Brasil - Es posible combatir a la derecha y decir adiós al lulismo

Posted by Correo Semanal on miércoles, marzo 09, 2016

      


Fábio Nassif *
Correio da Cidadania
Traducción de Ernesto Herrera – Correspondencia de Prensa

No. Este no es un texto que pretende agregar agua en el molino de la derecha brasilera que intenta, con el apoyo de la prensa burguesa, derrotar completamente cualquier perspectiva transformación social a la izquierda.
La intención principal de las palabras que siguen es dialogar con quien como yo, está impactado por la presencia de la Policía Federal en la puerta de la casa de uno de los mayores líderes populares que la izquierda brasilera produjo en la últimas décadas. Este viernes, Lula fue escuchado por las autoridades sobre una investigación de relaciones promiscuas entre el ex presidente y empresas constructoras.
Todo indica, que el traslado coercitivo de Lula fue innecesario. Sería un nuevo contra un ciudadano brasilero, como ocurre todos los días por parte de las autoridades y del Estado. Y, obviamente, la gran prensa usó y abusó del hecho para desgastar a Lula. Ante el silencio de la prensa con otras sospechas de corrupción sobre el PSDB, PMDB y otros representantes de la derecha tradicional, el trago amargo del día es comprensible. Es solo recordar los tantos aliados y opositores de derecha que pasean impunes por Brasilia.
Son muchas las preguntas a ser hechas en la actual coyuntura. Son muchos los intereses, muchos los personajes y muchas las sospechas que correctamente planteamos ante tal situación. Pero, es prudente reflexionar por lo menos en cuanto a lo que no debemos hacer o decir por ahí. Y, principalmente, nunca perder de vista que nuestras opiniones deben ser guidas por aquello que creemos es lo mejor para construir conciencia política y un proyecto a favor de los sectores más explotados y oprimidos de la sociedad.

“¿Adiós, Lula?”
La película alemana “Adiós Lenin!” (que muy bien podría llamarse “Adiós, Stalin”), (1) más que hacer un rescate apurado e histórico de lo que fue el llamado “socialismo real” (que de socialismo no tenía nada), nos trae una reflexión sobre un pasado y un presente lleno de contradicciones y más perspectivas. En la ocasión, la Sra. Kemer entra en coma poco antes de la caída del Muro de Berlín. Se despierta en 1990, luego de la caída del muro. Alexander, su hijo, preocupado con los impactos que la noticia del triunfo del capitalismo podría generar en la salud de su madre, busca formas de esconder tal realidad, principalmente a través de la edición de videos que simulaban una Berlín antes de la caída del muro.
Lula no tiene absolutamente nada que ver con Lenin. Tampoco el “socialismo real” se asemeja en nada con el proyecto de los gobiernos petistas. El paralelo entre esta película y la actual situación brasilera que pretendo colocar es solamente sobre las personas que parecen vivir en una internación hospitalaria, insistiendo en creer que están bajo una realidad pasada. Llama la atención la gran cantidad de personas que, en lugar de aceptar las contradicciones de ambas realidades -del pasado y del presente- levantarse del coma y moverse, prefieren intentar convencerse de que están de que están viviendo una realidad diferente de la que objetivamente están viviendo. 
Como sugieren hasta los libros de autoayuda, el primer paso para cualquier superación  es reconocer nuestras propias derrotas. Existe un gran debate en la izquierda sobre los impactos de la caída del muro de Berlín en sectores que no defienden ni el llamado “socialismo real” ni el capitalismo. No quiero entrar en esta polémica. Pero es muy evidente que el muro cayó sobre la izquierda socialista anti-Stalin.
En Brasil, el mundo del lulismo puede estar cayendo. Y existen las más variadas reacciones ante tal hecho: quien busca creer que el muro no está cayendo, quien corre para reformar el muro, quien defiende un murito incapaz de hacer cualquier división entre los “los dos mundos”, y quien, reconociendo que el muro cayó de cabeza, quiere pensar cómo salir de los escombros para construir un mundo nuevo y muy diferente de los mundos que estaban supuestamente separados en la metáfora utilizada.
La profundización de la polarización que ha divido al país gira en torno de la pelea entre dos realidades desastrosas. De un lado defensores del lulismo y de otro los defensores de las salidas más conservadoras para Brasil. Ambas catastróficas. Ambas fruto de un muro que cayó sobre nosotros.

Ni derecha, ni lulismo
Los motivos para afirmar que ni la salida apuntada por la derecha tradicional ni el rescate del lulismo deben movilizarnos, son en cierto punto parecidos. Sabemos, simplemente por toda la historia del país, que la burguesía, sus representantes partidarios y el capitalismo como un todo no promueven nada más allá de una sociedad de muerte, explotación, opresión, desigualdad y miseria. No vale la pena gastar tiempo con argumentos contra esa hipótesis.
Vale, sí, debatir porque no debemos defender el lulismo (aunque se quiera denunciar ilegalidades y espectáculos mediáticos contra el dirigente Lula).
La opción del ala mayoritaria del PT a lo largo de los años fue por la construcción de un proyecto de conciliación de clases con esta burguesía que tenemos en Brasil. Lo logró con la elección de Lula en 2002. Y el líder obrero gobernó para las viejas y nuevas elites por ocho años, seguido por la sucesora Dilma, que consiguió hacer gobiernos más a la derecha todavía y hoy se rinde a una política estrictamente neoliberal.
No me cabe a mí, en este momento, dictaminar se Lula fue beneficiado individualmente por esquemas de corrupción. Pero la obvia realidad que vivimos, nos dice que la opción para llegar al poder y gobernar con la elites empresariales y las viejas oligarquías pasaron, necesariamente, por relaciones promiscuas entre el petismo y la burguesía. Y, a pesar de lo que aparenta, no hay nada de nuevo en eso. El capitalismo funciona así y punto.
Defender el rescate del lulismo hoy es defender las paces con esa burguesía corrupta que no tiene -al contrario de lo que creen muchos petistas- proyecto nacional de sociedad que pueda realizar cambios civilizatorios profundos en alianza con la clases trabajadora. Algunos hasta creen que esta burguesía podría levantar banderas antiimperialistas, antimonopólicas y antilatifundistas, y realizar reformas estructurales que podrían servir de impulso a procesos de transformación del Estado. Se equivocan.
El lulismo es el símbolo más fuerte de la conciliación de clases. Conciliación, en este caso, significa necesariamente traición de clase. Y es por este motivo que Lula fue aceptado por el capitalismo global. Él aceptó, aplicó y convenció a las masas de que estas reglas de juego era administrables.

A la espera del “golpe” y del giro a la izquierda
Desde la elección de 2002, la militancia petista es insuflada por la lucha contra el “golpe” que se estaba tramando contra sus gobiernos. Decían que no dejarían ni siquiera asumir a Lula la presidencia después de la elección. Con las denuncias del mensalão, otra vez la militancia petista se movilizó contra el “golpe mediático”. Y enmendaron esta tesis repetidamente, por muchas veces, durante todos los gobiernos de Lula y Dilma (incluyendo las manifestaciones de junio de 2013). Esperan, hasta hoy, el tal giro a la izquierda de los gobiernos petistas.
El gran problema es no reconocer que Lula fue el principal responsable por derrumbar este muro en nuestras cabezas. Antes de ganar en 2002, Lula y el PT ya estaban aliados con parte de la burguesía –incluyendo la familia Marinho, que ayudó a escribir la Carta al Pueblo Brasilero. Para defenderse del mensalão, Lula dio ministros y recursos a la Rede Globo. Y las negociaciones, tanto con la prensa burguesa como con otros sectores de las elites (con las empresas constructoras, las del agronegocios y los bancos) fueron pilares fundamentales del proyecto petista. Ellas ganaron mucho dinero con las principales políticas gubernamentales. Por este motivo la Operación Lava Jato es tan sentida por los defensores de este proyecto. Ella golpea el pacto entre las fuerzas construidas en el maridaje del petismo y las grandes empresas beneficiadas por el lulismo.
Como consecuencia del desequilibrio entre gobierno petista y constructoras, por ejemplo, la crisis también debilitó la alianza con las viejas oligarquías. La derecha brasilera ocupó las calles y el escenario de la crisis económica, social, política y ambiental torna la coyuntura todavía más preocupante.
La prensa burguesa y la elite brasilera son golpistas. Siempre lo fueron. Pero eso no significa que debamos aliviar de responsabilidad a quien se alió a ellas. Quien vendió la ilusión de que podríamos tenerlas como aliadas, quien negoció con ellas y quien gobernó para ellas.
La reacción más despolitizada y perjudicial para quien se considera socialista es seguir creyendo en un mundo que cayó. El proyecto petista está agonizando. Es lamentable ver el nivel de debate en el que se resume parte de su militancia. Hoy por hoy, la única exigencia es que también investiguen las corrupciones de la derecha.
No dan pie sobre el verdadero crimen contra la izquierda cometido por la dirección del PT, por Lula y por Dilma: tentativa de homicidio de la esperanza, de amplias camadas de la clase trabajadora, en la construcción de una sociedad socialista. Para los defensores del gobierno hace mucho tiempo que el miedo -del “golpe”- venció a la esperanza. 
No sabemos si Lula tendrá la capacidad de restablecer su proyecto. Pero sabemos que la construcción de un proceso revolucionario en Brasil pasa, necesariamente, por el adiós a Lula, al lulismo y al PT. Quien quiera seguir respirando por aparatos en la cama de un hospital, creyendo en las viejas novedades del lulismo, puede acabar perdiendo el nacimiento de un mundo nuevo que está siendo gestado.

* Periodista.

Nota de Correspondencia de Prensa
1) Good Bye, Lenin! es una película alemana de 2003, dirigida por Wolfgang Becker, cuyo reparto incluye a Daniel Brühl, Katrin Sass, y Chulpan Khamatova. Obtuvo varios premios internacionales. Transcurre en octubre de 1989, en la ex República Democrática Alemana (RDA), durante la rebelión que terminó derribando el Muro de Berlín.