Chile - ¿Reformar o superar el modelo?
Jorge Gonzalorena Döll*
A medida que se extiende y profundiza el descontento social fermentado por las grandes inequidades constantemente creadas y recreadas por el modelo económico vigente, se van tornando más numerosas y audibles las voces que se alzan para criticar las políticas económicas que se hallan actualmente en aplicación en Chile. Son cada vez más los que abogan por una orientación económica distinta, basada en la definición de un proyecto nacional de desarrollo que, tomando en consideración las necesidades, derechos y aspiraciones de la población, se oriente a poner término a la situación de marcada desigualdad social existente en el país.
En efecto, el cuadro de injusticias que se ha configurado al amparo de las políticas económicas en aplicación es tan “escandaloso” -como lo calificó hace un tiempo atrás la Iglesia Católica- que todos quienes las critican parecieran estar hablando un mismo lenguaje. Pero si se examinan los argumentos con alguna detención, resulta claro que esta actitud de rechazo es bastante heterogénea. Algunos de los críticos, particularmente los que proviniendo de las propias filas gobiernistas manifiestan hoy su desencanto por los resultados alcanzados, pero sin aspirar a reemplazar sino tan sólo a reformar el modelo económico imperante.
Hay quienes, intentando esbozar algún planteamiento más teórico al respecto, han planteado incluso la necesidad de distinguir entre “modelo” y “estrategia de desarrollo”, limitando sus críticas a esta última y postulando, en consecuencia, la necesidad de esforzarse por lograr un “cambio de estrategia”. Se trataría, entonces, de un cambio en el marco del modelo. Es, por ejemplo, lo que se sostenía en un documento en que se abogaba por “un desarrollo con justicia” hecho público a mediados del gobierno de Lagos y suscrito por un grupo de 17 parlamentarios de distintos partidos de la Concertación:
" Existe cierta confusión respecto a la distinción entre estrategia y modelo de desarrollo. El modelo de desarrollo determina los lineamientos generales del ordenamiento político, económico y social en el contexto de la economía mundial, lo cual difícilmente puede cambiarse en un país pequeño y abierto. La estrategia de desarrollo se refiere, en cambio, a las políticas específicas que los estados persiguen en el contexto del modelo de desarrollo imperante.
A nuestro juicio, es posible imaginar una estrategia de desarrollo distinta para Chile sin alterar significativamente el modelo. "[1]
Aún cuando la explicación que se suministra de tal distinción entre “modelo” y “estrategia” está lejos de ser rigurosa, lo que no ofrece dudas es que, a juicio de quienes la postulan, el “modelo de desarrollo” vigente sería, dados el tamaño de nuestra economía y las condiciones imperantes en la economía mundial, el más conveniente para el país. Parece claro, además, que por “modelo” se alude al carácter capitalista del sistema de producción, distribución y consumo prevaleciente en el país, y por “estrategia” al modelo neoliberal de economía abierta, primario-exportadora, implantado en Chile a partir del golpe de 1973, más allá de los cambios de énfasis que ha conocido a lo largo de sus más de tres décadas de vigencia.
El problema quedaría circunscrito entonces a la “estrategia de desarrollo”, plasmada en las “políticas específicas” con que aquél ha sido aplicado en Chile, las que guardan una estrecha correspondencia con las orientaciones del “Consenso de Washington”. Desde esta perspectiva, la alternativa consistiría en diseñar y aplicar una política que, como la de gran parte de los países europeos, muy especialmente los escandinavos, se oriente a fomentar y sustentar una intervención más activa del Estado en resguardo del interés público. Esta es también la orientación de política económica que desde hace varios años viene propiciando con insistencia el ex vicepresidente del Banco Mundial y Premio Nobel de Economía 2001 Joseph Stiglitz.
Como se comprende, ello implica postular, en clara consonancia con la ideología liberal contemporánea, la posibilidad y conveniencia de un capitalismo “bueno”, más civilizado y solidario, en reemplazo del capitalismo “malo”, salvaje y egoísta, que actualmente nos rige, fruto de la reacción ultraconservadora llevada equívocamente a cabo bajo la etiqueta de “neoliberalismo”. En términos más específicos, de un capitalismo en que la acción del Estado, en representación de la comunidad, se muestre capaz de poner límites a la voracidad del gran capital y de regular su acción de modo tal que pueda desplegarse en clara consonancia con el interés público, permitiendo así conciliar los objetivos del crecimiento y la justicia social.
Tales planteamientos llevan a interrogarse sobre la validez y pertinencia tanto del diagnóstico que se formula respecto del origen y naturaleza de los problemas que encaramos como de la alternativa de solución que se nos propone para superarlos. ¿Es efectivo que nuestros males nada tienen que ver con el “modelo” [sistema] económico vigente y sólo obedecen a la empecinada aplicación de una errada “estrategia [modelo] de desarrollo”? Y, segundo, ¿es efectivo que, dados el tamaño de nuestra economía y las condiciones prevalecientes en la economía mundial, tampoco tenemos una alternativa más conveniente que la de mantenernos aferrados al actual “modelo”?
Estas son cuestiones cruciales que no podemos abordar con la extensión y profundidad que se merecen en estrecho marco de un artículo como éste. Pero es claro que, más allá de las coincidencias obvias que permiten tanto la crítica a las políticas económicas vigentes como la necesidad de levantar un “proyecto-país” que articule y oriente las decisiones en ese ámbito, la incapacidad de relacionar los males que se denuncian, que son en definitiva los males del capitalismo dependiente, con sus verdaderas causas, los límites y condicionamientos que su condición subordinada en el marco del capitalismo impone a este “modelo de desarrollo”, lleva a errar el blanco de la crítica y a levantar propuestas desprovistas de base.
Por lo demás si, por su propia naturaleza, este es un debate de carácter estratégico, ¿por qué habría que circunscribirlo de antemano al restringido escenario de las políticas que parecen viables en el marco del “modelo”? ¿Se trataría de plantearse entonces, en un espíritu muy propio del alma concertacionista, la realización de los objetivos de sociedad a que se aspira sólo “en la medida de lo posible”, entendiendo por esto lo aceptable para los poderes fácticos que actualmente la dominan? Por esa vía llegaríamos al absurdo de tener que aceptar como “solución” lo que, en el mejor de los casos, sólo podría representar para la mayoría males levemente menores en comparación con la situación actual.
Las obvias dificultades políticas de alcanzar objetivos más ambiciosos sólo plantean como problema el de los pasos que pueden y deben darse ahora en función de ellos, y de los ritmos con que podrían y deberían darse luego los que resulten necesarios posteriormente, vale decir un problema de estrategia. Pero de ningún modo resulta lógico pretender que ellas puedan llevar a definir el carácter de los mismos, lo que equivale a decir el carácter de la solución, ya que ésta viene necesariamente determinada por la naturaleza de los problemas que se enfrentan. Razonar de ese modo equivaldría a permitir que los árboles nos impidiesen ver el bosque. En este sentido, definida la perspectiva valórica desde la que se aborda esta problemática, la solución que resulta no representa ya propiamente una “opción”.
La globalización a que se alude representa una nueva etapa en el proceso de concentración y centralización del capital a escala planetaria, derivada de la profunda crisis sistémica de ese proceso de acumulación, que ha desbordado desde hace ya largo tiempo las fronteras de los Estados-nación. Una crisis que se expresa de múltiples formas, tanto en el plano económico (bajas tasas de crecimiento, altas tasas de desempleo, etc.) como también político, ambiental, cultural, etc., y con una fuerza tal que permite hablar con toda propiedad de una formidable crisis civilizatoria, cuyas principales expresiones son las amenazantes tendencias autodestructivas que el sistema económico-social está engendrando a escala global, con la escalada del armamentismo y la guerra, la catastrófica destrucción del medioambiente y las ominosas condiciones de creciente exclusión y desigualdad social imperantes en el planeta.
En tales condiciones, la única solución “realista”, es decir acorde con el carácter y magnitud de los problemas que enfrentamos, es, en definitiva, el despliegue de una paciente pero firme y sostenida acción colectiva orientada a la superación del “modelo”, es decir, del dominio despótico del capital sobre la vida económica, social, política y cultural a escala global. Frente a la globalización del capital no hay, por tanto, más alternativa confiable para los pueblos que la creciente globalización de la solidaridad, buscando la creación de un Nuevo Orden Económico y Político Internacional. Cualquier intento de solución individual, referida a la evolución de un determinado espacio económico nacional, como por ejemplo el nuestro, no pasa de ser un espejismo, es decir, un proyecto condenado de antemano al fracaso, por atractivas que puedan parecer o resultar algunas eventuales ventajas en el corto plazo.
2 de enero de 2008
[1] La concertación de Chile por un desarrollo con justicia, 5 de octubre de 2002. Las cursivas son del texto original.
* Jorge Gonzalorena es sociólogo por la Universidad de Chile, historiador económico por la Universidad de Lund, Suecia, y Magíster en Ciencias Sociales por la Universidad de Chile
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