mitad de las actuales emisiones de CO2 en
el mundo. El modelo de agricultura local combatiría el efecto invernadero. Si
las tierras volviesen a los campesinos tradicionales, señala HH, avanzaríamos
mucho en la lucha contra el cambio climático. El retorno de los campesinos
refrescaría el planeta: los abonos orgánicos fijan el carbono en el suelo.
6.
A la agroindustria sólo le importa, básicamente, que los alimentos tengan buen
aspecto, se empaqueten fácilmente y soporten largos transportes. No su sabor
por supuesto. “Una zanahoria torcida, por rica que sea, es interceptada y no
entra en una gran superficie. ¡Se tira!”. Fuera, a la cuneta, es inservible. El
40% --el cuarenta por ciento!- de los alimentos que se producen, denuncia HH,
no llega jamás a la mesa.
7.
Es falso, otro de los mitos del capitalismo falsario y alienador (y alienado)
realmente existente, que la agroindustria sea más eficiente. El 30% de la
tierra fértil del mundo, la de pequeños campesinos, produce el 65% de la comida
(alimentación que es, además, más diversa, nutritiva y saludable).
8.
La alternativa defendida por tantos movimientos sociales críticos: soberanía
alimentaria y agroecología. La observación de HH: se trata de “respetar la
sabiduría de los payeses tradicionales: ¡ellos saben qué le conviene más a su
tierra para que los sustente!”. El saber prático, praxeológico, popular del que
suele hablar con excelentes razones Joaquín Miras, una de las almas de Espai
Marx.
9.
Hay que defender nuevas prácticas ciudadanas sostiene nuestro Premio Nobel
alternativo: gracias a Internet, “pequeños agricultores están conectando
directamente con consumidores: les ofrecen alimento fresco y saludable, y
pueden subsistir”. Él lo hace así “en Vallvidrera, treinta familias nos
proveemos de un agricultor ecológico de Collserola… Buen precio y frutas y
verdura siempre frescas y de temporada”. ¡Podemos vivir ya de otra manera, con
otras finalidades, con otros medios!
10.
Sus propuestas de gobierno: ayudas sociales a los pequeños agricultores para
que se queden en el campo. Es aberrante, un ejemplo de tecnofilia fáustica,
“que se fumiguen con avionetas desde el aire pesticidas sintéticos que lo matan
todo (incluidos cultivos de pequeños campesinos) menos la planta transgénica”.
Todo para la exportación, todo por la pasta. Un ejemplo de nuestra civilización
ecosuicida: “El inversor indio Karaturi ha comprado 300 mil Ha en Etiopía:
rotura con bulldozers grandes plantaciones para exportar”. Detrae, además, agua
del Nilo. Existe el riesgo –no es una alucinación- de que deseque “un río del
que viven millones de egipcios”.
HH
habla de la nueva burbuja, anuncia una probable burbuja agroalimentaria. Su
predicción “explotará y habrá hambrunas. Estamos jugándonos el futuro”.
¿Vamos
a permitirlo? ¿A qué esperamos para girar, organizarnos, abonar oros sendas y
transformar la situación?
PS:
En “Mercados de comida” [2], Gustavo Duch ha transitado por este mismo camino,
poniendo énfasis en otros nudos no menos infames.
Cuando
compramos ajos los pagamos, de media, a 5 euros el kilo. Esos mismo ajos han
sido comprados a agricultores por menos de 1,50. Por los tomates pagamos casi 2
euros cuando a sus productores se les ha pagado a 0,30 euros (el precio, que no
el valor señala Duch machadianamente, entre origen y destino, se ha
multiplicado en este caso por más de 6). Otro caso sangrante lo encontramos en
las coliflores “donde hay una diferencia porcentual de más del 600%”. Mientras
en un supermercado medio e ofrecen a 1,84 euros por kilo, al campesino se las
pagan a 0’24 euros. Uno de los factores que más complican la subsistencia de
las gentes en el medio rural: “el control de toda la cadena agroalimentaria
está concentrado en muy pocas grandes superficies, los supermecados, donde hoy
casi todos compramos casi todo”. Ese ‘superpoder’ marca unos precios muy bajos
a sus proveedores. En algunos casos pagan “por debajo de los costes de
producción, como con la leche o el aceite”.
No
siempre fue así, el presente no es como el pasado ni debe ser como el futuro:
“hasta no hace mucho tiempo los pequeños comercios en pueblos y barrios o los
mercados municipales ejercían el importante rol de distribuir los alimentos. Y
se disponía también de otro instrumento que relacionaba directamente a personas
consumidoras y campesinas: los ‘mercados de pageses’ semanales que se
instalaban en calles y plazas. Muchos factores, entre ellos la poca atención
que las administraciones han dado a esta práctica, los hicieron desaparecer de
muchos lugares o arrinconarlos como ‘vestigios del pasado’”. Recuperar mercados
de agricultores ofrece muchas ventajas relevantes en estos momentos de
crisis-estafa. Es también una forma de combatir el paro: “La fundamental es que
mejoran los ingresos de los productores, claro, a la vez que refuerza toda la
economía agraria y rural que tanta falta hace para generar empleo en el campo.
Impulsa la producción de alimentos frescos y locales por lo que evitamos
contaminación en recorridos larguísimos desde países lejanos. Cuando se
prioriza la presencia de productores agroecológicos tendremos alimentos
saludables, sanos y producidos en armonía con el medio ambiente”.
Duch
sostiene que si la voluntad política se activa, algunas recomendaciones se
imponen: “Primero, su objetivo fundamental no puede perderse de vista: lograr
el consumo de alimentos sanos y locales, manteniendo y potenciando la
agricultura a pequeña escala. Para ello, deben facilitarse los trámites para la
obtención de permisos, ofrecerse espacios adecuados y diferenciados para venta
de alimentos, tasas accesibles, etc. Segundo, prohibir la reventa de productos
en dichos mercados, ya que supone una competencia desleal para nuestro
campesinado. Tercero, favorecer el diálogo con otros agentes del comercio de
alimentos del entorno. Como se ha demostrado en Vitoria u Oviedo las sinergias
con el mercado municipal o los comercios del barrio son positivas para todos.
Y, por último, los ayuntamientos deben realizar difusión y promoción de los
valores que ofrece un mercado campesino”.
Duch
toma pie en el sociólogo José Ramón Mauleón y, coincidiendo con nuestro Premio
Nobel alternativo, sostiene que contar con un mercado tradicional campesino,
una vez o dos veces por semana, en un barrio de Barcelona o en un pueblo de
montaña, “es mucho más que una apuesta por un formato comercial”. Estos
mercados campesinos se insertan como pieza fundamental en el planteamiento
político de la Soberanía Alimentaria, “que defiende una agricultura –y por lo
tanto una alimentación- alejada de industrias intensivas que no generan empleo
y maltratan el Planeta, desligada de mercados con suelo de parquet donde los
alimentos son simples valores de cotización y la tierra sustrato de
especulación, para ser, en cambio una agricultura cercana a las personas y al
planeta del que somos parte”. ¿No se trata de eso? ¿No es ése el punto?
Notas:
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