Irán - Convertidas en viento
Estas palabras son parte de la carta
que Rehainé Yabarí, de 26 años, escribió a su madre poco antes de ser ahorcada
en una cárcel cercana a Teherán. Más de siete años antes, cuando apenas tenía
19, la joven fue acusada de haber dado muerte a un médico que intentó violarla.
“No quiero pudrirme bajo tierra. No
quiero que mis ojos, ni mi joven corazón, se vuelvan polvo. Te ruego que tan
pronto como sea ahorcada, mi corazón, riñones, ojos, huesos y todo aquello que
pueda ser trasplantado sea tomado de mi cuerpo y entregado como regalo a quien
lo necesite. No quiero que el destinatario sepa mi nombre, ni que me compre un
ramo de flores, ni que rece por mí.”
Esas palabras son parte de la carta
que Rehainé Yabarí, de 26 años, escribió a su madre, una conocida actriz iraní
llamada Sholé Pakravan, poco antes de ser ahorcada en una cárcel cercana a
Teherán. Más de siete años antes, cuando apenas tenía 19, la joven fue acusada
de haber dado muerte a un médico que, según expresó ella en el juicio, intentó
violarla. También manifestó que cuando el hombre quiso forzarla ella lo hirió
con un cuchillo en el hombro y luego huyó, sin matarlo. Pero no le creyeron.
El próximo 25 de octubre hará un año
de que Rehainé fue colgada hasta morir. La carta de la joven iraní fue publicada
en La Vanguardia de Barcelona por la periodista Pilar Rahola, el 7 de enero de
este año, y circula actualmente por las redes sociales. “El mundo me permitió
vivir durante 19 años”, dice la carta, entre otras cosas. “Aquella noche
ominosa era yo la que debería haber sido asesinada. Mi cuerpo habría sido
arrojado en algún rincón de la ciudad, y días después la policía te habría
llevado hasta la oficina del médico forense para identificar mi cadáver y
comunicarte que había sido violada. Nunca habrían encontrado al asesino porque
carecemos de su riqueza y poder.” El padre de Rehainé, cita el artículo de
Pilar Rahola, dijo que su hija nunca tuvo opción: “Si se hubiera dejado violar,
la habrían lapidado. Se resistió, la han ahorcado”.
La única opción que hubiera tenido
Rehainé de salvar su vida, de acuerdo a la legislación vigente en Irán, hubiera
sido que la familia del hombre que ella supuestamente mató le hubiera otorgado
el perdón, derecho que les acuerda a los deudos de quien es considerada víctima
la ley islámica de “retribución”, que exige el pago de sangre con sangre. Pero
ese perdón, que incluso trataron de obtener las autoridades iraníes, no fue
concedido. “Quiero que el derecho de sangre de mi padre se cobre lo antes
posible”, expresó Yalal Sarvandí, hijo del fallecido, un médico que, según
alegó la defensa de Rehainé en el juicio, la habría llamado para la decoración
de una oficina –la joven era decoradora de interiores– y la llevó a un edificio
vacío donde intentó la violación. Y así, pese a los llamados de Human Rights
Watch, Amnistía Internacional, la plataforma Avaaz –que reunió más de 240 mil
firmas pidiendo que no mataran a Rehainé– y hasta de la Unión Europea, se cobró
ese derecho de sangre con la vida de la muchacha cuyo juicio, según las organizaciones
de derechos humanos, no contó con las garantías necesarias. Concluye así la
nota Pilar Rahola: “Es la ley del machismo atroz, que impregna el cuerpo legal
de una teocracia que usa a Dios para despreciar, violentar y asesinar a sus
mujeres. Brillantes mujeres iraníes, convertidas en viento por la horca de una
dictadura sin piedad”.
¿Hasta cuándo?
Una carta
"No quiero luto por mí;
esfuérzate en olvidar mis días difíciles; deja que el viento me lleve"
Pilar Rahola
La Vanguardia, Barcelona, 8-10-2015
He tomado un respiro, he secado las
lágrimas que no he podido evitar y, algo más serena, empiezo a escribir el
artículo. Acabo de leer la carta que la joven iraní Reihane Yabari escribió a
su madre antes de ser colgada en la prisión de Rajaishahr. Tenía 26 años cuando
fue ejecutada, después de pasar siete años en la cárcel acusada de matar al
hombre que intentó violarla cuando tenía diecinueve. Era diseñadora de
interiores, hija de la conocida actriz Shole Pakravan, cuyo desgarrador grito,
"¡Han ahorcado a mi hija!", ha dado la vuelta al mundo.
En la carta, Reihane escribe:
"Te digo desde lo más profundo de mi corazón que no quiero tener una tumba
para que vayas a llorarme y sufrir. No quiero que vistas de luto por mí.
Esfuérzate en olvidar mis días difíciles. Deja que el viento me lleve...".
Y le pide a su madre que done sus órganos: "No quiero pudrirme bajo
tierra. No quiero que mis ojos, ni mi joven corazón, se vuelvan polvo. Te ruego
que tan pronto como sea ahorcada mi corazón, riñones, ojos, huesos y todo
aquello que pueda ser trasplantado sea tomado de mi cuerpo y entregado como
regalo a quien lo necesite. No quiero que el destinatario sepa mi nombre, ni
que me compre un ramo de flores, ni que rece por mí...". Y después añade:
"El mundo me permitió vivir durante 19 años. Aquella noche ominosa era yo
la que debería haber sido asesinada. Mi cuerpo habría sido arrojado en algún
rincón de la ciudad y, días después, la policía te habría llevado hasta la
oficina del médico forense para identificar mi cadáver y comunicarte que había
sido violada. Nunca habrían encontrado al asesino porque carecemos de su
riqueza y poder. Luego habrías continuado tu vida sufriendo, avergonzada. Y,
unos años más tarde, habrías muerto de dolor. Sin embargo, con aquel maldito
golpe la historia cambió. Mi cuerpo no fue arrojado en cualquier lugar, sino en
la tumba de la prisión de Evin y sus solitarias salas. Pero cede al destino y
no te quejes. Sabes bien que la muerte no es el final de la vida".
Y después de denunciar el acoso de
las autoridades para poder dar una imagen de asesina despiadada y así
justificar su ejecución, a pesar de los intentos internacionales por salvarle
la vida, Reihane concluye: "Quiero abrazarte hasta que muera. Te
quiero". El día 25 de octubre era colgada hasta morir. Como dijo su padre,
nunca tuvo ninguna opción: "Si se hubiera dejado violar, la habrían
lapidado. Se resistió, la han ahorcado". Con ella, Irán alcanza la cifra
de 250 personas ejecutadas, especialmente mujeres, cuya inocencia nunca vale
nada y cuya pena siempre es mayor, especialmente en delitos sexuales. Es la ley
del machismo atroz, que impregna el cuerpo legal de una teocracia que usa a
Dios para despreciar, violentar y asesinar a sus mujeres. Bellas y brillantes
mujeres iraníes, convertidas en viento por la horca de una dictadura sin
piedad.
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