Estados Unidos / México - Guerra, despenalización y control social

Posted by Correo Semanal on sábado, septiembre 10, 2016

Estados Unidos / México
Con Laura Carlsen, sobre drogas en el norte
Guerra, despenalización y control social

Hace 30 años que Laura Carlsen dejó Estados Unidos para instalarse en México. Como directora del Programa para las Américas, Laura Carlsen hace un repaso por la situación actual de las políticas de drogas que se aplican en América del Norte y señala el resquebrajamiento del prohibicionismo; y cómo la guerra contra el narco se convirtió en una por el territorio.

Eliana Gilet, desde México
Brecha, Montevideo,26-8-2016

—Participaste en la Sesión Especial de la Asamblea General de las Naciones Unidas sobre Drogas, que no se reunía desde 1998. ¿Qué tanto ha cambiado el enfoque prohibicionista?
—Existía un borrador de acuerdos que se había publicado meses antes de la reunión, que no tenía casi ningún avance: intentaba cambiar el discurso sin cambiar el modelo. El primer día aprobaron el borrador tal cual y luego abrieron la discusión. ¿Qué caso tiene si ya aprobaron su conclusión? Lo más importante fue, en el caso de la marihuana, que si vas a entrar en un régimen no prohibicionista tienes que garantizarle a la gente una fuente legal de acceso.
—La reunión fue adelantada a pedido de México, Guatemala y Colombia, pero Enrique Peña Nieto había anunciado que no participaría. ¿Cuál es la posición de México al respecto?
—En 2011, cuando se formó la comisión latinoamericana de políticas de drogas, que es independiente, fue promovida por algunos ex presidentes1 que han sido los máximos encargados de aplicar el modelo de prohibición y guerra contra el narcotráfico. Ellos publicaron un informe muy importante que dice que la guerra es un fracaso, que tenemos que buscar otro régimen y que hay que investigar la factibilidad de la regulación de la marihuana, por lo menos. Es lógico, porque aunque quisieran estos países no podrían aplicar el régimen prohibicionista como en Estados Unidos, porque la capacidad penitenciaria no les da. Este no es un camino siquiera viable para sus países. Esos mismos ex presidentes promovieron la sesión adelantada de la Ungass, diciendo que son sus países los que están pagando el costo del régimen prohibicionista y de la alta demanda de drogas que hay en Estados Unidos. Como países productores y de tránsito ellos están pagando en sangre esta política.
—¿Cómo respondió Estados Unidos?
—Presionó en contra. Para Estados Unidos la guerra contra el narco es sólo un vehículo, un pretexto para entender la militarización y su presencia en estos países. Es lo que les ha funcionado mejor al no tener a la Guerra Fría como excusa, y porque en América Latina el pretexto de la lucha contra el terrorismo nunca ha funcionado. En México está prohibido tener militares activos de otros países en territorio nacional, pero Estados Unidos lo ha logrado con la “guerra a las drogas”. La Dea, el Fbi y la Cia han tenido una expansión increíble de su presencia y actividad en el país.
—¿Cómo es esa presencia?
—A través de agentes. Mandaron tanta gente con el asunto de la guerra contra el narco que ya no cabían en la embajada. La que construyeron se transformó en la segunda embajada estadounidense más grande del mundo. La presencia también fue mediante el apoyo económico. Gracias a la Iniciativa Mérida, el tratado internacional de seguridad que financió la guerra declarada por el presidente mexicano Felipe Calderón en 2007, de un promedio anual de 35 millones de dólares, la ayuda a México saltó a 400 millones el primer año. Casi todos los contratos son para empresas estadounidenses: aviones para buscar a los narcos, lanchas de alta velocidad, y también en programas de capacitación. Los contratos de la guerra se quedan en Estados Unidos. Los que se benefician de la industria de la guerra y la seguridad privada están permanentemente cabildeando en Washington para seguir la guerra contra el narco.
—¿Cómo juega que en algunos estados se hayan empezado a despenalizar ciertos usos de la marihuana?
—Es ya una tendencia imparable. La gente está diciendo que es su derecho, que no afecta a nadie más que a quien la consume y que la marihuana es menos dañina que el alcohol. La gente ya no se traga esas mitologías y no cree en la propaganda de la guerra contra el narco, al menos en cuanto a la marihuana. También están hartos del costo social que ha tenido la guerra: hay más conciencia de que se han montado leyes que se aplican en contra de minorías, leyes que tienen una parte racista muy fuerte. Lo clave es que el prohibicionismo nunca fue una política que haya respondido a una demanda social.
—¿De dónde surge esta política?
—Es falso que en la década del 70 mucha gente se levantó diciendo que el enemigo número uno de la sociedad estadounidense eran las drogas, eso fue un invento del presidente Richard Nixon, como mecanismo de control social. Ahora circula un comentario que uno de los asesores de Nixon le hizo a un reportero años después: “Nosotros sabíamos que estábamos mintiendo sobre que las drogas eran una amenaza”. Por entonces tenían dos problemas, los jóvenes y los hippies, todos protestando contra la guerra de Vietnam, la contracultura, el papel de los negros en ese momento. Vieron que no podían criminalizar a alguien por ser joven o negro, así que lo hicieron con las drogas, por ser parte del estilo de vida de esas dos comunidades, mediante campañas mediáticas muy fuertes. Además de que se permitió la entrada en estas comunidades de algunas drogas muy dañinas, como el crack, con impactos terribles. Mucha gente sí empezó a creer en el “enemigo externo” que se tenía que combatir con mano dura. En 1969 la Operation Intercept cerró las fronteras con México para obligarlo a fumigar los plantíos de marihuana. México no quería fumigar, pero el cierre de fronteras le era durísimo. Ese fue el pretexto que usaron para demostrar su control económico y doblegar al vecino. Fue una manera de decirle a México que tiene que hacer lo que Estados Unidos pide.
—¿Por qué se dio el cambio?
—Ellos mismos ya casi prohibieron la frase “guerra contra el narco”, para suavizarla. Han buscado otros pretextos, como “narcoterrorismo” o “narcoinsurgencia”, que no tienen ninguna base real y demuestran que el consenso sobre la prohibición está roto en Estados Unidos. Pero son bien guerreros y están absolutamente casados con la prohibición y la guerra frontal contra los cárteles de la droga. Luego está la inercia de la gran burocracia, para la cual esto es su trabajo y por eso quiere continuar.
—¿Las peleas por el control del territorio son algo reciente?
—México ha sido históricamente un lugar de producción y tráfico de drogas ilícitas hacia Estados Unidos, de cocaína principalmente, marihuana y amapola para heroína. Se calcula que es un negocio que mueve 38.000 millones de dólares al año. La droga pasaba, los políticos sacaban su parte y la violencia era mucho menor que ahora. Sólo se encargaban de las rutas y ciertas zonas de producción de otros cárteles, y de las fuerzas de seguridad. En estados como Sinaloa, donde creció el Chapo Guzmán, las drogas se transformaron en la base de la economía. Hasta la fecha hay lugares en donde el narco tiene el apoyo de la gente de las comunidades, por los beneficios que deja. Tampoco en 2006 la guerra contra el narco fue una demanda social en México, ni siquiera formó parte de la campaña electoral. Fue lanzada un mes después de que Calderón asumiera el gobierno, cuando había millones de personas cuestionando la legitimidad del presidente. Se creó una alianza con el Ejército, que llevó 45 mil militares a las comunidades, promoviendo una ocupación de su propio país, en un momento de inestabilidad muy aguda y muy masiva. Es claro que las políticas de drogas siempre han sido un instrumento de control social, también con Calderón, así que cuando se metieron las fuerzas de seguridad, ocurrió una desestabilización. Cuando golpeaban a ciertos cárteles, favorecían a otros. Hubo muchos cambios respecto de quiénes controlaban la situación, los cárteles se fragmentaron, los grupos más chicos intentaron controlar otros negocios que no tienen que ver con el pasaje de la droga –la extorsión y el control de los mercados–, y así se dio una difusión del terror en los territorios que no había sido lo común en la operación de los grandes cárteles de otras épocas. Al imitar las tácticas de la guerra de ocupación de Estados Unidos en Irak, las fuerzas de seguridad convirtieron a la lucha contra los cárteles en un conflicto por el territorio.

Nota
1) Ernesto Zedillo, de México, César Gaviria, de Colombia, Ricardo Lagos, de Chile, y Fernando Henrique Cardoso, de Brasil.