Asia - El último destino del turismo sexual
Laura Secorun Palet *
Ozy
Traducción de Lucas Antón – Sin
Permiso
A Mark, un jubilado de Londres, de 65
años, le llevó algo de tiempo comprender por qué tantos hombres blancos pasaban
el tiempo solos en el bar de aire tristón de su hotel de Vientiane, en Laos,
cuando estuvo de turismo en 2013. Entonces se fijó en todas las jóvenes del
lugar que deambulaban por los alrededores. Y fue en ese momento cuando Mark se
dio cuenta de que, a diferencia de él, aquellos tipos no habían ido a Laos por
sus imponentes templos del siglo XVI o sus espectaculares cascadas.
El turismo está dando un tórrido giro
en Laos y este país, antaño aislado, tiene un montón de rivales que se
extienden entre Myanmar y Bangladesh. Aunque ninguno de estos países contienden
exactamente por el dudoso título de capital del turismo sexual, todos están
descubriendo oportunidades a su manera, ahora que el gobierno de Tailandia está
tomando medidas enérgicas contra una industria del sexo de fama mundial.
Tentados por la promesa económica del turismo, pero faltos de los recursos para
impedir el tráfico sexual y otros abusos, muchos de estos países se encuentran
en un terreno difícil, dicen los expertos. Myanmar, por ejemplo, negó
recientemente la entrada a varios agresores sexuales a la infancia, pero muchos
otros consiguen entrar fácilmente.
“Para algunos delincuentes sexuales,
descubrir nuevos destinos y lugareños desprevenidos forma parte de su
atractivo”, afirma Karen Flanagan, que gestiona la unidad de protección
infantil de Save the Children. Desde luego, no hay más que pasar unos minutos
en los rincones más sórdidos de Internet para comprobar que el sector registra
nuevos territorios. “Birmania es el nuevo sabor del mes”, escribe un hombre que
se autodenomina Alejandro. “Parece que todo el mundo quiere un trozo de la
[nueva] tarta”, coincide Pak2F. “¡Creo que las mujeres de Laos son
estupendas!”, dice Sam.
El telón de fondo de esto es el
rápido crecimiento del turismo en estos países. Si parte de la emoción del
turismo sexual consiste en “descubrir nuevos destinos”, estos países del
sudeste asiático, antes cerrados al mundo, se ajustan al perfil. Hace sólo unos
pocos años, apenas sí había quien pudiera conseguir un visado de turista para
Myanmar; este año el país espera recibir más de tres millones de turistas. En
el Laos comunista, los visitantes extranjeros generan ya el 12% del Producto
Interior Bruto, de acuerdo con el Consejo Mundial de Viajes y Turismo, y aunque
Bangladesh nunca ha estado tan aislado como cualquiera de estos países, está
hoy invirtiendo enormemente en turismo: su aportación a la economía se ha
cuadruplicado desde 2012.
Y no nos equivoquemos: aunque cuando
no aparezca en las cuentas, el comercio sexual puede representar una parte
vital de la economía. A mediados de los años 90, mucho antes de llegar a su
apogeo, el turismo sexual llegaba a aportar hasta 27.000 millones al PIB de
Tailandia, de acuerdo con la Organización Internacional del Trabajo (OIT). No
todo iba a las prostitutas, por supuesto; también beneficiaba a hoteles, polis
corruptos, agencias de turismo, bares al aire libre, saunas, cabarets y, por
supuesto, clínicas de salud (en Bangkok, un 19 % de las trabajadoras sexuales
por cuenta propia tenían VIH en 2007). Hoy, algunos de los nuevos turistas
sexuales son bien conscientes de su papel en la economía. Un joven
norteamericano que visitaba las Filipinas y se gastó 50 dólares por noche para
estar con una chica hacía que sonara como si se comportara como un agente de
bienestar social, puesto que “el sexo es consentido y no hay abusos, tráfico de
personas o drogas”.
Pero en muchos de estos nuevos
destinos, el tráfico de personas, las drogas y los abusos están a menudo
presentes, igual que la explotación infantil y las enfermedades de transmisión
sexual (ETS). En Tailandia empezaron a aplicarse medidas enérgicas a causa
principalmente de la preocupación por la salud pública y sólo cuando las ETS
alcanzaron proporciones descomunales. El turismo presenta hoy nuevos desafíos.
Hasta iniciativas de buenas intenciones, como el “volunturismo” y el turismo de
orfanatos, “presentan un nuevo riesgo de explotación sexual para niños
vulnerables”, afirma Dorine van der Keur, experta en turismo y abusos sexuales
en la organización no lucrativa ECPAT International. Mientras tanto, Internet
está haciendo más fácil esquivar a la policía. En una página repleta de
imágenes de supuestas prostitutas de Bangladesh, pregunta “Jono”: “¿Cuánto
cuesta una prostituta callejera en Dhaka 2015?” y un lugareño emprendedor con
el nombre de “Playboy Dark spider” se ofrece a arreglarlo con una acompañante
por 60 dólares.
El gobierno de estos países en
desarrollo tiene poca capacidad para localizar a gente como Jono. Los
ministerios de Turismo no responden a las peticiones de declaraciones, pero los
expertos dicen que aplicar leyes contra la prostitución ya resulta bastante
difícil; terminar con las redes de tráfico sería un sueño. De modo que ¿cómo
pueden estos destinos promisorios recoger los beneficios del turismo sin sufrir
los costes, humanos y de otro tipo, de la explotación? Hay quienes creen que la
mejor opción no estribaría en medidas severas como las de Tailandia sino en
legalizar el comercio sexual y controlarlo de modo estricto, como hacen
Amsterdam y Singapur. Dejar el comercio sexual entre tinieblas hace posible que
prospere, de acuerdo con Phil Robertson, subdirector del departamento para Asia
de Human Rights Watch. Y con el comercio sexual en la penumbra, “los gobiernos
de la región no hacen otra cosa que asegurarse de que les resulte más difícil a
las trabajadoras sexuales reivindicar sus derechos”, añade.
Pero ni siquiera la legalización
aborda la raíz del problema: la demanda. Esa es la razón por la que muchas
organizaciones benéficas insisten que la prevención es la única solución a
largo plazo. Y a ojos de Flanagan y Save the Children, la salvación sólo
llegará enseñando a los hombres a respetar en todo el mundo a las mujeres. “De
lo contrario, el problema irá saltando de un país a otro”, dice Flanagan.
* Periodista barcelonesa de la
revista digital norteamericana Ozy.
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