Crisis Económica: Bancarrotas en Wall Street
Claudio Testa.
Socialismo o Barbarie
25/09/08
¿Cómo se produjo esta crisis?
Volvamos una vez más sobre los mecanismos de la presente crisis financiera. Hay que distinguir dos planos, o lo que podríamos llamar las formas y el fondo de la crisis.
Lo primero –las formas– presenta novedades. Lo segundo –el fondo– es, en cambio, la misma historia desde que el capitalismo, en el siglo XIX, inauguró las modernas crisis financieras y económicas.
En sus formas, esta crisis representa el fracaso rotundo, la reducción al absurdo, de la “ingeniería financiera” y demás artificios e “innovaciones” que desde hace algunas décadas se impusieron con la llamada “globalización neoliberal” y la amplia desregulación de los mercados financieros, que además se interconectaron estrechamente con su cabeza en Wall Street.
Se vendió al mundo la falsedad de que unos señores –magos de la finanzas o, mejor aun, expertos en “ingeniería financiera” (al parecer, una nueva ciencia exacta)– habían encontrado la forma de evitar las crisis del sistema y lograr una estabilidad invulnerable de los “mercados”. De yapa, estos “ingenieros” prometían a los inversores una disminución cualitativa del riesgo en sus colocaciones particulares.
¿Cómo lograba esos milagros la moderna “ingeniería financiera”? Repartiendo el riesgo de cada inversión.
Es un sistema copiado de las compañías de seguros. Por ejemplo, una compañía debe asegurar un rascacielos. Si viene un incendio y queda destruido, el monto del seguro podría hacer quebrar a la aseguradora. Entonces, la regla es que la póliza se “reasegure”, se distribuya el riesgo entre muchas compañías.
Este mecanismo se aplicó entonces a todas las operaciones financieras, como deudas estatales y privadas, obligaciones, movimientos de los mercados de valores y materias primas, etc., convirtiéndolas en títulos. Esto dio lugar a una ristra de siglas y nombres impresionantes de operaciones de “ingeniería financiera”, que dejaban con la boca abierta a los simples mortales, como CDS (credit default swaps), ABS (asset–backed securities), CDOs (collateralized debt obligations), las MBS (mortgage backed securities) que se utilizaban para los títulos hipotecarios, etc., etc.
Tras esos nombres rimbombantes, la operaciones eran en el fondo parecidas: se tomaba una montaña de títulos (que podían ser hipotecas, deuda pública de Tanganika, bonos de tales o cuales empresas u otras obligaciones), se hacía un paquete y sobre él se emitían títulos, ABS, MBS si eran hipotecas, etc. Sobre estos títulos se podía a su vez repetir y repetir la operación, haciendo más y más CDOs. También usted, con un CDS, podía tomar una especie de seguro por si no le pagaban, haciendo un “pase” (swap), que lo protegía contra el incumplimiento de créditos, etc. Estos seguros, que en 2001 eran un monto insignificante, hoy suman 63 billones de dólares... o sea, más de seis veces la deuda pública de EEUU. Ahora, como el default es sistémico (comenzando por los mismos que aseguraban, como por ejemplo
Es que una cosa es repartir el riesgo de asegurar un rascacielos (que tiene un valor mensurable y cuyas probabilidades de incendiarse están razonablemente calculadas), y otra es asegurar promesas de pago escritas en papeles... que empezaron a resultar incobrables (comenzando por las famosas hipotecas subprime). Esto funciona, cuando se trata de casos aislados. Pero si reflejan problemas generalizados de la economía, el “reparto del riesgo” es como “repartir” una infección.
Otro ingrediente completó la mezcla explosiva: el leverage o “apalancamiento”, que significa hacer estas operaciones financieras no con dinero propio sino prestado. Así, se llegaba a operaciones con un “apalancamiento” 50 ó 100 veces mayor que el propio capital. Esto era facilitado por las bajas tasas de interés fijadas por
En verdad, el “reparto del riesgo” resultó ser todo lo contrario: las hipotecas, títulos y bonos “basura” contaminaron al conjunto de las obligaciones “titularizadas” o “securitizadas”. El “apalancamiento” añadió otra dimensión al desastre: cualquier pérdida y/o variación de tasa de interés tenía un efecto multiplicador arrasante del capital propio.
Ahora, estos maravillosos “productos” –¡así se los llamaba!– de la “industria” (!!!) financiera han cambiado de nombre. ¡Hoy se los llama “activos tóxicos” que llenan las bóvedas de las entidades y les provocan la quiebra... La “industria financiera” y sus “ingenieros” sólo construyeron castillos de naipes.
El fondo de la crisis
Debajo de estas anécdotas, han actuado, por enésima vez, las leyes propias de la reproducción o valorización del capital, y de sus crisis, analizadas por Marx, especialmente en Tomo III de El Capital.
El origen del capital y sus ganancias es la explotación del trabajo asalariado, única fuente de productos que tienen valor. La razón de ser del capital es valorizarse; es decir, obtener ganancias que, a su vez, en gran parte se transforman en nuevo capital; es decir, se suman al capital existente. De esa forma, tienden a ampliar cada vez más la masa total de capital, que así se va valorizando, reproduciendo.
Pero, por razones que sería largo de explicar aquí, existe una tendencia, a lo largo del tiempo, de caída del porcentaje de las ganancias en relación a la masa total y creciente de capitales. Así se llega a situaciones en que sumas importantes de capitales no encuentran colocación rentable en la producción; o sea, en la explotación de los trabajadores en fábricas, campos y empresas.
Estos capitales que no pueden valorizarse directamente en la producción, se orientan entonces hacia las finanzas. Allí, en parte, pueden reciclarse en la producción. Por ejemplo, el inversor que compra acciones emitidas por una empresa destinada a instalar una nueva fábrica. Sobre estas acciones recibirá dividendos; o sea, parte de las ganancias producidas por la empresa.
Pero, en gran medida, cuando hay una superabundancia de capitales, estos asumen distintas formas de lo que Marx llamaba “capital ficticio”. Es decir, que da una renta, pero sin que exista detrás de él ninguna actividad productiva. Por ejemplo, si compro un bono del Tesoro de EEUU, ese dinero no se emplea para hacer andar fábricas, ni emplear trabajadores productivos, ni producir valor alguno, sino para asesinar iraquíes o pagarle el sueldo a Bush, por ejemplo.
El bono parece un capital, porque me da una ganancia, bajo la forma de los intereses que paga. Pero esto es ficticio, porque no sale de producir nada, sino de hacer una “punción” sobre lo que produjeron otros; por ejemplo, en este caso, cobrando impuestos con los que se paga la deuda pública.
Pero, a medida que, por un lado, crece la masa de capitales ficticios que aspiran a ser remunerados, y, al mismo tiempo, en la mal llamada “economía real”, va bajando la tasa de ganancia, llega el momento en que se produce un “cortocircuito”.
Estallan entonces las crisis financieras, que tienen a su vez consecuencias económicas más o menos amplias, según los casos. Por un lado, destrucción masiva de capitales, tanto ficticios como reales (olas de quiebras como las que estamos viendo en EEUU). Por el otro, medidas para hacer pagar a los trabajadores los platos rotos de la crisis: desempleo masivo, aumento de la explotación, caída de los salarios reales y del “salario social” (salud, jubilaciones, etc.) Con todo eso, el capitalismo tiende a reestablecer su tasa de ganancia.
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