Arabia Saudita - El paraíso de los decapitadores

Posted by Correo Semanal on lunes, enero 11, 2016


Robert Fisk *
The Independent, Londres, 4-1-2016
Traducción de Enrique García – Sin Permiso

La orgía de decapitaciones en Arabia Saudi - 47 en total, incluyendo la del respetado clérigo chiíta Nimr al-Nimr Baqr, justificadas coránicamente – ha sido digna de ISIS. Tal vez se trataba de eso. Porque este extraordinario baño de sangre en el reino sunita musulmán de los al-Saud - destinado claramente a enfurecer a los iraníes y a todo el mundo chiíta – vuelve a sectarizar un conflicto religioso que ISIS ha intentado polarizar por todos los medios.
Lo único que faltaba era el video de las decapitaciones – porque las 158 decapitaciones del año pasado estaban perfectamente en sintonía con las enseñanzas wahabíes del "Estado islámico". La “sangre llama a la sangre” de Macbeth se aplica sin duda a los saudíes, cuya "guerra contra el terror", al parecer, ahora justifica derramar la sangre que haga falta, tanto sunita como chiíta. Pero ¿con qué frecuencia se le aparecen los ángeles de Dios el Misericordioso al ministro del interior saudí, el príncipe Nayef bin Mohamed?
Porque el Sheikh Nimr no era cualquier clérigo. Pasó años formándose como erudito en Teherán y Siria, era un líder chiíta venerado de las oraciones del viernes en la provincia oriental de Arabia Saudí, y un hombre que se mantuvo alejado de los partidos políticos, pero exigió elecciones libres y fue detenido con regularidad y torturado – como contó el mismo - por oponerse al gobierno sunita wahabita saudí. Sheikh Nimr creía y predicaba que las palabras son más poderosas que la violencia. La caprichosa teoría de las autoridades saudís de que este último baño de sangre no ha sido sectario – porque han decapitado tanto a sunitas como a chiitas – se asemeja mucho a la clásica retórica de ISIS.
Después de todo, ISIS corta las cabezas de 'apóstatas' sunitas y de soldados sirios e iraquíes sunitas tan fácilmente como mata a los chiítas. El Sheikh Nimr habría corrido exactamente la misma suerte a manos de los matones del "Estado islámico" que la que tuvo de los saudíes - aunque sin la burla de un juicio pseudo-legal, que Amnistía Internacional denunció.
Pero los asesinatos representan mucho más que el mero odio de los al-Saud hacia un clérigo que se alegró de la muerte del ex ministro del interior de Arabia Saudí- el padre de Mohamed bin Nayef, el príncipe heredero Nayef Abdul-Aziz al-Saud - con la esperanza de que iba a ser "comido por gusanos y sufrirá los tormentos del infierno en su tumba". La ejecución de Nimr dará un nuevo impulso a la rebelión Houthi en Yemen, que los saudíes han invadido y bombardeado este año en un intento de destruir allí a un aliado de los chiitas. Ha enfurecido a la mayoría chiíta en un Bahrein gobernado por sunitas. Y los propios ayatollahs iraníes ya han declarado que la decapitación provocará el derrocamiento de la familia real saudí.
También enfrenta a Occidente con el más embarazoso de los problemas de Oriente Medio: la continua necesidad de humillarse y postrarse ante los ricos y autocráticos monarcas del Golfo al tiempo que expresa tímidamente su malestar por la grotesca carnicería que los tribunales saudíes acaban de imponer a los enemigos del reino. Si ISIS hubiera cortado cabezas de sunitas y chiítas en Raqqa - especialmente la de un clérigo chiíta tan problemático como Sheikh Nimr - podemos estar seguros de que Dave Cameron habría tuiteado su disgusto por tan repugnante acto. Pero el hombre que dejo a media hasta la bandera británica tras la muerte del último rey de este macabro estado wahabí va a utilizar un cuidado lenguaje diplomático para comentar en este caso las decapitaciones.
Sin embargo, muchos hombres sunitas de Al Qaeda han perdido también la cabeza - literalmente - a manos de los verdugos saudíes, y la pregunta que se hacen en Washington y las capitales europeas es : ¿están los saudíes tratando de destruir el acuerdo nuclear iraní al obligar a sus aliados occidentales a apoyar estas atrocidades? En el obtuso mundo en el que viven - en el que el joven ministro de defensa que ha invadido Yemen está enfrentado y se habla a duras penas con el ministro del interior - los saudíes siguen haciendo gala de la coalición 'antiterrorista' de 34 naciones, mayormente suníes, que supuestamente forman la legión de musulmanes que se opone al "terror".
Las ejecuciones han sido, sin duda, una forma sin precedentes de dar la bienvenida al Año Nuevo por parte de los al-Saud - aunque no tan espectacular públicamente como el castillo de fuegos artificiales de Dubai, que tuvo lugar mientras ardía uno de los mejores hoteles del emirato. Más allá de las implicaciones políticas, sin embargo, también hay una pregunta obvia que formular - en el propio mundo árabe – sobre la  Casa de Saud: ¿se han vuelto locos los gobernantes de Arabia Saudí?
¿Quién lanza la primera piedra?
Cuando Arabia Saudí, con ayuda de David Cameron, fue electa al Consejo de Derechos Humanos de la ONU, en 2013, todos lo consideramos una farsa. Ahora, pocas horas después de que los sauditas musulmanes sunitas cortasen la cabeza a 47 de sus enemigos –entre ellos un prominente clérigo musulmán chiíta–, esa designación resulta grotesca. Desde luego, el mundo de los derechos humanos está escandalizado, y el  Irán chiíta habla de un “castigo divino” que destruirá a la Casa de Saud. Multitudes atacan la embajada saudita en Teherán. ¿Qué hay de nuevo?
Durante siglos se han buscado de distintas maneras castigos “divinos” y seculares contra gobernantes de Medio Oriente, el más reciente contra Bashar al Assad de Siria, quien según el ministro francés del Exterior “no merece vivir en este planeta”. Desde hace mucho tiempo los sauditas instan a los estadunidenses a “cortar la cabeza a la serpiente iraní”, pero obviamente se han conformado, al menos por ahora, con cortársela al jeque Nimr al-Nimr. Pero ni todos los gritos y aullidos detendrán el flujo de petróleo de los pozos sauditas ni evitarán que los amigos del reino sigan usando evasivas para disculpar sus escándalos.
Las ejecuciones son “asunto interno”, tal vez “un paso retrógrado”, y sin duda “sucesos que no contribuyen a la paz en Medio Oriente”. Toda esta verborrea clásica, debo añadir, de Crispin Blunt, el presidente conservador del Comité Selecto de Asuntos Exteriores de la Cámara de los Comunes británica, se produjo horas después de la decapitación en masa. También declaró al Canal 4 británico que “tenemos que juzgar cuándo es apropiado intervenir con los sauditas en tales cuestiones”. Seguro que sí. Yo apostaría a que nunca. Después de todo, no es posible hacer ondear las banderas a media asta cuando el último rey de Arabia Saudí fallece de muerte natural, y después ponerse nervioso cuando los sauditas comienzan a rebanar el pescuezo a sus enemigos.
Sin embargo, hay un pequeño paso que quienes protestan, se indignan y rugen por la reciente carnicería saudita podrían considerar, si se calman lo suficiente para concentrarse en la letra pequeña. Porque la resolución que instituyó el Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas –al que los sauditas se enorgullecen de pertenecer– prescribe que todos los miembros electos al mismo deben mantener los más altos estándares en la promoción y protección de los derechos humanos. Más al caso, la Asamblea General de la ONU, que elige a los miembros que ocuparán los 47 lugares del consejo, tiene la facultad de suspender, mediante votación de dos tercios, los derechos y privilegios de cualquier miembro del consejo que con persistencia haya cometido violaciones graves y sistemáticas de los derechos humanos durante su ocupación del cargo.
Pero he aquí la dificultad. Haciendo a un lado a los serviles líderes occidentales que objetarían la menor insinuación en ese sentido contra Arabia Saudí –David Cameron, obviamente, junto con sus colegas de Francia, Alemania, Italia, de hecho toda la Unión Europea y Estados Unidos (por supuesto)–, y a cualquier beneficiario de la generosidad saudita, tendríamos que atestiguar el absurdo voto de Irán contra el reino. Irán, vean ustedes, ha colgado a unos 570 prisioneros –entre ellos 10 mujeres– tan sólo en la primera mitad de 2015. Eso quiere decir dos ahorcamientos diarios de “criminales” y “enemigos de Dios”, cifras que exceden a las de los pobres sauditas, que hace apenas dos años ponían anuncios para contratar más verdugos oficiales. En marzo, seis sunitas fueron ejecutados en Irán en un ahorcamiento en masa.
En otras palabras, el que lance la primera piedra –frase que sería literal si los talibanes aún tuvieran el poder en Afganistán– haría mejor en mirar su propio historial. Y además de Estados Unidos (28 ejecuciones en 2015, sin contar ataques con drones, “matanzas selectivas” y otros asesinatos extrajudiciales), tenemos que recordar que en el Consejo de Seguridad de la ONU podemos encontrar defensores tan vigorosos de los derechos humanos como China y Rusia.
Así que los sauditas tienen poco de qué preocuparse por lo que respecta a la ONU, Estados Unidos o Dave Cámeron. Hasta la revolución.
* Corresponsal del diario británico The Independent en Oriente Medio.