Le Monde Diplomatique Chile - Artículo completo sobre Ucrania
En la edición de Le Monde
Diplomatique de abril publicamos un texto sobre
Ucrania, sin embargo otro artículo sobre Ucrania, por un problema de plazos
de envío a la imprenta, no alcanzó a ser incluido, por lo que lo enviamos
ahora a todos nuestros lectores (incluye cronología):
Ucrania, sin embargo otro artículo sobre Ucrania, por un problema de plazos
de envío a la imprenta, no alcanzó a ser incluido, por lo que lo enviamos
ahora a todos nuestros lectores (incluye cronología):
“No todas las
rebeliones son revoluciones”
Ucrania, de una oligarquía a otra
Por Jean-Arnault Dérens y Laurent Geslin*, enviados especiales
Tras la secesión de Crimea, el nuevo poder ucraniano debe enfrentar una
situación económica, demográfica y social desastrosa. El sistema
oligárquico construido desde hace veinte años alimenta la pobreza, el
rencor y el miedo. Y nada indica que será realmente puesto en tela de
juicio.
Muy cerca de la Plaza Lenin de Donetsk, el Donbass Palace es el hotel más
lujoso del este de Ucrania. La habitación cuesta 350 euros la noche, mucho
más que el salario mensual promedio, en esta vidriera del imperio de Rinat
Ajmetov. El hombre más rico del país formó parte del entorno de Viktor
Yanukovich, el presidente depuesto, y hoy apoya con prudencia al poder
surgido de la insurrección en Kiev. Además de este hotel y de numerosos
inmuebles, el millonario es dueño del club de fútbol de la ciudad, el
Shajtar Donetsk, y sobre todo de minas, acerías, fábricas. Entre los clanes
de la oligarquía nacional, las más grandes fortunas nacieron en esta cuenca
industrial y minera del Don. Estas tierras que corresponden a los oblasts
(regiones) de Donetsk y Lugansk constituían ya uno de los centros
industriales y mineros de la ex Unión Soviética.
Donbass aún provee la cuarta parte de los ingresos en divisas de Ucrania,
aunque oficialmente no queden más de noventa y cinco minas en actividad,
contra doscientas treinta hace veinte años. Durante el mismo período, el
país perdió siete millones de habitantes. Inmediatamente después del acceso
a la Independencia, a fines de 1991, frente al caos económico y al cierre
de las primeras minas estatales, los hombres comenzaron a escarbar el suelo
para sobrevivir. “Aquí basta con cavar un metro para encontrar carbón”,
desliza un viejo minero de Torez, la ciudad industrial vecina, que aún
lleva el nombre del ex dirigente comunista francés (1). En las galerías
artesanales, mal apuntaladas por troncos de madera, los accidentes abundan.
Empujados por la esperanza de ganar 200 o 300 euros por mes, los mineros
aceptan el riesgo de desaparecer en las entrañas de la tierra. Con la
llegada de Yanukovich al frente del Estado en 2010, la red de kopanki, esas
minas ilegales, se estructuró y organizó.
“El carbón extraído de las kopanki se cedía a bajo precio a las minas
públicas, que luego lo revendían a precio de mercado”, cuenta Anatoly
Akimochin, vicepresidente del Sindicato Independiente de Mineros de
Ucrania. A estas ganancias se sumaban los subsidios otorgados por el
gobierno para mantener artificialmente la solvencia de las minas públicas.
“Buena parte de estas sumas desaparecía en los bolsillos de los hombres del
régimen”, desliza Akimochin. Según los expertos nacionales, el 10% del
carbón producido estos últimos años en el país provenía de estas
explotaciones ilegales. Detrás de esta red se perfila la sombra de
Alexandre Yanukovich, el hijo mayor del ex presidente, quien había asumido
así el riesgo de competir con los propietarios de las minas privatizadas, a
la cabeza de los cuales se encontraba Ajmetov.
Más de lo mismo
“¿Una revolución? No, simplemente, un nuevo reparto de cartas”. El
sociólogo Volodymyr Ishchenko, director del Centro de Investigación Social
de Kiev, no oculta su amargura, unas semanas después de la huida de
Yanukovich y la instauración de un nuevo régimen. “Este gobierno defiende
los mismos valores que el anterior: el liberalismo económico y el
enriquecimiento personal. No todas las rebeliones son revoluciones. Resulta
poco probable que el movimiento de Maidán permita cambios profundos y pueda
así aspirar al rango de revolución. El candidato más serio para las
elecciones presidenciales del 25 de mayo no es otro que Petro Poroshenko,
el ‘rey del chocolate’, uno de los hombres más ricos del país...”. Mientras
aún caían manifestantes bajo las balas en Maidán, la plaza de la
Independencia, epicentro de la ira popular desde el 22 de noviembre, una
extraña transición se negociaba en algunas antesalas con los poderosos
hombres de negocios que tomaron el control de Ucrania.
Estos últimos veinte años, la república vivió una forma particular de
desarrollo, a menudo calificada de “pluralismo oligárquico”. Muchos hombres
de negocios, que amasaron inmensas fortunas adquiriendo a precio vil las
minas o las fábricas privatizadas tras el fin de la URSS, se involucraron
en política. Comerciantes de petróleo o gas pueden convertirse así en
ministros, o asumir la dirección de grandes organismos de la administración
pública. La propia ex primera ministra Yulia Timoshenko, figura de la
“revolución naranja” de 2004, elevada por los occidentales al rango de
mártir tras su encarcelamiento en agosto de 2011, hizo una fortuna en la
industria gasífera.
Se hace carrera entre los negocios y los cargos públicos. Otros poderosos
empresarios se conforman con una posición más discreta, financiando las
campañas de políticos encargados de representar sus intereses, que se
convierten así en sus servidores. Este sistema, que se formalizó bajo la
presidencia de Leonid Kuchma (1994-2005), supone una recomposición
permanente, en función de los intereses opuestos de estos poderosos, sus
alianzas y rupturas.
A pasos del Donbass Palace, en el último piso del señorial edificio que
alberga las sedes de Metinvest y DTEK, dos de las empresas de Ajmetov, se
exhibía el cartel luminoso de Mako, el holding creado en Suiza por
Yanukovich hijo para exportar el carbón ucraniano. Pocos días después de la
caída del padre, fue discretamente desmantelado, señal de que la alianza
que unía al dueño del Donbass y los hombres del presidente había fracasado.
En 2010, el presidente Yanukovich, considerado desde los años 1990 como el
representante político de los intereses del clan de Donetsk, había decidido
adquirir cierta autonomía frente a su poderoso protector. Ubicó a sus
hombres de confianza –los miembros de su “familia”, como la llamaron
rápidamente los ucranianos– en puestos clave del Estado. Entre ellos,
Serhiy Arbuzov, considerado su banquero personal, asumió la dirección del
Banco Nacional a fines de 2010. Fue designado por corto tiempo primer
ministro en el momento más álgido de la crisis, el 28 de enero pasado, tras
la partida de Mykola Azarov. El presidente se apoyaba también en Vitali
Zajarchenko, un amigo cercano de su hijo Alexandre, a quien designó al
frente de la administración impositiva en diciembre de 2010, antes de
catapultarlo como ministro de relaciones exteriores en noviembre de 2011.
Finalmente, al asumir el poder, decidió favorecer los negocios de otro
hombre de influencia, Dmytro Firtash, quien detentó durante un tiempo el
monopolio de la importación de gas ruso, antes de diversificarse en la
química y el sector bancario. Zajarchenko huyó a Rusia, mientras que
Firtash fue detenido en Viena el 13 de marzo.
“Familias” de magnates
La “familia” favoreció también la aparición del llamado grupo de los
“jóvenes oligarcas”, cuya estrella en ascenso era Serhiy Kurchenko. Este
hombre muy joven (nació en 1985 en Járkov), calificado de “revelación” del
mundo de los negocios en 2012, es el propietario de la compañía Gas
Ucrania, que controlaba el 18% del mercado de gas líquido, con un volumen
de negocios global de 10.000 millones de dólares. Kurchenko adquirió en
2012 la refinería de Odesa, así como el club de fútbol de su ciudad natal,
el Metalist Járkov. Este fulgurante ascenso se basa ante todo en las
estrechas relaciones que mantenía con el hijo del ex fiscal Viktor Pchonka,
otro miembro eminente de la “familia”. Al adquirir la refinería de Odesa,
el joven propietario de Gas Ucrania se convirtió abiertamente en rival de
Igor Kolomoisky, considerado la tercera fortuna del país, muy presente en
el mercado del petróleo. “La competencia estaba desvirtuada, explica la
periodista Anna Babinets, ya que Kurchenko tenía el apoyo del régimen”.
Tras la caída de la “familia”, Kurchenko, al igual que los Pchonka padre e
hijo, huyeron a Rusia. El 2 de marzo de 2014, su rival, Kolomoisky, fue
designado gobernador del oblast de Dnipropetrovsk por las nuevas
autoridades. El mismo día, Serhei Taruta, actor central de la siderurgia,
propietario de la Unión Industrial de Donbass (IDS), fue designado
gobernador del oblast de Donetsk. El hombre fue uno de los financistas de
la “revolución naranja”, pero se cuidó siempre de exponer demasiado sus
compromisos políticos. “Taruta y Ajmetov nunca fueron amigos. Pero, después
de muchos conflictos, supieron celebrar una suerte de acuerdo para
controlar nuestra región –explica el politólogo Valentin Kokorski, profesor
de la Universidad de Donetsk–. Resulta inconcebible que Ajmetov no haya
avalado la designación de su rival”. Sin embargo, entre ambos hombres, la
batalla fue feroz durante mucho tiempo; Ajmetov aumentaba sus precios para
llevar a Taruta a ceder el control de su empresa.
Una de las pocas ventajas del sistema oligárquico fue quizás preservar al
país de la influencia de los capitales rusos (2). “Sin embargo, precisa
Kokorski, sería ilusorio imaginar que la economía ucraniana, especialmente
en Donbass, pudiera prescindir de Rusia. Todas nuestras industrias de
transformación están orientadas hacia ese mercado y, con mucha frecuencia,
no se ajustan a las normas de la Unión Europea. Nuestros oligarcas saben
muy bien que Ucrania sólo puede encontrar su salvación cumpliendo
plenamente su función de puente entre la Unión Europea y Rusia.” Por
ejemplo, la fortuna de Ajmetov se arraiga en la tierra de Donbass, pero se
extiende a Rusia y varios países de la Unión (Bulgaria, Italia, Gran
Bretaña). El oligarca posee allí fábricas, así como una serie de empresas
fantasma y participaciones cruzadas.
Por su parte, Taruta surgió de la minoría griega de las costas del mar de
Azov. Su ciudad natal, el gran puerto de Mariúpol, es un bastión del grupo
Ajmetov. Éste posee los complejos metalúrgicos Azovstal e Illich, así como
la fábrica de vagones y locomotoras Azovmach, que exporta casi la totalidad
de su producción a Rusia. Unos días después de su designación, Taruta viajó
a Mariúpol para encontrarse con los representantes de los sectores
económicos. “La reunión fue fructífera. A nadie le interesa el estallido de
Ucrania”, asegura Nikolai Tokarskyi, director del influyente diario local
Priazovskii rabochii, quien participó del encuentro. El diario pertenece al
holding SKM de Ajmetov. Tokarskyi es también diputado en el Parlamento del
oblast de Donetsk donde, bajo la etiqueta de “independiente”, representa
directamente los intereses de los oligarcas. A riesgo de disgustar a su
electorado, muy sensible a las sirenas rusas, el Priazovskii rabochii
milita por la “integridad territorial” de Ucrania, expresando así la
adhesión de Ajmetov a las nuevas autoridades de Kiev.
Pero… ¿quién manda?
El gobierno cuenta con los oligarcas para tratar de paliar la quiebra y la
casi desaparición del aparato estatal. Trata sobre todo de involucrarlos en
la defensa contra la “amenaza rusa”, considerando que un conflicto duradero
sería desastroso para sus intereses. Ajmetov y Taruta parecen muy
conscientes del peligro, y multiplicaron los llamados a la calma. Tras las
violentas refriegas del 13 de marzo, que costaron la vida de un
manifestante en el centro de Donetsk, Ajmetov emitió finalmente un
comunicado para decir que “Donbass es una región responsable”, donde vive
un “pueblo valiente y trabajador”, y que no podría ceder a los demonios de
la violencia.
Durante el mes de marzo, una extraña batalla enfrentó a manifestantes
prorrusos y fuerzas del orden por el control de los edificios públicos en
el Este. Ocupados por los contestatarios, fueron recuperados por la policía
unos días más tarde. Cuando la sede de la administración regional de
Lugansk fue sitiada, el 9 de marzo, trescientos policías equipados con
escudos antidisturbios, en lugar de defender el edificio, salieron
aclamados por una multitud de dos mil personas, en su mayoría mujeres y
jubilados. Muchos policías mostraban una sonrisa de connivencia con
aquellos que acababan de desalojar. Este escenario se repitió en varias
ocasiones en Donetsk. “Los policías ya no saben a quién obedecer. Sus jefes
servían a las anteriores autoridades”, señala Denis Kazantski, célebre
bloguero de Donetsk.
Las cadenas de mando son inciertas en todos los escalones de las fuerzas de
seguridad. La administración central, donde se nombraron nuevos directivos,
apenas funciona: “Respecto de la corrupción, el Ministerio Fiscal cuenta
con los datos que nosotros, los periodistas, podemos brindarle, ya que los
archivos desaparecieron”, explica así Anna Babynets. Mientras que el
ejército ucraniano, según Oleksandr Turchinov, presidente interino de la
República, sólo contaría con “seis mil hombres preparados para combatir”,
el Parlamento votó, el 13 de marzo, la creación de una guardia nacional.
Esta tropa, que podría estar integrada por los nacionalistas más radicales,
como los del grupo de extrema derecha Praviy Sektor (3), tiene pocas
posibilidades de responder a los desafíos securitarios, pero corre el
riesgo de seguir aumentando la desconfianza de las poblaciones del Este. El
14 de marzo, un altercado mortal enfrentó, en la ciudad de Járkov, a
militantes de Praviy Sektor con prorrusos.
En realidad, mientras el Estado parece desmembrarse, la historia de la
“revolución” ucraniana es quizás ya la de una oportunidad perdida.
Responsable del Partido de las Regiones en la ciudad de Lugansk, a unos
treinta kilómetros de la frontera rusa, Alexandre Tkachenko reconoce
haberse escandalizado, “como todo el mundo”, con las imágenes de la lujosa
mansión de Yanukovich, con sus famosos baños de oro macizo: “Cuando éramos
jóvenes, nos enseñaron el viejo lema: ‘Paz a las chozas, guerra a los
palacios’, suspira. Pero la corrupción socavó al conjunto del país”.
Sin duda, las poblaciones del Este habrían podido unirse a las del Oeste en
un movimiento común contra la oligarquía y la corrupción. Pero la
exaltación del nacionalismo ucraniano desempeñó un papel de contrapunto
para los rusófonos de la parte oriental, mientras que los partidarios del
ex presidente Yanukovich responden agitando el espantajo de una “amenaza
fascista”. Bastaron unas pocas semanas para que la manipulación de los
miedos y los sentimientos identitarios condujera al país al borde de la
guerra civil.
NOTAS:
1. Maurice Thorez fue secretario general del Partido Comunista francés de
1930 a 1964.
2. Sławomir Matuszak, “The oligarchic democracy: the influence of
business groups on Ukrainian politics”, Center for Eastern Studies,
Varsovia, 2012.
3. Léase Emmanuel Dreyfus, “En Ukraine, les ultras du nationalisme”, Le
Monde diplomatique, edición Cono Sur, marzo de 2014.
*Periodistas.
Traducción: Gustavo Recalde
__________________
CRONOLOGÍA UCRANIA:
Sesenta años de tensiones
Febrero de 1954: Nikita Kruschev anexa Crimea a Ucrania.
Agosto de 1991: Independencia.
Junio de 1993: Estatuto especial de autonomía para Crimea.
21 de noviembre de 2004: Comienzo de la “revolución naranja”, que lleva a
la presidencia a Viktor Yushchenko.
Agosto de 2006: Viktor Yanukovich se convierte en primer ministro de
Yushchenko.
Febrero de 2010: Yanukovich es elegido presidente derrotando a Yulia
Timochenko.
21 de noviembre de 2013: Rechazo del acuerdo de asociación con la Unión
Europea. Comienzo de las manifestaciones en la plaza de la Independencia en
Kiev.
20 de febrero: Jornada sangrienta en Kiev.
21 de febrero: Acuerdo firmado entre Yanukovich, la oposición y los
ministros europeos para el retorno a un régimen parlamentario, un gobierno
de unión nacional y elecciones anticipadas.
22 de febrero: Huida de Yanukovich, quien denuncia un “golpe de Estado”.
23 de febrero: El Parlamento designa un presidente interino y deroga la Ley
de Lenguas.
27 de febrero: Milicianos, secundados por soldados rusos sin insignias,
toman el control de Crimea.
16 de marzo: Referéndum en Crimea; 96,7% de votos a favor de la
incorporación a Rusia.
Ucrania, de una oligarquía a otra
Por Jean-Arnault Dérens y Laurent Geslin*, enviados especiales
Tras la secesión de Crimea, el nuevo poder ucraniano debe enfrentar una
situación económica, demográfica y social desastrosa. El sistema
oligárquico construido desde hace veinte años alimenta la pobreza, el
rencor y el miedo. Y nada indica que será realmente puesto en tela de
juicio.
Muy cerca de la Plaza Lenin de Donetsk, el Donbass Palace es el hotel más
lujoso del este de Ucrania. La habitación cuesta 350 euros la noche, mucho
más que el salario mensual promedio, en esta vidriera del imperio de Rinat
Ajmetov. El hombre más rico del país formó parte del entorno de Viktor
Yanukovich, el presidente depuesto, y hoy apoya con prudencia al poder
surgido de la insurrección en Kiev. Además de este hotel y de numerosos
inmuebles, el millonario es dueño del club de fútbol de la ciudad, el
Shajtar Donetsk, y sobre todo de minas, acerías, fábricas. Entre los clanes
de la oligarquía nacional, las más grandes fortunas nacieron en esta cuenca
industrial y minera del Don. Estas tierras que corresponden a los oblasts
(regiones) de Donetsk y Lugansk constituían ya uno de los centros
industriales y mineros de la ex Unión Soviética.
Donbass aún provee la cuarta parte de los ingresos en divisas de Ucrania,
aunque oficialmente no queden más de noventa y cinco minas en actividad,
contra doscientas treinta hace veinte años. Durante el mismo período, el
país perdió siete millones de habitantes. Inmediatamente después del acceso
a la Independencia, a fines de 1991, frente al caos económico y al cierre
de las primeras minas estatales, los hombres comenzaron a escarbar el suelo
para sobrevivir. “Aquí basta con cavar un metro para encontrar carbón”,
desliza un viejo minero de Torez, la ciudad industrial vecina, que aún
lleva el nombre del ex dirigente comunista francés (1). En las galerías
artesanales, mal apuntaladas por troncos de madera, los accidentes abundan.
Empujados por la esperanza de ganar 200 o 300 euros por mes, los mineros
aceptan el riesgo de desaparecer en las entrañas de la tierra. Con la
llegada de Yanukovich al frente del Estado en 2010, la red de kopanki, esas
minas ilegales, se estructuró y organizó.
“El carbón extraído de las kopanki se cedía a bajo precio a las minas
públicas, que luego lo revendían a precio de mercado”, cuenta Anatoly
Akimochin, vicepresidente del Sindicato Independiente de Mineros de
Ucrania. A estas ganancias se sumaban los subsidios otorgados por el
gobierno para mantener artificialmente la solvencia de las minas públicas.
“Buena parte de estas sumas desaparecía en los bolsillos de los hombres del
régimen”, desliza Akimochin. Según los expertos nacionales, el 10% del
carbón producido estos últimos años en el país provenía de estas
explotaciones ilegales. Detrás de esta red se perfila la sombra de
Alexandre Yanukovich, el hijo mayor del ex presidente, quien había asumido
así el riesgo de competir con los propietarios de las minas privatizadas, a
la cabeza de los cuales se encontraba Ajmetov.
Más de lo mismo
“¿Una revolución? No, simplemente, un nuevo reparto de cartas”. El
sociólogo Volodymyr Ishchenko, director del Centro de Investigación Social
de Kiev, no oculta su amargura, unas semanas después de la huida de
Yanukovich y la instauración de un nuevo régimen. “Este gobierno defiende
los mismos valores que el anterior: el liberalismo económico y el
enriquecimiento personal. No todas las rebeliones son revoluciones. Resulta
poco probable que el movimiento de Maidán permita cambios profundos y pueda
así aspirar al rango de revolución. El candidato más serio para las
elecciones presidenciales del 25 de mayo no es otro que Petro Poroshenko,
el ‘rey del chocolate’, uno de los hombres más ricos del país...”. Mientras
aún caían manifestantes bajo las balas en Maidán, la plaza de la
Independencia, epicentro de la ira popular desde el 22 de noviembre, una
extraña transición se negociaba en algunas antesalas con los poderosos
hombres de negocios que tomaron el control de Ucrania.
Estos últimos veinte años, la república vivió una forma particular de
desarrollo, a menudo calificada de “pluralismo oligárquico”. Muchos hombres
de negocios, que amasaron inmensas fortunas adquiriendo a precio vil las
minas o las fábricas privatizadas tras el fin de la URSS, se involucraron
en política. Comerciantes de petróleo o gas pueden convertirse así en
ministros, o asumir la dirección de grandes organismos de la administración
pública. La propia ex primera ministra Yulia Timoshenko, figura de la
“revolución naranja” de 2004, elevada por los occidentales al rango de
mártir tras su encarcelamiento en agosto de 2011, hizo una fortuna en la
industria gasífera.
Se hace carrera entre los negocios y los cargos públicos. Otros poderosos
empresarios se conforman con una posición más discreta, financiando las
campañas de políticos encargados de representar sus intereses, que se
convierten así en sus servidores. Este sistema, que se formalizó bajo la
presidencia de Leonid Kuchma (1994-2005), supone una recomposición
permanente, en función de los intereses opuestos de estos poderosos, sus
alianzas y rupturas.
A pasos del Donbass Palace, en el último piso del señorial edificio que
alberga las sedes de Metinvest y DTEK, dos de las empresas de Ajmetov, se
exhibía el cartel luminoso de Mako, el holding creado en Suiza por
Yanukovich hijo para exportar el carbón ucraniano. Pocos días después de la
caída del padre, fue discretamente desmantelado, señal de que la alianza
que unía al dueño del Donbass y los hombres del presidente había fracasado.
En 2010, el presidente Yanukovich, considerado desde los años 1990 como el
representante político de los intereses del clan de Donetsk, había decidido
adquirir cierta autonomía frente a su poderoso protector. Ubicó a sus
hombres de confianza –los miembros de su “familia”, como la llamaron
rápidamente los ucranianos– en puestos clave del Estado. Entre ellos,
Serhiy Arbuzov, considerado su banquero personal, asumió la dirección del
Banco Nacional a fines de 2010. Fue designado por corto tiempo primer
ministro en el momento más álgido de la crisis, el 28 de enero pasado, tras
la partida de Mykola Azarov. El presidente se apoyaba también en Vitali
Zajarchenko, un amigo cercano de su hijo Alexandre, a quien designó al
frente de la administración impositiva en diciembre de 2010, antes de
catapultarlo como ministro de relaciones exteriores en noviembre de 2011.
Finalmente, al asumir el poder, decidió favorecer los negocios de otro
hombre de influencia, Dmytro Firtash, quien detentó durante un tiempo el
monopolio de la importación de gas ruso, antes de diversificarse en la
química y el sector bancario. Zajarchenko huyó a Rusia, mientras que
Firtash fue detenido en Viena el 13 de marzo.
“Familias” de magnates
La “familia” favoreció también la aparición del llamado grupo de los
“jóvenes oligarcas”, cuya estrella en ascenso era Serhiy Kurchenko. Este
hombre muy joven (nació en 1985 en Járkov), calificado de “revelación” del
mundo de los negocios en 2012, es el propietario de la compañía Gas
Ucrania, que controlaba el 18% del mercado de gas líquido, con un volumen
de negocios global de 10.000 millones de dólares. Kurchenko adquirió en
2012 la refinería de Odesa, así como el club de fútbol de su ciudad natal,
el Metalist Járkov. Este fulgurante ascenso se basa ante todo en las
estrechas relaciones que mantenía con el hijo del ex fiscal Viktor Pchonka,
otro miembro eminente de la “familia”. Al adquirir la refinería de Odesa,
el joven propietario de Gas Ucrania se convirtió abiertamente en rival de
Igor Kolomoisky, considerado la tercera fortuna del país, muy presente en
el mercado del petróleo. “La competencia estaba desvirtuada, explica la
periodista Anna Babinets, ya que Kurchenko tenía el apoyo del régimen”.
Tras la caída de la “familia”, Kurchenko, al igual que los Pchonka padre e
hijo, huyeron a Rusia. El 2 de marzo de 2014, su rival, Kolomoisky, fue
designado gobernador del oblast de Dnipropetrovsk por las nuevas
autoridades. El mismo día, Serhei Taruta, actor central de la siderurgia,
propietario de la Unión Industrial de Donbass (IDS), fue designado
gobernador del oblast de Donetsk. El hombre fue uno de los financistas de
la “revolución naranja”, pero se cuidó siempre de exponer demasiado sus
compromisos políticos. “Taruta y Ajmetov nunca fueron amigos. Pero, después
de muchos conflictos, supieron celebrar una suerte de acuerdo para
controlar nuestra región –explica el politólogo Valentin Kokorski, profesor
de la Universidad de Donetsk–. Resulta inconcebible que Ajmetov no haya
avalado la designación de su rival”. Sin embargo, entre ambos hombres, la
batalla fue feroz durante mucho tiempo; Ajmetov aumentaba sus precios para
llevar a Taruta a ceder el control de su empresa.
Una de las pocas ventajas del sistema oligárquico fue quizás preservar al
país de la influencia de los capitales rusos (2). “Sin embargo, precisa
Kokorski, sería ilusorio imaginar que la economía ucraniana, especialmente
en Donbass, pudiera prescindir de Rusia. Todas nuestras industrias de
transformación están orientadas hacia ese mercado y, con mucha frecuencia,
no se ajustan a las normas de la Unión Europea. Nuestros oligarcas saben
muy bien que Ucrania sólo puede encontrar su salvación cumpliendo
plenamente su función de puente entre la Unión Europea y Rusia.” Por
ejemplo, la fortuna de Ajmetov se arraiga en la tierra de Donbass, pero se
extiende a Rusia y varios países de la Unión (Bulgaria, Italia, Gran
Bretaña). El oligarca posee allí fábricas, así como una serie de empresas
fantasma y participaciones cruzadas.
Por su parte, Taruta surgió de la minoría griega de las costas del mar de
Azov. Su ciudad natal, el gran puerto de Mariúpol, es un bastión del grupo
Ajmetov. Éste posee los complejos metalúrgicos Azovstal e Illich, así como
la fábrica de vagones y locomotoras Azovmach, que exporta casi la totalidad
de su producción a Rusia. Unos días después de su designación, Taruta viajó
a Mariúpol para encontrarse con los representantes de los sectores
económicos. “La reunión fue fructífera. A nadie le interesa el estallido de
Ucrania”, asegura Nikolai Tokarskyi, director del influyente diario local
Priazovskii rabochii, quien participó del encuentro. El diario pertenece al
holding SKM de Ajmetov. Tokarskyi es también diputado en el Parlamento del
oblast de Donetsk donde, bajo la etiqueta de “independiente”, representa
directamente los intereses de los oligarcas. A riesgo de disgustar a su
electorado, muy sensible a las sirenas rusas, el Priazovskii rabochii
milita por la “integridad territorial” de Ucrania, expresando así la
adhesión de Ajmetov a las nuevas autoridades de Kiev.
Pero… ¿quién manda?
El gobierno cuenta con los oligarcas para tratar de paliar la quiebra y la
casi desaparición del aparato estatal. Trata sobre todo de involucrarlos en
la defensa contra la “amenaza rusa”, considerando que un conflicto duradero
sería desastroso para sus intereses. Ajmetov y Taruta parecen muy
conscientes del peligro, y multiplicaron los llamados a la calma. Tras las
violentas refriegas del 13 de marzo, que costaron la vida de un
manifestante en el centro de Donetsk, Ajmetov emitió finalmente un
comunicado para decir que “Donbass es una región responsable”, donde vive
un “pueblo valiente y trabajador”, y que no podría ceder a los demonios de
la violencia.
Durante el mes de marzo, una extraña batalla enfrentó a manifestantes
prorrusos y fuerzas del orden por el control de los edificios públicos en
el Este. Ocupados por los contestatarios, fueron recuperados por la policía
unos días más tarde. Cuando la sede de la administración regional de
Lugansk fue sitiada, el 9 de marzo, trescientos policías equipados con
escudos antidisturbios, en lugar de defender el edificio, salieron
aclamados por una multitud de dos mil personas, en su mayoría mujeres y
jubilados. Muchos policías mostraban una sonrisa de connivencia con
aquellos que acababan de desalojar. Este escenario se repitió en varias
ocasiones en Donetsk. “Los policías ya no saben a quién obedecer. Sus jefes
servían a las anteriores autoridades”, señala Denis Kazantski, célebre
bloguero de Donetsk.
Las cadenas de mando son inciertas en todos los escalones de las fuerzas de
seguridad. La administración central, donde se nombraron nuevos directivos,
apenas funciona: “Respecto de la corrupción, el Ministerio Fiscal cuenta
con los datos que nosotros, los periodistas, podemos brindarle, ya que los
archivos desaparecieron”, explica así Anna Babynets. Mientras que el
ejército ucraniano, según Oleksandr Turchinov, presidente interino de la
República, sólo contaría con “seis mil hombres preparados para combatir”,
el Parlamento votó, el 13 de marzo, la creación de una guardia nacional.
Esta tropa, que podría estar integrada por los nacionalistas más radicales,
como los del grupo de extrema derecha Praviy Sektor (3), tiene pocas
posibilidades de responder a los desafíos securitarios, pero corre el
riesgo de seguir aumentando la desconfianza de las poblaciones del Este. El
14 de marzo, un altercado mortal enfrentó, en la ciudad de Járkov, a
militantes de Praviy Sektor con prorrusos.
En realidad, mientras el Estado parece desmembrarse, la historia de la
“revolución” ucraniana es quizás ya la de una oportunidad perdida.
Responsable del Partido de las Regiones en la ciudad de Lugansk, a unos
treinta kilómetros de la frontera rusa, Alexandre Tkachenko reconoce
haberse escandalizado, “como todo el mundo”, con las imágenes de la lujosa
mansión de Yanukovich, con sus famosos baños de oro macizo: “Cuando éramos
jóvenes, nos enseñaron el viejo lema: ‘Paz a las chozas, guerra a los
palacios’, suspira. Pero la corrupción socavó al conjunto del país”.
Sin duda, las poblaciones del Este habrían podido unirse a las del Oeste en
un movimiento común contra la oligarquía y la corrupción. Pero la
exaltación del nacionalismo ucraniano desempeñó un papel de contrapunto
para los rusófonos de la parte oriental, mientras que los partidarios del
ex presidente Yanukovich responden agitando el espantajo de una “amenaza
fascista”. Bastaron unas pocas semanas para que la manipulación de los
miedos y los sentimientos identitarios condujera al país al borde de la
guerra civil.
NOTAS:
1. Maurice Thorez fue secretario general del Partido Comunista francés de
1930 a 1964.
2. Sławomir Matuszak, “The oligarchic democracy: the influence of
business groups on Ukrainian politics”, Center for Eastern Studies,
Varsovia, 2012.
3. Léase Emmanuel Dreyfus, “En Ukraine, les ultras du nationalisme”, Le
Monde diplomatique, edición Cono Sur, marzo de 2014.
*Periodistas.
Traducción: Gustavo Recalde
__________________
CRONOLOGÍA UCRANIA:
Sesenta años de tensiones
Febrero de 1954: Nikita Kruschev anexa Crimea a Ucrania.
Agosto de 1991: Independencia.
Junio de 1993: Estatuto especial de autonomía para Crimea.
21 de noviembre de 2004: Comienzo de la “revolución naranja”, que lleva a
la presidencia a Viktor Yushchenko.
Agosto de 2006: Viktor Yanukovich se convierte en primer ministro de
Yushchenko.
Febrero de 2010: Yanukovich es elegido presidente derrotando a Yulia
Timochenko.
21 de noviembre de 2013: Rechazo del acuerdo de asociación con la Unión
Europea. Comienzo de las manifestaciones en la plaza de la Independencia en
Kiev.
20 de febrero: Jornada sangrienta en Kiev.
21 de febrero: Acuerdo firmado entre Yanukovich, la oposición y los
ministros europeos para el retorno a un régimen parlamentario, un gobierno
de unión nacional y elecciones anticipadas.
22 de febrero: Huida de Yanukovich, quien denuncia un “golpe de Estado”.
23 de febrero: El Parlamento designa un presidente interino y deroga la Ley
de Lenguas.
27 de febrero: Milicianos, secundados por soldados rusos sin insignias,
toman el control de Crimea.
16 de marzo: Referéndum en Crimea; 96,7% de votos a favor de la
incorporación a Rusia.
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