El cambio de ciclo político en América del Sur
El cambio de ciclo político en
América del Sur como expresión de la crisis mundial
Al ritmo de la renta de la tierra
Juan Kornblihtt *
Brecha, Montevideo, 19-2-2016
Durante los últimos años América del
Sur vivió casi en su conjunto una década de crecimiento de la mano de un cambio
en la forma de intervención estatal. Con muchos matices entre los países, se
pasó de políticas neoliberales a diferentes grados de desarrollo de políticas
sociales, proteccionismo y estímulo a la industria local. Ya sea desde los
gobiernos más moderados, que señalan la austeridad y la responsabilidad fiscal
como virtud, hasta los más radicalizados, que dicen desafiar al capitalismo
desde un nuevo socialismo o desde una lógica donde prima el consumo por sobre
el lucro, o aquellos que se contentan con llamarse nacionales y populares y
apostar a políticas keynesianas, todos coinciden en atribuir al accionar
estatal la clave del crecimiento de los últimos años. Más aun, cuando la
bonanza de los últimos años coincide con las crisis en Estados Unidos y en
Europa, marcadas por las quiebras del sistema financiero, la baja salarial y
las políticas de austeridad.
Vanagloriarse de la centralidad de la
política distributiva estatal como factor de crecimiento tiene su contracara en
que en los últimos años comienza a frenarse el crecimiento, e incluso en
algunos países están en recesión. El argumento de que el Estado era el factótum
de los buenos años se convierte en su contrario. Los políticos y economistas
promercado les comienzan a ganar la batalla a los estatistas. En algunos casos
con recambio del personal gobernante, en otros mediante el ingreso de
economistas que comienzan a ejecutar políticas de ajuste y de liberalización
parcial del comercio exterior. Las explicaciones son variadas, aunque apuntan a
la idea de dos proyectos contrapuestos en disputa. Pero lo que esta perspectiva
no explica es que la posibilidad de intervención estatal fue de la mano de la
suba de los precios de las materias primas, mientras que la caída trae
aparejada un cambio en las políticas. Lejos de una tensión entre dos modelos en
disputa, lo que se observa es la otra cara de la misma moneda.
El Estado y la renta de la tierra. La
región en su conjunto tiene un peso marginal en las exportaciones de mercancías
manufacturadas, mientras que los commodities dominan el sector externo. A pesar
de lo que señalan muchos sectores de izquierda y nacionalistas, lejos de haber
un intercambio desigual favorable a los países que exportan manufacturas, las
llamadas “materias primas” son mercancías producidas en condiciones no
reproducibles por el trabajo humano. La productividad del trabajo es mayor en
la producción agrícola, ganadera, minera y petrolera de los diferentes países,
y esas condiciones no pueden ser replicadas. Esto lleva a que la rentabilidad
de los capitales que operan en dichos sectores sea mayor a la rentabilidad del
capital industrial, como lo muestran numerosos estudios que surgieron bajo el
impulso de los trabajos del investigador Juan Iñigo Carrera.
Esta rentabilidad superior a la
media, tal como lo señalaron autores como Marx y Ricardo, es una riqueza que no
es proporcional al capital invertido en el sector (como ocurre con las
ganancias extraordinarias de las empresas innovadoras), sino que es una
sustracción al resto de los capitales que pagan más caras las materias primas
por la propiedad monopólica sobre una porción del planeta. La exportación de
materias primas se convierte así en un ingreso extraordinario para los países
de la región. Durante la posguerra y hasta el reciente boom de los dos mil, el
llamado deterioro de los términos de intercambio generó la apariencia de que la
región se basaba en el desarrollo industrial o en las finanzas. Sin embargo,
aunque con un peso menor, la renta de la tierra fue el sostén del capital
industrial no sólo nacional sino de las multinacionales. La mayor parte de
ellas llegaron a la región en la llamada “industrialización por sustitución de
importaciones” (Isi) gracias a políticas de protección y estímulo industrial.
De esa forma pudieron apropiarse de renta de la tierra para acumular con una
rentabilidad igual o superior a la de sus casas matrices, pero con una
tecnología muy inferior. Ese es el secreto de cómo se financió el
proteccionismo y los subsidios durante el período de la Isi y es lo que impulsó
las políticas expansivas actuales. Cuando la renta cayó, en los años setenta,
ese ingreso fue remplazado con deudas externas y rebajas salariales. Deudas que
sólo se pudieron pagar en forma neta en los últimos años con la suba de los
precios de los commodities.
El flujo de la renta de la tierra
surge de una ganancia extraordinaria que pagan los consumidores de materias
primas (en su mayor parte extranjeros, en el caso de nuestros países) y que
puede ser apropiada debido al monopolio sobre condiciones naturales no
reproducibles. Los dueños de la tierra aparecen entonces como quienes tienen el
derecho de apropiarse de esa riqueza. Sin embargo, el capital busca recuperar
eso que perdió. Cuando la renta es muy alta, incluso la mediación del Estado
puede ser total y éste convertirse en forma directa en el terrateniente, como
ocurre con el petróleo en Venezuela, por ejemplo, o a través de impuestos
específicos a la exportación, como ocurre en Argentina. En esos casos el
accionar estatal aparece más explícito y su justificación ideológica se
exacerba. Otro mecanismo menos evidente es la apropiación de renta a través del
tipo de cambio. El abaratamiento del dólar en términos de la moneda local (o la
sobrevaluación de la moneda local) implica que el sector exportador recibe
menos unidades de la moneda local por cada dólar, mientras que los importadores
y quienes sacan el capital fuera del país pueden comprarlo más barato. El
extremo de la moneda sobrevaluada durante los dos mil fue Venezuela, pero el
dólar también estuvo barato en Chile, Argentina, Brasil y Uruguay, por ejemplo.
Con la caída de los precios de las materias primas sostener esa sobrevaluación
se hace cada vez más difícil. La búsqueda de créditos externos aparece como la
alternativa, pero ante la continuidad en el bajón de los precios de las
materias primas la devaluación se vuelve ineludible en toda la región. De la
política expansiva se pasa a la austeridad y el ajuste.
La crisis mundial detrás del sube y
baja. Como vemos, el alza y caída de los precios de las materias primas es lo
que marca el ciclo de la economía en América del Sur y las posibilidades expansivas
del accionar estatal. Con diferencias que remiten a las características del
capital en cada país y a cómo se configura la acción política de los
trabajadores, en toda la región el crecimiento fue impulsado por la suba de la
renta de la tierra. Muchos creyeron que gracias a las políticas oficiales
América del Sur estaba blindada ante la crisis mundial. Pero la misma suba de
la renta se puede explicar por esa crisis. El precio de las materias primas
aumentó por la expansión china, que a su vez está sostenida no sólo por los
bajos salarios que paga sino por la demanda de Estados Unidos y Europa,
principales destinos de sus exportaciones. Estos países lograron mantener el
consumo pese a la crisis, gracias a una fuerte emisión monetaria que permitió la
expansión del crédito en diferentes formas. El capital financiero actuó así
sosteniendo la producción, pero generó una escalada inflacionaria en los
precios de los commodities junto con una creciente demanda china no sostenible
en el largo plazo. En los últimos tres años esto se puso en evidencia y el
freno chino llevó a una caída en las perspectivas de la demanda de materias
primas. Como señalamos, el auge de América del Sur tuvo al Estado como mediador
de la apropiación de una renta creciente. Esa apariencia progresiva de una
política que podía conciliar aumento de la rentabilidad del capital con mejora
salarial se acabó. El giro a la derecha corresponde a la forma ideológica que
toma la contracción económica. La esperanza de que el mercado solucione lo que
el Estado distorsionó puede haber ganado cierto consenso y no haber necesitado
de dictaduras en la región, como en otras oportunidades, pero no significa que
sea correcto. La crisis no es una crisis de la forma en que interviene el
Estado sino del capital en su conjunto. Una perspectiva superadora de las
falsas alternativas que aparecen en juego debe comenzar por reconocer este
problema y abordar la discusión de qué sector tiene la potencialidad de hacer
una transformación de fondo. Los capitalistas grandes y chicos, nacionales y
extranjeros, que se apropiaron de la renta sin cambiar nada de fondo, hoy
llaman a los trabajadores a ajustarse para que ellos no pierdan tanto. Incluso
los buscan de aliados en su inevitable disputa interna por ver quién sobrevive
a la crisis. Frente a la inevitable necesidad de luchar para evitar la caída
de sus ingresos, los trabajadores tienen la posibilidad de enfrentar la
destrucción de capital que provoca una crisis sin caer en apoyar a uno u otro
sector, sino sobre la base de comprender las causas de la crisis a nivel
regional para plantearse una alternativa propia. Alternativa que al tener
causas comunes sólo puede realizarse mediante una acción común a nivel
continental.
* Historiador del Conicet (Argentina)
y docente de la Uba y la Ungs.
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