Memoria - La Guerra de Vietnam

Posted by Correo Semanal on jueves, abril 30, 2015


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Hace 40 años caía Saigón y Estados Unidos sufría su más dura derrota militar
Un enviado de Clarín fue el único de América Latina que vio la derrota de la capital de Vietnam del Sur a manos del Vietcong.
Juan Carlos Algañaraz
Clarín, Buenos Aires, 30-4-2015

Un helicóptero de los grandes, Chinok, me sacó de las canchas de tenis del agregado militar norteamericano en el aeropuerto de Tai Son Nut, devastado por los bombardeos de las últimas horas. Lo del tenis era un pretexto para el rápido helipuerto que los “marines” se apresuraron a organizar en aquellas dramáticas horas finales en Saigón. Levantamos vuelo a las 16.10 y, seguros de que íbamos a ser derribados por el intenso fuego de las tropas sudvietnamitas que nos rodeaban, furiosos por la “traición norteamericana”, el helicóptero puso rumbo al Mar de la China, donde se desplegaba la inmensa flota de Estados Unidos. Llegamos. Pero esos recuerdos, que ahora se avivan 40 años después, empiezan dos días antes. No se dormía bien en la capital sudvietnamita el 27 de abril de 1975. Estaba en mi cama en uno de los pisos superiores del Central Palace Hotel, el edificio más alto de la capital, desde cuya terraza seguíamos el progreso del cerco a la ciudad en sus últimos días. Una explosión, más lejana, y después otra, ensordecedora, casi un terremoto, que me tiró al suelo, rompió todos los vidrios y agrietó el techo. Este era el comienzo de la ofensiva final del Ejército de Vietnam del Norte y los guerrilleros del Vietcong que mantenían un anillo de hierro sobre Saigón, la capital de Vietnam del Sur defendida a muerte por EE.UU. Esperábamos el asalto final y sabíamos que sería terrible. No había cómo escapar. Los aviones se habían ido hacía una semana y estaba por terminar la guerra con esta última batalla.
Escuché dos explosiones más y después unos fuertes golpes que aporreaban la puerta de mi habitación. Eran mis compañeros españoles. Un pequeño grupo de siete periodistas de la televisión y de unos pocos diarios que decidieron quedarse cuando casi todos los periodistas ya habían partido en los últimos vuelos comerciales.
“Son cohetes que envía “Charlie” (así llamaban al Vietcong). Uno ha caído aquí al lado y ha destrozado la parte superior del hotel Majestic”, me informó con voz quebrada Diego Carcedo, el periodista que comandaba el grupo de televisión. En total habían caído seis cohetes sobre Saigón. De pronto, entre el humo y las llamas comenzaron a sobrevolar en círculos aviones de transporte y grandes helicópteros norteamericanos que enfilaban hacia el aeropuerto. “Comienza la evacuación. Todo esto se va a la mierda”, comentó un colega australiano. Cada tanto, caía un misil reconocible por la extraordinaria explosión que provocaba. Estos bombardeos eran un aviso de los atacantes de que estaban dispuestos a arrasar la ciudad si no se rendía. Yo, que era argentino, había sido designado “vocero de los hispanos” por quienes organizaban la evacuación. El único latinoamericano en la evacuación, cubriendo la guerra para Clarín. “Tenemos que salir disparando cuando la radio norteamericana transmita un mensaje en código”, informé a los compañeros. “Comenzarán a difundir un parte meteorológico con la temperatura en Saigón a 105 grados y subiendo. Después aparecerá durante treinta segundos Bing Crosby cantando “Navidad Blanca”.
Nos levantamos temprano y nos enteramos que el gobierno se había hundido. Empecé a escribir mi crónica que, después me enteré, nunca llegó como la mitad de los otros despachos que envié. Mi ventana daba sobre una de las principales arterias de Saigón, el bulevard Nguyen Hue, poblado por una multitud de refugiados, vendedores ambulantes y mutilados de guerra convertidos en mendigos. De pronto sonaron unas ráfagas de ametralladora. Una pausa. Y fue el caos. Varios aviones sudvietnamitas pilotados por militares que se habían pasado de bando, atacaban la residencia del presidente, la ciudad y el aeropuerto. A las cuatro de la mañana del 29 de abril comenzó el peor bombardeo que escuché durante todas esas jornadas. Al principio creímos que era un golpe de Estado contra el presidente, pero cuando subimos a la terraza del hotel nos quedó claro que el objetivo era el aeropuerto de Tay Son Nhut. Unas tras otra caían las barreras de artillería y los cohetes y los helicópteros. Por la mañana, corrí al telex con los otros periodistas pese al toque de queda. El operador filipino se comunicó con Clarín y me dejó su lugar. Yo no tenía nada escrito. Envié todo lo que pude hasta que se cortó la energía y Saigón quedó aislada del resto del mundo.
De nuestro grupo, cuatro conseguimos subir a un ómnibus frente a la embajada francesa que nos llevó derecho al centro de la batalla: las instalaciones del agregado de defensa norteamericano en el aeropuerto. Cuando llegamos nos cayó a pocos metros un obús y salimos a la desesperada pisándonos unos a otros hacia el edificio central. Y así nos fuimos arrastrando por las pistas de tenis abandonadas cuyo perímetro defendían unos 300 marines del ataque de los rangers sudvietnamitas que querían “colarse” en la evacuación o vengarse por lo que consideraban una traición. Un inmenso helicóptero Chinok llegó frente a nosotros. Subí último y me aferré a una soga. La parte de atrás estaba abierta. Ascendimos lentamente, seguros de que nos iban a derribar las antiaéreas del Vietcong. Aterrizamos en el portaaviones Midway y me convencí, con una euforia que no he vuelto a vivir, que me había salvado. Me trasladaron en helicóptero al barco insignia de la flota, el “Blue Ridge”. Un infante de marina me despertó preguntándome si yo era el “vocero de los españoles”. Le dije que sí. Me llevaron al puente de mando entre almirantes y generales derrotados, que esperaban algo muy importante. En medio de la noche se formó un pasillo de naves por el que sobrevoló una caravana de helicópteros. Uno de ellos, el más grande y mejor artillado, descendió junto al puente. Se abrió la puerta y apareció el embajador de EE.UU., Graham Martin, que bajo el brazo llevaba plegada la bandera norteamericana. Atrás, eso no lo recuerda nadie, el enviado de Newsweek. Miré la hora. Eran las 4.40 del 30 de abril de 1975. Saigón, hoy Ciudad Ho Chi Minh, había caído. La guerra de Vietnam había terminado y EE.UU. había sido derrotado.