¿Esto es EEUU?: Lo que presencié en Ferguson fue espantoso
Errin Whack *
Traducción de Sin Permiso
Todavía me parece increíble lo que
pasó hace apenas unas pocas horas. Yo andaba tratando de evitar que me
alcanzara una nube de gas lacrimógeno que invadía una urbanización de bellos
jardines en el corazón de los Estados Unidos, mientras que unos policías
lanzaban a mi amigo y colega, el periodista Wesley Lowery, contra una máquina
de venta de refrescos, y luego lo detuvieron cerca de allí.
Yo vine a Ferguson, Missouri, como
parte de mi trabajo para Fusion, buscando respuestas tras la muerte de un
adolescente afroamericano por las balas de un policía. Desde que llegué he
procurado comprender algo de la dinámica entre la comunidad y las autoridades
locales, esperando que cualquier perspicacia obtenida me sirva para explicar la
tragedia.
Esta noche fui testigo material de
dicha dinámica.
Una de mis fuentes me invitó a que me
reuniera con él en su vecindario, a pocos minutos de la tienda QuikTrip, ya
quemada y saqueada, donde decenas de jóvenes, en su mayoría afroamericanos, se
han reunido cada noche para protestar de manera pacífica la muerte de Michael
Brown Jr. El sitio no es muy lejos de donde Brown murió acribillado por balas
la noche del sábado pasado. Cada noche han ocurrido altercados con la policía
en áreas aledañas.
Una hora antes le había enviado un
mensaje de texto a Wesley, quien trabaja para el diario Washington Post, para
averiguar si se encontraba bien. Me respondió diciéndome que estaba muy cerca
en un McDonald’s. Intercambiamos algunas bromas y luego me dirigí hacia
Ferguson.
Mi experiencia cubriendo noticias
durante los últimos 12 años me han enseñado a no estacionar el vehículo cerca
del acontecimiento; de modo que estacioné a unas cuadras y me fui a pie hasta
el lugar de la protesta. Me encontré con una escena surreal: música religiosa a
todo volumen desde un altoparlante cerca de unas mujeres que rezaban; un grupo
de jóvenes bailando y cantando; y una muchedumbre muy molesta, en su mayoría
jóvenes afroamericanos, burlándose de los policías que bloqueaban el otro
extremo de la calle.
La imagen de cualquier persona
afroamericana retando a la autoridad es algo raro. Aún más extraño es ver a la
policía con cascos puestos, portando armas semiautomáticas, cargando escudos y
delante de vehículos blindados. Todo esto estaba pasando a pocos metros de la
pequeña urbanización digna de verse en una tarjeta postal típica de lo que es
el corazón de los Estados Unidos.
“¿Qué defienden ustedes?” preguntaba
un manifestante.
“Ellos no quieren pelear; ellos
quieren disparar”, decía otro.
“Mie#$% de cobardes”, dice un
tercero.
Los policías se mantuvieron
silenciosos mientras la muchedumbre desataba su frustrada diatriba. Pero sus
acciones pronto servirían para expresar más que palabras.
A medida en que se acercaba la puesta
del sol apareció un helicóptero sobre el lugar y la atmósfera se tornó cada vez
más tensa. Los policías vociferaban mediante un megáfono, dando órdenes a los
manifestantes: “Favor retírense de los vehículos. Mantengan una protesta
pacífica. Necesitan alejarse del vehículo más allá de los 25 pies. Aléjense,
¡AHORA!”
Uno de los policías se encaramó sobre
uno de los dos vehículos blindados y apuntó su fusil hacia la muchedumbre,
poniendo al grupo en la mira del fusil. Tomé una foto con mi iPhone y sentí
escalofríos al pensar que este hombre podía disparar contra alguien más tarde.
De las decenas de policías alineados
contra los manifestantes, sólo tres eran afroamericanos.
El resto, apenas visibles tras su
equipamiento anti-motín, parecían ser blancos. Uno de los policías aguantaba la
correa que frenaba a un perro pastor alemán.
En Ferguson, casi el 70% de los
residentes son afroamericanos y más o menos el 30% son blancos, según los datos
más recientes del Censo. La composición racial de la muchedumbre era más bien
9:1 afroamericanos a blancos. Pero los afroamericanos forman sólo el 6 por
ciento de la fuerza policial.
Después de unos minutos, el sol se
ocultó tras los árboles y me preparé para el inminente enfrentamiento. La
policía local había estado tratando de disuadir contra las protestas después
del anochecer, y yo ya sabía que una confrontación sería muy probable.
Gran parte de mi carrera como
periodista ha sido escribiendo sobre derechos civiles; muchas veces escribí
sobre los eventos de las décadas del 50 y del 60. Algunas de las escenas que
presencié anoche no se diferenciaban mucho de las cosas que he descrito en
historias de aquella época ya remota. Me sentí como si que estuviera en una
película.
Tal como si la puesta del sol fuera
un reloj, se oyó el estallido de un botellazo entre la muchedumbre. Pronto se
oyó retumbar la voz de la policía: “Esto ya no es una protesta pacífica.
Necesitan dispersarse ya.” Casi simultáneamente, y antes de que nadie pudiese
salir de la zona, la policía empezó a lanzar bombas lacrimógenas hacia la
muchedumbre.
Empezamos a correr. En otras
ocasiones había respirado gas pimienta y no tenía ganas de repetir la
experiencia. El gas se extendía rápidamente, más rápido de lo que podíamos
correr. Me empezaron a arder los ojos y la nariz. Me di más prisa.
Resultó ser más difícil dispersarse
de los que yo esperaba. Con muy pocas opciones para conseguir una ruta de
escape, nos metimos por un parque para llegar al vecindario donde vive la
persona que me sirve de fuente. Nos fuimos a pie hasta su casa y esperamos allí
hasta que el disturbio disminuyera.
Después de más de una hora nos
atrevimos a salir para regresar al automóvil. El olor a gas lacrimógeno se
sentía levemente en el vecindario, al no estar tan lejos. Pero antes de que
pudiésemos salir del vecindario el olor se hizo más fuerte. Había caído una
bomba lacrimógena en la calle dentro de la urbanización—lejos de cualquier
protesta. El cielo todavía lucía encendido por el humo. En la distancia cercana
estallaban bombas lacrimógenas y granadas de aturdimiento. Nos devolvimos hacia
la casa.
Más temprano esa misma noche, antes
de dirigirme hacia este vecindario, había asistido a una rueda de prensa
convocada por Jon Belmar, el Jefe de Policía del Condado de San Luis. Cuando le
preguntaron sobre el uso del gas lacrimógeno por parte de sus policías, Belmar
les dijo a los reporteros que él no había “encontrado otros medios que
fueran efectivos para dispersar a la gente”.
Belmar descartó la idea del toque de
queda, diciendo que la gente sin ley “no va a prestar atención a eso”.
Pero claramente esto era un toque de
queda de facto que no distinguía entre aquellos que viven sin ley y los
residentes que obedecen las leyes. Parecía que la policía tuviera al vecindario
sitiado y que yo no podría salir de allí.
Pero sabía que al fin y al cabo yo
podría salir, a diferencia de los residentes de esta comunidad, quienes han
tenido que aguantar estas condiciones durante los últimos cuatro días. Ya se me
hacía más fácil ver por qué los residentes desconfían de los policías a quienes
se les ha designado servir y proteger a su comunidad. Aquí no existe la buena
voluntad.
Permanecí sintiéndome agitada
mientras esperaba salir del vecindario. Me enteré de que las cosas iban peor
para Wesley. Lo habían arrestado en aquel McDonald’s; aunque pronto fue puesto
en libertad, el incidente parecía ser prueba adicional de que el departamento
de policía operaba de manera inconsulta e injusta. Durante el proceso, dos
periodistas fueron detenidos de manera injusta, junto con otros ciudadanos que
no pudieron salir del restaurante con la rapidez que exigían los policías.
Después de otra hora más, decidimos
intentar de nuevo salir del vecindario. Al acercarnos a la entrada de la
urbanización, una muralla de luces azules nos bloqueaba la salida. Cuando
tratamos de pasar, los policías nos dijeron que esperáramos mientras que ellos
atendían una situación. Después de más o menos 15 minutos el cruce quedó
abierto y por fin pudimos llegar hasta el auto y salir de allí.
Me quedé pensando, cómo es posible
que ciudadanos de Estados Unidos pudiesen ser tratados de esta manera. Cómo tal
maltrato será como un puñetazo para una comunidad que sufre en carne viva la
muerte de uno de los suyos. Me alejé de ese vecindario rápidamente, ansiosa de
alejarme de la fealdad de lo que acababa de presenciar.
* Errin Whack es periodista de la
cadena de noticias Fusion.
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