Chile - Operaciones en la Suprema

Posted by Correo Semanal on miércoles, julio 23, 2014

Jorge EscalantePeriodista
El Mostrador - 22 de julio de 2014

 A 40 años de la asonada cívico-militar, el rubor de las mejillas aumenta de tono ante el espectáculo al interior de la Corte Suprema, respecto de los eternizados juicios por los crímenes de lesa humanidad.

 En estas columnas, saludé el arribo del ministro Sergio Muñoz a la presidencia del más alto tribunal. Lo sigo celebrando. Un juez recto, ético, ausente de las comunes maquinaciones en aquellas altísimas esferas de la señora de la venda y la espada. Muñoz, un juez sensible y dedicado a hacer justicia en los crímenes de la Dictadura. Sus investigaciones y resoluciones lo acreditan.

 Cuando, hace unos días, el ministro Muñoz asumió como coordinador de los jueces que instruyen estas causas, los familiares de los caídos y sus organizaciones esbozaron una clara sonrisa. Se encendía una luz al fondo del laberinto de legajos, que por su interminable camino va dejando sembradas otras muertes: aquellas de los familiares que se van sin conocer la justicia por los suyos, y las de los asesinos que mueren de viejos, o perturbados por sus oscuras conciencias.

 Cuando, en febrero pasado, el ministro Muñoz llamó al ya retirado magistrado Alejandro Solís para que colaborara en apurar estas causas por su amplio conocimiento, capacidad investigativa y de trabajo, los familiares volvieron a sonreír. El ex juez Solís también.

        Alejandro, hay que apurar todo esto, es demasiado tiempo, le gente se está muriendo y nosotros, la Justicia, estamos quedando muy mal.

 Solís alcanzó a ayudar a avanzar algunas causas. Para eso lo llamó Muñoz. Pero, en marzo, al retorno al nuevo año judicial, aparecieron los poderes fácticos. Un emisario del comandante en Jefe del Ejército Humberto Oviedo, si no él mismo –porque el juez Dolmestch prefirió omitir el nombre del uniformado en sus comentarios–, golpeó la puerta del despacho de este ministro.

        ¡Cómo puede ser que este juez Solís esté de nuevo metido en estos asuntos de derechos humanos! ¡Estamos muy preocupados, en el Ejército!

 Dolmestch era entonces el juez coordinador para todas las causas de lesa humanidad y sus jueces investigadores.

 Rápidamente, se realinearon las filas y el juez Dolmestch le hizo ver al ministro Muñoz la gran preocupación del Ejército por la reaparición de Solís.

 Hasta ese momento, el nombramiento de Solís era desconocido públicamente. Entonces, alguien dentro de la Corte Suprema se comunicó con El Mercurio y el diario publicó que existía “inquietud” en el pleno de ministros de la Suprema, por la recontratación del ex juez Solís, decretada por el presidente Sergio Muñoz. La operación estaba montada.

 El ex juez Solís recibió temprano la llamada. Eran las 08.30.

        Alejandro, por favor, vente de inmediato a mi oficina… hay problemas –le dijo el ministro Muñoz, apesadumbrado.

 Era raro, porque días antes el propio Dolmestch le había manifestado a Solís:

        Alejandro, trabajaremos muy bien, yo creo que incluso hay que armar un Departamento Especial, para apurar todas estas causas.

 Eso alegró aún más al ex juez. Solís llegó puntual ese día al despacho del presidente de la Corte Suprema:

        Alejandro, te tengo que pedir la renuncia. Me han armado toda una historia con tu nombramiento. Dolmestch me dijo que el Ejército está indignado y a mí varios ministros se me están echando encima por haberte nombrado.

 Así, con una verdadera operación de inteligencia, como en los tiempos más duros de la milicada, el Poder Judicial y sobre todo los desgastados y envejecidos familiares de los caídos, nuevamente perdían ante los poderes fácticos.

 ¿Alguna similitud entre el caso Solís y la actual renuncia del juez Sergio Muñoz a coordinar las causas por estos crímenes? ¡Todas, pues! ¡Absolutamente todas! Provocar su renuncia fue una nueva operación de inteligencia montada por quienes al interior del pleno de la Corte Suprema no quieren que las causas avancen, porque hieren a los criminales. Porque se mantienen sometidos a la milicada que todavía golpea las puertas de los tribunales para reclamar contra la justicia, porque toca a sus asesinos y torturadores por siempre amparados por el Ejército.

 El juez Muñoz recién había tomado la posta dejada por Dolmestch en esta coordinación. Dijo públicamente que había que revisar lo actuado por los jueces que instruyen las causas. Era obvio que había que hacerlo. ¿Por qué los juicios se eternizan? Claro, faltan jueces para agregar a los poco más de 30 que en el país instruyen más de 1.500 procesos, y es hora de que el Poder Judicial disponga de recursos para fortalecer este trágico escenario.

 Pero la operación contra el presidente de la Suprema fue la misma que reventó al ex juez Alejandro Solís. Nuevamente, una renuncia fue provocada por una información filtrada interesadamente desde “alguien” en la Corte Suprema, para provocar una nota de prensa que habló de “nuevas inquietudes” y desavenencias entre un número de ministros en el pleno de la Corte Suprema y los criterios del juez Muñoz para acelerar los procesos.

 Probablemente, no son tan gatos de chalet quienes investigan estas causas, sino que simplemente requieren más recursos y más jueces que se repartan el difícil trabajo.

 Nuevamente, operaron los poderes fácticos al interior de la Corte Suprema. Asustados porque Muñoz quería acelerar las cosas. Controlar mejor el trabajo, porque requiere control. Hay algunos de estos jueces que se conforman con que los milicos les mientan sobre lo obvio, pero no son capaces de meterlos cinco días incomunicados en un calabozo para que refresquen la memoria, como la hacía el valiente y fallecido ministro Víctor Montiglio.

 Pero me atrevo a pensar que en el fondo de todas estas oscuras historias, más allá de palabras más o palabras menos, de que entendimos esto y no lo otro, hay un fin común, una estrategia común bien urdida entre el Ejército y algunos integrantes de las cortes: permitir que estos procesos se eternicen, porque así los familiares que buscan justicia y también los criminales van muriendo por el camino. Los unos con la pesada tristeza en sus canosas sienes, y los otros en tránsito al cielo o al infierno sin conocer condena, amortajados con las manitos juntas y el alma negra.

 Pero, como dice el Cielito lindo de los uruguayos, Olimareños:

“Si no los despeina el viento, los va a despeinar la Historia”.