Argentina y Brasil cambian sus ministros de Hacienda
POLITIKA
Argentina y Brasil cambian sus ministros de Hacienda. ¿Y ahí? Que la
designación de quién realmente gobierna dice mucho del papagayo que lleva en
el hombro... Nos lo cuenta Luis Casado, en una parida clarita, clarita...
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Dime quién es tu ministro de Hacienda y te
diré quién eres
Escribe Luis Casado
Como lo lees. El o la presidente se dedican a inaugurar los crisantemos,
a dar el puntapié inicial de algún pinche partido de futbol, o a hacer claque
en una de las innumerables reuniones internacionales en las que deciden
China, EEUU, Rusia, Japón y Europa, en ese orden. En estricto rigor… ¿a quién
le importa quién es el o la presidente?
El ministro de Hacienda es otro cuento. En el orden de las cosas
trascendentes, este economista (suele ser un economista) precede a dios y a
la virgen María, al Papa desde luego, así como a todo dignatario segundón por
muchas medallitas que ostente en el pecho o en la solapa. En los gobiernos
fungen de Messi: son los que hacen los goles.
Dos grandes países, Argentina y Brasil, acaban de sustituir al suyo, lo
que nos da una inmejorable oportunidad para saber cómo llegan al trono. En la
materia hay una alternativa simple: o bien son el producto de la influencia
de los mercados –léase de la comunidad financiera– o bien son unos hijos de
la chingada que sólo vienen a crear incertidumbre e inestabilidad, y a
socavar la confianza.
Al iniciar su segundo mandato Dilma Roussef creyó oportuno satisfacer a
los mercados nombrando ministro de Hacienda a Joaquim Levy, un menda venido
directamente de un Banco: el Bradesco. Poco importó que Dilma ganase las
elecciones apoyada en un programa económico en las antípodas de la doxa
neoliberal del ministro. Había que restaurar la confianza, disipar la
incertidumbre, dopar la estabilidad, asentar la gobernabilidad, tú ya sabes,
la panacea del crecimiento y la felicidad en la tierra según Tironi, Correa y
Lagos.
Ni corto ni perezoso Levy emprendió las reformas que le gustan a los
mercados: “endurecimiento de las reglas para tener acceso al seguro de
desempleo y a la previsión, (…) posibilidad de acuerdos de indulgencia para
con las empresas investigadas por esquemas de corrupción” y reducción del
gasto público. Como el remedio iba matando al enfermo, Dilma Roussef lo
sustituyó por Nelson Barbosa, economista que arrastra el pecado original de
ser “desarrollista”. Mala cosa.
Dilma ya había pensado en él como ministro de Hacienda, pero, como dice
el diario O Estado de Sao Paulo “sabía que el mercado financiero le tenía
reparos…”. Su llegada a Hacienda provocó, ipso facto, la caída de la Bolsa de
Valores de Sao Paulo en un 2,98% mientras que el dólar subió en un 1,75%
llegando a 3,96 reales.
Celso Ming, columnista del citado diario, escribe que Nelson Barbosa “fue
y será recibido con reservas por los empresarios y por los analistas
económicos, por su fuerte identificación con una política desarrollista…” lo
que en su vocabulario es asimilado a intervención del Estado. Desde Brasilia,
Adriana Fernandes previene que Barbosa debe “alejar la desconfianza del
mercado financiero…”.
Áecio Neves, presidente de la socialdemocracia brasileña, derrotado por
Dilma Roussef en las elecciones presidenciales del 2014, declara: “El mérito
de Barbosa es agradarle al PT”. ¿Qué imagina el fracasado Áecio? ¿Qué hay que
agradarle a él?
Como no podía faltar, el imperio también se pronunció. Altamiro Silva
Junior, corresponsal en New York, informa: “Wall Street ve la designación (de
Barbosa) como una decepción”.
Luis Gonzaga Belluzzo, ex secretario de Política Económica, da consejos:
“La economía capitalista no crece sin la expansión del rendimiento de los
asalariados y del lucro de las empresas. Hay que estimular el crecimiento.
Todo el mundo está esperando eso.” Parece economista chileno.
Belluzzo es una copia de Ricardo Lagos, en más franco. Su pócima
milagrosa son las concesiones públicas al sector privado. La “ciencia” de
estos caretas es el apoyo mutuo: se citan unos a otros, lo que da la
impresión de la cosa juzgada. Belluzzo asegura que “las concesiones públicas
son una tesis muy defendida por muchos economistas bien conceptuados en el
mundo, incluido Olivier Blanchard”.
Olivier Blanchard, francés, economista jefe del FMI, fue el que vino a la
TV a confesar que el FMI se equivoca en sus calculitos un día sí y el otro
también, lo que contribuyó mucho al hundimiento de Grecia, perdone la muerte
del niño. La ciencia circuital funciona: lo dijo Blanchard, que a su vez cita
a Belluzzo, que si fuese necesario citaría a Lagos. La misma ignorancia, los
mismos intereses, repetidos hasta la nausea, generan la verdad revelada.
Mientras tanto, Joaquim Levy, el tipo adorado por Wall Street y la
comunidad financiera brasileña, deja un país en el que el desempleo en
noviembre fue el peor en 24 años. Para los hogares, el gasto en transporte y
comida es el mayor desde el año 2002 (IPCA-15: índice amplio de precios al
consumidor).
Liberada de las maniobras que buscaban hacerla dimitir, Dilma Roussef
parece haber escuchado a quienes, desde su partido (PT) y los movimientos
sociales, para no mencionar a Lula, le decían que la política económica iba
por mal camino.
Sin embargo, nada está resuelto. Nelson Barbosa debe equilibrar las
cuentas públicas, y el Estado brasileño debe proceder alguna vez a una
profunda reforma tributaria que simplifique la vida de las empresas y
restaure la justicia fiscal.
Los pobres no pagan impuestos porque no tienen con qué. Los ricos no
pagan impuestos porque ¿dónde se ha visto? Queda la muy cacareada “clase
media” que, a fuerza de pagar impuestos llega a pobre. Jodida tarea tiene
Barbosa. Pero a su haber tiene que Brasil es un país riquísimo, en donde la
formación profesional aporta una masa de trabajadores altamente calificados.
Lo que podría hacer realidad el sueño de Belluzzo: “La economía
capitalista no crece sin la expansión del rendimiento de los asalariados y
del lucro de las empresas.” Sólo que los trabajadores brasileños quieren
compartir la riqueza generada con el aumento de su propia productividad. Ahí
está el detalle. Nelson Barbosa parece ser sensible a ese deseo, lo que lo
transforma, a ojos de los mercados financieros, en un hijo de la chingada.
¿Y Argentina? Es lo mismo, pero pidiendo por abajo. Allí, sigue mandando
la influencia de los mercados.
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