Chile - La nueva anormalidad… más allá de cualquier cambio de gabinete
La Política Semanal:
La nueva anormalidad… más allá de cualquier cambio
de gabinete
Diario U. de Chile. Víctor Herrero | Lunes 11 de mayo 2015 16:19 hrs.
Es
posible que Chile esté experimentando una “peruanización” de su política. El
primer signo del fenómeno sería una aprobación presidencial crónicamente
anémica; además la falta de liderazgo político que se refleja en los constantes
cambios de gabinete. Finalmente, el poco apoyo ciudadano que alcanzan los
partidos tradicionales.
Es posible que Chile esté experimentando una “peruanización” de su
política. Con las debidas disculpas al país vecino, se trata de un fenómeno que
presenta tres síntomas: una aprobación presidencial crónicamente anémica;
cambios de gabinete frecuentes debido a la falta de liderazgo político, y
partidos tradicionales que no concitan grandes apoyos entre los ciudadanos.
El primer síntoma se hizo sentir durante la primera mitad de los
gobiernos de Lagos y Bachelet I: una baja aprobación que, después, lograron revertir.
Con Piñera y Bachelet II esta condición ya comenzó a ser crónica.
El segundo síntoma –la falta de liderazgo político- comenzó bajo la
administración de Bachelet I y se agudizó con Piñera y, en estos últimos meses,
está alcanzando niveles críticos con Bachelet II. A sólo cuatro meses de haber
asumido el poder en 2006, Bachelet tuvo que sacar a su ministro del Interior y
reemplazarlo por uno de la vieja guardia ante el colapso político que produjo
en La Moneda el movimiento masivo de los estudiantes secundarios. Cinco años
después fue esa misma generación de jóvenes, ahora convertidos en
universitarios, los que pusieron de rodillas al gabinete de Piñera a partir del
invierno de 2011.
El tercer síntoma aún está en desarrollo. Ciertamente, los partidos
tradicionales chilenos todavía no viven un colapso generalizado como los
peruanos a inicios de los años 90 o los venezolanos a finales de esa década.
Pero existen algunos indicios. Aun bajo el sistema binominal, movimientos
novatos como la Izquierda Autónoma y Revolución Democrática lograron obtener
sus escaños parlamentarios a sólo dos años de haberse constituido. La próxima
elección parlamentaria en noviembre de 2017 ya no operará plenamente bajo esa
camisa de fuerza electoral. Y ante el actual escenario de un financiamiento
sospechoso y acaso ilegal de la mayoría de los partidos establecidos, no sería
de extrañar que estos continúen su marcha descendente.
El cambio de gabinete que se realizó hoy no cambia esta lógica, al
contrario. La poca injerencia de los partidos en el diseño del nuevo equipo de
gobierno es una muestra de cuán debilitados están. Tampoco es probable que
Bachelet logre dejar atrás la sensación general de crisis política y recuperar
rápidamente su popularidad. Esto no es el Transantiago.
En las últimas semanas, la Presidenta realizó tres intentos por revertir
la situación; todos muy potentes si hubieran ocurrido en otras épocas, pero
naufragaron con rapidez. Primero salió a dar entrevistas para hablar por
primera ve acerca del caso Caval y deslizar acaso las primeras criticas a su
nuera e hijo. Fue un intento por apelar a la cariñocracia. No funcionó. Después
hizo el anuncio de las propuestas de la Comisión Engel, las que coronó con un
llamado a un proceso constituyente. Fue un intento por movilizar los ánimos de
la centro izquierda. El impacto apenas duró unos pocos días al juzgar por los
resultados de la encuesta CEP. Después le dijo a Don Francisco en su nuevo
programa en Canal 13 (curiosamente la estación de TV de Andrónico Luksic, involucrado
en el caso Caval) que le pedía la renuncia a todo su gabinete. No sólo no
funcionó, sino que Bachelet se expuso a 72 horas de indecisión, de un reality
político nacional y al final ni siquiera cumplió el plazo que ella misma se
había autoimpuesto.
Así que todo indica que nos debemos acostumbrar a convivir, si no de
manera permanente al menos por los próximos años, con esta forma de hacer
política. Después de todo, el recambio generacional de la clase política ha
sido, por lo general, desastrosa aunque representativa de lo que ha sido
nuestro país en los últimos 25 años.
No se trata de defender a los viejos dinosaurios. Muchos de ellos
comprometieron activamente el avance de la democracia en el país porque
pensaban que las circunstancias no eran favorables a una mayor apertura. Por
ejemplo, en una entrevista para un libro que será publicado próximamente, el ex
presidente Aylwin recuerda que su mayor preocupación al convocar la Comisión
Rettig no eran los militares ni Pinochet, sino sus propios colaboradores. “La
comisión se formó para investigar los crímenes de la dictadura (…) fue
fundamentalmente una iniciativa mía”, afirma. “Yo creía que era necesario, pero
el primer esfuerzo que tuve que hacer fue convencer a mis colaboradores
(porque) ni Edgardo Boeninger ni Enrique Correa, mis principales asesores
políticos, creían que fuera una buena decisión”.
Sin embargo, esa vieja casta de políticos se había educado durante la
democracia anterior al golpe de Estado y había participado activamente en
política –clandestinamente dentro del país, así como en el exilio– durante los
años de la dictadura.
Los políticos de la generación actual, no. En su mayoría, sobre todo en
la centro izquierda, se formaron al alero de partidos débiles, al amparo de
caciques sectoriales, o en carreras burocráticas al interior del Estado. Por
desgracia, hay algo de cierto en la broma de que el Partido Socialista se ha
convertido en la mayor agencia de empleo para el aparato estatal. Y los de la
derecha crecieron al amparo de la ambición del dinero en las empresas privadas,
muchas de las cuales surgieron de funcionarios tecnócratas serviles a la
dictadura, y han creído que Chile se puede administrar como el Jumbo o Líder.
Y esa es nuestra realidad actual. Es probable que, de llegar a concretarse
algunas de las recomendaciones de la Comisión Engel, en especial la del
financiamiento público de los partidos, a futuro el país pueda tener políticos
de mayor calidad. Pero es un proceso que tardará algunos años en madurar. De
momento, la brújula marca frenéticamente en cualquier dirección (basta con
recordar que Franco Parisi obtuvo 10 por ciento de los votos en las
presidenciales pasadas).
“Cuando las masas se desmovilizan y los líderes se alejan cada vez más
del pueblo, todo tipo de cosas empiezan a torcerse”, afirma el ex presidente de
Sudáfrica y ex activista del Consejo Nacional Africano, Thabo Mbeki. Y el
sucesor de Nelson Mandela agrega: “El gobierno deja de sentir la presión
popular, y en ese momento algunos de sus miembros empiezan a anteponer sus
intereses a los de las personas que los eligieron. Me parece que es un problema
de una importancia capital”.
Parece que mucho de ello está ocurriendo también en Chile.
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