Howard Fast y su novela “Poder”
Howard Fast y su novela “Poder”
por Adán Salgado Andrade
El muy prolífico escritor estadounidense Howard Fast (1914-2003), es más conocido por su novela histórica Spartacus (Espartaco), publicada en 1951, sobre la vida de ese líder de esclavos de los romanos, la que tan aclamada fue que, incluso, se llevó al cine en 1960, bajo la dirección de Stanley Kubrick (ver: https://en.wikipedia.org/wiki/Spartacus_(film)).
Pero también Fast, se distinguió por su activismo en contra del establishment. En el Estados Unidos de los 1940’s, como la mayoría de los intelectuales activistas, Fast adoptó como bandera de lucha al “comunismo”, ideología proveniente de ideas difundidas por el sistema político soviético que, entre otras cosas, afirmaba que la violencia anarquista en contra de la opresión de las clases en el poder, era una forma de lucha, sobre todo, para los trabajadores que lo abrazaban.
Sin embargo, ese tipo de luchas violentas, casi siempre eran correspondidas mediante la violencia represiva de un Estado que defendía los mezquinos intereses de las clases dominantes. Las huelgas eran reprimidas brutalmente por la Guardia Nacional o las policías locales. Y eso no era revolucionario, en el sentido de que se lograran verdaderos cambios. Como señala Louis Adamic (1898-1951) en su libro Dynamite (Dinamita), publicado en 1935, “la clase obrera estadounidense, será violenta hasta que los trabajadores se vuelvan revolucionarios en sus mentes y motivos, y organicen su espíritu revolucionario en fuerza, en sindicatos con objetivos revolucionarios para alcanzar el poder. Hasta entonces, serán capaces de prescindir de la pura fuerza bruta”. Eso lo afirma Adamic, pues en su libro, narra muchas de las formas violentas a las que habían acudido, a lo largo de la historia, los trabajadores estadounidenses, con las consecuencias, casi todas malas, que habían logrado con sus movimientos, reprimidos la mayoría, en donde, frecuentemente, el resultado era de decenas de trabajadores asesinados (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.com/2018/01/los-origenes-del-sindicalismo-obrero-en.html).
Fast mismo, renegó del comunismo, diciendo que “había algo malo en lo que soñábamos del Comunismo. Nosotros tuvimos a las más nobles esperanzas y sueños de la humanidad, como nuestro credo. Pero lo malo que aceptamos, fue la degradación de nuestras almas y cómo nos rendimos a nosotros mismos, en la existencia de nuestro propio partido. Pensamos que eran los mayores logros de la humanidad, pero nos perdimos y la traicionamos y el Partido Comunista, se convirtió en una forma de destrucción” (ver: https://en.m.wikipedia.org/wiki/Howard_Fast).
El problema de raíz es que, a lo que se llama comunismo, se le ligó históricamente con el anarquismo, ideología que promueve a la violencia como única forma de lucha. En cambio, el comunismo, de acuerdo con lo que definió el líder revolucionario soviético Vladimir Lenin (1870-1924) en su libro “El estado y la revolución”, era lo que habría seguido al socialismo – en donde los medios de producción y la riqueza social, pertenecen a los trabajadores –, cuando imperaría lo que el llamó “La dictadura del proletariado”, fase de la lucha obrera en donde el poder político y económico, recaería en la clase obrera. Quizá por el término “dictadura del proletariado”, fue que al comunismo, se le ligó, desde siempre, con la violencia.
Bien, pues todo lo anterior, lo introduje, para comentar sobre la novela de Fast, titulada Power (Poder), publicada en 1962. La edición que leí, es la de la editorial estadounidense Giant Cardinal, que la reimprimió en 1964.
Precisamente dicha obra es una reflexión de lo que expongo arriba, sobre cómo la lucha obrera fue cambiando, con el tiempo, y se volvió más organizada, sin apelar a la violencia, sino únicamente a la conformación sindical que, a partir de la presidencia de Franklin Delano Roosevelt (1882-1945), tomó más fuerza, pues éste, alentó a que los sindicatos se constituyeran mejor, para que los trabajadores tuvieran mejores condiciones laborales y que las empresas privadas, por su parte, tuvieran las mismas oportunidades al homogeneizar los salarios de sus empleados, no sucumbiendo ante aquéllas que, al pagar salarios de hambre, podían ofrecer sus productos más baratos, lo que era una competencia desleal. Con la National Labor Relations Act (Acuerdo sobre las relaciones laborales nacionales), Roosevelt, logró convertir en ley, que todos los obreros de empresas privadas, pudieran sindicalizarse y aspirar a mejores condiciones laborales (ver: https://en.wikipedia.org/wiki/Franklin_D._Roosevelt).
La novela es sobre la vida de un ficticio líder minero, Benjamin Renwell Holt, quien logra ascender desde haber sido un humilde, explotado minero – hijo de mineros, a su vez –, hasta convertirse en uno de los más poderosos líderes de esa importante actividad. De la minería, sobre todo, de la extracción del contaminante carbón, dependía la sustentación energética de Estados Unidos, país que tenía poco petróleo, por entonces, pero muchísimo carbón. Por ello, ha sido uno de los países que más ha contaminado durante la era de la industrialización, por tanto carbón quemado.
La historia está referida por Alvin Cutter, quien, en sus inicios, era un periodista que trabajaba en Nueva York, para un pequeño diario. Comienza la novela en 1914, año en que los derechos de los trabajadores estaban muy golpeados, con un joven Cutter, de 22 años cumplidos.
Su interés en Holt, surgió cuando su jefe lo envió a investigar al pueblo minero de Clinton, en donde Holt, estaba tratando de sindicalizar a los mineros de ese sitio. Él, ya era líder de uno de tantos sindicatos mineros existentes, el International Miners Union (Sindicato internacional de mineros), tan mal organizado que, por lo mismo, había ido perdiendo miembros.
Recién había llegado Cutter a Clinton, cuando presenció una matanza de esquiroles que pretendieron romper una mal organizada huelga de mineros en ese sitio. Luego de ese evento, Cutter entrevistó a Holt, que había acudido a dar su apoyo a esos mineros. El líder sindical, le dijo que las huelgas se requerían para mejorar la situación de los mineros, muchos de los cuales, no ganaban ni un dólar diario, a pesar de las brutales cargas de trabajo que desempeñaban. Holt, apoyado por el endeble sindicato que dirigía, había logrado estudiar leyes, para tener forma de defender a sus agremiados.
“Si no se recurren a medidas violentas, los mineros, seguirán sufriendo gran explotación y malos tratos”. También le explicó que el carbón bituminoso, era esencial para la economía estadounidense, pues era la “energía que movía al país”.
Luego de la matanza de los esquiroles, Cutter acompañó a Holt a visitar a los mineros, para que el reportero viera las condiciones tan infrahumanas en las que vivían, comiendo muy poco en relación a las largas jornadas que destinaban a trabajar dentro de las minas. Cutter se estremeció al verlos tan flacos, al igual que a sus familias, con muy mala salud, y que vivían en chozas insalubres, húmedas y hechas de madera podrida y otros materiales de desecho. “Muchos, eran esqueletos vivientes, sin grandes esperanzas en el porvenir”, comentaba Cutter sus impresiones. No tardaron en llegar policías estatales a reprimir a los obreros, en venganza por la matanza de esquiroles. Una de las hijas de los mineros, Laura, a quien Cutter había conocido al ir a entrevistar a su familia, fue herida. Cutter la rescata y se casa con ella, cuando Laura se repone. Y se van a vivir a Nueva York, en donde Cutter, siguió laborando como reportero.
Pero Laura muere a los pocos años, debido a que nunca quedó del todo bien de las heridas en espalda y pulmones. Cuando Cutter va a la casa de Laura, en Clinton, para avisar a sus padres de que ella había fallecido, el padre de la fallecida esposa, agonizaba de enfermedad y malnutrición. La madre de Laura, al enterarse de la muerte de su hija, le llora, pero se resigna, pues, dice “de todos modos, nuestras vidas siempre han estado llenas de tristezas”. Cutter pide ayuda a Holt, para ver si podía visitar a la familia de su fallecida esposa. Holt, ante la sorpresa de Cutter, acude a Clinton y ayuda a hospitalizar al padre de Laura y a sepultarlo, pues menos de un día duró en su agonía. “Y a la madre de Laura, Holt la ayudó con cien dólares, prometiéndole que haría todo lo posible por conseguirle una pensión otorgada por el sindicato”.
Los mineros, de nuevo, se habían puesto en huelga, pero la empresa para la que trabajaban, mediante esquiroles y gente pagada, seguía operando una mina a sitio abierto, la Arrowhead, ubicada cerca de Pomax, el sitio en donde habitaban los mineros en huelga. Como los que vigilaban la minas, en un cobarde acto, habían matado al hijo de uno de los mineros, éstos, armados con rifles y explosivos, atacaron a esquiroles y a la gente contratada, matándolos a todos, a pesar de que aquéllos hasta tenían una ametralladora, lista para causar las mayores bajas posibles.
Y a pesar de la matanza, no hubo represalias, por parte de las autoridades, las que comprendieron que los de la mina, habían provocado a los mineros, al seguir trabajando, a pesar de la huelga, y al matar a un chico inocente “se lo habían ganado”. “Y seguramente, no quisieron tensar más las cosas y provocar otra matanza”, razonó Cutter, todavía no muy convencido de si lo que habían hecho los mineros era lo correcto.
Eso fue en 1924. Holt, notó el entusiasmo de Cutter y su sensibilidad hacia las condiciones de los mineros de Clinton y decide ofrecerle trabajo como su asistente de relaciones públicas. Al principio, Cutter no ve mucho futuro en ello. “Le diré, señor Holt, que no soy experto en eso, ni me creo capacitado”. Sin embargo, luego de pensarlo algunos días, Cutter decide aceptar el empleo, a pesar de que la paga no era mucha.
Y es cuando Fast, a través de la transformación gradual de Holt, muestra lo que comento arriba, que éste líder, veía la necesidad de formar un sindicato nacional minero, que tuviera tanta fuerza, que fuera capaz de paralizar a toda la industria extractiva, sin violencia, “pues con algunos mineros en huelga y otros, trabajando, no se logra unidad”. Y mientras en Clinton, habían logrado en algo, detener la producción matando a los esquiroles, “no se trata de estar matando a todos, arriesgando una matanza mayúscula entre los mineros, por policías y soldados, Alvin”, le comentó Holt sobre ese incidente a su nuevo asistente, algunos días más tarde.
Cutter, estaba consciente de que Holt se había ido transformando, desde el humilde minero que era, hasta el líder que, a pesar de que contaba con un endeble sindicato local, ya se daba cierta importancia. Para comenzar, se había casado con Dorothy, la hija de un prominente abogado, quien defendía a los mineros y quien se había encargado de enviar a Holt a la escuela de leyes. A pesar de que Dorothy, era una chica de clase media, “había aceptado casarse con Holt y sobrellevar su vida al lado de un líder minero que se había formado en el duro trabajo de las minas”. Cutter, secretamente, siempre estuvo enamorado de Dorothy, aunque nunca se lo dijo, “porque estaba mal, habría sido una traición hacia Ben”, reflexionaba Cutter.
Otros de los asistentes de Holt, eran Lena Kuscow y Mark Golden, quienes habrían de ser fundamentales para las acciones organizativas de Holt.
El International Miners Union ya estaba en las últimas, y sus miembros ya no eran ni veinte mil, “lo que redujo considerablemente el dinero por cuotas. Holt, ya ganaba menos de dos mil dólares anuales, insuficientes para mantener a su familia”.
Sin embargo, Holt no perdía la esperanza de que las cosas mejoraran. Y esa oportunidad se dio gracias a que la audiencia que tanto había buscado Holt con el presidente, por fin, se había presentado. Era ya 1933, en plena crisis – una de tantas – de la economía estadounidense, cuando el crack bursátil de 1929, la afectó por varios años. Se entiende que el presidente era el mencionado Roosevelt, aunque Holt no lo nombre. “La industria del carbón, está en crisis, señor presidente”, expuso Holt, a lo que el presidente le contestó, “Pero todas las industrias, ahorita, se encuentran en crisis”. “Pero los mineros siempre han estado en crisis, señor presidente, y si usted viera las condiciones en que viven y que más de mil de ellos han muerto de hambre en tres meses, comprendería porqué se requiere que usted promulgue una ley que haga la afiliación a los sindicatos, un derecho inalienable de los obreros, para que mejoren sus condiciones”. El presidente, sorprendido de que hubiera mineros que habían muerto de hambre, le preguntó que si era la única solución. “Sí, señor presidente, y no sólo para que mejoren las condiciones de los mineros, sino para que las de la minería, también mejoren, y se tenga garantizado todo el carbón que Estados Unidos requiere”
Y de esa entrevista, el presidente, en efecto, hizo mandatorio que sindicalizarse fuera un derecho de todos los mineros.
Cuando eso sucede, la casi quebrada International Miners Union, se endeudó, pidiendo varios miles de dólares, para financiar la creación de filiales de tal sindicato en todos lados, comenzando por Clinton.
Y la forma en que Holt daba sus discursos era tan entusiasta que, sin dudarlo, se agremiaban los mineros, “pues el presidente de los Estados Unidos, ya hizo ley el que ustedes se puedan sindicalizar, compañeros, para mejorar la situación de todos”. Y los dueños de las minas, vieron la ventaja de eso, pues al garantizar los mismos salarios, de cuatro dólares diarios, “ya no tendrán competencia desleal, señores”, como les había asegurado Holt.
El casi muerto sindicato de Holt, en pocos meses de 1934, superó el medio millón de afiliados. Y era tan efectivo, que ante las amenazas de huelga a los patrones que no quisieran cumplir con el salario mínimo y condiciones laborales dignas, aquéllos, preferían no arriesgarse, pues, al final, perderían si se daba la huelga “y tendrían que pagar todos los salarios caídos”, como también amenazaba Holt.
Cutter, de su lado, notaba cómo Holt se iba envaneciendo más y más, al ir obteniendo mayor poder, mayor dinero, gracias a las cuotas, y un mayor despotismo, cuando sus condiciones no eran cumplidas. “No sólo eso, sino que se fue subiendo el salario, de los cinco mil que ganaba anualmente, hasta llegar a veinticinco mil, pues decía que los merecía”.
Y en la correspondencia que, años más tarde, sostuvo Cutter con Dorothy, cuando Holt había muerto, ésta le decía que, en efecto, Holt había ido cambiando, “pero nunca dejé de estar a su lado, Al, a pesar de que ya no era el hombre sencillo que había conocido y con el que me casé. Mi forma de quererlo, había ido cambiando con el tiempo”.
Y ya, con toda la fuerza que Holt había adquirido, le pidieron ayuda los obreros de una de las mayores plantas automotrices que existían en Estados Unidos y en el mundo. Fast no la menciona por su nombre, pero se refirió a un paro de varias semanas que tuvo lugar en la planta de Ford Motor Company a finales de los años 1930’s.
Los obreros habían tomado las instalaciones y se habían declarado en huelga permanente, “hasta que no les mejoraran los sueldos y cumplieran con una serie de justas demandas”. Afuera de las instalaciones, la guardia nacional, había dispuesto metralletas y tanques, en el caso de que se requiriera reprimirlos.
Justo cuando Holt había acudido al sitio, para dialogar con los obreros en paro, Cutter, junto con Lena y Golden, los otros dos vitales asistentes mencionados arriba, habían sido convocados por Holt, para que le ayudaran en las negociaciones. “Los necesito aquí, conmigo, Al, sobre todo, a Golden, mi mejor abogado experto en esto de negociar condiciones”. Pero, para mala suerte de Holt, Golden muere de un infarto. “¡Pues sí que me dio un duro golpe Golden al morirse, Al, muy inoportuno su deceso!”. Cutter notó que Holt estaba contrariado no por la muerte de Golden, sino porque no había estado allí para ayudarlo a negociar.
“Tienes que venir, Al, lo antes posible”, le dijo Holt, sin mayor afectación.
Y cuando Cutter regresó al hotel, en donde se habían hospedado, le comenta a Lena la casi nula reacción de Holt ante la muerte de Golden, buen amigo de ella y de Cutter. “Mira, Al, date cuenta de que Ben no nos estima, sólo nos utiliza y nosotros, toda nuestra vida, lo hemos priorizado, le hemos dado nuestros mejores años. Ya, de verdad, debemos de librarnos de Ben, huyamos de aquí”.
Cutter comprende muy bien lo que le había dicho Lena y decide telefonearle a Holt. “Ya lo pensé bien, Ben, y no iré a apoyarte”, le comunica, decidido. “¿Estás loco?, ¡Te necesito aquí, Al!”, le exige. “No, de verdad, no podré ir. Tenemos, Lena y yo, que ir a Clinton, a sepultar a Golden, ¿recuerdas que se murió?”, le replica Cutter. “Bueno, sí, sí, claro, pero, en cuanto lo hagan, los necesito aquí”, exige de nuevo Holt.
Y fue cuando Cutter le comunicó que se despedía de la organización, algo que no pudo creer Holt, quien siempre había visto a Cutter como su mano derecha.
“Y a pesar de más de quince años que trabajamos para él, lo único que nos dio fueron mil dólares a mí y quinientos a Lena. En eso valoró nuestra lealtad”.
De todos modos, Holt logró que a los trabajadores de la planta, se les mejorara su sueldo y se cumplieran sus condiciones, lo que incrementó su, de por sí, inflada vanidad.
Cutter y Lena, luego del sepelio de Golden, regresaron a Nueva York, en donde Cutter había nacido y “nos casamos y vivimos tranquilamente el resto de nuestras vidas”
Años más tarde, en 1954, Cutter se encontró a un amigo común de Holt y él, quien lo invitó a una reunión sindical del afamado, poderoso, rico líder. “Lo hallé muy superficial, lejos del hombre sencillo que había sido”, reflexionó Cutter.
Y desdeñó tanto el encuentro, que cuando regresó a su casa y platicó con Lena, le dijo que “hoy, me encontré a un viejo amigo”. “¿Alguien que yo conozca, Al?”. “No, no lo conoces”.
Muy probablemente, Cutter se refirió a que Holt estaba tan cambiado por tanto poder, fama y fortuna, que ya era un perfecto desconocido, no el hombre modesto, quien trabajó de minero en sus años mozos.
Sí, la moraleja de toda la historia, es que el poder megalómano corrompe, deshumaniza, envanece y llena de despótica soberbia a quien lo adquiere, comenzando con los “líderes” obreros.
Contacto: studillac@hotmail.com
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