DESPEDIDA EN ESTA PRIMERA ETAPA DEL PROCESO DE REGRESO DEL TEATRO ALEPH, Y DE OSCAR CASTRO, A CHILE.
Durante los días jueves, viernes, sábado, y domingo próximos, en el
auditorio del Museo de la Memoria y los Derechos Humanos, se presentará la obra
"El exiliado Mateluna" de nuestro compañero, e inolvidable
"Alcalde" de Ritoque y Puchuncavi en 1975 y 1976, Oscar
Castro. El valor de la entrada es de $ 4.000.-
Esto corresponde al cierre de este ciclo inicial del regreso del Teatro
Aleph a Chile.
Para la última función de este ciclo, programada para el domingo 27 de
enero próximo a las 20 horas, deseo hacer una especial invitación y
convocatoria a aquellos que compartimos campos de detención con Oscar en esa
época, con el fin de que al término de la obra "El exiliado
Mateluna" nos reunamos con Oscar y los actores para, como cierre simbólico
de esta despedida, entonemos una vez más "El Negro José", conjuntamente
con todo el auditorio presente. Creo que Oscar se lo merece y
sería una muestra más del aprecio, cariño, y respeto a Oscar, a
nosotros mismos, y a todos aquellos que no podrán estar con nosotros por
haberse perdido "en la noche y en la niebla" de la dictadura
cívico-militar, o por estar lejos.
Cordialmente,
Pedro Alejandro Matta.
--------------------------------------------------------------------
"Era el tórrido verano de 1976, y la calma apacible de la media
tarde repentinamente fue alterada por el sonido de motores, gritos, órdenes
militares, y el sonido metálico que producen los fusiles cuando “se pasa la
bala”.
Los tres buses pintados de verde petróleo y con sus ventanillas cerradas
por una tupida malla de acero se estacionaron en la berma del camino ripiado;
los vehículos que los acompañaban, furgones de Carabineros, tanquetas, jeeps
artillados, y un par de camiones militares llenos de soldados portando
armamento automático, también se estacionaron en la berma, algunos delante y
otros detrás de la fila de buses. Un helicóptero acompañaba a la
comitiva sobrevolando el lugar.
Se abrieron las puertas de los buses y de su interior fueron poco a poco
descendiendo una larga fila de personas flacas, en su mayoría jóvenes, con
rostros macilentos, pobremente vestidos, quienes abrazaban modestas bolsas de
papel o atados de ropa donde se adivinaban sus escasas pertenencias.
A medida que salían de los buses eran obligados a pasar por el medio de
una doble fila de infantes de marina quienes, armados de fusiles y con gesto
adusto, los dirigían hacia un portón tras el cual se iniciaba un sendero de
tierra que subía hacia una pequeña loma cercada por una doble
alambrada de púas separadas entre sí por un espacio de diez metros de ancho que
era conocido como la “zona de muerte” para aquellos que intentaran
atravesarlo. Cada cierto trecho, torres de vigilancia de diez metros
de altura donde se advertían las siluetas de más infantes de marina con armas
automáticas.
Al llegar arriba, eran formados en filas paralelas y mientras eran
vigilados por infantes con sus fusiles FAL preparados, sus modestas
pertenencias eran cuidadosamente examinadas por personal militar. Cuando
este trámite había concluido se les permitía continuar hacia el interior del
recinto para reunirse con los cientos de “prisioneros de guerra” que los
esperaban; todos ellos “extremistas”, terroristas”, “comunistas”, y “traidores
a la Patria”, según el lenguaje oficial. Éstos tenían una apariencia
muy similar a los recién llegados y, al frente de ellos, se encontraba este
personaje relativamente alto, de nariz aguileña, un mechón de pelo cayéndole
sobre la frente, ataviado con un frac que le quedaba holgado, camisa blanca que
indudablemente había visto días mejores, corbata de pajarita, y una cinta
tricolor que le cruzaba diagonalmente el pecho, el que, con un sombrero de copa
en la mano y sonriente, procedía a presentarse ante ellos y a darles
“oficialmente” la bienvenida al campo de detención de Puchuncaví, que ese era
el sitio al cual acababan de llegar, en su calidad de “Alcalde del lugar”.
Para quienes acababan de llegar, en su primera impresión, este era sin
lugar a dudas un manicomio y el sujeto ya referido probablemente el loco mayor.
Sin embargo, esa primera impresión rápidamente era borrada para dar paso
a otra donde los recién llegados comenzaban a comprender que la capacidad de
sobreponernos, de ser capaces de reírnos de nuestras propias desventuras, y
vernos como personajes de una tragicomedia, era también una forma de
resistencia cultural y una manera de preservar y de mantener nuestro amenazado
equilibrio psicológico.
El “Sr. Alcalde” ya descrito, no era otro que Oscar Castro Ramírez,
director y creador del Teatro Aleph, incendiado y destruido por la dictadura,
quien había sido detenido por la DINA poco más de un año antes conjuntamente
con su hermana y a quien, también poco más de un año antes, le habían hecho
desaparecer a su madre y a su cuñado en la Villa Grimaldi.
Oscar no sólo fue el “Alcalde” de los campos de detención de Ritoque y
de Puchuncaví, sino que también el inolvidable compañero que lejos de
derrumbarse ante la adversidad, la crueldad, el crimen, la mentira, y la
injusticia, hizo uso de su arte para crear obras teatrales, dentro de los
campos de detención de Pinochet, que fueron importantísimas para mantener el
sentido de identidad, autoestima, y humor negro, que fueron esenciales para la
normalidad psicológica de quienes tenían como única certeza diaria la falta de
certeza futura.
“Casimiro Peñafleta, preso político” no sólo entretuvo y deleitó a su
“audiencia cautiva” en Ritoque y en Puchuncaví, sino que también lo hizo con
innumerables audiencias en diversos lugares alrededor del mundo, cuando Oscar
fue obligado al exilio y recreó y reconstruyó el Teatro Aleph en París. Su
experiencia de exilio la vertió en otra obra genial, “El exiliado
Mateluna”, que narra las vicisitudes, penas, esperanzas, y ocasionales alegrías
de quienes fuimos forzados a abandonar Chile, pero que perfectamente pueden ser
aplicables a todo exiliado sea este del país que sea. “Érase una vez
un Rey” es, en mi opinión, quizás la obra máxima de Oscar, una comedia que
transparenta y desnuda las fortalezas y las debilidades de nuestra común
condición humana y que podría suceder en cualquier lugar del mundo..
No sólo los ex prisioneros políticos de Ritoque y de Puchuncaví tenemos
una enorme deuda de gratitud con “nuestro Alcalde” de esa época, sino que todos
los chilenos tenemos una deuda con Oscar Castro, quien nos ha entregado lo
mejor que un ser humano puede entregar, su inteligencia, su capacidad creadora,
su amor por el teatro y por Chile, y su compromiso con la construcción de un mundo
mejor. Por ello el Ministerio de Cultura de Francia le ha otorgado
la distinción de “Caballero de las Artes y de las Letras”. Para mí
es un honor sumarme a las voces que dan la bienvenida al regreso a Chile del
Teatro Aleph, teatro que aunque funcionó en París por los últimos 36 años,
realmente nunca abandonó Chile."
Pedro Alejandro Matta Lemoine.
Ex prisionero político de la dictadura, conjuntamente con Oscar Castro,
en los campos de detención de Ritoque y de Puchuncaví.
Enero de 2013.
(del blog del Teatro Aleph en Chile).
0 Responses to "DESPEDIDA EN ESTA PRIMERA ETAPA DEL PROCESO DE REGRESO DEL TEATRO ALEPH, Y DE OSCAR CASTRO, A CHILE."
Publicar un comentario