El bullicioso cambio de ministros de Michelle Bachelet
Rómulo
Pardo Silva
En
Chile hubo una explosión de emocionalidad durante meses. Primero los medios,
los partidos de gobierno y la izquierda radical denunciaron con fuerza los hechos
que fueron surgiendo de la fiscalía sobre el financiamiento ilegal de campañas de
diputados y senadores de oposición. Después se sumaron los conservadores al
saberse que lo mismo hicieron parlamentarios de gobierno que pidieron dinero a
un exyerno del general que encabezó la dictadura 1973-1990.
Por
años los políticos de ambas coaliciones recibieron donaciones secretas de los
grandes millonarios locales e incluso extranjeros.
Al
escándalo se agregó una investigación de tráfico de influencias por una especulación
inmobiliaria realizada por el hijo y la nuera de la presidenta apoyados con un
crédito inexplicable según las normas bancarias del empresario más rico del
país.
El
escándalo terminó escalando a ministros y altos funcionarios del gobierno
receptores de fondos de negociantes.
La
presidenta Bachelet quedó herida. Las encuestas mostraron una pérdida de
confianza en ella, su menor porcentaje de apoyo y el mayor de rechazo.
En
esas condiciones se hizo un cambio de gabinete.
El
dramatismo mediático, político y social fue tan alto que llegó al borde de crear
una imagen irreal de una crisis institucional sin dirección ni liderazgo. La verdad
es que la presidenta siempre dejó en claro que el programa de reformas aprobado
con su elección no estaba en discusión y seguía siendo la meta de su gestión.
El
problema objetivo que tenía la mandataria era dónde encontrar fuerza para
superar el momento y continuar.
La
izquierda radical y los movimientos sociales pedían no ceder en las reformas. Pero
nunca han apoyado a Bachelet, no ha habido una movilización por la presidenta, en
todas se critica su política.
Adicionalmente
la izquierda y los movimientos en la calle no tienen una fuerza ni lejanamente
suficiente para apoyarse en ellos.
Bachelet
no tenía otra opción que inclinarse hacia los más conservadores de su
concertación de partidos y buscar acuerdos con la derecha de los mayores
empresarios que gobernó en la dictadura.
La
pregunta entonces es hasta qué punto ella transará el articulado de las
reformas.
Esa
derecha patronal se opone a los cambios dentro del sistema. No quiere una nueva
constitución ni leyes laborales. Se aferran al modelo con la forma que los ha
enriquecido.
Bachelet
decidió hacer acuerdos sabiendo que deberá morigerar sus reformas. Su nuevo
ministro del interior es democratacristiano, el partido que colaboró con el
golpe de estado que terminó con la muerte de Allende y miles de socialistas. En
otras carteras nombró a personas vinculadas al lobby y a empleos para los
corporativos.
¿Tenía
otra vía posible la presidenta con una baja en la encuestas, debilitada por su
familia, enfrentada por los estudiantes, trabajadores, profesores, intelectuales
y medios? Sustentada en partidos desacreditados.
Solo
los sectores patronales de oposición tienen el poder para estabilizar en alguna
medida al bloque de gobierno.
Y
el gobierno ganó con una gran mayoría de votos presentando un programa capitalista.
La
izquierda socialista es muy pequeña, está dividida y no logra hacer crecer su base
política ciudadana.
Si
bien se une a las peticiones de reformas socialdemócratas lo hace como
oposición para radicalizarlas rechazando comprometerse con un proceso de
cambios.
Los
movimientos sociales tienen capacidad de movilización pro reformas pero las
exigen a su manera sin tener tampoco la fuerza necesaria.
La
presidenta impulsó cambios fuertes dentro del límite reformista, respaldó todo
lo que pudo errores de su gabinete. Ahora asociada a tibios reformistas propios
deberá afrontar una lucha dentro del palacio de gobierno entre dos derechas. Se
tendrá que manejar hasta donde pueda con el peso de su autoridad personal.
El
problema profundo de la izquierda no está en las coyunturas.
No
es agotarse denunciando debilidades de un gobierno liberal sometido conscientemente
al bloque occidental. Es crecer con un discurso propio por medio de un trabajo
claro y persistente. Definirse, sin mal sobrevivir solo como opositor a las
derechas.
La
tarea es cómo levantar un socialismo arraigado en la población.
No
debe amarrarse a metas de un capitalismo en camino a ser insostenible.
Tiene
que crear una propuesta que mire a los problemas encuadrados en el colapso del
sistema.
Los
socialistas no pueden esperar triunfos rápidos sino avanzar en un proceso de
crecimiento junto con la realidad local y mundial.
Gregory
Mannarino, analista económico, cuenta los peligros que se ciernen sobre
nosotros si estalla la economía mundial basada en la deuda.
El experto está convencido de que la raíz del problema
son los bancos centrales que "han adoptado un modelo económico basado en
la deuda, que exige pedirle dinero prestado al futuro en cantidades cada
vez mayores para mantener vivo el presente", según una entrevista concedida
al canal de YouTube X22 Report Spotlight.
Además, el experto opina que las mejoras en
nuestro estilo de vida y "la cantidad de población" han
crecido "en paralelo con la deuda".
Según su pesimista prognosis, "millones y
millones de personas morirán en todo el mundo cuando la burbuja de la deuda
estalle".
"A medida que los recursos se vuelvan más escasos,
veremos que los países entran en guerra los unos con los otros"
y en el peor de los casos los humanos "lucharán por la supervivencia
y para mantener viva a su familia y a sí mismos", agrega Mannarino. [RT]
¿Ha discutido al menos estos temas
el socialismo? Sin una definición política de largo plazo
el socialismo pierde la posibilidad de llegar a tener poder en el futuro.
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