Intervención Militar de Rusia en Siria.
Siria/Rusia – Intervención Militar de
Rusia en Siria.
Entrevista a Gilbert Achcar *
Sobre la intervención militar de
Rusia
Ilyá Budraitskis **
Lefteast
Traducción de Viento Sur
-Ilyá Budraitskis: Han pasado varios
días desde el comienzo de la intervención militar rusa en Siria y los objetivos
y la estrategia de esta operación siguen estando poco claros. La explicación
que dan los portavoces rusos no aclara nada, pues por un lado afirman que el
motivo principal es la lucha contra el Estado Islámico (EI), mientras que por
otro la presentan, como hizo Vladímir Putin en la ONU, como un acto de ayuda al
gobierno legítimo de Bachar el Asad. ¿Cuál crees que es el objetivo real de
esta intervención?
Gilbert Achcar: La justificación
oficial inicial de la intervención estaba destinada a obtener para Rusia la luz
verde de Occidente, en particular de EE UU. Puesto que algunos países
occidentales están bombardeando posiciones del EI en Siria, está claro que no
estaban en condiciones de oponerse a que Rusia hiciera lo mismo. Este fue el
pretexto con el que Putin vendió su iniciativa a Washington antes de ponerla en
práctica, y Washington compró. Al principio, antes de que los aviones rusos
empezaran a bombardear, las declaraciones emitidas por Washington daban la
bienvenida a la contribución de Rusia a la lucha contra el EI. Fue una reacción
totalmente ingenua y, por supuesto, por parte de Putin un puro engaño. Pero yo
estaría de veras sorprendido si en Washington creyeron realmente que Rusia
estaba desplegando fuerzas en Siria para combatir al EI. No es posible que no
supieran que el objetivo real de la intervención rusa consiste en apuntalar el
régimen de Asad. El caso, sin embargo, es que Washington aprueba incluso este
objetivo real de la intervención de Moscú: evitar el colapso del régimen sirio.
Desde los primeros días del levantamiento en Siria, el gobierno estadounidense,
por mucho que, de entrada, dijera que Asad debía dimitir, siempre insistió en
que su régimen debía mantenerse. Contrariamente a lo que creen críticos
simplistas de EE UU, el gobierno de Obama no está en modo alguno a favor de un
“cambio de régimen” en Siria, sino más bien lo contrario. Lo único que quiere
es mantener el régimen de Asad sin el propio Asad. Esta es la “lección” que
sacaron del fracaso catastrófico de EE UU en Irak: retrospectivamente,
entienden que deberían haber optado por un “sadamismo sin Sadam”, en vez de
desmantelar los aparatos del régimen.
De ahí que la intervención de Putin
fuera vista más bien con buenos ojos por Washington. Hay bastante hipocresía en
las quejas actuales del gobierno de Obama ante el hecho de que la mayoría de
incursiones rusas estén dirigidas contra la oposición siria ajena al EI. Acusan
a Rusia de no golpear suficientemente al EI; si la proporción de incursiones
rusas contra el EI hubiera sido mayor, se sentirían más cómodos en su
connivencia. Habrían lamentado menos los golpes encaminados a consolidar el
régimen de Asad. Aun así, la esperanza de Washington es que Putin no solo evite
el colapso del régimen y ayude a consolidarlo, sino también que llegue a alguna
especie de solución política del conflicto. De momento, esto es más una ilusión
que cualquier otra cosa.
El objetivo principal de la
intervención militar rusa en Siria era el de apuntalar el régimen en un momento
es que este había sufrido graves pérdidas desde el verano pasado. El propio
Asad reconoció en julio que el régimen era incapaz de mantener el control sobre
partes del territorio que había controlado hasta entonces. La intervención de
Moscú está destinada a prevenir el colapso del régimen y a permitirle
reconquistar el territorio que perdió el pasado verano. Este es el objetivo
básico y primario de la intervención rusa.
Existe, sin embargo, un segundo
objetivo que va mucho más allá de Siria y se concreta en el hecho de que Rusia
haya enviado a Siria un muestrario de su fuerza aérea y haya lanzado misiles de
crucero desde el mar Caspio. Esto parece ser algo así como el “momento del
Golfo” del imperialismo ruso. Quiero decir que Putin está haciendo a escala
reducida lo que hizo EE UU en 1991 cuando exhibió su armamento avanzado contra
Irak en la primera guerra del Golfo. Era una manera de decir al mundo: “¡Mirad
qué poderosos somos! ¡Mirad lo eficientes que son nuestras armas!” Y fue un
argumento importante para reafirmar la hegemonía de EE UU en un momento
histórico crucial. La guerra fría estaba terminando; el año 1991 resultó ser el
último de la existencia de la Unión Soviética, como todos sabemos. El
imperialismo estadounidense necesitaba reafirmar el papel de su hegemonía en
del sistema global.
Lo que hace Putin ahora con esta
demostración de fuerza es decir al mundo: “Los rusos también contamos con
armamento avanzado, somos capaces de todo y en realidad somos más de fiar como
aliados que EE UU”. La actitud prepotente de Putin contrasta mucho con la
timidez del gobierno de Obama en Oriente Medio durante los últimos años. Putin
está ganándose amigos en la región. Mantiene buenas relaciones con el autócrata
contrarrevolucionario egipcio Sisi y con el gobierno iraquí. Irak y Egipto son
dos Estados que se consideraban parte de la esfera de influencia de EE UU, pero
ambos apoyan ahora la intervención rusa, ambos compran armamento ruso y
desarrollan relaciones militares y estratégicas con Moscú.
Se trata, por supuesto, de un
importante paso adelante del imperialismo ruso en su competición con el imperialismo
estadounidense. Desde este punto de vista, la intervención en curso de Rusia
debe contemplarse como una jugada en un torneo interimperialista. Hace más de
15 años analicé la guerra de Kosovo como parte de una nueva guerra fría. En su
tiempo me criticaron esta caracterización, pero ahora ya estamos de lleno en
ella, es evidente.
-I. B.: Mucha gente dice que lo que
tenemos actualmente en Siria, con la intervención rusa, es un fracaso total de
la política de EE UU. Otros creen que existe un plan secreto de EE UU para
involucrar a Rusia en este conflicto. Y por lo visto existe un cisma real en la
elite estadounidense en torno a la cuestión siria. ¿Cuál crees que es la
posición de EE UU en esta situación?
G. A.: Es indudable que se ha
producido una discrepancia creciente en las altas esferas de EE UU con respecto
a Siria. No es ningún secreto que hubo una disputa en torno a la cuestión del
apoyo a la oposición popular siria entre Obama e Hillary Clinton cuando ella
era secretaria de Estado, y que hubo militares y miembros de la CIA que
compartían sus puntos de vista. En 2012, cuando comenzó este debate, la
oposición popular siria, representada por el Ejército Libre (ELS), todavía era
la fuerza dominante de la oposición al régimen. En realidad, es la debilidad de
esta oposición popular, debida a la falta de apoyo de Washington, y en
particular al veto de EE UU al suministro de armas de defensa antiaérea, la que
ha permitido que las fuerzas “yihadistas” islámicas se desarrollaran en
paralelo y después resultaran más importantes dentro de la oposición armada al
régimen sirio. Quienes abogaron por el apoyo a la oposición popular, como
Clinton y el entonces director de la CIA, David Petraeus, consideran ahora que
los acontecimientos les han dado la razón y que el deterioro catastrófico de la
situación siria es, en gran medida, fruto de la política equivocada de Obama.
Obama se enfrenta, en efecto, a un
balance terriblemente negativo de su política en Siria. El desastre es total
desde todos los puntos de vista, humanitario y estratégico. Los países miembros
de la Unión Europea están bastante molestos con la enorme oleada de refugiados
provocada por una catástrofe humanitaria descomunal. El gobierno de Obama trata
de consolarse diciendo que Rusia está cayendo en una trampa y que será su
segundo Afganistán. No es ninguna coincidencia que en su reciente crítica a la
intervención rusa, Obama utilizara el término quagmire (atolladero), un término
aplicado en su tiempo a EE UU en Vietnam y a la Unión Soviética en Afganistán.
Ahora se dice que Rusia está metiéndose en un atolladero en Siria. Eso también
es confundir los deseos con la realidad con ánimo de endulzar la píldora de un
fracaso estrepitoso.
-I. B.: En efecto, de momento
importantes aliados de EE UU, como Alemania y Francia, no parecen adoptar una
postura claramente contraria a la intervención rusa. ¿Crees que la intervención
rusa ha provocado alguna división entre EE UU y Europa y podría brindar a Rusia
la oportunidad de negociar con la UE al margen de EEUU?
G. A.: No, no lo creo. Ante todo, no
existe ninguna diferencia sustancial entre las posiciones de Francia y EE UU.
Al contrario, se parecen mucho. La postura de Alemania es un poco diferente
porque este país no está implicado directamente en las acciones militares
contra el EI. Francia ha criticado a Rusia por atacar a la oposición ajena al
EI. Además, la postura francesa es muy estricta en lo que atañe a Asad. Al
igual que Washington y de forma incluso más categórica, París dice que Asad
debe irse y que no puede haber una transición política en Siria con la
participación del dictador. Cosa que de hecho es bastante lógica, porque si la
transición política ha de basarse en un acuerdo, en un compromiso entre el
régimen y la oposición, no es posible de ninguna manera que esta última pueda
aceptar alguna forma de gobierno conjunto bajo la presidencia de Asad. La
postura de Washington y Paris está condicionada por ello. Contrasta con la
visión de Moscú, que considera que Asad es el legítimo presidente e insiste en
que cualquier acuerdo debería ser aprobado por él. Hay una distancia
significativa entre las dos posturas en estos momentos.
Como ya he dicho, Washington y sus
aliados europeos confunden sus deseos con la realidad. Esperan que una vez
consolidado el régimen sirio, Putin presionará para que se abra la vía a una
solución de compromiso en la que Asad aceptaría entregar el poder tras un
periodo de transición que culminaría en unas elecciones. Angela Merkel, pese a
que rectificó su posición un día después, dijo en un momento que la comunidad
internacional debería negociar con Asad. Eso mismo hemos escuchado en algunos
rincones de Europa y de EE UU: “Después de todo, Asad es mejor que el EI; con
él podemos hablar, así que lo mejor es que acordemos algún tipo de transición
con él.” En realidad esto es capitular por todo lo alto. Lo único que han
logrado es unir a la oposición no vinculada al EI frente a esta perspectiva. La
oposición armada incluye todas las variantes del “yihadismo”, que compiten
entre sí para ver quién se opone más a Asad. No hay ninguna posibilidad de que
cualquier sector creíble de la oposición acepte un pacto que implique la
continuidad de Asad. Su retirada es condición indispensable para cualquier
arreglo político encaminado a detener la guerra en Siria. De otra manera,
simplemente no se detendrá.
Washington ha emitido muchas
declaraciones hipócritas de condena de la intervención rusa, pese a que de
entrada le dio luz verde. El principal motivo de ello es que no desea aparecer
abiertamente como defensor del rescate del régimen y enemistarse así con los
suníes de la región. De hecho están aprovechando la intervención rusa para
introducir una cuña entre Moscú y los países de mayoría suní. Los saudíes
habían entablado conversaciones con Rusia y se dice que le ofrecieron un
acuerdo de elevar los precios del petróleo si los rusos cambiaban de actitud
con respecto a Siria. Ahora están muy decepcionados con la intervención de
Moscú, aunque tal vez sigan confiando en que Putin logre finalmente imponer la
retirada de Asad.
Mientras tanto, sin embargo,
entidades como los Hermanos Musulmanes y los clérigos musulmanes del reino de
Arabia Saudí han proclamado la guerra santa contra el segundo Afganistán de
Rusia, en asombrosa simetría con la calificación de “guerra santa” que ha hecho
la iglesia ortodoxa rusa de la aventura militar de Putin. Nótese la diferencia
con las anteriores guerras imperialistas de los últimos tiempos: la guerra solo
se presentaba con tintes religiosos por el lado musulmán. Ahora, por primera
vez en mucho tiempo, tenemos un choque entre “santos guerreros”. En este
sentido, Putin es una “bendición” para los yihadistas, el enemigo perfecto.
-I. B.: Probablemente ya sabes que
este verano hubo una visita secreta del general iraní Qasem Soleimani a Moscú.
La decisión definitiva sobre la intervención rusa se adoptó después de aquella
reunión. ¿Qué interés crees que puede tener Irán en la intervención rusa?
G. A.: Irán comparte con Rusia un
interés común por preservar el régimen de Asad, que es un aliado estratégico de
ambos países. Para Irán, Siria es un eslabón fundamental del eje que va de
Teherán a Hezbolá en Líbano, pasando por Irak y Siria. Este país es crucial
para los suministros iraníes a Hezbolá, y además facilita a Irán el estratégico
acceso al mar Mediterráneo. Y para Rusia, Siria es el único país de la costa
mediterránea que alberga bases navales y aéreas rusas. Por eso estamos
asistiendo ahora en Siria a una contraofensiva que combina las fuerzas del
régimen de Asad, las tropas iraníes o patrocinadas por Irán y el apoyo aéreo y
de misiles de Rusia. El régimen de Asad, desde hace un tiempo, depende
completamente de Irán; en todos los sentidos. Irán exhibe su poderío en Siria.
Evidentemente, Rusia también ejerce una influencia importante sobre Damasco, no
en vano es su principal proveedora de armas. No cabe duda de que la
intervención militar en curso ha reforzado el papel de Rusia. Los hay en
Occidente que creen que este incremento se produce a expensas de Irán: de nuevo
confunden sus deseos con la realidad.
-I. B.: Los medios rusos pretenden
hacernos creer ahora que Siria tiene un gobierno legítimo y goza de plena
“normalidad” por un lado, mientras que por otro distintas fuerzas tratan de
destruir el Estado y hacer cundir el desorden. Sin embargo, el otro punto de
vista es que ha habido una profunda transformación del régimen de Asad durante
la guerra civil y no se puede decir que existe un Estado “normal” que se
enfrenta a fuerzas contrarias a este Estado. Se ha producido una degeneración
del Estado y el régimen actual de Asad es fruto de ella. ¿Cuál es la verdadera
naturaleza del régimen de Asad en la actualidad y cómo ha cambiado durante los
años de guerra?
G. A.: Empecemos con la descripción
habitual que hacen Putin y [el ministro de Asuntos Exteriores ruso, Serguéi]
Lávrov del régimen de Asad como un gobierno “legítimo”. En realidad, refleja
una concepción muy limitada de lo que se entiende por legitimidad. Se puede
decir, desde luego, que Asad representa el gobierno legítimo desde el punto de
vista del Derecho internacional, pero está claro que no es así desde el punto
de vista de la legitimidad democrática. Puede que sea el gobierno “legal” según
los criterios de las Naciones Unidas, pero sin duda no es “legítimo” porque
nunca ha sido elegido democráticamente. Se trata de un régimen surgido de un
golpe de Estado perpetrado hace 45 años. Se mantiene en el poder tras un cambio
de presidencia por vía hereditaria en el seno de una dinastía casi real que
reina en el país a través de los servicios de seguridad y de una dictadura
militar. Siria es un país en el que no ha habido elecciones libres ni libertad
política desde hace medio siglo. Y este régimen se ha alejado todavía más de la
población durante los dos últimos decenios con la implementación acelerada de
reformas neoliberales que provocaron el empobrecimiento de amplios sectores de
la población, especialmente en el campo, y un fuerte aumento del paro y del
coste de la vida.
La situación se había vuelto
intolerable y esto explica el levantamiento popular que ocurrió en 2011. Claro
que este brutal régimen dictatorial no podía responder a las manifestaciones
masivas –que al comienzo eran muy pacíficas– de una manera democrática, como la
convocatoria de elecciones verdaderamente libres, eso quedaba totalmente descartado.
Así que la única respuesta del régimen fue la fuerza bruta, que fue escalando
gradualmente con el asesinato de cada vez más personas y creando una situación
que convirtió el levantamiento en guerra civil. Además de esto, es bien sabido
que el régimen puso en libertad, en el verano/otoño de 2011, a los yihadistas
que mantenía en prisión. Con esto pretendía favorecer la creación de grupos
yihadistas armados –eso era la consecuencia inevitable de su puesta en libertad
en una situación de levantamiento popular– con el fin de confirmar la mentira
que hizo correr el régimen desde el comienzo, a saber, que se enfrentaba a una
rebelión yihadista. Se trataba, en efecto, de una profecía autocumplida, y los
activistas que el régimen sacó de la prisión dirigen ahora algunos de los
principales grupo yihadistas de Siria. Es importante ser conscientes de que,
diga lo que se diga sobre el carácter reaccionario de gran parte de los grupos
que combaten al régimen, ha sido el propio régimen el que los ha creado. Esto
en primer lugar. Más en general, por su crueldad, el régimen ha generado el
resentimiento que ha sido el caldo de cultivo del yihadismo, hasta llegar al
EI. El EI es una respuesta bárbara a la barbarie del régimen, en lo que yo
llamo un “choque de barbaries”.
Hay otro aspecto en todo esto. El
régimen de Asad es actualmente bastante peor que lo que era antes del
levantamiento. Ahora no solo es un Estado dictatorial, sino un país en que
campan por sus respetos bandas de asesinos, los shabbiha, como los llaman en
árabe, que aterrorizan a la población, lo que explica que una parte importante
de la reciente oleada de refugiados sirios que huyen a Europa provenga de zonas
controladas por el régimen. Son muchos los que no pueden seguir soportando
permanecer sometidos a esas bandas criminales que ha fomentado el régimen de
Asad. La población siria no confía en absoluto en el futuro del régimen. Por
consiguiente, todos aquellos que podían permitírselo decidieron huir a Europa.
Muchos de los refugiados que huyen a Europa, como puede verse en los reportajes
de la televisión, no provienen de los sectores más pobres de la sociedad. Hay
una proporción significativa de personas de clase media entre los refugiados.
En muchos casos han vendido todo lo que tenían en Siria porque no albergan
ninguna esperanza de poder volver alguna vez. Esto pesará como una losa sobre
el futuro del país. Quienes permanecen en Siria son, por un lado, quienes no
pueden hacer otra cosa y, por otro, los que se benefician de la guerra.
La situación es muy mala. Nadie puede
criticar a los sirios por el hecho de abandonar el país, pues hace falta una
buena dosis de optimismo para conservar alguna esperanza en el futuro del país.
No obstante, en la historia hemos visto situaciones trágicas incluso peores que
esta y que han venido seguidas de una recuperación, por mucho que esto pueda
llevar muchos años. La primera condición para el final de la guerra y el
comienzo de cualquier proceso de recuperación en Siria, sin embargo, es la
retirada de Asad. Mientras él esté allí, no será posible poner fin a esta
horrible tragedia.
-I. B.: Los medios occidentales
todavía hablan de una oposición moderada en Siria. Y el principal
contraargumento de Putin es que no existe ninguna frontera clara entre yihadistas
y moderados en la oposición armada. Lávrov incluso ha dicho recientemente que
está dispuesto a hablar con el Ejército Libre Sirio, pero que el problema es
que no está claro quiénes son sus líderes y si realmente existe o no. ¿Puedes
hacer una valoración de los grupos de oposición ajenos al EI?
G. A.: Existe toda una gama de
grupos. Desde los grupos armados iniciales del Ejército Libre Sirio (ELS), que
eran relativamente laicos y abiertos, pasando por yihadistas de todos los
matices, hasta Al Nusra, la rama siria de Al Qaeda. Todos los yihadistas
comparten el objetivo de imponer la sharía y la imponen efectivamente en las
zonas que controlan. Sin embargo, ninguno de estos grupos, incluido Al Nusra,
se acerca a la barbarie increíble del EI, que es la peor caricatura de un
Estado fundamentalista que podría haberse calificado de “nada plausible” si
hubiera sido una obra de ficción. Los grupos de oposición islámicos ajenos al
EI representan un continuo de las fuerzas fundamentalistas islámicas desde los
Hermanos Musulmanes hasta Al Qaeda, todos ellos opuestos al EI. Nada de esto,
por supuesto, infunde optimismo sobre el futuro de Siria. Es cierto que la
barbarie del régimen ha matado a muchas más personas de cualquier otra,
incluida la del EI. Sin embargo, la mayoría de fuerzas de oposición representan
alternativas que no son nada esperanzadoras. Sin embargo, la condición
necesaria para invertir esta tendencia, que como he explicado genera el propio
régimen, es deshacerse de Asad. Sin esto no será posible invertirla.
También están las fuerzas kurdas en
Siria, que constituyen el grupo armado más progresista de los que participan en
esta gran batalla, por no decir el único. Su actividad se ha centrado hasta
ahora en el combate contra el EI, al tiempo que han adoptado una postura
relativamente neutral entre el régimen y el resto de la oposición. Desde el año
pasado reciben el apoyo de EE UU en forma de incursiones aéreas y suministros
de armas. Se dedican fundamentalmente a controlar y defender las zonas pobladas
por kurdos. Para intervenir en el combate más allá de sus fronteras y de este
modo incidir en el devenir de Siria en su conjunto tienen que aliarse con
fuerzas árabes y otras minorías. Esto es lo que Washington ha estado impulsando
con algún éxito, primero al lograr que colaboren con grupos del ELS y ahora con
tribus árabes sirias, de acuerdo con el modelo que EE UU aplicó en Irak en
contra de Al Qaeda y que ahora repite contra el EI.
-I. B.: ¿Piensas que puede formarse
alguna especie de coalición en Siria capaz de representar una perspectiva
progresista para el futuro del país?
G. A.: Para ser sincero, no soy nada
optimista con respecto a las fuerzas en liza, a todas ellas. De momento, lo
mejor que cabe esperar es que se acabe la guerra. Detener esta terrible sangría
y la destrucción del país es prioritario. Habrá que reconstruir una alternativa
progresista a partir del potencial todavía existente. Aunque no existen fuerzas
organizadas significativas que representen una alternativa progresista, todavía
existe un importante potencial formado por muchos de los jóvenes que iniciaron
el levantamiento en 2011. Miles de ellos están ahora en el exilio, otros en
prisión, y muchos otros permanecen en Siria, pese a que no pueden desempeñar un
papel decisivo en la guerra civil. Lo primero es que termine la guerra. Lo que
sea que pueda comportar el fin de la guerra, será positivo desde este punto de
vista. Hará falta la aparición de una nueva alternativa progresista sobre la
base del potencial existente para que podamos decir que la situación invita al
optimismo.
-I. B.: Pero ¿podemos decir que solo
será posible poner fin a este conflicto con alguna ayuda o alguna intervención
del exterior? ¿O piensas que toda intervención extranjera, sea rusa u
occidental, no hace más que prolongar la guerra?
G. A.: Hasta ahora, la intervención
occidental se ha dirigido exclusivamente contra el EI. Las incursiones de la
coalición dirigida por EE UU se producen todas en territorio del EI y han
evitado por completo las zonas controladas por el régimen. Por otro lado, muy
pocas incursiones rusas golpean al EI, y la gran mayoría de ellas se han
dirigido contra la oposición ajena al EI en zonas disputadas entre el régimen y
la oposición. Así que existe una diferencia importante a este respecto. La
intervención rusa contribuye, en efecto, a prolongar la guerra civil siria. Por
muchas ilusiones que puedan hacerse los occidentales con respecto al posible
papel de Rusia, el caso es que antes de la intervención rusa el régimen estaba
exhausto, estaba perdiendo terreno y parecía estar a punto de colapsar. Este es
en realidad el motivo de que Putin haya decidido intervenir, como ya he dicho.
Habría sido una derrota terrible para él si el régimen de Asad se hubiera
hundido.
La expansión espectacular el EI se
produjo hace más de un año, y ni Rusia ni el régimen de Asad hicieron nada
serio para combatirle. Lo que más preocupa a Putin, como lógicamente también a
Asad, es la supervivencia del régimen. Rusia lo apuntala y con ello contribuye
a prolongar la guerra. Esto es criminal. Al final, por supuesto, lo más
deseable sería que las ilusiones de Occidente se hicieran realidad y Putin
obligara a Asad a dimitir. Es difícil adivinar cuál es la perspectiva de Putin
en este terreno. Es cierto, sin embargo, que Rusia corre un grave riesgo de
verse atrapada en un atolladero, para utilizar el término empleado por Obama,
si la guerra no concluye pronto. De modo que estaremos al tanto de cómo
evolucionan las cosas. Ahora, el gran sueño de la gente corriente de Siria es que
termine la guerra con un despliegue de fuerzas de la ONU para mantener el orden
y reconstruir el Estado y el país.
* Gilbert Achcar, de origen libanés,
es actualmente profesor de Estudios sobre el Desarrollo y Relaciones
Internacionales de la Escuela de Estudios Orientales y Africanos de la
Universidad de Londres.
** Ilyá Budraitskis es historiador y
cursa el doctorado en el Instituto de Historia Universal de la Academia de
Ciencias de Rusia en Moscú; es miembro del consejo editorial de la revista
OpenLeft.ru.
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