Chile - La nueva clase política ABC1
EL MOSTRADOR. COLUMNAS
26 de enero de 2015
La nueva clase política ABC1
Periodista, diplomático y escritor
Gato gordo no caza ratones, Tri
Vih Ling
Si
el caso Penta reposicionó el viejísimo viejo tema de la relación entre el
dinero espurio y los representantes políticos, ahora hay que ir un poquito más
lejos: a la relación entre dichos representantes y el dinero limpio.
Pocos
han reparado en que, a mayor cuantía de la dieta legal de los políticos, mayor
tentación para ingresar al “mundo del dinero”, “hacer trabajar el dinero” y
convertir en inversiones subrepticias hasta sus asignaciones colaterales (que
antes se llamaban “pitutos”). Todo esto con los contribuyentes como sector
trasquilado y el Estado como financista impersonal.
Sucede
que en ese rubro ya hemos llegado al desarrollo pleno. Nuestros representantes
están entre los mejor remunerados del mundo y el costo de nuestro servicio
político incluso supera el de grandes potencias industriales. En
esa línea vanguardista, la dieta parlamentaria y sus colgajos son una de las
más rentables expectativas de bienestar global –económico, de estatus y de
poder– a que pueden aspirar los hijos, cónyuges y otros parientes de los
políticos.
Está surgiendo un nuevo y ominoso
clivaje social: políticos profesionales contra todos los demás. Es una
dicotomía asimétrica, donde los políticos ya no son convincentes como
representantes, ni en las derechas ni en las izquierdas. Por eso hay
financistas que invierten en ellos, como quien hace negocios “en verde”, para
convertirlos en operadores.
Recurriendo
a la jerga sociológica, en Chile estaría cristalizando una estructura social
denominada “clase política ABC1”, especializada en la representación de
terceros, con diversidad de motivaciones ideológicas, homogeneidad de
intereses propios y aversión a la alternancia. Ahora, como dicho así resulta
complicado, digámoslo de manera más simple: nuestros representantes políticos,
gracias a sus altos ingresos, hoy pueden disputar respecto al bienestar de los
otros, pero estarán siempre de acuerdo sobre el bienestar propio.
LA BRECHA
Inevitablemente,
el fenómeno está configurando un
distanciamiento creciente, material y moral, entre elegidos y electores.
Mientras estos perciben que sus votos sólo sirven para producir “gente
pudiente”, aquellos se zambullen en una complicidad ecuménica:
todos para uno en la defensa de la “desigualdad con ventaja”. Lo curioso es que
las pocas excepciones conocidas apuntan a un
reconocimiento tácito de la brecha. La diputada Karol Cariola, por ejemplo, ha
dicho que, según pauta comunista tradicional, cede casi la mitad de sus
ingresos a su partido. De paso, tal privación no le impide lucir estupendo.
Expresiones
de ese apego a la dieta de la abundancia son el silencio soslayante, la
descalificación sin fundamentos, el “empate chilensis” y la defensa
corporativa. De hecho, no se sabe de algún representante que
haya atinado a prever, para evitarlo, que el reajuste general de remuneraciones
de este año los beneficiara en proporción desmesurada. Otro caso: el año pasado
la bancada estudiantil presentó un proyecto para reducir la distancia entre el
salario mínimo y el de los parlamentarios –40 veces mayor–, pero el rechazo fue
casi unánime. Las razones, digámoslo sin ambages, fueron pueriles. Según uno de
los rechazantes, “la vida es así”, y “algunos llegan
raspando a fin de mes”.
Desde
esa brecha está surgiendo un nuevo y ominoso clivaje social:
políticos profesionales contra todos los demás. Es una dicotomía asimétrica,
donde los políticos ya no son convincentes como representantes, ni en las
derechas ni en las izquierdas. Por eso hay financistas que invierten en ellos,
como quien hace negocios “en verde”, para convertirlos en operadores. Por eso,
los financiados mienten o se hacen los zonzos con perfecta cara de palo.
También puede sospecharse que, en los sectores más deprimidos, esta situación
potencia la “indignación de la calle”, la simpatía por los “outsiders” y hasta
la resignación ante los desmanes de “los encapuchados”.
DIFÍCIL CREDIBILIDAD
Las
encuestas reflejan lo dicho como desconfianza en todas las
instituciones políticas. Sin excepción. Ni falta hace agregar que tal
sentimiento implica una amenaza al sistema político
de partidos y a la democracia misma, tanto o más grave que la del viejo clivaje civil-militar. Parece
claro que no fue esa la idea de la transición, ni en las derechas ilustradas ni
en las izquierdas doctrinarias. Ni en los electores pragmáticos ni en los
románticos.
La solución,
entonces, no es técnica. Puede que ayude eliminar el binominal, redimensionar
los distritajes y fusionar algunos partidos. Sin embargo, el tema no se reduce
a una mejor representatividad aritmética y, menos, si se parte por asegurar un
aumento del número de representantes.
Ese
conjunto de instrumentos sólo arrojará dividendos macropolíticos si se tiene
claro que la exigencia principal es mucho más urgente y fácil de decir:
recuperar la austeridad olvidada para volver a ser creíbles.
Pero
la dificultad para hacerlo es grande. Supone políticos capaces de entender la
esencia de su relación con el dinero, para luego ponerle ese cascabel al gato.
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