Un centro de refugiados en Hungría: sólo un número, sin nombre y apellido
Refugiados
Un centro de refugiados en Hungría:
sólo un número, sin nombre y apellido
Encerrados bajo llave, el lugar de
unos 200 por 300 metros, reúne decenas de tiendas de campaña militares bajo las
que hay unos camastros. Allí pasan sus días los sin papeles, hasta que siguen
viaje hacia Budapest.
Idafe Martín
Szeged, Hungría, enviado especial
Clarín, Buenos Aires, 2-9-2015
Llevan a cuestas miles de kilómetros,
desventuras, abusos y la desesperación marcada en el rostro. Tras salir de
Siria, Irak o Afganistán, cruzar Turquía, el Mediterráneo hasta alguna pequeña
isla griega, Grecia, Macedonia y Serbia, los refugiados que consiguieron llegar
hasta aquí y ahora vagan a pie por el norte de Serbia y consiguen al fin pasar
la frontera con Hungría –la entrada al espacio europeo de libre circulación de
personas- se encuentran con los policías húngaros. Nadie los trató tan mal
desde que pisaron Europa en Grecia. Justo tras pasar por el hueco que deja la
vía del tren o baja las alambradas de espino que marcan la frontera europea
espera un “centro de acogida”. Así lo llaman las autoridades húngaras, pero el
lugar es dantesco y más parece una prisión a cielo abierto. Encerrados bajo
llave, el espacio, de unos 200 por 300 metros, reúne decenas de tiendas de
campaña militares bajo las que hay unos camastros. Caben centenares de
personas.
Lo vigila la policía, no deja entrar
a la prensa y sólo la Cruz Roja tiene acceso. El control es tal que los vecinos
de Röszke, la pequeña localidad más cercana, a menos de dos kilómetros a pie,
tienen prohibido acercarse aunque sea para ayudar o llevar donaciones. En
cuanto el periodista saca la cámara un policía se acerca para “invitarle” a
guardarla. Y a irse. Ni mira la credencial.
Por las carreteras cercanas circulan
camiones militares. En unas pocas horas en la zona el periodista debe enseñar
el pasaporte y la credencial de prensa tres veces. El campamento tiene cámaras
de vigilancia y sensores de movimientos.
Ahí se acumulan grupos de jóvenes
afganos, bangladesíes y, sobre todo, familias enteras, la mayoría sirias. Hay
decenas de nenes. La Cruz Roja entrega a las madres lo básico: leche para los
niños, pañales y les da asistencia médica. Al llegar los registran pero ni
siquiera guardan sus nombres, sólo les ponen una pulsera con un número, la fecha
en la que llegaron y su nacionalidad. También a los niños. Números, sin nombres
ni apellidos.
Pueden pasar en ese secarral, bajo
más de 30 grados y con el agua racionada, pocas horas o varios días. El
criterio, básicamente, son las plazas de tren disponibles para embarcarlos
hacia Budapest. No pagan el billete del tren y les dan unos papeles de
tránsito. Unas horas antes de la salida de cada tren, la policía los embarca en
colectivos y los lleva bajo escolta hasta la estación de trenes de Szeged.
Ahí reciben las primeras muestras de
cariño. La ONG local “MigSzol Szeged”, desafiando a las autoridades, tiene
preparado un pequeño punto de información donde reparte agua, bocadillos, algo
de fruta y donde los refugiados pueden conectarse a internet y lavarse un poco.
Algunos aprovechan para afeitarse. Cuatro mujeres y un hombre, todos jóvenes,
atendían ayer el puesto pero dicen que son más de 100 voluntarios. La policía
mira a unos 20 metros.
Anna reparte botellas de agua
mientras la policía baja a los refugiados del colectivo y cuenta que a los
jóvenes que viajan solos les dan algo de ayuda porque no tienen muchos medio,s,
pero que se centran principalmente en las familias con niños: “Ves nenes muy
pequeños, algunos de meses, cuando piensas el viaje que han hecho y en qué
condiciones”. Dice que no tienen fondos para hacer más pero agradece la ayuda
de los vecinos, que les llevan agua, pan y fruta.
Por delante les quedan dos horas y
media de tren en un país con un gobierno muy hostil. El Parlamento húngaro
debate de urgencia el endurecimiento de las leyes migratorias, acusa “a la UE”
de la crisis y permitirá movilizar al Ejército en la frontera. La hostilidad de
las autoridades húngaras se alimenta de un radical discurso antiinmigración y
de algunos medios abiertamente racistas. El diario pro-gubernamental Magyar
Hirlap, propiedad un hombre cercano al partido gobernante Fidesz, publica
llamadas al odio y la violencia. En una nota del 15 de agosto decía que “Europa
debe ser liberada de este horror, si es necesario por las armas” porque “la
raza europea, blanca y cristiana, está amenazada”. Dice que los refugiados son
“invasores, hordas, salvajes, animales”. Pide a Grecia que utilice su Ejército
contra los refugiados que llegan por mar”.
Pero los refugiados que van bajando
del colectivo en Szeged, donde anoche un grupo ya debía tomar un tren a
Budapest y hoy lo harán otros dos grupos, saben que han dado otro pequeño paso
y ya están más cerca de su objetivo: los países nórdicos, Bélgica, Francia,
Holanda, el Reino Unido, pero sobre todo, Alemania, el nuevo paraíso de estos
parias del mundo. Ninguno se quiere quedar en Hungría.
Refugiados
De la cobardía a la ignominia, la
Unión Europea en la práctica
François Leclerc
Anti-K
Los apóstoles de la buena gobernanza
de Europa han practicaron su talentos sobre la espalda de Grecia y se ha
perdido la cuenta de las reuniones del eurogrupo o de las cumbres de jefes de
Estado y de gobierno que se han sucedido en la improvisación a fin de cerrar in
extremis un tercer plan que, como los precedentes, no resuelve nada.
¡Ahora están de nuevo en marcha! Ante
el flujo de refugiados que, por decenas de millares, huyen masivamente de la
guerra, abriéndose tenazmente un camino en Europa para buscar un refugio en
circunstancias dramáticas, las autoridades europeas hacen prueba de este mismo
talento, del que parecen disponer de una inagotable reserva. A pesar de una
urgencia que no se discute no han puesto en marcha la necesaria respuesta
humanitaria. Su única preocupación parece ser no crear un “efecto llamada”,
desesperando de no poder detener en las fronteras este flujo que el Alto
Comisariado para los refugiados de las Naciones Unidas califica como la mayor
crisis de refugiados desde la Segunda Guerra Mundial.
Siempre prestos para adoptar el
lenguaje adecuado, las autoridades europeas han seleccionado esta vez el
término neutro de “migrante” para designar a los refugiados y proscribe el de
éxodo: todo para no llamar a las cosas por su nombre e implicar una respuesta a
la altura de las circunstancias. Se impone la constitución de verdaderos
corredores humanitarios, de los que no se habla, ya que es demasiado tarde para
el deber de injerencia, pero los refugiados son dejados a su suerte y solo
pueden contar con la solidaridad y ayuda de los que se cruzan en su periplo
antes intentar acceder a los países que, con suerte, les puedan acoger. A fin
de cuentas, la historia está repleta de grandes bajezas.
Mientras se desarrolla esta tragedia,
primero en el mar y después en tierra –el Mediterráneo comparado con un
cementerio– nuestras autoridades se lían con su propia reglamentación del
derecho de asilo europeo: la inoperante Convención de Dublín. La Comisión ha
visto torpedeado su modesto proyecto de una excepción porque, según algunos
gobiernos, introducía inaceptables “cuotas” de reparto de los refugiados, solo
32.000 refugiados conseguían el asilo mientras que 340.000 personas han entrado
sin permiso desde inicios de año en la Unión Europea. Una cifra a comparar con
las 280.000 del año precedente. Un esfuerzo de integración parecería sin
embargo posible, ¡pero no! Relacionadas con la población de los 28 países de la
Unión Europea, las llegadas este año representan el 0,07% de la población
global.
Ante la emoción levantada por el
desamparo de los refugiados, se ha puesto de actualidad la cuestión de un
derecho de asilo europeo que plantee quien se beneficiará del mismo y no
resolviendo la cuestión de quien les acogerá.
Los países de primera línea –Italia y
Grecia– están desbordados. Se les atribuye la tarea de filtrar a los refugiados
según criterios por definir y depositarios de la ilusión de rechazar a un gran
número, pero no están construidos los hot spots (puntos calientes, NdT) que
deben reproducir a gran escala la ciudad de fortuna de Calais y crear abscesos
de fijación. El objetivo es llegar a ello… a fin de año, pero todo está liado.
Sobre el camino del éxodo en los Balcanes, cada país hace lo que quiere y la
opción del gobierno húngaro ha consistido en la construcción de un muro. Para
suavizar la presión sobre Italia y Grecia, ya que la aplicación de la
Convención de Dublín no ha tenido lugar dada la carga que recaería sobre estos
dos países, el gobierno alemán ha decidido unilateralmente de no reenviarles
los refugiados sirios que han llegado a su territorio, como estipula la misma.
¿Qué sucederá con los otros?
Rompiendo su pesado silencio para
volver a refugiarse rápidamente en el mismo, François Hollande dijo hace una
semana: “Debemos poner en marcha un sistema unificado de derecho de asilo”. A
falta de definir sus principios, ello no justifica su inacción, a excepción del
filtraje por el aspecto físico instaurado en la frontera italiana. Globalmente
domina la parálisis, porque nadie quiere abrir la caja de Pandora y
comprometerse en la elaboración de una nueva reglamentación. Ello
desencadenaría un largo proceso que no resolvería nada en lo inmediato y por el
contrario haría aparecer profundas divisiones entre los gobiernos europeos. Ha
sido ya evocada como solución el cierre de las fronteras de Schengen, pero:
¿cómo aplicarlo?, ¿con la participación del ejército como en Hungría? Y se ha
recordado que los acuerdos que han presidido su creación prevén el
restablecimiento provisional en circunstancias excepcionales del control en las
26 fronteras nacionales de los países de este espacio sin fronteras.
La mera evocación de esta opción
ofrece una nueva imagen de la desintegración de Europa (de la que son
responsables sus dirigentes) con el pretexto de una opinión pública cuyas las
malas pulsiones han atizado y que los coge con el pie cambiado cuando se
manifiesta. Paolo Gentiloni, el ministro italiano de asuntos exteriores, ha
lanzado un grito de alarma justificado. “Los inmigrantes llegan a Europa, no a
Italia, Grecia, Alemania o Hungría. A la marcha que van las cosas existe el
riesgo del cuestionamiento de Schengen”. Ello será inevitable si no son
adoptadas cuotas de reparto de los refugiados a la altura de las necesidades
/1.
En contraste con la atonía de las
autoridades, se multiplican los gestos improvisados de solidaridad en contacto
con los refugiados y de iniciativas a su favor. En Alemania, tierra de
inmigración donde son esperados oficialmente 800.000 demandantes de asilo –el
país es el destino favorito de los refugiados– están en construcción centros de
acogida y la prensa monta operaciones de apoyo material, especialmente el
periódico de gran tirada Bild. Éste da el tono queriendo mostrar que “los
aulladores y los xenófobos no hablan en nuestro nombre”. ¡Si es él quien lo
dice! /2. En Portugal, en el otro extremo de Europa, veinte mil buenas
voluntades se han manifestado a favor de acoger a las personas refugiadas. Los
países de emigración y los inmigrados de ayer están en primera fila de quienes
acogen a los refugiados /3.
Notas
1/ En la reunión que ha mantenido con
Mariano Rajoy el 31 de agosto, Angela Merkel ha señalado que “Si no logramos
una distribución equitativa, muchos volverán a cuestionarse Schengen”. Rajoy se
ha negado a aceptar la cifra que se le proponía de 5.849 refugiados y solo
acepta 2.749, alegando que el Estado español tiene una tasa muy elevada de
inmigración (NdT).
2/ La solidaridad de una parte de la
población alemana se acompaña de una oleada de atentados neonazis contra los
centros de acogida de refugiados (http://www.eldiario.es/desalambre/Neonazis-enfrentan-policia-alemana-refugiados_0_422757946.html)
(NdT).
3/ La alcaldesa de Barcelona, Ada
Colau, ha expresado el deseo de que Barcelona se convirtiera en una
ciudad-refugio para los inmigrantes sirios (http://ccaa.elpais.com/ccaa/2015/08/29/catalunya/1440851134_397402.html).
(NdE)
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