Chile - Operaciones en la Suprema
Jorge
Escalante – Periodista
El Mostrador - 22 de
julio de 2014
A 40 años de
la asonada cívico-militar, el rubor de las mejillas aumenta de tono ante el
espectáculo al interior de la Corte Suprema, respecto de los eternizados
juicios por los crímenes de lesa humanidad.
En estas
columnas, saludé el arribo del ministro Sergio Muñoz a la presidencia del más
alto tribunal. Lo sigo celebrando. Un juez recto, ético, ausente de las comunes
maquinaciones en aquellas altísimas esferas de la señora de la venda
y la espada. Muñoz, un juez sensible y dedicado a hacer justicia en los
crímenes de la Dictadura. Sus investigaciones y resoluciones lo acreditan.
Cuando, hace
unos días, el ministro Muñoz asumió como coordinador de los jueces que
instruyen estas causas, los familiares de los caídos y sus organizaciones
esbozaron una clara sonrisa. Se encendía una luz al fondo del laberinto de
legajos, que por su interminable camino va dejando sembradas otras muertes:
aquellas de los familiares que se van sin conocer la justicia por los suyos, y
las de los asesinos que mueren de viejos, o perturbados por sus oscuras
conciencias.
Cuando, en
febrero pasado, el ministro Muñoz llamó al ya retirado magistrado Alejandro
Solís para que colaborara en apurar estas causas por su amplio conocimiento,
capacidad investigativa y de trabajo, los familiares volvieron a sonreír. El ex
juez Solís también.
–
Alejandro,
hay que apurar todo esto, es demasiado tiempo, le gente se está muriendo y
nosotros, la Justicia, estamos quedando muy mal.
Solís
alcanzó a ayudar a avanzar algunas causas. Para eso lo llamó Muñoz. Pero, en
marzo, al retorno al nuevo año judicial, aparecieron los poderes fácticos. Un emisario
del comandante en Jefe del Ejército Humberto Oviedo, si no él mismo –porque el
juez Dolmestch prefirió omitir el nombre del uniformado en sus comentarios–,
golpeó la puerta del despacho de este ministro.
–
¡Cómo
puede ser que este juez Solís esté de nuevo metido en estos asuntos de derechos
humanos! ¡Estamos muy preocupados, en el Ejército!
Dolmestch
era entonces el juez coordinador para todas las causas de lesa humanidad y sus
jueces investigadores.
Rápidamente,
se realinearon las filas y el juez Dolmestch le hizo ver al ministro Muñoz la
gran preocupación del Ejército por la reaparición de Solís.
Hasta ese
momento, el nombramiento de Solís era desconocido públicamente. Entonces,
alguien dentro de la Corte Suprema se comunicó con El Mercurio y el
diario publicó que existía “inquietud”
en el pleno de ministros de la Suprema, por la recontratación del ex juez Solís,
decretada por el presidente Sergio Muñoz. La operación estaba montada.
El ex juez
Solís recibió temprano la llamada. Eran las 08.30.
–
Alejandro,
por favor, vente de inmediato a mi oficina… hay problemas –le dijo el ministro
Muñoz, apesadumbrado.
Era raro,
porque días antes el propio Dolmestch le había manifestado a Solís:
–
Alejandro,
trabajaremos muy bien, yo creo que incluso hay que armar un Departamento
Especial, para apurar todas estas causas.
Eso alegró
aún más al ex juez. Solís llegó puntual ese día al despacho del presidente de
la Corte Suprema:
–
Alejandro,
te tengo que pedir la renuncia. Me han armado toda una historia con tu
nombramiento. Dolmestch me dijo que el Ejército está indignado y a mí varios
ministros se me están echando encima por haberte nombrado.
Así, con una
verdadera operación de inteligencia, como en los tiempos más duros de la
milicada, el Poder Judicial y sobre todo los desgastados y envejecidos
familiares de los caídos, nuevamente perdían ante los poderes fácticos.
¿Alguna
similitud entre el caso Solís y la actual renuncia del juez Sergio Muñoz a
coordinar las causas por estos crímenes? ¡Todas, pues! ¡Absolutamente todas!
Provocar su renuncia fue una nueva operación de inteligencia montada por
quienes al interior del pleno de la Corte Suprema no quieren que las causas
avancen, porque hieren a los criminales. Porque se mantienen sometidos a la
milicada que todavía golpea las puertas de los tribunales para reclamar contra
la justicia, porque toca a sus asesinos y torturadores por siempre amparados
por el Ejército.
El juez
Muñoz recién había tomado la posta dejada por Dolmestch en esta coordinación.
Dijo públicamente que había que revisar lo actuado por los jueces que instruyen
las causas. Era obvio que había que hacerlo. ¿Por qué los juicios se eternizan?
Claro, faltan jueces para agregar a los poco más de 30 que en el país instruyen
más de 1.500 procesos, y es hora de que el Poder Judicial disponga de recursos
para fortalecer este trágico escenario.
Pero la
operación contra el presidente de la Suprema fue la misma que reventó al ex
juez Alejandro Solís. Nuevamente, una renuncia fue provocada por una información
filtrada interesadamente desde “alguien”
en la Corte Suprema, para provocar una nota de prensa que habló de “nuevas inquietudes” y desavenencias
entre un número de ministros en el pleno de la Corte Suprema y los criterios
del juez Muñoz para acelerar los procesos.
Probablemente,
no son tan gatos de chalet quienes
investigan estas causas, sino que simplemente requieren más recursos y más
jueces que se repartan el difícil trabajo.
Nuevamente,
operaron los poderes fácticos al interior de la Corte Suprema. Asustados porque
Muñoz quería acelerar las cosas. Controlar mejor el trabajo, porque requiere
control. Hay algunos de estos jueces que se conforman con que los milicos les
mientan sobre lo obvio, pero no son capaces de meterlos cinco días incomunicados
en un calabozo para que refresquen la memoria, como la hacía el valiente y
fallecido ministro Víctor Montiglio.
Pero me
atrevo a pensar que en el fondo de todas estas oscuras historias, más allá de
palabras más o palabras menos, de que entendimos esto y no lo otro, hay
un fin común, una estrategia común bien urdida entre el Ejército y algunos
integrantes de las cortes: permitir que estos procesos se eternicen, porque así
los familiares que buscan justicia y también los criminales van muriendo por el
camino. Los unos con la pesada tristeza en sus canosas sienes, y los otros en
tránsito al cielo o al infierno sin conocer condena, amortajados con las
manitos juntas y el alma negra.
Pero, como
dice el Cielito
lindo de los uruguayos, Olimareños:
“Si no los despeina el viento, los va a despeinar la Historia”.
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