Dejad que los niños vengan a mí… (Mateo 19:13)
Luis
Casado – 07/12/2012
¿En
qué lugar del mundo la Iglesia no se ha visto envuelta en escándalos de
pedofilia?
Buena
pregunta, y sería muy difícil entregar una respuesta. De la cabeza a los pies,
o si prefieres desde el Vaticano a la última parroquia de África, desde el simple
diácono, pasando por el presbítero, el obispo, el arzobispo, el primado, el
patriarca, el cardenal y hasta el Papa, todos aquellos que “desempeñan la
función de gobernar en la fe y guiar en las cuestiones morales y de vida
cristiana a los católicos” tienen una hachita que afilar, dicho sea sin
juego de palabras.
Recientemente, después de la Iglesia católica de
Irlanda, la de los Estados Unidos y la de Gran Bretaña (para no hablar de
Francia, Bélgica, Alemania y otros sitios), la de Canadá descubre que 600 niños
-hoy día adultos- fueron abusados sexualmente por “consagrados ministros”
del clero entre 1940 y 1982.
Sus agresores le agregaron la sordidez a la infamia
porque se trataba de niños discapacitados, sordo-mudos de entre 8 y 17 años,
confiados a la congregación de los Clercs de Saint-Viateur (Congregatio
Clericorum Parochialium seu Catechistarum San Viatoris). Los niños
fueron golpeados y violados por 28 curas y seis empleados laicos. Lo ocurrido
es tan odioso que no puedo sino repetirlo para que entre bien en la conciencia
de quienes lean estas líneas: Los niños fueron golpeados y violados por 28
curas y seis empleados laicos.
Algunos
de estos “depredadores” como les llaman sus víctimas, aún ejercen su
sagrado ministerio y no es de extrañar visto que la Iglesia suele protegerles,
ocultar sus desmanes, y muchas veces asegurarles una completa impunidad.
En
el sitio web de esta comunidad religiosa no se encuentra una palabra de
remordimiento. Sólo una llorosa carta a los “hermanos y hermanas” en la
que se lee: “Quieren que el público sepa nuestras faltas y nos pierda el
respeto, nos ponen en la portada de los diarios…” “¡Ah, cómo son duros estos
tiempos! ¿Dónde está el tiempo en que éramos honrados y respetados, escuchados
y apoyados? ¿Qué podemos hacer en este mundo sin piedad?”
Y
yo que sé… denunciar el matrimonio gay, por ejemplo… para seguir dando ejemplos
de moralidad…
La
hipocresía y el cinismo forman parte de una cultura centenaria en la
Iglesia.
El
ocultamiento, el secreto y la opacidad en la Iglesia no son sólo cosas de la
literatura de tipo “El Código Da Vinci”. Por eso me pareció extraña la
premura y la “transparencia” con la que la Iglesia chilena trató el caso
del ex vicario de la Solidaridad Cristián Precht.
Hubo
quién sugirió una suerte de venganza tardía contra un enemigo jurado de los
crímenes de la dictadura, pero servidor no es muy amigo de la “tesis del
complot”, tesis que sirve para un barrido y para un fregado. Sin embargo no
dejan de sorprender las declaraciones públicas de los voceros de la Iglesia.
El Obispo auxiliar de Santiago, Monseñor
Cristián Contreras, anunció que Cristián Precht no podrá ejercer
públicamente su ministerio por un plazo de cinco años, por el delito de abuso
sexual de menores y de adultos por expresa petición del Vaticano. Pero llama la
atención que la Iglesia se oponga a darle a conocer al inculpado las
identidades de los denunciantes, o sea de sus presuntas víctimas.
Si es culpable, ¡Cristián Precht debe saber quienes
son! Se le acusa de un delito (que por lo demás debiese ir a la justicia
ordinaria), ocultando los nombres de las víctimas. ¿Cómo defenderse en esas
condiciones?
Las peores dictaduras usaron y abusaron de ese tipo
de procedimiento: testigos encapuchados, ocultos, sin identidad, constituyen
una herramienta de lujo para enviar a prisión, o al cadalso, a cualquiera.
Sancta Virgo virginum, Ora Pro Nobis.
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