Asia - El último destino del turismo sexual

Posted by Correo Semanal on miércoles, enero 13, 2016


Laura Secorun Palet *
Ozy
Traducción de Lucas Antón – Sin Permiso

A Mark, un jubilado de Londres, de 65 años, le llevó algo de tiempo comprender por qué tantos hombres blancos pasaban el tiempo solos en el bar de aire tristón de su hotel de Vientiane, en Laos, cuando estuvo de turismo en 2013. Entonces se fijó en todas las jóvenes del lugar que deambulaban por los alrededores. Y fue en ese momento cuando Mark se dio cuenta de que, a diferencia de él, aquellos tipos no habían ido a Laos por sus imponentes templos del siglo XVI o sus espectaculares cascadas.
El turismo está dando un tórrido giro en Laos y este país, antaño aislado, tiene un montón de rivales que se extienden entre Myanmar y Bangladesh. Aunque ninguno de estos países contienden exactamente por el dudoso título de capital del turismo sexual, todos están descubriendo oportunidades a su manera, ahora que el gobierno de Tailandia está tomando medidas enérgicas contra una industria del sexo de fama mundial. Tentados por la promesa económica del turismo, pero faltos de los recursos para impedir el tráfico sexual y otros abusos, muchos de estos países se encuentran en un terreno difícil, dicen los expertos. Myanmar, por ejemplo, negó recientemente la entrada a varios agresores sexuales a la infancia, pero muchos otros consiguen entrar fácilmente.
“Para algunos delincuentes sexuales, descubrir nuevos destinos y lugareños desprevenidos forma parte de su atractivo”, afirma Karen Flanagan, que gestiona la unidad de protección infantil de Save the Children. Desde luego, no hay más que pasar unos minutos en los rincones más sórdidos de Internet para comprobar que el sector registra nuevos territorios. “Birmania es el nuevo sabor del mes”, escribe un hombre que se autodenomina Alejandro. “Parece que todo el mundo quiere un trozo de la [nueva] tarta”, coincide Pak2F. “¡Creo que las mujeres de Laos son estupendas!”, dice Sam.
El telón de fondo de esto es el rápido crecimiento del turismo en estos países. Si parte de la emoción del turismo sexual consiste en “descubrir nuevos destinos”, estos países del sudeste asiático, antes cerrados al mundo, se ajustan al perfil. Hace sólo unos pocos años, apenas sí había quien pudiera conseguir un visado de turista para Myanmar; este año el país espera recibir más de tres millones de turistas. En el Laos comunista, los visitantes extranjeros generan ya el 12% del Producto Interior Bruto, de acuerdo con el Consejo Mundial de Viajes y Turismo, y aunque Bangladesh nunca ha estado tan aislado como cualquiera de estos países, está hoy invirtiendo enormemente en turismo: su aportación a la economía se ha cuadruplicado desde 2012.
Y no nos equivoquemos: aunque cuando no aparezca en las cuentas, el comercio sexual puede representar una parte vital de la economía. A mediados de los años 90, mucho antes de llegar a su apogeo, el turismo sexual llegaba a aportar hasta 27.000 millones al PIB de Tailandia, de acuerdo con la Organización Internacional del Trabajo (OIT). No todo iba a las prostitutas, por supuesto; también beneficiaba a hoteles, polis corruptos, agencias de turismo, bares al aire libre, saunas, cabarets y, por supuesto, clínicas de salud (en Bangkok, un 19 % de las trabajadoras sexuales por cuenta propia tenían VIH en 2007). Hoy, algunos de los nuevos turistas sexuales son bien conscientes de su papel en la economía. Un joven norteamericano que visitaba las Filipinas y se gastó 50 dólares por noche para estar con una chica hacía que sonara como si se comportara como un agente de bienestar social, puesto que “el sexo es consentido y no hay abusos, tráfico de personas o drogas”.
Pero en muchos de estos nuevos destinos, el tráfico de personas, las drogas y los abusos están a menudo presentes, igual que la explotación infantil y las enfermedades de transmisión sexual (ETS). En Tailandia empezaron a aplicarse medidas enérgicas a causa principalmente de la preocupación por la salud pública y sólo cuando las ETS alcanzaron proporciones descomunales. El turismo presenta hoy nuevos desafíos. Hasta iniciativas de buenas intenciones, como el “volunturismo” y el turismo de orfanatos, “presentan un nuevo riesgo de explotación sexual para niños vulnerables”, afirma Dorine van der Keur, experta en turismo y abusos sexuales en la organización no lucrativa ECPAT International. Mientras tanto, Internet está haciendo más fácil esquivar a la policía. En una página repleta de imágenes de supuestas prostitutas de Bangladesh, pregunta “Jono”: “¿Cuánto cuesta una prostituta callejera en Dhaka 2015?” y un lugareño emprendedor con el nombre de “Playboy Dark spider” se ofrece a arreglarlo con una acompañante por 60 dólares.
El gobierno de estos países en desarrollo tiene poca capacidad para localizar a gente como Jono. Los ministerios de Turismo no responden a las peticiones de declaraciones, pero los expertos dicen que aplicar leyes contra la prostitución ya resulta bastante difícil; terminar con las redes de tráfico sería un sueño. De modo que ¿cómo pueden estos destinos promisorios recoger los beneficios del turismo sin sufrir los costes, humanos y de otro tipo, de la explotación? Hay quienes creen que la mejor opción no estribaría en medidas severas como las de Tailandia sino en legalizar el comercio sexual y controlarlo de modo estricto, como hacen Amsterdam y Singapur. Dejar el comercio sexual entre tinieblas hace posible que prospere, de acuerdo con Phil Robertson, subdirector del departamento para Asia de Human Rights Watch. Y con el comercio sexual en la penumbra, “los gobiernos de la región no hacen otra cosa que asegurarse de que les resulte más difícil a las trabajadoras sexuales reivindicar sus derechos”, añade. 
Pero ni siquiera la legalización aborda la raíz del problema: la demanda. Esa es la razón por la que muchas organizaciones benéficas insisten que la prevención es la única solución a largo plazo. Y a ojos de Flanagan y Save the Children, la salvación sólo llegará enseñando a los hombres a respetar en todo el mundo a las mujeres. “De lo contrario, el problema irá saltando de un país a otro”, dice Flanagan.

* Periodista barcelonesa de la revista digital norteamericana Ozy.