Argentina - Mauricio Macri: discurso poshegemónico y nuevo “cesarismo”
Reflexiones preliminares sobre el significado de la nueva narrativa oficial.
Fernando Rosso y Juan Dal Maso
La Izquierda Diario, Buenos Aires,
12-12-2015
“La hegemonía no existe, ni nunca ha
existido. Vivimos en tiempos poshegemónicos y cínicos; nadie parece estar
demasiado convencido por ideologías que alguna vez parecieron fundamentales
para asegurar el orden social”.
Con esa frase inicia el investigador
canadiense John Beasley-Murray el texto de su libro Poshegemonía. Teoría
política y América Latina, publicado en 2010 por la editorial Paidós.
Beasley-Murray parte de una versión
“vulgarizada” de la teoría de la hegemonía de Antonio Gramsci a la que
identifica con el consenso, mientras que propone una teoría de la “poshegemonía”
basada en tres ideas: hábito, afecto y multitud (concepto este último que
reemplaza la noción de clase).
Dentro de estas coordenadas, estaríamos
viviendo en tiempos en los que existen formas de constitución de las
subjetividades por parte de un poder que se ejerce menos desde una ideología
con base consensual que desde una dominación “biopolítica”. Una dominación
basada en el hecho de que el Estado permea de manera creciente la vida
cotidiana, mientras se verifica un “declive de la sociedad civil”.
En este contexto, Beasley-Murray realiza
una crítica bastante eficaz de la teoría de Ernesto Laclau y señala que su
concepción de la hegemonía y el populismo en definitiva es una teoría de la
eminencia del Estado respecto de las clases subalternas y los movimientos
sociales. Crítica que puede aplicarse a su vez a la estadolatría que marcó tan
a fuego los doce últimos años de la vida política argentina.
Si bien el trabajo es de conjunto
cuestionable desde muchos puntos de vista, ofrece algunas claves para comprender
el discurso descafeinado del flamante presidente Mauricio Macri y más en
general el tipo de relaciones Estado-Sociedad, Dirigentes-Dirigidos,
Gestores-Consumidores, que vocea el nuevo gobierno. Una forma de esconder
detrás de la opacidad de un discurso “buena onda”, una guerra social del
Capital contra el Trabajo.
Hegemonía débil y poshegemonía
El kirchnerismo fue, a su manera,
“laclausiano”. Frente a una “multitud” que se había expresado en 2001 (bloque
social heterogéneo en un contexto de retroceso y debilidad estructural de la
clase obrera), buscó recomponer la autoridad del Estado, al mismo tiempo que
moldear un sujeto colectivo que a medida que se retiraba de las calles se
identificaba como el “pueblo”, en los marcos del acceso al consumo y de un discurso
que desde arriba se proponía como supuesto articulador de las demandas
insatisfechas.
Como señalábamos en otro lugar, a lo
máximo que puede aspirar este tipo de estrategia política es a una “hegemonía
débil”. Manteniendo a la clase trabajadora en una posición subalterna desde el
punto de vista político e instrumental desde el punto de vista social, chocó
con sus propios límites de clase y, paradoja del “populismo”, facilitó el
camino al ascenso de la “nueva derecha”.
El nuevo presidente sale a evangelizar
con la Biblia opuesta: No hay que confrontar, hay que dialogar, tenemos que
unirnos todos, te lo digo a Vos. Un discurso que hace de la “desideologización”
la clave de su propia marca ideológica.
Con mucha voluntad y haciendo mucha
fuerza, puede descartarse en un 99,99% que Macri sea lector de Beasley-Murray.
Sin embargo, podemos decir igualmente
que su discurso tiene aristas “poshegemónicas”: busca moldear desde el Estado
la subjetividad de sus gobernados de forma tal que abandonen crecientemente cualquier
identificación colectiva (no tan sólo como clase, sino que ni siquiera como
pueblo) y cualquier acción contenciosa o conflictual encarada colectivamente.
El sujeto de su discurso no es la clase ni el pueblo, ni la multitud; es una
suma de individuos, ante todo consumidores dedicados a la vida privada, en una
recomposición “no confrontativa” de los hábitos y de los afectos.
Aquí entra en juego el último componente
“poshegemónico” del discurso macrista: el cinismo, o mejor dicho, la apuesta
por el cinismo. Es decir, la apuesta por que la continuidad del consumo o la
promesa de que un horizonte de consumo mayor para el futuro, permita sostener y
justificar los ajustes en tiempo presente.
Palabras, trincheras, decretos
Una de las cuestiones que empobrecen los
análisis de la hegemonía como reductible a mero consenso y por ende a la
crítica "poshegemónica" que se deriva de este tipo de lectura, es el
desconocimiento de que la sociedad no se sostiene por un discurso al que la
gente simplemente presta apoyo (o no), sino por un “sistema de trincheras”
anclado en las relaciones sociales que combinan consenso, coerción y coacción
en una relación compleja entre Estado y sociedad.
En este sentido, el pensamiento
“poshegemónico” (de izquierda o de derecha) tiene el problema de haberle creído
a Laclau sin percatarse de su “picardía peronista”: cantaba loas al giro
lingüístico y a Lacan para hacer el peronismo más digerible para los ambientes
intelectuales europeos, pero sabía que la única verdad (o por lo menos una parte
muy importante de ella) es la realidad de los aparatos y las fuerzas
materiales: PJ, policía y sindicatos estatalizados y totalitarios.
Ese es precisamente el límite para un
discurso “poshegemónico” como el de Macri, que persigue por otra parte, objetivos
de un craso materialismo vulgar: bajar significativamente el costo laboral (o
sea los salarios) para que la economía vuelva a ser competitiva. “Va a estar
bueno” recomponer los hábitos y los afectos con un 40% menos de sueldo en el
bolsillo. Una predica el amor mientras se apresta para la guerra.
En el marco político inmediato en el
cual su éxito tuvo un gran componente de “consenso negativo” (contra el
kirchnerismo en general y el cristinismo en particular) y además los vientos de
la economía mundial “cambiaron” para venirse de frente sobre el país y la
región.
Por eso, Macri no sólo apela al cinismo
del individuo consumidor sino que practica el suyo propio.
Habla de consensos y acuerdos, pero se
apresta a gobernar con uno de los instrumentos preferidos del “populismo”
saliente: los Decretos de Necesidad y Urgencia. Esto es, sin convocar al
Congreso. El republicanismo no demoró un día en volverse “bonapartista” para
intentar salir de la crisis con un plan ajustador que no admite el mínimo
riesgo del “juego democrático”. Ahí el discurso “poshegemónico” se transforma
en un cesarismo “blanco” de buenos modales consensuales para la imagen de la
videopolítica, pero de latigazos por decreto para las cuestiones sustanciales.
Una vez más, Laboratorio Argentina
En resumen, si la hegemonía kirchnerista
fue una “hegemonía débil”, la “poshegemonía” del macrismo es un discurso vacío.
El camino recorrido de la crisis a la
restauración se manifestó en el discurso político ideológico con la
construcción por el “populismo” de un sujeto “pueblo” (juventud y “pobres”)
cuya estrategia fue “desagregar” a la clase obrera como posible eje de su
propia hegemonía. El nuevo líder Macri pretende llevar esto hasta el final y
desagregar al “pueblo” para atomizarlo en una suma de ciudadanos-consumidores.
Del “proyecto” a la “revolución de la alegría”, cuya garantía son los líderes
mesiánicos. Lo que algunos ya no dudan en llamar el “primer partido del siglo
XXI” (PRO), junto al primer movimiento restaurador de la pos-crisis (Kirchnerismo)
-como separados al nacer-, tienen en común la misma marca de fábrica de la
democracia argentina del siglo XX: la irresistible tentación bonapartista o la
insoportable levedad de la república. En la semicolonia argentina, las
estructuras supervivientes del siglo XX se ríen a carcajadas de las modas
posmodernas del siglo XXI.
¿Puede funcionar? No se puede descartar,
depende de muchas cuestiones, pero sobretodo de la sobrevida de la economía a
golpes de nueva hipoteca gracias al gobierno market-friendly. De hecho, está
funcionando en la coyuntura en amplios sectores de las capas medias e incluso
de clase trabajadora, que ponen expectativas en Macri contrapuestas entre sí y
respecto de sus propios intereses.
Sin embargo, que el discurso de Macri
sea más “poshegemónico” que “hegemónico” (como era el de Menem) es a su vez un
cierto homenaje a una relación de fuerzas sociales: no obstante sus divisiones
y debilidades, a pesar de estar pésimamente representada por la burocracia
sindical, la clase trabajadora argentina es una muralla contra la que no
conviene chocar de frente.
Este elemento es el que posiblemente
termine de resolver las tensiones entre el discurso “acuerdista” de Macri, sus
objetivos políticos y económicos ofensivos y los medios bonapartistas con que
se propone lograrlos.
De este laberinto tan argentino, Macri
quiere salir “por arriba”, pero corre el riesgo de ascender y quedar a la
deriva en la estratósfera. Cuando más alta es la pena, más ruido puede hacer al
caer.
La narrativa de manual de autoayuda
“poshegemónico” combinada con los métodos de cesarismo blanco; aplicados a la
Argentina contenciosa, conforman un experimento social a cielo abierto lleno de
interrogantes inquietantes. Las esquinas peligrosas de la historia pueden hacer
que el “cambio” se estrelle con la “continuidad” y como suele suceder en la
arisca sociedad argentina todos los planetas se alineen para que “parezca un
accidente”.
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