Grecia - Austerexit *
A. Ntavanellos, O. Besancenot, M.
Urbán **
Viento Sur
Estos últimos meses han sido ricos en
comentarios en relación al pulso entre la Troika y el pueblo griego. Algunos
economistas han puesto mucho empeño, sin escatimar esfuerzos, y a veces
desgañitándose, en propagar la buena nueva, la oficial por supuesto, a los
cuatro vientos en Europa. Estos abogados de los acreedores de la UE han
saturado nuestras pantallas de TV con cifras para que no quede ninguna duda en
cuanto a la idea de que los planes de austeridad eran la única opción viable
para poner a la economía griega en el buen camino.
Al principio, con el aire
apesadumbrado de quienes se ven obligados a reclamar sacrificios suplementarios
a las clases populares, nos decían que estas nuevas vueltas de tuerca eran
trágicamente necesarias. Una especie de mal necesario. Más tarde, fuera de
quicio por nuestra tenaz falta de comprensión e, incluso, nuestra franca
hostilidad, en determinados casos, llegaron hasta pretender que la gestión de
los expertos está por encima del resultado de las consultas democráticas,
disertando, de paso, sobre la inmadurez del pueblo griego.
Sin embargo, estas marionetas del
liberalismo son los primeros en saber que en Grecia, el problema fundamental no
es tanto económico como profundamente simbólico, desde el punto de vista
político.
Porque si bien la aplicación estricta
del programa, sobre los salarios, el empleo o las pensiones o, incluso, sobre
el no-reembolso de la deuda griega, por el que Syriza fue elegido va contra el
espíritu de los tiempos, todas esas medidas eran, en gran medida, asimilables
por el capital europeo. Todas ellas no exigían más que una modesta financiación
si se compara con las colosales fortunas de los acreedores; y, en todo caso, pesan
muy poco en relación a las ganancias obtenidas por los especuladores del
sistema bancario europeo, especialmente el alemán y el francés, que han zampado
intereses del 6 y del 7% a costa del déficit público griego.
A la luz de lo que ocurre en los
circuitos financieros, la anulación de la deuda no plantea ningún problema para
quien no haya olvidado que en enero de 2015 el BCE puso más de 1 000 millardos
de euros sobre la mesa, creados expresamente para comprar las deudas públicas o
privadas. Por lo tanto, nada impide anular la deuda griega; a no ser la
despiadada voluntad, totalmente política, de los acreedores de condicionar su
recompra a meter en cintura la orientación del gobierno griego. Que es lo que
finalmente ha ocurrido con el gobierno Tsipras a pesar de la legitimidad del
masivo NO que se expresó en el referéndum de julio; una legitimidad que la
Unidad Popular intenta mantener viva en las próximas elecciones. Los
expertos-contables del pensamiento único se han dado un malévolo placer,
dirigido a nuestros bolsillos, repitiendo sin fin una mentira trillada y
tortuosa según la cual la factura griega la tendrían que pagar las y los
contribuyentes de otros países.
Esta voluntad de confrontar unos
pueblos a otros es tan vieja como el mundo y su función es ocultar las razones
reales de la lucha actual. Ahora bien, ésta se resume en una demostración
política real que querría cortar de raíz las protestas contra la austeridad que
se desarrollan por todas partes. Fundamentalmente, para los dirigentes de la UE
se trata más de imponer una derrota política ejemplarizante que de reflexionar
como gestores teledirigidos por sus calculadoras.
Del Tratado de Roma en 1957 al Acta
Única de 1986, del Tratado de Maastricht de 1992 al Tratado de la Constitución
Europea de 2005, la casta política y económica jamás ha estado motivada por
otra cosa que no sea la voluntad de construir un amplio mercado económico con
el fin de satisfacer los intereses inmediatos de algunos grupos capitalistas y
financieros para de ese modo rivalizar con EE UU y, después, también con Asia.
Una paciente construcción financiera ritmada, en cada ocasión, por la
sempiterna promesa de refundar Europa, cambiarla y hacerla más social.
Actualmente, esta Europa se muere
ante nuestros ojos, implosiona bajo el peso de las contradicciones de la crisis
capitalista, una crisis de sobre-acumulación y de rentabilidad del capital
agravada por las políticas de austeridad que alimentan la recesión económica.
También muere porque el barrizal
económico y el marasmo social provocan el rechazo de los pueblos que constatan,
cada vez con más amargura, que los derechos sociales y la democracia no tienen
nada que ver con la UE. El caso griego no tiene otro objetivo que enviarnos un
mensaje eminentemente político: remarcar que en esta Europa no tiene cabida
ninguna alternativa a la austeridad impulsada desde un gobierno. ¡Toda
alternancia electoral debe ceñirse a los límites impuestos por la austeridad,
versión dura o versión blanda! Reivindicar otra cosa es correr el riesgo de ser
expulsado. Hacia delante, la alternativa la define la Troika: “Memorándum” o
“Grexit”.
Ante este chantaje, nosotros
respondemos: “Con Grecia” y “Austerexit”. Es urgente hacer converger las
resistencias sociales y políticas y a los movimientos que, en los diferentes
países, luchan, día a día, para expulsar la austeridad de nuestras vidas
cotidianas.
Estamos huérfanos de una gran campaña
unitaria europea a favor del “Auxterexit” que, de entrada, tiene que sumarse al
aliento que proviene de las fuerzas militantes que se rebelan desde hace meses
en Grecia y en el Estado español. Hay que ser conscientes de que,
inexorablemente, se ha cerrado un período. A partir de este verano nada es como
antes para nadie.
Sea cual sea nuestra afiliación
política concreta o nuestra nacionalidad, no podemos ignorar que la más mínima
medida progresista, para ser aplicada, exige inexorablemente una relación de
fuerzas inmediata frente al poder de los acreedores, es decir, del capital.
Ahora sabemos, en el caso griego,
hasta qué punto la pertenencia al sistema monetario del euro es contradictoria
con una política a favor de la emancipación.
Para nosotros, lo fundamental es
acabar con las políticas de austeridad: en el marco del euro, si la situación
lo permite, o fuera de él, si la población no logra imponer sus aspiraciones.
No confundimos el fin con los medios, no somos favorables a una u otra moneda;
la verdadera cuestión es la de saber quién controla el sistema monetario. Que
el sistema crediticio se emita en moneda nacional o europea no cambia gran cosa
mientras continúe bajo la influencia de los tradicionales grupos de la especulación
financiera que imponen su ley en el sistema bancario. Expropiar a los
accionistas de ese sector, socializar los bancos en un monopolio público bajo
el control de las y los asalariados y de los usuarios y usuarias, constituye
una medida de una candente actualidad en Grecia y, también, un objetivo común
de todos los pueblos de Europa. Si bien creemos necesario romper con esta
Europa, con sus tratados y su sistema bancario, no renunciamos al
internacionalismo.
Más que nunca, si de lo que se trata es
de doblegar los diktats de la austeridad, la alianza de los pueblos constituye
una necesidad. Los repliegues patrióticos y chovinistas no hacen más que
alimentar a largo plazo a la extrema derecha. Para nosotros salir de la Europa
del capital no significa concebir las fronteras como un paraguas contra la
austeridad. Constituye un punto de partida para construir otra Europa, tan fiel
a los intereses de los pueblos como la actual lo es a los intereses de los
banqueros. Rechazamos tanto el reinado de la Troika como el reinado de nuestras
castas nacionales.
A todos aquellos y aquellas que no
quieren seguir doblegándose les proponemos discutir en común la organización de
una gran conferencia europea de la resistencia social y política en las
próximas semanas y debatir el significado que podríamos darle a una campaña a
favor del “Austerexit”.
** Antonis Ntavanellos forma parte
del Consejo político de la Unidad Popular de Grecia, Olivier Besancenot es
miembro del Nuevo Partido Anticapitalista de Francia y Miguel Urbán es
Europarlamentario de Podemos.
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