Francia - La matanza de Charlie Hebdo

Posted by Correo Semanal on sábado, enero 10, 2015




Fascismos

Gennaro Carotenuto *
Brecha, Montevideo, 9-1-2015

Ahmed era el nombre del policía al que le dieron el tiro de gracia en la calle los asesinos que asaltaron, en nombre del profeta Mahoma, el semanario Charlie Hebdo este miércoles en París. Ahmed era musulmán, como sus asesinos, como la mayoría de las víctimas en Siria y en Irak y como las partisanas kurdas que resisten en Kobani a la ofensiva del Estado Islámico. “Charb”, Stephane Charbonnier, el director del semanario, asesinado en París, lo escribió hace poco en una nota: “los kurdos nos defienden a todos”. Su muerte comprueba que ya no alcanza con los kurdos para defender a París, Roma, Londres. Es necesario enfrentar al fascismo islámico no por el petróleo o los intereses corporativos, sino por las mismas razones por las cuales era necesario defender a la España republicana del fascismo en el siglo pasado. También entonces los intereses, la duplicidad e ignominia de las clases dirigentes europeas desempeñaron un papel decisivo para abandonar a la II República y allanar el camino hacia la Segunda Guerra Mundial. Entonces como ahora, con cinismo despiadado, se deja que el enemigo –y el fascismo islámico al igual que cualquier otro fanatismo religioso es el enemigo– resulte útil electoralmente para conservar el modelo económico sin enfrentarlo realmente. La responsabilidad de las clases dirigentes occidentales, que lucran con el complejo militar-industrial, es tan grave ya, que hoy en París se combate realmente parte de esa tercera guerra mundial evocada por Jorge Bergoglio después de que en Kobani, en Siria, se abandonara a su suerte a las partisanas kurdas.
El acto terrorista del miércoles representa muchas cosas, entre ellas un fragmento de una larga guerra civil en el Oriente Medio que salpica a París, capital de un país donde ya viven casi 6 millones de musulmanes. Estamos así en un contexto muy distinto al del 11 de setiembre de 2001. El odio, la haine de la gran película de Mathieu Kassovitz del ya lejano 1995, escapa hoy de los suburbios, de las cités, al centro de París, y testimonia otra guerra civil incipiente, esta vez intraeuropea. Un proletariado local, histórico y nuevo, lumpenizado por la agobiante crisis del modelo neoliberal, combate contra los inmigrantes, a menudo ya ciudadanos. Acá nacieron o acá llegaron, y se volvieron “indeseables”, o sujetos de políticas de integración que siempre se quedaron cortas y que atestiguan ya no un pasado colonial sino un presente y un futuro que la extrema derecha parafascista quiere volver a declinar en un “sangre y suelo” constitutivo de la ideología nazi. Es la extrema derecha que en Francia toma forma en el Frente Nacional, proviene del colonialismo y de los torturadores de Argelia y que hoy día, con Marine Le Pen, hija y heredera política de Jean Marie, aspira a gobernar el país usando el miedo y el desprecio a los foráneos, aunque se trate de nacidos en suelo francés. De ahí, de esos conflictos, surgen y embarran la cancha los presuntos autores de la horrible masacre del distrito XI de París, a pocos metros de la Plaza de la Bastilla, esa que simboliza la entrada del mundo en la contemporaneidad. Nacieron en Francia, en Europa, de familias de origen norafricano, acá se formaron y –probablemente, sin por ello justificarlos– acá se sintieron excluidos y encontraron en el yihadismo una ideología. A veces esta reacción es presentada como una respuesta anticolonial. Pero la masacre de Charlie Hebdo no puede ser encarada de esta forma, porque este periódico, como testimonia su aislamiento y las críticas hasta el insulto que recibió el miércoles del Financial Times –entre otros–, que lo trató de imbécil, no era parte del coro que defiende la superioridad de Occidente sino el bufón o el niño que revela que el rey está desnudo. La masacre manifiesta así otra forma de fascismo que se explicita en el odio a la laicidad, al pensamiento crítico, a la libertad de expresión, valores que también en Europa fueron postergados durante los últimos 40 años de neoliberalismo.
Y lo peor es que esta forma de fascismo es útil a la extrema derecha, para la cual todo musulmán es un potencial terrorista. Los terroristas de París forman parte de fuerzas especiales, equipadas, entrenadas, veteranos experimentados probablemente en Irak o Siria.
No se le escapa a nadie que es el sistema democrático el objeto de los ataques en Europa. Pero tampoco se le escapa a nadie que el enemigo islamista favorece un proyecto autoritario que –frente al quiebre económico y ético del modelo neoliberal– utiliza la islamofobia y el racismo para recortar libertades y derechos en un continuo estado de emergencia. El terrorismo es la cara odiosa y visible de la guerra de supervivencia que se combate en las periferias. El migrante, musulmán y no, es el enemigo al que las clases dirigentes apuntan en el momento de la tala sistemática de los derechos y los servicios sociales necesarios tanto para los locales como para la plena integración de los migrantes. Las clases dominantes, que no quieren volver a pagar, como hicieron en la posguerra frente a una izquierda sólida, se valen del odio xenófobo para reducir o negar la atención en salud, educación, derechos ciudadanos, que costó casi dos siglos de luchas al movimiento obrero y que se están evaporando en unos pocos años. Y se valen de los medios de comunicación para culpar y demonizar a los inmigrantes, en particular a los musulmanes, señalándolos como un enemigo externo.
Sin embargo, Europa, entendida como civilización y no como una entidad económica, sólo tiene sentido si es capaz de garantizar las libertades y los derechos de todos aquellos que la han elegido como su casa, sean de la religión que fueren. Hoy a Francia se la somete a una falsa elección entre el emir Al Baghdadi y la dureza racista de Marine Le Pen, como dos caras de un mismo extremismo que la induzcan a seguir soportando el modelo. Una opción alternativa existe, y es continuar apostando a la integración, a los derechos para todos y todas, con respeto, con laicismo y progreso, y al mismo tiempo repudiar el modelo económico que, pisoteando los derechos de todos, contribuye a crear monstruos.

* Corresponsal de Brecha en Roma.