Chile – Santiago: Exitoso Foro sobre "CIUDADANÍA, GENERO Y VIOLENCIA"
El miércoles 6 de Mayo, a las 18:30
horas, se realizó un foro sobre "Ciudadanía, Genero y Violencia" en
la Mutual de Trabajadores del Transporte, Cueto 138, Santiago. El conversatorio fue organizado por
la FUNDACIÓN CONSTITUYENTE XXI, a iniciativa del Periódico Werken Rojo,
Socialismo Revolucionario y el Movimiento Socialista Allendista. La idea era abrir
lo que se espera sea un ciclo de debates sobre los temas de situación de la mujer
y discriminación de genero, para conversar sobre la situación de la mujer y las
perspectivas de sus luchas.
En esta ocasión la expositora fue la compañera: Ximena Vanessa Goecke 1, quien basó su introducción al intercambio de puntos de vista entre los asistentes, en un trabajo de su autoría: “CUERPOS DE MUJERES, CIUDADANÍA Y VIOLENCIA”. A continuación reproducimos un par de párrafos de este documento.
“El
11 de Marzo de 2014 se presentaba una escena inédita a la audiencia nacional:
una mujer asumía el cargo Presidencial y, al mismo tiempo, una mujer Presidenta
del Senado, estaba a cargo de tomarle juramento. A pesar de que la imagen
poseía un gran simbolismo para las mujeres chilenas largamente excluidas del
poder político central, y de las optimistas afirmaciones emitidas al respecto
por más de algún entusiasta observador, la inusual presencia de mujeres en
estos altos cargos del Estado no constituía un triunfo definitivo sobre la
tradicional asimetría en la relación entre los géneros en el plano político en
nuestro país, sino apenas un hito más dentro de un largo proceso.
En
este ensayo, argumentaremos que la promesa de una inclusión activa e igualitaria
de las mujeres como ciudadanas en la vida política nacional sigue inconclusa,
en buena parte por la persistencia de múltiples representaciones, y prácticas
sociales, promovidas incluso por el propio Estado, donde predomina una
concepción homogénea y pasiva de las mujeres; clasista, etnocentrista y
heteronormativo; y un modelo de explotación económica sobre las mujeres que es
funcional al sistema político neoliberal vigente en nuestra sociedad.
Esta
concepción, supone una valoración negativa de la inclusión de las mujeres en la
política en los distintos niveles y espacios; restringe sus temas y formas de acción política;
tiñe sus representaciones en el espacio público, y finalmente, las expone a
violencias, simbólicas y físicas, como una forma de control de las
transgresiones al modelo estereotipado, como una forma de disciplinar no sólo
sus cuerpos, sino a través de ellas, a sus familias y comunidades.
En consecuencia, un cambio en la condición de las mujeres
requiere una transformación sociocultural profunda, donde se modifiquen estas
representaciones y prácticas, y el establecimiento de una nueva relación entre
los géneros y el Estado. Una democracia en la cual derechos y ciudadanía, en un
nuevo marco de relaciones de producción y reproducción social que libere los
cuerpos de las mujeres para participar de la construcción social.
Durante los últimos años, se presume que vivimos en
democracia y de que poseemos una ciudadanía igualitaria entre hombres y
mujeres. Esto ha sido reforzado por el levantamiento de una particular forma de
concebir los Derechos Humanos, que ha predominado como recurso discursivo en el
marco de transición post-dictatorial. Sin embargo, cada uno de estos conceptos
tiene una peculiar traducción en la realidad chilena, que dialogan
históricamente con nuestro marco sociocultural, y distan aún de ser cercanos al
ideal, por lo que deben ser revisados con cuidado para reflexionar acerca de
cómo podrían perfeccionarse.
Por otra parte, al llevar a
cabo este ejercicio con relación a la historia de las mujeres, tal como lo ha
destacado la historiadora Michelle Perrot, es necesario tomar en cuenta que es
al mismo tiempo una historia de sus cuerpos, los cuales tienen proyecciones más
allá de su materialidad anatomofisiológica, en los planos estéticos, éticos,
políticos y económicos. Paradojalmente, a pesar de la materialidad corporal que
caracteriza el imaginario acerca de las mujeres, hay que hacerlas aparecer, decodificando
discursos: textos e imágenes, representaciones, de manera pluridisciplinaria, y
estudiando sobre todo aquellos campos poco indagados hasta ahora, como el de
las violencias ejercidas contra las mujeres, y que por “pudor” no se han
trabajado suficientemente. A partir de esos rincones se reconstruye su
historia.”
En
su investigación Vanessa Ximena Goecke trata de la situación actual de discriminación
de la mujer.
“No
existe una mujer, sino varias mujeres, donde se cruzan raza, clase, edad,
orientación sexual, identidades religiosas y políticas… Sin embargo, las
políticas del Estado, ignoran esa diferencia.
Una de
las claves de esa diferencia tiene que ver también con la situación de esas
mujeres como ciudadanas dentro de la economía neoliberal en que vivimos.
Muchas políticas parten del supuesto de que hombres y mujeres se encuentran en
la economía en igualdad de condiciones, como fuerza laboral y como
consumidores. Sin embargo, las mujeres chilenas son asimétricas en la
distribución del poder económico también y esto también influye en cómo hacen
política, los límites de su participación y en cómo se relaciona la
institucionalidad con ellas como ciudadanas. Ellas son las más precarizadas
y explotadas en nuestra economía. También son las más afectadas por la pobreza
(19,3%)27.
Precarizadas,
porque ellas ocupan la mayor parte de la economía informal, casi
invisible, naturalizada como manualidades, cuidados del otro, trabajos
temporales, ocupaciones no remuneradas en empresas familiares… Con situaciones
laborales flexibles, a honorarios, o comisionistas con los sueldos base más
bajos. Disponibles para ser obligadas a dejar su carrera, faltar a su trabajo,
reducir sus horas, ser despedidas porque supuestamente su sueldo no es el más
importante para el hogar (se le piensa suplementaria, una trabajadora barata a
quien se puede pagar menos….)
Explotadas
como cuerpo, no sólo se consume su energía vital, sino que se les exige un
cuerpo estándar: “buena presencia”, uso de ropa inadecuada e incómoda
(tacos, faldas cortas, blusas ceñidas). Su cuerpo determina el repertorio de
ocupaciones en que pueden emplearse, y el cuerpo y su edad restringen
progresivamente ese repertorio y la posibilidad de ser contratadas. No sólo en
cuanto a la división tradicional de tareas acorde al género, sino que ciertos
patrones corporales les abren o cierran ciertas áreas laborales, de acuerdo a
si responden al modelo esperado.
Además,
en el espacio de trabajo las mujeres son maltratadas por su cercanía o
distancia a un cuerpo no normativo: se les abusa incluso (también sexualmente),
se comercia con su cuerpo de niña o de adulta de forma directa (prostitución) o
indirecta (como objeto que da valor agregado, al estar disponible mientras se
realiza la transacción principal), se le carga la previsión y la salud. Y
siguen siendo responsables de una doble jornada laboral, al deber hacerse cargo
de la economía productiva y reproductiva doméstica.
Explotadas
como mano de obra, realizando trabajos por menos salario a pesar de tener igual o
mayor mérito que un hombre. Con límites subjetivos al ascenso o “discriminación
vertical”. Cargada de “costos asociados” sólo por ser mujer. Disponible para
diversas formas de acoso laboral y sexual. También su condición de debilidad en
el marco de las relaciones de pareja es aprovechado como factor productivo (“una
mujer separada con hijos vende lo que sea”)
Las
instituciones sobre todo púbicas, cuando toman conciencia de su realidad
económica adoptan una actitud asistencialista y paternalista que
refuerza el modelo de mujer ideal. Con ello, las mujeres son sometidas a varias
formas de violencia simbólica al
intentar acceder a beneficios. Discriminaciones basadas en su situación de
pareja, si tuvo más de una pareja, si tiene o no hijos, su entrada o no al
mercado laboral, se le demanda de un hombre responsable detrás, por ejemplo. Se
refuerza la idea de que ellas son limitadas, flojas, inconstantes, emocionales
y despreocupadas, y su carácter de “ciudadanas incapaces”, imperfectas, a las
que hay que proteger o atender por su incapacidad de autosostenerse.
Tal como
señala el economista Gonzalo Durán de Fundación Sol,
“una
verdadera agenda debiese centrarse en consideraciones de calidad de trabajo:
políticas que apunten a cerrar las brechas de ingresos (asumiendo que ello
significará reducir la tasa de ganancia de otra persona o empresa) y
preocuparse en especial de la discriminación grosera que tiene el sistema de
AFP (a mismo fondo acumulado, un hombre recibe un tercio más de pensión que una
mujer) […y] Atacar de manera decidida el subempleo en general y de las mujeres
en particular, que en la última medición INE llegó al 52% del total de trabajos
de tiempo parcial28”
Pero
sobre todo, una perspectiva de políticas públicas con enfoque de derechos,
que considere a las mujeres beneficiarias en cuanto a titulares y no a
carentes, en cambio, contribuiría a cambiar esta relación dentro de la economía
del bienestar social. Y en algunos casos, esto no implicaría necesariamente
diferenciar entre hombres y mujeres, sino que cambiando la forma de enfocar la
necesidad, ofreciéndola como derecho del y la ciudadana en vez de como oferta
asistencial para las mujeres, se producirían cambios deseables en las
relaciones entre los géneros, al alterar un factor que genera asimetría entre
ellos como pareja a la vez que reduce la autonomía económica de uno de ellos.
Un
ejemplo claro en este sentido son las guarderías: el Estado debería proveer de
guarderías con horarios extendidos, por territorio e incluso en instituciones
públicas (por ejemplo, en universidades, bibliotecas, gimnasios comunales…) y
éstas deberían estar accesibles a hijos e hijas de hombres y mujeres. Los
cuidados postnatales deberían ser cargo universal (de hombres y mujeres como
titulares de beneficio estatal en cuanto ciudadanos). Y los costos asociados
deberían ser asumidos por el Estado con contribuciones de hombres y mujeres por
igual. La previsión también debería ser solidaria entre los sexos,
independiente de quién vive más.
La economía neoliberal se nutre e
incentiva la asimetría entre los sexos. La división sexual del trabajo y la
subordinación y explotación del trabajo femenino, es parte de los elementos
diferenciales perversos que se utilizan para generar ganancia, minusvalorando
la creatividad y el esfuerzo de las mujeres, ofreciéndoles dentro de los bajos
valores asignados al trabajo en Chile, el más bajo a las mujeres, sólo en
virtud de su condición sexual, y no de su mérito.
Después
de todo, actualmente las mujeres chilenas en educación las mujeres están
superando ya a los hombres en la educación superior (En IP sobre el 57%, en CFT
62%, en Universidades Privadas 60%, son mujeres, según estadísticas del CNE),
titulándose en mayor cantidad (6 de cada 10 titulados en carreras
exclusivamente universitarias), antes, y con mejores resultados académicos que
sus compañeros varones,
a pesar del fuerte sesgo de género que los expertos han reconocido en la
primera barrera de entrada a este nivel formativo, la PSU.
Sus capacidades, a pesar de
su mérito, son desaprovechados. Los cargos académicos, los espacios de opinión
en columnas y medios de comunicación (83%), los postgrados (60%) y la dirección
de la mayor parte del poder ejecutivo, legislativo y directivo (70%) también se
concentra en los hombres”.
1. Ximena Vanessa Goecke es Bachiller en
Humanidades. Licenciada en Historia y Educación. Profesora de Historia e
Inglés. Magister © en Género y Cultura, Universidad de Chile. Investigadora y
Consultora del Centro de estudios Socioculturales CESC.
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