Apología del terrorismo de estado, la sombra de Stalin
Publicado el Lunes, 17 Octubre 2011 en Nuevo Claridad, España.
Escrito por Alberto
Arregui/Miembro de la Presidencia Ejecutiva Federal de Izquierda Unida.
Es habitual que los fascistas se
vanaglorien de sus fechorías. Más aún, erigen monumentos, como el valle de los
caídos. Recién elegidos los nuevos ayuntamientos, un alcalde del PP celebró en
su pueblo una procesión, con clero y militares, con la consigna: "por los
caídos por Dios y por España". Y otro, aún llegó más lejos en la
brutalidad y entró con una excavadora en el cementerio del pueblo y arrasó la
tumba de los asesinados por el franquismo que habían sido reunidos por sus
familiares. Si ya es grave el crimen, la apología del mismo, la falta de
análisis o de rigor histórico revela una suerte de espíritu canallesco
estimulado por un cerebro con escasas circunvoluciones. En ocasiones basta una
sola palabra para evocar el horror, como aquella pintada que apareció en las
calles de Santiago de Chile durante el golpe de estado del 73 y nos heló la
sangre: "Yakarta".
En general, las gentes de izquierdas
(más aún los revolucionarios), nos acostumbramos a pensar que algunas
barbaridades son monopolio de la derecha, especialmente del fascismo. Pero la
historia nos dejó atónitos con los procesos de Moscú, el pacto
germano-soviético (reparto de Polonia con sus consecuencias, incluidas), la
invasión de Checoslovaquia, Polonia y Hungría. Los jemeres rojos, Corea del Norte,
la guerra de los Balcanes, la corrupción de Ceaucescu en Rumanía...Todo ello ha
exigido y exige a la izquierda un esfuerzo titánico de análisis histórico y de
reflexión, y aún nos llevará muchos años reponernos. Qué duda cabe; la crisis
global de la izquierda está enraizada en todo esto, más aún que en la
reaccionaria utopía socialdemócrata. La reacción thermidoriana del estalinismo
y todas sus consecuencias posteriores son la mayor lacra que hoy mancha las
palabras que simbolizan el deseo de la emancipación de la humanidad: socialismo
y comunismo.
Hasta cierto punto es comprensible que
los viejos militantes del PCE que tantos esfuerzos y sacrificios hicieron en su
vida por la causa de nuestra clase, intenten mirar para otro lado cuando se
habla del pacto germano-soviético, o del asesinato de Tujachevsky y de miles de
oficiales que eran la flor y nata del ejército rojo, o del asesinato de Trotsky
por la mano de un militante comunista español, o de la desaparición de Andreu
Nin, su tortura y asesinato, de los procesos de Moscú o de las deportaciones a Siberia...Pero
lo que realmente demuestra que la herencia de estos viejos luchadores está en
juego en su partido es el espectáculo dado por un pequeño grupo de las llamadas
juventudes comunistas en la fiesta del PCE. Estos muchachos, cuyo único mérito
comprobado es el levantamiento de botella, quizá con la atenuante de
embriaguez, empezaron a gritar en la fiesta del PCE un cántico con una letra
cuya complicación para aprenderla y la sutileza de su contenido está en
relación directa con la inteligencia de los cantores: "piolet, piolet,
piolet, piolet..." y así mientras aguantaba el cuerpo. No sé si era más
repugnante esta sacralización tribal del terrorismo de estado, o las risitas de
sus mayores (algunas-os de los cuales contemplaban y escuchaban).
El PCE de la guerra, de los campos de
concentración, de las cárceles, de la clandestinidad, tiene su cara y su cruz.
Incluso para un comunista sin partido, como yo, más proclive a las ideas de
Marx, Engels, Lenin, Trotsky o Rosa Luxemburg que a la zafiedad antimarxista de
la teoría (?) del "socialismo en un solo país", hay motivos para
respetar esa trayectoria, sobre todo cuando se desciende al terreno del trato
personal.
De entre los muchos militantes
comunistas con quienes he tenido el honor de compartir militancia, hay uno que
no puedo borrar de mi memoria: Castul Pérez. Despertó a la militancia con la
Revolución de Asturias, luchó en la guerra, pasó por los campos de
concentración y el exilio, combatiente en la segunda guerra ( o "gran
guerra patria"), profesor en la universidad de marxismo leninismo y asesor
de la URSS en Cuba, entre otros méritos. Acabó sus días como militante de base
en Vicálvaro. Era inteligente y afable, tanto él como su compañera Marta,
siempre con un cigarrillo en la mano, mantuvieron sus convicciones en la
superioridad del socialismo hasta su último aliento. Por cierto en el funeral
de Castul, ningún dirigente del PCE, sólo los compañeros del barrio tanto los
del partido como los demás.
Él tuvo el mérito de superar el recelo
contra "los trotskystas infiltrados", y nosotros fuimos capaces de
ver más allá del estereotipo de "un viejo estalinista". Sus
compañeros de militancia tuvimos el privilegio de compartir su amistad de
aceptar sus correcciones y sus críticas sagaces. En concreto se tomó la
molestia de leer y anotar el trabajo que en aquellos años escribíamos algunos
compañeros, sobre la vigencia de las ideas del Manifiesto Comunista. Nunca pude
agradecer lo suficiente la suerte de contar con él. Hablamos mucho de la URSS,
de Stalin, de Trotsky, de Dolores Ibarruri, de Cuba... Con él se fue parte de
una memoria irrecuperable.
Estos "jóvenes comunistas"
apologistas del asesinato del adversario político, a diferencia de sus mayores,
han cortado las raíces que les podían unir al pasado revolucionario de la clase
obrera. Lo podemos ver con los dos acontecimientos históricos que más han
influido en nuestra historia; respecto a la revolución y contrarrevolución de
los años 30 no saben nada, y se limitan a reivindicar la república burguesa (la
misma que asesinó en Casas Viejas o aniquiló, con Franco a la cabeza, la
Revolución del 34). Olvidan la reivindicación de la revolución proletaria del
34 y del 36-37, y de la Transición se conforman con repetir el mantra de que
"Carrillo tiene la culpa", olvidando que todas las decisiones del
PCE, como el apoyo a la monarquía, a la constitución burguesa, a la unidad de
la patria o a la adopción de la bandera rojigualda, fueron decisiones del
Comité Central con el voto favorable de todos los dirigentes destacados del PCE
y sin contestación por parte de la militancia. Baste recordar aquella pascua
del año 77 con la plana mayor del partido fotografiados tras el parapeto de la
bandera rojigualda.
Lo lamentable de estos jóvenes
neoestalinistas es la ignorancia, la zafiedad, la incapacidad de hacer
autocrítica. La niñez se les curará con los años, su incultura les exigiría un
gran esfuerzo para ponerle remedio, y su sectarismo y fanatismo les puede
incapacitar políticamente para siempre. Pero como en todos los terrenos de la
vida la responsabilidad está en sus padres y maestros. Yo sentiría una terrible
vergüenza y una gran frustración si alguna persona en cuya formación política
hubiese participado en alguna medida, ensalzara el terrorismo de estado como
método y el asesinato del adversario como argumento. Camaradas dirigentes del
PCE: estos muchachos, con su alarde de ignorancia y estulticia, son más
peligrosos para la supervivencia del partido que Franco y el carrillismo
juntos. Seguro que esta no es la postura oficial de la dirección de las
juventudes comunistas y, mucho menos, la del PCE, pero harían bien en
desautorizarlos.
Paradójicamente, las ideas para poder
comprender la degeneración de la revolución en la URSS y los países del Este de
Europa (con sus consecuencias en todas las revoluciones posteriores), no las
encontrarán en las obras de su adorado asesino en serie. La vuelta de la URSS y
de los países del mal llamado "socialismo real", así como ahora de
China y Vietnam, al capitalismo (¡sin una contrarrevolución equivalente a la
revolución!), aún no ha sido analizada por el PCE, es uno de los retos más
serios a los que se enfrenta si quiere tener un futuro, y para hacerlo no le
queda más remedio que abrir las páginas de "La Revolución
Traicionada", el libro que expresa las ideas por las que Stalin ordenó
asesinar a León Trotsky y a miles de bolcheviques. El partido de Stalin ya no
era el partido bolchevique. La mayoría aplastante de los miembros del Comité
Central del Partido Bolchevique de la época de la Revolución Rusa (de agosto de
1917 a 1921), fueron asesinados por Stalin, sólo una minoría murieron de muerte
natural o a manos de la reacción. Salvo el propio Stalin y Trotsky, todos los
miembros del polit buró del Partido Bolchevique de los tiempos de Lenin, fueron
asesinados en los procesos ( Zinóviev, Kámenev y Bujarin), todos los
bolcheviques citados en el testamento de Lenin, fueron ejecutados. También
ejecutaban a sus familiares: Sergio Sedov, el segundo hijo de Trotsky, a pesar
de no participar activamente en política, los dos yernos, su primera mujer, las
mujeres de Kámenev y de Tujachevsky, sus hermanas, la hija de Bujarin, las
esposas de Solnzev y de Yoffe, el hijo de este último, y así una lista
interminable de asesinatos terroristas. Mientras antiguos mencheviques
escalaban en el partido o Zaslawsky, conocido por acusar a Lenin de ser un
agente alemán, pasaba a dirigir la crónica de los tribunales del Pravda.
Stalin, pese a todo, aún no se había
atrevido a asesinar a Trotsky, por el respaldo que conservaba en el ejército
rojo. No en vano había dirigido este ejército en la revolución y la guerra
civil, tras haber sido el jefe militar en las operaciones de Octubre.
Los apologetas del piolet como
argumento político, no defienden sólo el asesinato de Trotsky, y el terrorismo
de estado, ante todo justifican el asesinato de miles de bolcheviques y la
derrota de la revolución, que derivó en la construcción de un Estado de
Bonapartismo Proletario, como explicó con genialidad Trotsky, basándose en las
ideas de Marx acerca de la Revolución Francesa. Debemos explicar, a los que
ignoran la historia, que la piedra angular de ambas revoluciones, francesa y
rusa, es la alteración de las relaciones de propiedad.
El Thermidor, primero, el bonapartismo
consolidado después, en ambos casos, supone una contrarrevolución política pero
respetando las bases económicas en las que se sustenta el poder de la nueva
clase (en Francia) o casta social (en la URSS), lo que le confiere el carácter
bonapartista; en un caso burgués, proletario en el otro. La diferencia, que
estos apologetas del piolet como instrumento político quizá no entiendan aún,
es que en Francia la historia ya no pudo retroceder hasta el punto de
restablecer las viejas relaciones de producción, pero en la URSS que conquistó
el espacio exterior pero perdió el apoyo de los trabajadores, se han
restablecido las viejas relaciones de producción capitalistas. ¿Donde están los
documentos de los apologetas del piolet explicando esta contrarrevolución?
Claro, para gritar "piolet, piolet" sólo hace falta remojar
previamente el gaznate, pero producir ideas exige mentes como las que
destrozaron los asesinos a las órdenes de Stalin.
Si leyesen a Marx, encontrarían la idea
clave sobre la que Trotsky elaboró su análisis: sin un gran aumento de las
fuerzas productivas “sólo se generalizaría la escasez, de modo, pues, que con
la necesidad tendría que dar comienzo de nuevo la lucha por lo necesario y otra
vez comenzaría toda la mierda anterior”. Esta es la idea, de Marx, que
encontramos desarrollada en la Revolución Traicionada: el pronóstico de la
vuelta del capitalismo en la URSS si no se llevaba a cabo una revolución
política que la liberase de la traba de la casta burocrática. Es más fácil
asesinar que responder a estas ideas.
Curioso método marxista. Desde luego si
no diesen pena por su aislamiento de las masas, habría motivos para sentir
miedo por estos jóvenes alegres y combativos.
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