Chile: Los 33 mineros también son africanos
Por Andrés Figueroa Cornejo
Mire usted en qué han convertido este paisito que se hunde en el polo sur, como cuchillo desdentado, viviendo ante el vértigo del precipicio oceánico.
Mire cómo la dicha impensable de que 33 mineros hayan sobrevivido a un derrumbe de toneladas multiplicadas, es convertida por el mal gobierno en reality show, propaganda atosigante, sobreexposición y usura.
Vea usted, que mientras el endeudamiento aliena a millones, la explotación de los muchos se intensifica, la precarización del empleo es una de las maneras cardinales de mantener la tasa de ganancia del capital, la criminalización del descontento cae como un rayo de maldiciones sobre los mapuche y los libertarios y los trabajadores y los estudiantes, y se sostiene por la fuerza –que es armas y consenso y temor- un orden de las cosas inhumano y helado; aquí nos tienen pegados al televisor como si ese recorte a discreción y premeditado de un gesto de la realidad fuera toda la realidad.
Sepa que en este sitio –donde hubo hace menos de 40 años uno de los pueblos más organizados y atentos del planeta- ya ni sabe por qué la banca y el comercio es pura especulación y castigo cotidiano; ni sabe por qué un puñado de familias son el dueño de todo, en tanto se abarrota el territorio de mentiras negras, se oprime con saña, se destruyen los bosques a costa del hogar mapuche, el agua salada y dulce tiene propietario, se detiene a los jóvenes por la gorra y el tatuaje, y el capital se reproduce y concentra por despojo y plusvalor.
Y, claro, la indignación social salta como neurosis individual. Nunca hubo más tristes científicamente contados, ni tanta farmacia por habitante, ni tanta desigualdad probada, a la vista o mal encubierta, ni una sociedad de clases loteada geográficamente, bajo el espejismo de las mercancías a plazo esclavo.
Mire usted en qué han convertido este paisito que se hunde en el polo sur, como cuchillo desdentado. Que todavía vivimos del poco cobre estatal que queda y cuya propiedad se muerde cada día a través de acciones bursátiles puestas en quién sabe dónde y se resuelven nuevas privatizaciones en la trastienda del Estado corporativo que manda como un solo y atroz castigo, mientras la salud es un privilegio y la educación es una cárcel y fábrica de trabajadores baratos, y la seguridad social un recuerdo de nuestros mayores.
Y mire cómo a los mandatados a cambiar la vida, las grandes mayorías que la sudan y padecen, los más puestos con cabeza y corazón, no terminan por reunirse de una vez para inestabilizar la paz de cementerios tan conveniente para la minoría que ordena el naipe sin báscula, y ni un paro nacional logramos convenir. Y no para hacer la revolución –que ese desafío en este paraíso del capitalismo mundial tiene para largo-, sino para del gateo ser capaces encumbrarnos y otear un futuro más allá de las cuentas y los cuentos.
Eso de la Concertación y la derecha, y sus matices invisibles, es cosa de grandes empresarios y politólogos que no sueltan el mango hasta caer deshechos al fondo de un cementerio privado y poco tiene que ver con el interés colectivo.
¿Y qué le voy a decir a mi hijo, tan chiquilín y abrumado por los ciberjuegos, la competencia bárbara desde prekinder, y la ignorancia y el temor que gobiernan las relaciones sociales? Ya le expliqué que dios no nos inventó, sino que nosotros inventamos a dios, y también que detrás de todas las cosas que no son naturales lo que existe es puro trabajo de seres humanos y no un misterio de las vitrinas, y que el egoísmo es mera brutalidad condensada y escasez de lóbulo frontal. ¿Pero qué le dejaré además de mi ternura de fin de semana, mis dos mil marchas contra las injusticias, las barricadas de los 80 contra la tiranía y una pila de artículos y reportajes más una veintena de intentos de contribuir a crear y luego concretar un proyecto macizo donde todos puedan caber y con la mira puesta en un horizonte donde la propiedad privada sea sólo una pesadilla prehistórica? Ahora tendré que dedicarme, muy didácticamente, a contarle por qué ya el desarrollo de las fuerzas productivas alcanzaría ahorita mismo para alimentar y ofrecer una vida decente a los 6 mil millones de contemporáneos que nos rodean, y que finalmente todos somos parientes de los primeros seres humanos que por obra de la evolución y el movimiento contradictorio e irrefrenable de la vida misma se les ocurrió nacer en África Central. Porque, en definitiva, todos somos africanos. También los 33 mineros de Copiapó.
Mire usted en qué han convertido este paisito que se hunde en el polo sur, como cuchillo desdentado. Las traiciones, la desconfianza y las utilidades más indecorosas son las maneras hegemónicas en las que se despierta el día en Chile cuando termina la primera década del nuevo milenio.
La semana entrante, con la feliz salida de los mineros enterrados, al mismo tiempo, seremos obligados al espanto multimediático del dolor utilizado matemáticamente por los pocos poderosos.
Sin embargo, la foto rugosa del Che que cuelga como hermano mayor en mi cabecera, todavía mantiene el ardor extraño de la rebeldía que no cede jamás. Más allá de todas las miserias y los desafíos colosales pendientes.
Octubre 9 de 2010
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