China - Relato de explotación y lucha de un obrero

Posted by Correo Semanal on miércoles, julio 27, 2016


Hao Ren, Zhongjin Li y Eli Friedman *
Jacobin, 15-7-2016
Traducción de Viento Sur

En el régimen laboral chino, el sindicalismo independiente está estrictamente prohibido y el órgano sindical oficial monopoliza la representación de los trabajadores. Esto significa que los 806 498 521 trabajadores y trabajadoras del país no pueden crear organizaciones independientes que defiendan sus intereses, en una economía en que el 25 % de los hogares más pobres apenas poseen el 1 % de la riqueza total del país, y donde las largas jornadas, la falta de seguridad y el autoritarismo caracterizan la vida en las fábricas. Esta prohibición oficial no ha impedido que se manifieste la resistencia obrera. El número de huelgas ha aumentado a lo largo de las dos últimas décadas, y tal como escribió Eli Friedman el año pasado, “en un día cualquiera, es probable que tengan lugar entre media y varias docenas de huelgas.” Cada vez más se implican y se hacen visibles las ONG de defensa de los derechos laborales, pese a que operan en condiciones desfavorables.
El Estado chino niega la legalidad e incluso la existencia de este fenómeno creciente. Por eso el grado de cobertura y análisis es más bien reducido. Y por eso la obra China on Strike: Narratives of Workers’ Resistance (China en huelga: relatos de resistencia obrera) viene a llenar una laguna. Estos relatos han sido recopilados por estudiantes universitarios, trabajadores y activistas chinos que se han introducido en comunidades de trabajadores y en lugares de trabajo, con la esperanza no solo de registrar sus historias, sino también de describir una hoja de ruta de resistencia para otros trabajadores.
El siguiente extracto refleja las peripecias de la vida de un trabajador y de una huelga concreta que se produjo en la ciudad sureña de Shenzhen, sus causas subyacentes, la manera en que los trabajadores consensuaron una acción y la plataforma reivindicativa y su resultado final. Muestra las circunstancias extraordinarias a que se enfrentan los trabajadores chinos y el potencial transformador del creciente descontento de la clase obrera. (Jacobin)
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Vengo de la provincia de Guizhou, donde nací en 1980. Soy el tercero de seis hermanos y hermanas y me fui de casa para buscar trabajo porque mi nivel de educación es bajo y mi familia es pobre.Al principio me iba bien en la escuela primaria, sacando notables y sobresalientes en los exámenes. Así pasé al siguiente nivel, pero mis notas empezaron a decaer. En aquel entonces yo tenía que trabajar desde las 5 de la mañana hasta las 8, cuando comenzaba el colegio. Era agotador. Abandoné la escuela en quinto, pues también sentía que era una carga excesiva para mi madre y en vez de continuar estudiando quería intentar aportar algo para que mi hermana pequeña pudiera estudiar.
Después de dejar la escuela conseguí en secreto un empleo en una mina de carbón de mi pueblo, donde me pagaban 450 yuanes por quince días de trabajo. Un día se produjo una explosión de gas metano a las 8 de la mañana, y cuatro de nosotros nos quedamos atrapados a más de 20 metros de profundidad. La brigada de rescate empezó a cavar un hoyo desde el exterior hacia el lugar en que estábamos, y nosotros cavamos en sentido contrario. No teníamos comida y el esfuerzo era agotador, pero pasadas las 5 de la mañana del día siguiente estábamos a salvo. Los cuatro estábamos heridos; a mí me había golpeado una piedra en la nuca. Un compañero tenía el brazo roto, otro tenía una herida abierta en la espalda y el cuarto había recibido un golpe en la frente. Por suerte, ninguna de estas heridas era grave. El jefe pagó los gastos médicos, pero se negó a indemnizarnos. Un sobrino mío agarró al hijo único del jefe, un niño de tres años de edad, lo sacó por la ventana de un cuarto piso y dijo que lo dejaría caer si el jefe no pagaba. Este aceptó de inmediato y yo recibí 50 yuanes y los otros, 100 cada uno.
En 1996 me fui de casa a buscar trabajo. Primero fui a la isla de Hainan a visitar a mi hermano mayor, que se encontraba allí, pero no lo localicé. Tuve que moverme a hurtadillas por la isla. Pasé un miserable Año Nuevo viviendo solo en una fábrica de ladrillos. Le dije al jefe que comería en su despacho y que trabajaría para él después de Año Nuevo. Contestó que no le importaba y que podía comer con él mientras quisiera. En aquel entonces necesitaba personal y supongo que pensó que yo podría servirle. Yo tenía 16 años de edad y realmente podía trabajar mucho.
El tercer día después de Año Nuevo me fui corriendo y encontré a mi hermano al día siguiente. Tenía un hijo de apenas seis meses de edad y estuve cuidándolo hasta que tuvo 18 meses. Después conseguí un empleo en una plantación de bananas. Ayudaba a desherbar, rociar productos y en general controlar las plantas. Mi salario mensual ascendía a 400 yuanescon una jornada de ocho horas. Trabajaba de sol a sol y de paso cultivaba hortalizas para mí y para mi hermano. También crie más de 40 pollos. De esta manera logré ahorrar 300 yuanes al mes para enviarlos a casa.
En 1999 me fui a Shenzhen. Al principio no tenía intención de ir allí, pero mi hermana mayor me convenció diciéndome que podría ganar 600 yuanes al mes. Pensé que no estaba mal y fui. En 2000 no encontré trabajo. Casi no salía de casa porque mi tarjeta de identificación no había sido renovada y tenía miedo de que me parara la policía por no contar con el permiso de residencia temporal. No tener la tarjeta de identidad era un problema; el otro era que había que tener relaciones personales para conseguir trabajo. Lo intenté en muchos lugares, pero me fue imposible. Me pidieron muchas veces mi permiso de residencia temporal, y me encontré con buena gente y con gente mala. Una vez me crucé con una persona de mi ciudad natal, que se apiadó de mí y me dio diez yuanes para comprar comida.
En otra ocasión, una patrulla policial nos paró a un sobrino mío y a mí cuando cruzábamos un puente. Mi sobrino salió corriendo, pero a mí me detuvieron y mis parientes tuvieron que pagar 50 yuanes para que me dejaran libre. Más tarde me detuvieron con seis o siete más y querían 200 yuanes. Dijimos que no teníamos tanto dinero, aunque de hecho todos llevábamos algo encima; yo tenía 50 yuanes escondidos en el calcetín. Al final nos obligaron a desherbar un parterre de flores; cuando acabamos y nos dimos cuenta de que nadie nos vigilaba, nos fuimos de allí corriendo.
Finalmente conseguí un empleo –pagando mil yuanes– en la K Factory. Se trata de una empresa creada con capital de Hong Kong que fabricaba cepillos de dientes eléctricos, aparatos de hidromasaje para los pies, ollas eléctricas y cosas por el estilo. Tenía una plantilla de más de 8 000 trabajadores.El contrato de trabajo estipulaba una jornada de ocho horas durante 26 días al mes, a cambio de un salario base de 33 yuanes al día. Había dos turnos y teníamos pausa para comer. Cada seis meses nos daban un nuevo uniforme de trabajo gratis y cada mes nos daban una bolsa de detergente en polvo y un par de guantes.
Poco antes había conocido a un hombre de mi ciudad natal que tenía contactos tanto con la policía como con la dirección de la empresa. Este hombre ganaba dinero consiguiendo personal para la empresa. Esta no reclutaba nunca directamente, sino a través de este tipo y otra persona de Sichuan. Por esta razón, la mayoría de los trabajadores de la fábrica venían de las provincias de Sichuan o Guizhou. Los demás eran de varias ciudades del norte de la provincia de Guangdong y entraron en la fábrica también por mediación de paisanos suyos. El caso es que no había manera de conseguir un empleo en la fábrica yendo por libre. Me contaron que todos los que en su tiempo habían entrado sin mediación alguna habían sido despedidos.
Estuve trabajando duramente y al cabo de poco tiempo ascendí a jefe de equipo y más tarde a jefe de sección. Dado que yo no tenía un alto nivel de educación, la dirección me nombró a un asistente. En esa fábrica, el jefe de equipo tenía que supervisar 16 máquinas, atendidas cada una por dos o tres personas. Un jefe de sección supervisaba a su vez a varios jefes de equipo.

Preparación en secreto de una huelga
En aquella época, la comida que daban en la cantina era muy mala. A menudo encontrábamos insectos en el arroz. Una vez mordí uno y ya no quise volver nunca a la cantina de la fábrica. Sin embargo, después de comer fideos precocinados durante tres días decidí volver a la cantina. Otro problema era que la fábrica nos cobraba 20 céntimos por un cubo de agua caliente, lo que suponía un gasto mensual de 20 a 30 yuanes. Todos estaban descontentos con esto. Durante un turno de noche, cinco jefes de equipo (dos hombres y tres mujeres) se reunieron para hablar de una posible huelga. Vinieron a verme y nos sentamos en mi despacho para hablar. Tres o cuatro asistentes nos vieron y quisieron unirse a nosotros. Hablamos de cortar la circulación de una carretera nacional y de los problemas que se nos podrían presentar y cómo tratarlos.
Si la policía golpeaba, hería o mataba a cualquiera de los huelguistas, acordamos abordar la situación conjuntamente. Si cualquiera de nosotros se caía mientras cortábamos el tráfico en la carretera, teníamos que ayudarle a levantarse de inmediato, para evitar que lo pisotearan con consecuencias tal vez trágicas. Si descubrían a los organizadores de la huelga o si aparecían otros problemas, los dos jefes de equipo masculinos debían cargar con la multa. Terminada la huelga se haría una colecta para compensarles. Resultó que lo que habíamos previsto de antemano acabó sucediendo realmente. También discutimos sobre la posibilidad de comunicar a los demás trabajadores lo que estábamos planeando. En particular no queríamos que se enteraran los lameculos en caso de que alguien se fuera de la lengua. Si no teníamos cuidado, podíamos perder el empleo.
En aquel entonces había dos turnos. Los asistentes y los jefes de equipo imprimieron una serie de octavillas que decían: “Mañana a las 8 de la mañana, ¡todos a la carrera nacional!” Algunos jefes de equipo dijeron a su gente que dejaran de trabajar durante diez minutos. Más de 300 trabajadores fueron pegando las octavillas en cuatro talleres. Incluso pegaron una junto a la oficina del director. Cuando la gente empezó a preguntar, les dijeron que todo se había organizado en la oficina. Cuando acudieron a preguntarnos, no quisimos dar muchos detalles. Solo dijimos que fueran todos a la carretera nacional para cortar el tráfico y reclamar una mejora de las condiciones a la dirección. Por motivos de seguridad, si alguien se caía había que ayudarle a levantarse de inmediato. No quisimos dar muchas explicaciones para el caso de que la acción fracasara y los trabajadores nos acusaran a nosotros, los organizadores.

La huelga
A la mañana siguiente, una vez terminado el turno de noche, salimos en masa hacia el portal de la fábrica, cogiendo por sorpresa a los guardias de seguridad. Les obligamos a abrir el portal y ellos, temiendo actos de violencia, lo cerraron detrás de nosotros. Con pancartas al frente fuimos directamente a la carretera y cortamos el tráfico. La mayoría de trabajadores observaron con interés el tumulto, y muchos de ellos desconocían la finalidad de la marcha hacia la carretera nacional. Vieron a gente correr en esa dirección y le siguieron. Se dijo que los conductores que se vieron bloqueados por el corte de tráfico no estaban enfadados ni alterados. Algunos que viajaban en un autocar aprovecharon para dormir, mientras que otros se apearon para fumar.
Hubo problemas al comienzo de la manifestación, cuando cuatro agentes que estaban de patrulla nos vieron marchar hacia la carretera y gritaron: “¿Qué hacéis?”Se acercaron y empezaron a golpear a la gente con sus porras. Hirieron a una mujer joven, que respondió mordiendo a los atacantes. A uno de los agentes le mordió en la cara. No había muchos hombres jóvenes, y además estábamos dispersos en la multitud, de manera que no pudimos ejercer efectivamente toda nuestra fuerza.Había demasiadas personas implicadas en el caos y hubo más o menos una docena de heridos. Algunos de los heridos fueron pisoteados y golpeados sin querer. Quienes estaban en el medio de la masa se veían empujados continuamente de un lado para otro. Finalmente acudieron bomberos, agentes de seguridad pública e incluso algunos policías locales. A unos 400 metros aparcaron furgonetas de policía, pero no vimos a ningún hombre armado. Había allí tantos trabajadores que no podrían hacer gran cosa si alguien les agarraba el arma. Aparecieron funcionarios de la oficina sindical con dinero para enviar a los heridos al hospital.
Entonces la policía empezó a empujarnos hacia el arcén de la carretera. No nos golpearon, pero utilizaron sus porras para formar una barrera sólida que nos empujaba hacia atrás. La primera línea estaba formada por mujeres que no ofrecieron resistencia. Si hubieran comenzado a golpear a la gente, seguramente no tendríamos nada que hacer contra unos policías que estaban entrenados como profesionales. Al cabo de dos o tres horas nos habían obligado a retroceder poco a poco hasta el arcén. Entonces todos volvimos caminando a la fábrica.
Vuelta a la fábrica y negociación
Los que habíamos cortado el tráfico en la carretera pertenecíamos todos al turno de noche. Algunos trabajadores del turno de día que no sabían de qué iba la movida se nos unieron de todos modos. La policía local encerró a 2 000 trabajadores de la fábrica en los dormitorios. Había un policía ante cada puerta y en cada escalera, sumando tal vez un total de 400. Las mujeres jóvenes estaban especialmente furiosas y lanzaban por ahí todo lo que podían agarrar en los dormitorios, incluso contra los policías. Unos 400 o 500 trabajadores fueron a la cantina y arrojaron al suelo la comida preparada para más de 8 000 personas.
Cuando volvimos de la carretera, uno de los directores gritó a través de un altavoz: “¡Si alguien tiene una queja, que lo diga!” Después propuso que enviáramos una delegación para negociar. Elegimos a un hombre joven, que era el jefe del departamento de personal de la fábrica, un hombre con cierto nivel de educación, para que nos representara. Puesto que todo el mundo estaba de acuerdo, no tuvo más remedio que aceptar, y el director le dijo que fuera a negociar. La primera cuestión planteada era un aumento salarial. El jefe del departamento de personal nos preguntó cuál era nuestra propuesta. La gente de primera fila contestó que un aumento salarial, y los de atrás dieron su aprobación de viva voz.El jefe del departamento de personal trasladó la petición al director y este ofreció un aumento a 25 yuanes al día, preguntando si lo aceptaríamos.
Después se planteó la cuestión del agua caliente. El director dijo que no sabía que teníamos que pagar por el agua caliente y prometió que a partir de entonces nos la darían gratis. Admitió que había un problema con la comida de la cantina y prometió que en adelante podíamos elegir entre comer en la cantina o no. Los que no comieran en la cantina no tendrían que pagar la comida. Cuando volvimos al lugar de trabajo, ese día nadie trabajó. Los jefes de equipo convocaron una reunión. El director no intervino, pero trató de convencer a los jefes de equipo, que a su vez se esforzaron por convencer a los demás trabajadores.
Esa noche nos dieron comida extra, con muchos platos de carne. En vez de los dos platos de rigor nos ofrecieron cuatro platos. El tercer y cuarto día nos dieron una botella de cola y dos manzanas a cada uno. El mismo día de la huelga, el director envió a varios jefes de oficina a ver a las mujeres jóvenes que estaban recuperándose de sus heridas en el hospital. Una vez curadas fueron readmitidas en la fábrica, recibiendo un trato mejor. Ninguna de ellas quiso irse.

Resultados de la huelga
Tras la huelga, las condiciones en la fábrica mejoraron claramente. Mejoró la higiene en la cantina y en la comida ya no había insectos. Había un premio de 50 yuanes por cada insecto que uno encontrara en la comida. Cuando una trabajadora encontró uno, un guardia de seguridad tomó una foto y esa misma tarde la llamaron para recoger sus 50 yuanes. Mientras que antes nos retenían el precio de la comida de la cantina de nuestro salario, tanto si comíamos en ella como si no, ahora ya no lo hacían si no comíamos en ella. El agua caliente pasó a ser gratuita. El jornal pasó de 23 a 25 yuanes al día y el tiempo de trabajo mensual pasó de 26 a 22 días. Trajeron a un director japonés que prohibió comer y beber en los talleres. Ocurría que los restos de fruta y de bebida que caían al suelo atraían a mosquitos y moscas, lo que afectaba al producto. Además, el suelo de los dormitorios solo se fregaba una vez a la semana.
Dado que los trabajadores de los equipos cuyos jefes habían participado en la huelga estaban al tanto de la situación, estuvieron en primera fila cuando se cortó el tráfico en la carretera nacional. También fueron los primeros en dar un paso al frente cuando el director pidió que se nombraran negociadores. Algunos jefes de equipo y asistentes se negaron a participar en el corte de tráfico y se quedaron en la fábrica trabajando. Cuando la policía detuvo a dos jefes de equipo en sus despachos, más de mil trabajadores rodearon las furgonetas que habían venido para llevárselos. Se los llevaron de todos modos, y cuando volvimos a la fábrica nos negamos a trabajar durante otros dos días.
El director pidió a la policía que pusiera en libertad a los detenidos. Cuando volvieron a la fábrica, los despidieron sin indemnización. Casi todos los trabajadores aportaron cinco yuanes cada uno para compensar a los dos líderes que habían organizado la huelga. Estaba mal visto que alguien se negara a entregar su parte. Se mantuvo en secreto la implicación en la huelga de tres jefas de equipo y asistentes para que no las detuvieran. Más tarde se fueron una tras otra, tal vez porque tenían miedo. Yo también me fui para cuidar de mi mujer. Un director general con muchos años de experiencia también dimitió voluntariamente a raíz de la huelga.
* Hao Ren ha trabajado para una ONG laboralista en el Delta del Río Perla hasta 2010 y desde entonces ha estado trabajando en varias fábricas de toda la costa china. Zhongjin Li es doctorando por el departamento de Económicas de la Universidad de Massachusetts, Amherst. Eli Friedman es profesor adjunto de derecho laboral internacional y comparativo de la Universidad de Cornell.