Grecia/Italia - Los sagaces sarcasmos de Karl Marx a propósito de los "gobiernos técnicos"
Marcello Musto *
La Brechehttp://alencontre.org/
Sin Permiso
http://www.sinpermiso.info/Traducción de Miguel de Puñoenrostro
De regreso, desde hace unos cuantos años, al debate
periodístico de todo el mundo por el análisis y el pronóstico del carácter
cíclico y estructural de las crisis capitalistas, Marx también podría leerse
hoy en Grecia e Italia por otro motivo: la reaparición del "gobierno
técnico".
En calidad de periodista de la New York Tribune, uno de los
diarios con mayor difusión de su tiempo, Marx observó los acontecimientos
político-institucionales que llevaron en la Inglaterra de 1852 al nacimiento de
uno de los primeros casos de "gobierno técnico" de la historia: el
gabinete Aberdeen (diciembre de 1852/enero de 1855). El análisis de Marx
resulta notabilísimo en punto a sagacidad y sarcasmo. Mientras el Times
celebraba el acontecimiento como signo del ingreso "en el milenio
político, en una época en la que el espíritu de partido está destinado a
desaparecer y en la que solamente el genio, la experiencia, la laboriosidad y
el patriotismo darán derecho al acceso a los cargos públicos", y pedía
para ese gobierno el apoyo de los "hombres de todas las tendencias",
porque "sus principios exigen el consenso y el apoyo universales";
mientras eso decían los editorialistas del diario londinense, Marx ridiculizaba
la situación inglesa en el artículo "Un gobierno decrépito. Perspectivas
del gabinete de coalición", publicado en enero de 1853. Lo que el Times
consideraba tan moderno y bien atado, lo presentó Marx como una farsa. Cuando
la prensa de Londres anunció "un ministerio compuesto de hombres
nuevos", Marx declaró que "el mundo quedará un tanto estupefacto al
enterarse de que la nueva era de la historia está a punto de ser inaugurada
nada menos que por gastados y decrépitos octogenarios (.), burócratas que han
venido participando en casi todos los gobiernos habidos y por haber desde fines
del siglo pasado, asiduos de gabinete doblemente muertos, por edad y por usura,
y sólo con artificio mantenidos con vida".
Aparte del juicio personal, estaba, claro es, el juicio, más
importante, sobre la política. Se pregunta Marx: "cuando nos promete la
desaparición total de las luchas entre los partidos, incluso la desaparición de
los partidos mismos, ¿qué quiere decir el Times?". El interrogante es,
desgraciadamente, de estricta actualidad en un mundo, como el nuestro, en que
el dominio del capital sobre el trabajo ha vuelto a hacerse tan salvaje como lo
era a mediados del siglo XIX.
La separación entre lo "económico" y lo
"político", que diferencia al capitalismo de modos de producir que lo
precedieron, ha llegado hoy a su cumbre. La economía no sólo domina a la
política, fijándole agenda y decisiones, sino que le ha arrebatado sus
competencias y la ha privado del control democrático, y a punto tal, que un
cambio de gobierno no altera ya las directrices de la política económica y
social.
En los últimos 30 años, inexorablemente, se ha procedido a
transferir el poder de decisión, de la esfera política a la económica; a
transformar posibles decisiones políticas en incontestables imperativos
económicos que, bajo la máscara ideológica de la apoliticidad, disimulan, al
contrario, un injerto netamente político y de contenido absolutamente
reaccionario. La redislocación de una parte de la esfera política en la
economía, como ámbito separable e inalterable, el paso del poder de los
parlamentos (ya suficientemente vaciados de valor representativo por los
sistemas electorales mayoritarios y por la revisión autoritaria de la relación
entre poder ejecutivo y poder legislativo) a los mercados y a sus instituciones
y oligarquías constituye en nuestra época el mayor y más grave obstáculo
atravesado en el camino de la democracia. Las calificaciones de Standard &
Poor's o las señas procedentes de Wall Street -esos enormes fetiches de la
sociedad contemporánea- valen harto más que la voluntad popular. En el mejor de
los casos, el poder político puede intervenir en la economía (las clases
dominantes lo necesitan, incluso, para mitigar las destrucciones generadas por
la anarquía del capitalismo y la violencia de sus crisis), pero sin que sea
posible discutir las reglas de esa intervención, ni menos las opciones de
fondo.
Ejemplo deslumbrante de cuanto llevamos dicho son los
sucesos de estos días en Grecia y en Italia. Tras la impostura de la noción de
un "gobierno técnico" -o, como se decía en tiempos de Marx, del
"gobierno de todos los talentos"- se oculta la suspensión de la
política (referéndum y elecciones están excluidos), que debe ceder en todo a la
economía. En el artículo "Operaciones de gobierno" (abril de 1853),
Marx afirmó que "acaso lo mejor que pueda decirse del gobierno de
coalición ('técnico') es que representa la impotencia del poder (político) en
un momento de transición". Los gobiernos no discuten ya sobre las
directrices económicas hacederas, sino que son las directrices económicas las
parteras de los gobiernos.
En el caso de Italia, la lista de sus puntos programáticos
se puso negro sobre blanco en una carta (¡que, encima, tenía que haber sido
secreta!) dirigida por el Banco central Europeo al gobierno Berlusconi. Para
"recuperar la confianza" de los mercados, es necesario avanzar
expeditamente por la vía de las "reformas estructurales" -expresión
que ha llegado a ser sinónimo de estrago social-, es decir: reducción de
salarios, revisión de los derechos laborales en materia de contratación y despido,
aumento de la edad de jubilación y, en fin, privatizaciones a gran escala. Los
nuevos "gobiernos técnicos", encabezados por hombres crecidos bajo el
techo de algunas de las principales instituciones responsables de la crisis
(véase, hoy, el currículum de Papademos; mañana o pasado, el de Monti),
seguirán esa vía. Ni que decir tiene, por "el bien del país" y por el
"futuro de las generaciones venideras". De cara a la pared cualquier
voz disonante del coro. Pero si la izquierda no quiere desaparecer, tiene que
volver a saber interpretar las verdaderas causas de la crisis en curso, y tener
el coraje de proponer y experimentar las respuestas radicales que se precisan
para superarla.
* Marcello Musto es profesor de ciencia política en la York
University deToronto y editor del libro recientemente publicado en castellano:
"Tras lashuellas de un fantasma. La actualidad de Karl Marx". Siglo
XXI, 2011. Su sitio es: http://www.marcellomusto.com/
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