Uruguay - Artigas (1) después de la inundación

Posted by Correo Semanal on miércoles, enero 13, 2016



Agua que saca de quicio

El río Cuareim vuelve a su cauce mientras la ciudad se debate entre la desgracia y el Carnaval. Entre la lluvia y el calor insufrible. Entre el enojo y la resignación. Entre la pobreza de su población y la pobreza de la Intendencia. Entre la excepción y la normalidad. Entre el techo y la intemperie.

Venancio Acosta, desde Artigas
Brecha, Montevideo, 8-1-2016

El cuerpo tiene memoria. Lejos de complejas fórmulas hidrométricas y procedimientos meteorológicos de punta, un veterano almacenero del barrio Rampla, en la ciudad de Artigas, se basta a sí mismo para medir el nivel del río y determinar con precisión su comportamiento durante los últimos años: esta vez el agua le llegó a los hombros –dice, gesticulando–, mientras que la última gran subida del Cuareim, en 2001, apenas le había alcanzado a las rodillas. Lo arriesgado del cálculo no le impide concluir: “Fue la más grande de la historia”. Se refiere a la inundación que aguó el fin de año de miles de uruguayos, y arrasó a su paso viviendas, carreteras y plantíos, asegurándole a Artigas el primer lugar entre los departamentos con mayor número de desplazados del país. Habituados a los podios infelices, al amanecer del año más de 10 mil artiguenses –entre evacuados y autoevacuados– se dispusieron a regresar a las casas que el río había tomado por asalto.
Vencidos los días de furia, hubo que imponer orden a los desmanes del agua. A más de una semana del desastre, los pilones de basura aún se amontonaban en los barrios lindantes con el río, a pesar del ir y venir de los camiones municipales. Con la inundación encima, se veían los electrodomésticos flotando en la corriente marrón. Y en los días sucesivos las veredas acumulaban muebles baratos de madera compensada, inutilizados por el agua, cual si fueran hojas de papel. Sofás, relojes, muñecas, ropas varias, y toda clase de artilugios que hacían a la vida cotidiana e íntima de los vecinos, cortaban el paso de las calles y escenificaban un ambiente de devastación. Entre los trastos desperdigados por la calle Fortunato Posadas, donde el río entró a saco, un ejemplar del libro Noite un norte, poemario en portuñol del escritor artiguense Fabián Severo, yacía enterrado en el barro. “Para Mariana en agradecimiento por acompañarnos. Para que nuestra lengua sea un orgullo. Fabián”, dice la dedicatoria, de puño y letra del autor, en la primera página húmeda y mugrienta.
Auxiliado por un contingente de organizaciones y empresas locales, el gobierno municipal reunió un arsenal de kits para desinfectar que repartió entre los inundados, ocupados entonces en librar las viviendas de la mugre y el mal olor. En su súbita crecida, el río arrastró malezas, barro, animales e inundó pozos sépticos, suciedad que se busca eliminar a fuerza de detergente e hipoclorito. “Cuando quise sacar mis porquerías, el agua ya estaba ahí”, recuerda un vecino, y narra (mientras sus manos blanqueadas por el pórtland se afirman en una pala) que tuvo que remover todo el lambriz de las piezas para higienizar la casa. Donde pasó el agua, marcas nítidas oscurecen las fachadas. El hedor a humedad y podredumbre todavía persisten. Durante el día, el merendero infantil Dionisio Díaz del barrio Rampla permaneció con las puertas y ventanas abiertas de par en par para ventilar. “Acá dan café pa’ los gurí”, explica el sereno, quien acerca de la crecida, liando un tabaco, asegura no haber visto cosa igual. A la entrada, lo primero que se ve es la bandera nacional ennegrecida por un manchón de barro seco.

Fondos y fachadas
La rambla Kennedy es un camino de tierra que bordea el río Cuareim y atraviesa los barrios más pobres de la ciudad, donde el agua siempre llega primero. No sólo por oposición geográfica, habría que definirla como la antítesis exacta de la rambla de Montevideo. Acá no se lucen los balcones ni los grandes edificios; no arrecian las olas, ni la vista es privilegiada. Tampoco resaltan la arena blanca ni los grandes buques. Las únicas edificaciones son viviendas con las que el río se da de bruces –entre ellas varios ranchos enclenques–, y las únicas embarcaciones son chalanas que traen mercadería de Brasil. La única vista es al río: sus barrancos y matorrales, ahora rebosantes de bolsas plásticas y un sinfín de inmundicias. Con la subida, el agua peinó los arbustos y levantó los alambrados. Si la rambla montevideana es la fachada más célebre del país, la rambla Kennedy es el fondo mugroso y apagado que conviene no exhibir a las visitas.
Gran parte de los pobladores de la rambla son areneros y ladrilleros, oficios de la orilla del río. Pasada la ira del agua vieron cómo las carretillas con las cuales transportan sus cargas quedaron desparramadas a lo largo del camino; arrastradas de un barrio a otro, empotradas en las veredas, o incluso incrustadas en la puerta de alguna casa. Alejandro –un pibe con corte de pelo tipo mohicano y un gran tatuaje del Club Atlético Bella Vista en el medio del pecho– logró salvar el carro y los caballos. “Fue lo primero que sacamos”, cuenta riéndose, dando a entender, con cierta picardía, que en la casa no había nada más importante. Eso sí, perdió 5 mil ladrillos listos para la venta. Según él, eso significa cerca de 10 mil pesos. Los ladrilleros venden su producción en las obras de la ciudad. A raíz de las pérdidas, la Intendencia planteó comprar la producción en tanto los ladrilleros produzcan en predios del Ejército. A la vez propuso incorporar a cerca de sesenta ladrilleros a trabajar en la refacción de las viviendas dañadas, bajo el mando de un oficial de obra y con un contrato prorrogable de 30 días. Esta semana a lo largo de la rambla Kennedy el humo que sube por el aire no es el de los hornos de ladrillos sino el de las fogatas callejeras en las que arden los amasijos de muebles, arbustos, tierra y artículos domésticos inservibles. Hogueras de humo negro que hacen parecer el lugar una zona bombardeada.
A pocas cuadras del río, quién sabe desde cuándo y por qué motivo, hay una casa en cuya fachada alguien pintó un enorme “Guernica”, obra insigne de Picasso que representa el bombardeo por la aviación fascista de esa ciudad del País Vasco durante la guerra civil española. La curiosa referencia viene a cuento, si se piensa en el aspecto ruinoso de parte de la ciudad, sumado a declaraciones de integrantes del Centro de Coordinación de Emergencias Departamentales (Cecoed) que osaron equiparar la inundación con un tsunami, al despliegue permanente del Ejército con la presencia del comandante en jefe Guido Manini Ríos agradeciendo a sus subordinados por el “servicio a la patria”, y a la visita del subsecretario de Defensa, Jorge Menéndez, quien comparó el mal rato artiguense con lo que había visto en Haití y el Congo.
El coordinador del Cecoed de Artigas, Juan José Eguillor, dijo a Brecha que hubo cierta resistencia de la gente a salir de sus hogares cuando el Instituto Nacional de Meteorología (Inumet) emitió sus primeras advertencias. “Llegó una el día 22, y tres más el día 23. La gente se confió. Los tiempos de actuación fueron adecuados, si la gente hubiera respondido a toda la comunicación que se hizo…”, insinúa. Cuenta que se avisó del peligro cuando el río aún no había salido de su cauce, pero los vecinos sólo se preocuparon “cuando vieron que el agua se venía”. La crecida llegó a los 15,28 metros. Una marca sin precedentes, que para ser registrada en Artigas requirió que los técnicos consiguieran una nueva regla, porque la que había sólo medía hasta los 15 metros. Sobre si Artigas cuenta con elementos para diagnosticar a tiempo los peligros del río, Eguillor afirmó: “Se está trabajando en un proyecto piloto para la implantación de un sistema de alerta temprana. Se van a colocar algunas estaciones telemétricas para, junto con la Universidad, el Inumet, el Sistema Nacional de Emergencia (Sinae), la Dinagua y la Agencia Nacional de Aguas de Brasil, desarrollar un análisis más eficaz”.

Techos y paredes
Una familia termina de deshacer los restos de una pieza que la inundación desestabilizó. “Hace poco habíamos revestido todo el baño”, dice uno de los hijos que, pala en mano, rompe un resto de ladrillo que sobresale de la pared. Mientras tanto, cabizbajo, un vecino va y viene con gruesas ramas que el agua arrastró hasta el frente de su casa y que él se ocupa de trozar a golpes de facón y luego tira junto a los demás desperdicios. Sin levantar la mirada, al pasar junto al fotógrafo de Brecha que retrata la pieza derrumbada, murmura: “¿Van a arreglar algo sacando fotos?”. Y vuelve a la tarea sin chistar.
Hubo enojo de algunos vecinos con los visitantes que en lugar de colaborar en sacar el mobiliario cuando el agua se lo llevaba todo, se dedicaban a reportear para las redes sociales desde sus teléfonos. Muchos exhiben una curtida resignación, forjada en años de lo mismo, y un visible descreimiento respecto de la supuesta ayuda del gobierno para restituir lo perdido o para construir una vivienda digna en una zona no inundable. “Quién sabe”, “a lo mejor”, “no creo”, repiten. A pesar de las pérdidas, en algunos hogares retumban las cumbias y los vecinos toman mate en las veredas al lado de las montañas de basura. Habiendo pasado lo peor, hay quienes hasta piden una foto familiar: juntan a los niños, se abrazan y sonríen, aunque todo a su alrededor haya sido arrasado.
Además de los 9 millones de dólares anunciados por el gobierno central, los departamentos afectados contarán con algunas ayudas puntuales de los ministerios, a las que habría que sumar los 60 mil dólares anunciados por la embajada de Estados Unidos, y contribuciones locales: monetarias o en alimentos, materiales de construcción, productos higiénicos, entre otros. Para ello la Intendencia también habilitó una serie de cuentas bancarias. Pese a todo, Luis Subié, asesor del intendente, detalló a este semanario que “abarcando todos los daños (agricultura, lechería, ganadería, caminería, vivienda y daños sociales)”, la administración valúa las pérdidas en aproximadamente 25 millones de dólares.
El intendente Pablo Caram (Partido Nacional) desfiló por los canales de televisión capitalinos exhortando a colaborar más y resaltando la situación de Artigas como la Intendencia más pobre del país. A los reclamos se sumaron algunos legisladores nacionalistas, como Luis Lacalle Pou, Luis Alberto Heber y Javier García, quienes desembarcaron en la ciudad y en tono de campaña electoral exhibieron su preocupación por la escasa colaboración del gobierno, al tiempo que despotricaban por el dinero que se iba a emplear en capitalizar Ancap. Las protestas encontraron la respuesta de la senadora Patricia Ayala (Mpp) –ex intendente del departamento–, quien en el mismo tono acusó a los nacionalistas de tergiversar y mentirle a la población sobre la situación de la petrolera.
En tanto, Alejandro, el ladrillero, cuenta que los técnicos de la Intendencia ya le advirtieron a su familia que tiene que abandonar la casa –un cubículo de humedad y moho– por el riesgo de derrumbe existente. Ha decidido quedarse con su familia porque no tiene donde dormir. Bromea con acampar, donde sea, si es necesario. En la ciudad ya son varios los ladrilleros sin techo. “Cincuenta y cinco viviendas fueron totalmente destruidas”, dijo Caram a Brecha, y agregó que existe “otro tanto que hay que reparar para que la gente pueda entrar”. En los últimos días quedaban aproximadamente doscientos evacuados en algunas escuelas y en el Gimnasio Municipal, a la espera de una respuesta de la Intendencia, desde donde se asegura que se está en permanente contacto con la Dirección Nacional de Vivienda y trabajando en la implementación de planes urgentes de realojo. Varios jerarcas han dicho que la Intendencia no cuenta con terrenos para edificar. Subié, el asesor de Caram, indicó que a corto plazo la Intendencia se ha limitado, con recursos propios y algunas donaciones, a brindar algunos materiales para la refacción de los hogares afectados. “Ahora tenemos como prioridad buscar planes de realojo para las familias que se quedaron sin vivienda. Pero hay un gran problema: la Intendencia de Artigas no cuenta con una cartera de tierras. Hay que avanzar con el Mvotma y Ose por el saneamiento.”
Por el contrario, Rossana Apaolanza, directora de Desarrollo Social, dijo ayer a La Diaria que la Intendencia sí cuenta con terrenos aptos para la construcción de alrededor de cien viviendas. Así lo admitió el intendente Pablo Caram al ser consultado por Brecha, e indicó que los arquitectos ya están trabajando y pronto comenzarán a levantarse 55 viviendas. Aun así, el intendente contó a este semanario que la comuna estuvo en contacto, en Montevideo, con un propietario de tierras en el departamento de Artigas y que negocia con él. “Estoy hablando con el hombre, y me está pidiendo un ojo y algo más”, narró. Caram, quien antes de asumir como intendente era un reconocido comerciante del medio, vacila al dar datos concretos y olvida las cifras globales de la inundación: “Pero hay mucha gente que no quiere volver a vivir cerca del río, eso para nosotros es muy importante”, declaró. Lo cierto es que a más de dos semanas de la gran crecida del Cuareim no se han anunciado concretamente los detalles del plan de realojo, y las cifras manejadas varían según el jerarca consultado. Al cierre de esta edición, de parte del gobierno central sólo llegaron 3,5 millones de pesos, según dijo a Brecha el intendente, que en estos días se reuniría con Pedro Apezteguía, uno de los directores de la Oficina de Planeamiento y Presupuesto, para tramitar el resto de las cifras prometidas. “Vamos a ver los porcentajes –agregó–, porque a nosotros nos corresponde más que a los otros departamentos.”

Dramas y fiestas
En Artigas, Rampla no es precisamente conocido por sus desgracias sino por el brillo de la escuela de samba del barrio, campeona imbatible del Carnaval local. Un rumor sin origen claro se expandió en los días posteriores a que el barrio quedara bajo agua: algunos perjudicados rechazaban la realización del desfile de samba de febrero, vista la desdicha por la que estaban atravesando. “¡No va a haber Carnaval!” “¡El pueblo sufriendo y ellos quieren festejar!”, vociferaba esta semana un vecino luego de descargar una heladera, tan vieja como el Chevette en cuyo baúl la había traído amarrada. Sus reproches reflejaban lo que se comentaba en la prensa y en la calle. La Intendencia había planteado restarle un millón de pesos al presupuesto otorgado a la Federación de Escuelas de Samba de Artigas para la organización del Carnaval, a fin de destinar ese dinero a los evacuados. Pero aún no llegó a concretarlo. Sí se decidió entregarles a los afectados 2 mil entradas gratis al evento, que finalmente se hará, por ser un “generador de ingresos fundamental” para el departamento, según se dijo.
Y hubo más. Perecieron los arrozales, los viñedos y los caminos rurales quedaron inservibles. Un hombre murió ahogado al intentar rescatar una punta de ganado cercada por el agua. Cayeron los muros del estadio. Desconocidos se llevaron en un bote el tendido eléctrico del parque. El 6 de enero una camioneta se paseó por los barrios pobres repartiendo juguetes. La bandera del departamento, que en la plaza José Batlle y Ordóñez flamea en medio de las de Argentina y Brasil, se mantuvo varios días a media asta. A su alrededor, bajo un calor abrasador y un clima en apariencia extraño al drama de los barrios de la periferia, autos y camionetas atestaban durante las noches el centro de la ciudad, luciéndose al pasar una y mil veces por la avenida principal. El ambiente de distensión que trasuntaban algunos ya había sido apuntado por el secretario general de la Intendencia, Sergio Arbiza, quien en conferencia con los medios locales dijo: “Vamos a hacer el Carnaval, porque después de toda esta desgracia tenemos que divertirnos un poco, ¿no es cierto?”.


Nota de Correspondencia de Prensa
1) Departamento situado en el noroeste, a 600 kilómetros de Montevideo. Un puente sobre el río Cuareim conecta su capital, Artigas, con la ciudad brasilera de Quarai. Tiene una extensión de 11.928 km2 y una población de 74.000 habitantes. Sus principales actividades económicas son la ganadería, la agricultura y la minería. En la ciudad de Bella Unión se encuentra el grueso de la producción de caña de azúcar, cuna de la  Unión de Trabajadores Azucareros de Artigas (UTTA), los “peludos”, organizados por Raúl Sendic (fundador del movimiento tupamaro) al inicio de los años 1960. Es uno de los departamentos del país con mayor índices de pobreza, desempleo y trabajo “informal”. Los empleos públicos (municipios, policía, ejército, salud, enseñanza) constituyen la principal fuente laboral. La mayoría de la gente compra sus alimentos en los comercios y supermercados de Quarai (30% más barato) y muchos sobreviven del llamado “contrabando hormiga” o “bagayeo”.