Conversando con un empleado de atención a clientes
Por Adán Salgado Andrade, México
A quien llamaré Luis,
actualmente, como millones de mexicanos, se encuentra desempleado, a pesar de
que estudió la carrera de ingeniería civil, la que, tras muchos esfuerzos,
acaba de concluir. “Pues ahora me falta la titulación y lo del servicio
social”, me comenta.
Luis es víctima de lo que yo
llamo el “síndrome de la preparación universitaria”, es decir, que actualmente,
aun cuando se posean grados universitarios, como licenciatura, maestría o doctorado,
no es garantía ya de que se pueda acceder de inmediato al mercado laboral, pues
la creación de puestos de trabajo para esos niveles es mucho menor que los que
existen para personas con menos preparación escolar (ver:
http://archivo.eluniversal.com.mx/primera-plana/2014/impreso/preparados-sufren-mas-desempleo--43966.html).
El desempleo, de por sí, es una
tendencia crónica del capitalismo salvaje, el que busca producir más con menos,
sobre todo, menos personal, menos obreros, menos administradores y así (ver:
http://www.jornada.unam.mx/2016/05/06/economia/017n2eco).
Dicha tendencia y las equivocadas
“políticas económicas” que la mafia en el poder ha impuesto, las cuales siguen
aniquilando tanto a la planta productiva, así como a las actividades estratégicas
(como la privatización de Pemex o de CFE), ocasionan que cada año se sumen 1. 2
millones de profesionistas al desempleo, los cuales no tienen ninguna
posibilidad de aplicar los conocimientos adquiridos en un empleo acorde, según
informa un estudio reciente
(http://www.jornada.unam.mx/2016/05/06/economia/017n2eco).
Así que por todas esas
circunstancias, Luis tuvo que irse inmiscuyendo en cosas totalmente ajenas a
los objetivos de la ingeniería civil.
Ha transitado de trabajo en
trabajo, todos muy mal pagados. El más reciente de todos, del que hace poco lo
despidieron, fue en una empresa de atención a clientes. “Sí, estuve casi tres
años como asesor financiero”, me comenta, sonriendo, en vista de que no fue eso
para lo que estudió. “Es que no te queda de otra, tienes que aprender lo que
sea, con tal de tener trabajo”. Se trata del tipo de empresas que están en
pleno auge, gracias a la imposición de lo que eufemísticamente se llama
“reforma laboral”, engendro de la mafia en el poder en funciones, que sólo ha
buscado el beneficio de las empresas por sobre los trabajadores, a los que
aquéllas pueden contratar de acuerdo a su conveniencia, incluso hasta por
horas. Además, muchas empresas ni siquiera contratan directamente a sus
empleados, sino que lo hacen a través de intermediarios, los que les ofrecen
servicios administrativos, justo como los de “atención al cliente”, con lo
cual, las empresas bajan sus costos laborales, pues ya no requieren de
departamentos que tengan que ver con resolver los problemas que sus productos o
servicios problemáticos ocasionen a los clientes. Es lo que se conoce como
outsourcing.
De esa forma, ni las empresas que
contratan a las que ofrecen dichos servicios, ni éstas (las que proveen el
outsourcing), se tienen que preocupar en lo más mínimo por las prestaciones
laborales o la antigüedad que puedan generar los empleados, ya que, como dije,
los contratos son por tiempo limitado y se renuevan cada que terminan, con tal
de no crear ningún tipo de antigüedad, ni ningún otro tipo de beneficio alguno.
Lo peor de todo es que esas imposiciones han sido aceptadas tan resignadamente
por la mayoría de los mexicanos, que uno se pregunta ¿qué necesitaríamos para
que el grueso de la gente reaccione? (ver:
http://adansalgadoandrade.blogspot.mx/2013/09/decadencia-neoliberal-automatas.html).
El sueldo de Luis era de $5700
pesos mensuales y un bono de “productividad”, que, si se cumplía con todas las
exigencias de la empresa, elevaba el magro sueldo a unos $7000 pesos. “Pero,
para que te den el bono, necesitas estar desde las siete de la mañana hasta que
te dejen salir”, explica. Eso de “hasta que te dejen salir”, era variable, pues
aunque la hora “oficial” de salida era a las cinco de la tarde, por las
“necesidades de la empresa”, podía extenderse hasta las seis, siete o más. “A
veces, te hacían quedarte hasta las once de la noche y si no lo hacías,
entonces te recortaban el bono. Y si varios días no te quedabas, entonces te lo
quitaban, porque te decían que no eras solidario con la empresa”, dice. Y es
que aunque les pagaban el taxi cuando salían a esa hora, pues no convenía. “Yo
vivo hasta Chalco, y trabajaba por el aeropuerto, así que pues casi nada más
era ir a dormir tres, cuatro horas, y levantarte a las cinco para regresar a
trabajar otra vez a las siete al otro día… no, de plano no es vida eso”, dice,
pensativo.
En ese empleo lo que estuvo
haciendo era dar “asesoría” a personas con problemas de inversiones, sobre todo
de bancos. “La empresa le trabaja a Bancomer, sí, y yo tenía que resolverle a
la gente problemas de sus inversiones, préstamos y cosas así”, me dice, de
nueva cuenta, divertido, pues nunca imaginó que terminaría haciendo algo como
eso. Me pregunto qué tan válido será que una empresa, como un banco, canalice
los problemas que sus malos servicios le ocasionan a sus clientes, a una
empresa y empleados totalmente ajenos, a pesar de que, supuestamente, son
“capacitados”, como me aclara Luis. Pero es lo que actualmente se está
haciendo, como señalo antes, con tal de bajar los costos administrativos. Para
el capitalismo salvaje lo más importante es cuidar la ganancia, aunque los
servicios o productos que proporcione sean malos o defectuosos.
Luis, de todos modos, ya pensaba
en renunciar antes de que lo despidieran sin justificación alguna, y buscar
algo que le dejara más ingresos. “Es que me casé hace dos años y medio, y pues
los gastos suben”, abunda. Ya tienen su esposa y él un hijo, de dos años, y
otro que nacerá en cuatro meses. Le pregunto que por qué no demandó a la
empresa. “Lo pensé, pero pues son gastos que tienes que hacer y ahorita lo que
menos tengo es dinero para gastar”, contesta. Claro, con un hijo y otro por
venir y todo lo que implica tener una familia, en efecto, lo que menos puede
darse el lujo, es de tener muy caros gastos legales.
Lo que por lo pronto sostiene a
Luis y su familia es el ingreso de su esposa, la que trabaja en el Centro, en
la calle de Corregidora, en una ferretería. “Sí, ya lleva allí como siete años
trabajando, de las nueve de la mañana a las seis… a veces hasta las siete de la
noche”, dice. El sueldo de ella es de 1500 pesos semanales, y eso porque ya
tiene varios años allí. No le dan comisiones, pues la empresa las quitó hace
poco. “Es que detectaron que varios empleados de otra tienda se estaban robando
material y, según dicen, perdieron mucho”, me aclara. Sí, imagino que son los
extremos, incluso delictivos, a los que los bajos salarios llevan a la gente, a
realizar ese tipo de robos hormiga, con tal de sacar un ingreso extra. Es
entendible, aunque quizá no tan justificable, razono.
Lo que también tiene a su favor
Luis, es que viven en la casa de sus padres. “Ya estoy construyendo unos
cuartos arriba… pero ya también me compré un terreno, allá por la salida a
Puebla. Y allí también quiero construir… pero hasta que haya recursos”, agrega,
risueño, como si de repente eso fuera una panacea, dada la precariedad en que
actualmente vive. El terreno lo compró hace años, cuando le iba mejor
salarialmente.
Sí, como en miles de jóvenes
matrimonios, la “solución habitacional” muchas veces es vivir en la casa de los
padres o de los suegros, ante la imposibilidad, por los bajos salarios, de
independizarse y pagar una renta.
Le pregunto sobre la distancia
que deben de recorrer a diario, por ahora sólo su esposa, para llegar al
trabajo, y me dice que ya es algo a lo que mucha gente se ha acostumbrado, en
vista de que los trabajos cercanos escasean o son muy mal pagados. “Allí en
Chalco, cuando mucho, se pagan setecientos cincuenta a la semana y a lo mejor
sí encuentras trabajos con buenos sueldos, pero son muy peleados”. Así que,
como miles también, se han resignado al trajín que implica transportarse a
diario en esta megalópolis, en recorridos que implican dos o más horas, además
del desgaste físico y mental que estar tanto tiempo transportándose implica,
pues es un factor estresante adicional a los que ya, de por sí, la cotidiana
lucha por la sobrevivencia implica.
Luis ha estado explorando nuevas
posibilidades de empleo, sobre todo, de que salarialmente sean mejores, ahora
que los gastos familiares se han incrementado. Dice que un amigo que trabaja
como agente de Afores, le ha estado platicando cómo es ese negocio. Las Afores,
formadas bajo la mafiosa administración de Ernesto Zedillo, no han sido otra
cosa que fondos para que las empresas, no los trabajadores, se beneficien y
tengan recursos fáciles (ver:
http://www.jornada.unam.mx/2016/04/06/economia/029n1eco).
El pretexto para su formación fue
que servirían para “mejorar” las pensiones de los trabajadores, pero ahora
resulta que ni así, con ese esquema, los trabajadores pueden esperar pensiones
dignas, más ahora que la OCDE exige reformar otra vez el sistema de pensiones,
reduciendo su monto y elevando la edad a la que un trabajador puede jubilarse
hasta los 65 años (ver: http://www.jornada.unam.mx/2015/10/18/economia/020n1eco).
Lo que hace un agente de afores
es tratar de buscar que los ahorradores de una institución se cambien a otra. A
cambio, la institución, como un banco, que recibe ese ahorro, le paga al agente
una comisión. “Pues por cien mil pesos, te pagan mil, por doscientos mil, te
pagan dos mil… y así”, dice Luis. O sea, por lo que me comenta, se paga 1% de
comisión. “Lo que te conviene es que vayas con el dueño o el administrador de
una empresa y le propongas que cambie a todos sus trabajadores a tal o cual
Afore”, explica. Pero no es de sorprender que, dada la galopante corrupción que
impera en este país, así, como norma social, se da el caso de que el dueño o
administrador de tal empresa ponga como condición al agente que sí hará el
cambio, siempre y cuando, éste le dé una parte de la comisión que el banco que
reciba los ahorros de los trabajadores, le proporcione. Eso es, pues, el diezmo
que la corrupta tradición, legado de la herencia colonial maldita, nos ha
impuesto (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.mx/2010/11/de-corrupcion-y-diezmos.html).
“Te conviene si son varios
trabajadores y, por ejemplo, que tengan un ahorro entre todos de, por ejemplo,
diez millones de pesos, pues te llevarías como cien mil pesos y ponle que le
des treinta mil al administrador, pues te quedan setenta mil pesos”, dice, pero
no sucede así cuando los montos ahorrados son pequeños, algo que el agente
desconoce de antemano. “Es cuando puedes perder”, señala. Así que es una
actividad riesgosa, que puede dar buenos ingresos o precarizar más a quien la
efectúe. “Eso también se hace con los seguros, que busques a alguien que se
cambie de aseguradora, pero es más difícil que con las afores”, agrega Luis.
Lo peor son las exigencias
adicionales que la mafia en el poder impone, como la obligación que
recientemente se exige ya, de contar con una Tablet que incluye un software
administrativo para la tarea en cuestión, así como conexión a red y otros
implementos. Hacerse de ese artilugio cuesta actualmente dieciséis mil pesos.
“Sí, pues o lo compras, o lo rentas, pero rentado, te cobran setecientos
cincuenta por día, así que mejor te conviene comprarlo”.
Y volvemos a lo mismo, eso sólo
si se cuenta con recursos monetarios, que Luis actualmente no posee. “Estoy
viendo eso… pero también estoy viendo lo de titularme. A lo mejor ya con el
título, pues puedo encontrar un trabajo que se relacione con lo mío, ¿no?”,
dice Luis, esperanzado.
Sólo pienso en lo que he
mencionado, que ya ni con estudios universitarios de cualquier nivel, la gente
encuentra trabajo. Pero, bueno, es algo que Luis deberá de experimentar en
carne propia o quizá, al final, logre convertirse en agente de Afores… o
termine en la informalidad, como millones de mexicanos que han visto en ese
sector una alternativa de vida (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.mx/2012/12/economia-informal-la-verdadera.html).
Le deseo suerte, que halle pronto
trabajo, que su hijo nazca muy bien, que se titule pronto y… en fin, las
palabras de aliento que se suelen dar a la gente, deseándoles de corazón que
puedan remontar la adversidad lo antes posible.
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