Brasil - La derrota en la victoria
Correio da Cidadania, editorial
Traducción de Ernesto Herrera – Correspondencia de Prensa
La consolidación del consenso conservador de que la solución de los
problemas fundamentales del país pasa por una nueva ola reformas liberales,
marca la dimensión de la victoria electoral de la burguesía y define de
antemano el carácter del mandato del nuevo gobierno. En el segundo turno, el
elector podrá elegir entre dos dosis de neoliberalismo: la dosis mínima,
ofrecida por la izquierda del orden, y la dosis máxima, propuesta por la
derecha del orden.
Sin embargo, de la forma que fue obtenido, el éxito electoral puede ser
un tiro en el pié. Funcional a la perpetuación del analfabetismo político, la
politiquería rastrera no consigue crear liderazgos sólidos y consistentes, el
pilar fundamental de cualquier sistema democrático. Si en el barro de la
politiquería todos son iguales, la elección pierde sentido. ¿Si no hay elección
para qué sirve la representación? ¿Si no hay representación, quién tiene la
autoridad para liderar la Nación a la hora de las decisiones?
Vista de esa perspectiva, la elección de 2014 entrará en los anales de
la historia de Brasil como un marco en la crisis del sistema político. La
excepción de las candidaturas contra-corriente que, en circunstancias adversas
se comportaron con dignidad y valentía -con el PSOL y Luciana Genro a la cabeza-,
todas las demás salieron de la contienda moral y políticamente disminuidas y
desmoralizadas.
La búsqueda de una improbable síntesis entre el PT y el PSDB, pretendida
por Eduardo Campos, acabó precozmente, dejando a los abandonados por Lula en
manos de Marina Silva. El sueño de una tercer vía capitaneada por el discurso
de la nueva política se derritió cuando los programas y los debates electorales
desenmascararon los intereses ocultos de Marina y derrumbaron su demagogia
larvada.
La carnicería del embate del segundo turno se encargará de liquidar lo
poco -bien poco- que todavía resta de reputación y credibilidad de los dos
principales partidos del orden. La polarización plebiscitaria entre “la miseria
y la corrupción del pasado” y “la miseria y la corrupción del presente” es una
estrategia política suicida, al explicitar que, dentro de los parámetros del
orden global, en la práctica, la alternativa entre Dilma/Lula e Aécio es entre
lo muy malo y lo todavía peor.
Cualquiera sea el resultado del segundo turno, la resaca electoral será
monumental. Desmoralizado, el candidato perdedor será inmolado impiadosamente
por los propios correligionarios (traduciéndose, enseguida, en lucha fratricida
por la división de la herencia electoral). Después de un breve momento de
gloria, el vencedor tendrá que enfrentar la dura realidad y cumplir el su
compromiso con el gran capital, suministrando remedios amargos. Luego, deberá
confrontarse con la frustración tectónica de una población inmersa en una grave
crisis económica y social.
La destrucción de la base de representación construida en las tres
últimas décadas avanza a ritmo galopante. La corrupción de la democracia, la
ausencia de utopía, y la orfandad de liderazgos para enfrentar el contexto
histórico, deja a una población cansada de esperar un futuro radiante que nunca
se realiza. .
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