¡Señales de humo en el aire de Brasil!

Posted by Correo Semanal on viernes, abril 24, 2015



María Orlanda Pinassi *
Contrahegemoníaweb
Traducción de Aldo Casas

En el reciente mes de marzo asistimos a dos manifestaciones correlativas -una oficialista el día 13, la otra opositora el día 15-, revitalizando la supuesta polarización de la campaña electoral en el 2014. Pero la polarización es otra y remite al agotamiento del modelo de desarrollo aplicado durante los últimos 13 años y cuya característica más destacable fue la capacidad de legislar contra la clase trabajadora obteniendo, mediante el ofrecimiento de políticas compensatorias, su adhesión. Todo indica que este modelo tiene los días contados.
“En la era actual, bajo el capitalismo monopolista ya se aprendió “lo que era útil del fascismo”, los riesgos que deben evitarse y cómo llevar adelante una fascistización silenciosa y disimulada, pero altamente “racional” y “eficaz”, y compatible además con la democracia fuerte”. Notas sobre el fascismo en América Latina, Florestan Fernandes
Por un lado, sindicatos y movimientos sociales ligados umbilicalmente al PT salieron a las calles con una misión como mínimo contradictoria: defender a Dilma (de los rumores de impeachment), a Petrobrás (de los rumores de privatización), a la reforma política (para combatir a la corrupción, con un Congreso casi completamente implicado en algún negociado, además del carácter abiertamente reaccionario de sus diputados y senadores). Pero, además, protestar contra los golpes que el mismo Gobierno al que se defiende lanza contra la clase trabajadora a título de un “necesario ajuste fiscal”. Se puso énfasis en las MP’s 664/665, que redefinen las reglas del seguro de desocupación en perjuicio de los trabajadores, y en el FIES, cuyo acceso obstaculizado por el MEC puso a prueba la paciencia y credulidad de miles de jóvenes de bajos ingresos queen años anteriores fueron ayudados a ingresar en la enseñanza superior privadapor medio de un sistema de créditos.
Por otro lado, una manifestación convocada por la derecha juvenil-oportunista de los “Vemprárua”, entre otros el Movimiento Brasil Libre (MBL), y por una minoritaria pero ruidosa extrema derecha (5% de los manifestantes del día 15). Exhibiendo los coloresverde/amarelo, juntos y mezclados con otros muchos simplemente insatisfechos con las medidas económicas y desilusionados con la crisis política abierta por las denuncias del Mensalao y la Operaçao Lava Jato, gritaban consignas contra la corrupción. Más o menos conscientes, más o menos rabiosos, racistas, homofóbicos y machistas, el perfil exhibido por los manifestantes evidencia que constituyen, en su mayoría, la flexible clase media brasileña, la misma que, irónicamente, el PT se enorgulleció de inflar en los primeros 13 años de gobernanza.
Desde junio 2013, la base aliada del gobierno federal llama a la formación de un frente de “izquierda” como forma de detener las amenazas de golpe. Forja con el miedo y los “riesgos” del aislamiento político  una polarización ideológica. Esto ocurrió cuando la derecha tomó las calles por asalto para despolitizar la lucha por el transporte libre. Surgía allí el armado de la anticorrupción que hizo desabarrancar los índices de popularidad hasta entonces confortables que Dilma heredó de Lula. En aquel momento, la presidenta mostró su incapacidad política haciendo tabla rasa de las reivindicaciones populares para atender precisamente a los antipetistas prometiéndoles un artefacto moral: la reforma política.
Hace mucho tiempo, sin embargo, la “polarización” se concreta en una falsa alternativa –o el PT o el PSDB-, que a mi juicio constituyen un mismo partido neoliberal con dos alas de derecha. Pues ambos pusieron en marcha un patrón de desarrollo nefasto desde el punto de vista social y ambiental. Por los servicios prestados al capital, se disputan las suculentas propinas de las empresas elegidas para realizar las obras faraónicas del PAC, de los mega eventos deportivos, de la especulación inmobiliaria, etc. El PT  está en su cuarto mandato porque fue bastante más eficiente con su política de consenso (el lulismo), que consiguió garantizar ganancias astronómicas para las burguesías internas y externas y, con una exitosa construcción de ingeniería política, domesticó sindicatos y movimientos sindicales otrora combativos.
La aparente novedad de los hechos es que la derecha salió de los cuarteles para crear, con ayuda de los medios, un clima de fascistización similar alo que se viera durante el régimen civil-militar. Sin pretender minimizar los riesgos que de hecho corremos con toda esta siniestra movilización, recuerdo que este proceso puede ser la cereza de una torta que hace ya tiempo se cocina. Por ejemplo, para las poblaciones pobres y de mayoría negra en los suburbios periferias de las ciudades brasileñas, que sufren cotidianamente una fuerte criminalización acompañada por la dura militarización de sus territorios,  esa novedad es ya una vieja conocida.
Por la marcha del vehículo, es de imaginar que el agravamiento social provocado por el aumento de la inflación y de las tasas de desempleo resultantes del endurecimiento de la nueva gestión, intensificará aún más la necesidad de activos militarizados en el país. Un desplazamiento en este sentido se viene dando en el Planalto, pues antes de fin de año Dilma debe enviar al Congreso una Propuesta de Enmienda a la Constitución (PEC) para que la Unión divida con los Estados la responsabilidad por las políticas de seguridad, que es actualmente una atribución del Estado nacional.[2]
Sin embargo, nada de eso puede cambiar, si es que no lo agrava aún más, el cuadro presentado por Amnistía Internacional: el Brasil mata 82 jóvenes por día. “Ellos fueron víctimas de 30.000 asesinatos en 2012, y del total de muertes, 77% eran negros, lo que denuncia un silenciado genocidios de jóvenes negros”. Además, entre los años 2004 y 2007, “se mató más en Brasil que en las doce principales zonas de guerra en el mundo (…) 192.000 brasileños fueron muertos, contra 170.000 repartidos en países como Irak, Sudán y Afganistán”.
Un dato importante es que, buscando un asiento en el Consejo de Seguridad de la ONU, el gobierno Lula, al igual que otros gobiernos “progresistas” de América Latina, impulsa una ofensiva en Haití –la Minustah, una intervención represiva denominada “ayuda humanitaria” por el gobierno petistapero fuertemente rechazada por la población local.
En los últimos años la democracia brasileña también puede ser cuestionada por su prolongado silencio con respecto a la reforma agraria y la ola de violencia en el campo.  De acuerdo a la información del Centro de Documentación de la Comisión Pastoral de la Tierra Dom Tomás Balduino, por conflictos en el campo durante el 2014 fueron ya registrados 23 asesinatos y otros tres están siendo investigados.
De igual modo puede ponerse como ejemplo el aumento de las denuncias de trabajo esclavo en todo el país. Para que se tenga una idea, el interior de San Pablo, el Estado más moderno, registra un aumento del 76% de casos en el año 2014. Además ¿qué decir de las condiciones infra-humanas a que están sometidos miles de indígenas de las más diversas etnias en todo Brasil? Cuando no mueren abandonados en reservas favelizadas o en chozas armadas al costado de las rutas, son asesinados por los jagunços del agronegocio, que quiere sus tierras.En todos estos casos, el actual gobierno, al designar como ministra de agricultura a Katia Abreu, un nombre que en lo referido a truculencia, trabajo esclavo y devastación ambiental no requiere mayores presentaciones, se constituye en agente inmediato del flagelo que castiga a las poblaciones pobres y vulnerables del campo.
No, la polarización no se produjo los días 13 y 15 de marzo. La polarización es otra y remite al agotamiento del modelo de desarrollo aplicado durante los últimos 13 años y cuya característica más destacable fue la capacidad de legislar contra la clase trabajadora obteniendo, mediante el ofrecimiento de políticas compensatorias, su adhesión. Todo indica que este modelo tiene los días contados.
Prueba de eso es el fortalecimiento de un país que no aparece en los medios –y cuando lo hace, es bajo fuerte censura- y viene recomponiendo una ola rebelde que incide en la lucha de clases. Es un país que también se muestra en las calles, pero se revela sobre todo en los suburbios, en los obradores, los patios de fábrica, las estaciones de ómnibus y ferrocarriles, como una masa creciente de afectados por las políticas de desarrollo impulsadas por el aliancismo petista. Esta masa se empeña en luchas populares contingentes, sin protagonismos, en luchas en función de carencias sociales crecientes hasta el límite y proclives al enfrentamiento directo con las mediaciones burocratizadas de la democracia burguesa.
En este cuadro, predomina el rol de la actual explosión de huelgas declaradas –de las 446 huelgas del 2010, se saltó a más de 900 en 2013 y a 1900 en 2014. En algunos casos, las huelgas se producen a despecho de los sindicatos pelegos –protagonizadas por trabajadores de sectores públicos y privados, muchos de ellos tercerizados, precarizados. Destaco el movimiento organizado por los garis (recolectores de basura) y los profesores de la enseñanza pública en Rio de Janeiro, Paraná y San Pablo, por los trabajadores del subterráneo de San Pablo (organizados en un sindicato combativo), por los choferes y guardas en varias ciudades brasileñas y por los miles de trabajadores que frecuentemente paralizan las grandes obras hidroeléctricas de Belo Monte (Porto Alegre) y de Jirau(R.O.), del complejo Petroquímico de Rio de Janeiro –COMPERJ- y de las obras en construcción para mega eventos deportivos y culturales.
Se hizo visible el Movimiento Pase Libre que lucha por “transporte verdaderamente gratuito” y por la movilidad urbana. Solamente en los primeros días de 2015 se logró realizar masivas movilizaciones en todo Brasil, destacándose la de San Pablo con la participación de más de 10.000 personas. Se destacan los movimientos de lucha por la vivienda y las ocupaciones en contra de los desalojos violentos y las enormes gastos públicos funcionales a los intereses de las empresas privadas relacionadas con el PAC, la COPA de la FIFA, las Olimpíadas y la especulación inmobiliaria, entre las cuales descolló en el último período el Movimiento de Trabajadores Sin Techo (MTST) y la Articulación Nacional de los Comités Populares de la COPA (ANCOP). Tambiénse destacanlos movimiento denunciando la violencia policial contra las poblaciones pobres de los suburbios, especialmente las Madres de Mayo, el Tribunal Popular-el Estado en el Banco de los Reos, el Movimiento Periferia Viva. Y, obviamente, las luchas que el movimiento estudiantil  lleva adelante combatiendo la disimulada privatización que corroe la autonomía de la universidad pública brasileña.
Localizados a veces fuera de la vista y el control del Estado, tales movimientos, más o menos conscientemente, desencadenan un efectivo proceso de politización de masas, algo que abandonaron hace ya tiempo las formas tradicionales e institucionalizadas que adoptaron la línea de  menor resistencia. En algunos casos, actúan sin las mediaciones controladas por el capital y suelen dirigirse directamente a las razones causales (económicas) de sus infortunios (salarios, así como las condiciones de trabajo, de los servicios de transporte, salud, educación, vivienda y tierra son algunos de sus blancos). Un caso emblemático de esta ofensiva es la lucha de los indígenas por la autodemarcación de tierras.
La crisis del agua y la energía afecta, sobre todo, a la población de bajos ingresos de las grandes y medianas ciudades de la región sudeste, constituyendo una cuestión de enorme gravedad que motiva fuertes manifestaciones contra el racionamiento, el suministro de agua de dudosa calidad y los tarifazos practicados por los órganos (in)competentes. La Revuelta de Itu, ciudad del interior del Estado de San Pablo, se produjo exactamente por estos motivos.
Aunque no actúan como movimientos anticapitalistas, su gran triunfo es que de manera poco ortodoxa desnudan los límites cada vez más estrechos del capital que, en la problemática actualidad del gobierno de Dilma, no puede ni quiere atender las más elementales reivindicaciones populares. Por lo mismo, son movimientos que tienden a radicalizarse y convertirse en blancos de ostensible represión policial y permanente criminalizacióny los manifestantes sufren sumarias condenas. Sólo mediante la violencia la democracia viene tratando de controlar las luchas. Y para esto,no parece ser tan necesariauna dictadura del tipo del 64, pues para gran parte de la población brasileña, sobre todo si es pobre, negra, trabajadora, disconforme, la violencia del Estado, sea éste petista o peessedebista, no es una amenaza sino una realidad.
Sí, Florestan, en el epígrafe que encabeza este análisis, tenía absoluta razón.

* Profesora Departamento Sociología FCL/UNESP Araraquara. Miembro suplente de ADUNESP Central.
Nota