Chile: el
socialismo sigue vivo y fuerte… el que agoniza es el partido
Ustedes,
señores(as) Escalona, Andrade, Bachelet, Letelier Morel, Girardi,
Bitar, Rossi, ¿son “los herederos de Allende’? ¡Por favor! La verdad es
que en lo referente a política económica se asemejan más a Büchi,
Cáceres y Lavín
escribe Arturo Alejandro Muñoz
DEFINITIVAMENTE, EL SISTEMA
se encuentra a tan sólo segundos, o tal vez un par de minutos, de ganar
esta partida de cabo a rabo. Luego de tantos años (décadas, en verdad)
de lucha y esfuerzo por combatirlo, las esperanzas pareciesen enfrentar
su punta de rieles en la estación terminal de este tren –de justicia
social e igualdad– que millones de chilenos han cuidado con prolijidad
extrema.
¿Está agonizando en Chile
aquella hermosa ideología bautizada como “socialismo”? Quizá la
pregunta está mal formulada, ya que la inquietud al respecto debería
pasar ante otros frontispicios, como por ejemplo: ¿dónde y cuándo
feneció el socialismo aquel que hablaba de solidaridad latinoamericana,
de igualdad y de justicia social?
Los tiempos han cambiado, ¡ni
hablar!, y muchos de los dirigentes más destacados en la historia
última de ciertas tiendas partidistas del socialismo, con holgura y
anchura, pueden parafrasear a Neruda diciendo que los de antes ya no
somos los mismos.
Me pregunto en qué esquina de
cuál país europeo a esos dirigentes se les vino al suelo –quizá junto
con el derrumbe del muro berlinés– el añoso y perfecto concepto del
‘socialismo’ aparejado con el necesario anti-capitalismo. Hurgando en
el pasado reciente es posible toparse de narices con algunos de los
responsables europeos (maestros del mal) de tamaña desgracia.
Los apellidos saltan cual
resortes. ¿Aldo Moro? ¿Betino Craxi? ¿O fueron alemanes? También está
en la lista de las posibilidades el español Felipe González, hoy ícono
y serendipity del neoliberalismo rampante, en sociedad con personajes
latinoamericanos de la talla de Henrique Cardoso, Ricardo Lagos,
Fernando Flores y, ¡cómo no!, Carlos Slim.
En lo anterior no se agota el
problema. Es mayor. Las masas tienden a seguir la orientación que les entrega
el tintín del cencerro que porta el bicho principal, y esa categoría
–la de ‘principal’– se la endosamos precisamente a aquellos que la
habían perdido en septiembre de 1973.
Lo hicimos erradamente,
atraídos por el romanticismo que significaba verlos retornar de un
injusto exilio de tres lustros, pero no estábamos enterados respecto de
que muchos de ellos (la mayoría, en verdad) también seguían ahora a
otros cencerros… los europeos.
En el pasado, formando una
masa difusa cual restos idos y perdidos de la Historia, en alguna
recóndita esquina del arcón del recuerdo subyacen luchadores coherentes
y honestos apellidados Recabarren, Lafferte, Ampuero, Blest, Allende,
Cerda, Lorca, Enríquez… traicionados en sus valores y principios por
una camada de ’socialistas’ que decidieron reconvertirse a la fe
neoliberal en beneficio de sus propias faltriqueras.
Lo doloroso (para el pueblo)
es que estos son quienes vienen gobernando el país desde el año 1990, y
lo han hecho mediante el garlito del engaño, pues todavía logran
embaucar a una parte relevante del electorado haciéndole creer que
representan a la ‘izquierda’.
El engaño alcanza ribetes de
burla cínica cuando aseguran ser “los herederos de Allende”. Una
bofetada, sin duda.
Ustedes, señores(as)
Escalona, Andrade, Bachelet, Letelier Morel, Girardi, Lagos, Correa,
Bitar, Rossi… ¿son “los herederos de Allende’? ¡Por favor! La verdad es
que en lo referente a política económica se asemejan más a Büchi,
Cáceres y Lavín. Aquí me detengo, pues si continúo explayándome bien
podría llegar a tildarlos de “vástagos de Pinochet”. Y tengo sobradas
razones para pensarlo.
La mayoría de los actuales
dirigentes ‘socialistas’, dueños hoy de una renovada fe neoliberal, en
septiembre de 1973 corrieron presurosos hacia las embajadas en procura
de asilo, dejando al pueblo –al mismo pueblo que decían representar y
dirigir– en condiciones lamentables, al arbitrio de la locura
uniformada que se desató horas después del golpe militar.
Muchos de ellos fueron
recibidos en calidad de mártires heroicos en diversos países,
disfrutando de las regalías y solidaridad de sus pares, viviendo
gratuitamente merced a la preocupación de los respectivos gobiernos,
dando charlas en sindicatos y organizaciones estudiantiles, paseando de
un lugar del mundo a otro, sin haber trabajado un solo día, ni
transpirando por la necesidad de proveer alimento para su familia.
Hubo algunos que ocuparon
oficinas en edificios gubernamentales, como fue el caso de aquellos que
se refugiaron en Alemania Oriental o la Unión Soviética, desde donde
“censuraban y administraban” las vidas de sus compatriotas menos
favorecidos, en una especie de KGB-Stasi-DINA-Chilensis que aún provoca
tristes recuerdos en muchos exiliados.
En Cuba no les fue nada de
bien, ya que Fidel Castro consideró que esos dirigentes políticos
exiliados representaban una vergüenza para la causa revolucionaria,
puesto que no tan sólo habían entregado la oreja con suma rapidez y
facilidad sino, además, sin disparar un maldito tiro corrieron a buscar
cobijo en las embajadas dejando al pueblo en la indefensión. Desde el
exilio hablaron y hablaron; recorrieron (con buena paga, por cierto)
todos los foros internacionales sin dejar de asistir, jamás, a ninguno
de los cócteles que se estilan en esas organizaciones, ni a desayuno,
cena o comida oficial ofrecida por los anfitriones.
Se asegura que hubo quienes
subieron escandalosamente de peso en pocos años, y sus barrigas
aumentaron al nivel de las que decoran a los obispos. Otros, no muchos,
lograron insertarse en organizaciones supranacionales y desarrollaron
–bien o mal– trabajos varios que, al menos, justificaban el dinero mensual
recibido.
Todo lo anterior importaría
un bledo y constituiría parte sabrosa del anecdotario, pero la tragedia
estriba en que esos mismos dirigentes políticos regresaron al país una
vez que la ciudadanía, el pueblo, recuperó la democracia; y regresaron
no para trabajar como burros –tal cual lo hacen dieciséis millones de
chilenos cada jornada– sino para ocupar un lugar de privilegio en la
nueva institucionalidad prohijada por quienes eran sus adversarios, o
sus enemigos a muerte.
Y ahí están hoy... diputados,
senadores, subsecretarios, jefes de reparticiones, “pituteros” sin
perdón, gobernadores, seremis, alcaldes, jefes de partidos, directores
de ONG’s y hasta ministros de Estado. Son los mismos que huyeron como
alma que se lleva el diablo no bien un “paco” o un “milico” apareció en
la esquina con la cara embetunada. ¡Los predicadores de la revolución
arrancaron al primer peñascazo! ¡Los que exigían al pueblo marchar
unido y en armas contra la burguesía, depositaron vertiginosamente sus
traseros en la embajada más cercana!
Pero, con la misma rapidez
que esquivaron responsabilidad y bulto, regresaron a la patria para
seguir profitando de la ingenuidad del chileno de a pie, demostrando
cuán poco les importaron los miles de muertos y millones de
decepcionados... total, piensan ellos, pertenecían al pueblo, a ese
pueblo sumiso y abúlico que sobrevivió a otras masacres anteriores pero
que se manifiesta dispuesto a apoyar con su voto y su esfuerzo a los
mismos hombres que actuaron de verdugos morales.
Eso me hace recordar la
famosa frase latina: “Los muertos que vos matasteis, gozan de buena
salud”. ¡Y qué salud!
Si se recorre la historia de
cualquier país que experimentó algo parecido a lo que nos correspondió
vivir entre 1970 y 1990, se encontrará que en ninguno de ellos –salvo
Chile– los responsables de la tragedia (y responsables de derecha,
centro e izquierda) volvieron a ocupar cargos públicos o de
representación popular. Sólo considerar que el principal representante
de la dictadura, una vez restaurado el estado democrático, continuó en
la comandancia en jefe del ejército y luego fue senador designado, es
suficiente motivo para arrancarse los cabellos.
Habida consideración de lo ya
relatado, es válido señalar que el socialismo no ha muerto, ni tampoco
está postrado en la reposera del enfermo. Por el contrario, se
encuentra fuerte y con una vigencia que alienta a seguir en la riña, en
la lucha.
Lo que sí agoniza y parece
tener síntomas de autopsia es el actual Partido Socialista donde se han
encaramado pelafustanes como los mencionados en líneas anteriores. No
es el socialismo” quien se entregó de manos atadas a los intereses de
las transnacionales, sino algunos dirigentes del viejo partido,
específicamente aquellos que huyeron de Chile en 1973 llevándose el cencerro.
En resumen, si ellos
continúan estando donde hoy están, la culpa es sólo nuestra. Y como
reza el refrán chino, “todo largo camino comienza con un primer paso”,
en lo que concierne al tema que convocó a estos apuntes.
Ese primer paso del inacabado
largo trayecto que el pueblo debe recorrer en procura de su bienestar y
de la justicia social, no es otro que el desprenderse, ahora y ya, de
aquellos dirigentes que siguen amañando el cencerro pese a que saben a
ciencia cierta que no representan ni el sentimiento ni la historia de
los socialistas verdaderos, sino, más bien, constituyen una nueva
camada política cuyas características fueron definidas certeramente por
Tomasso di Lampedussa en su obra “El Gatopardo”.
|
0 Responses to "Chile: el socialismo sigue vivo y fuerte… el que agoniza es el partido"
Publicar un comentario