Chile - Las castas en el poder están más perdidas que el teniente Bello
El
sociólogo Eugenio Tironi, uno de los lobistas más “brillantes” de la plaza,
quiere representar, en esta debacle de las élites, el rol de Honoré Gabriel
Riquetti, conde de Mirabau, quien pensaba que “él hubiera podido salvar a la
monarquía si no hubiese tenido esa fama de sinvergüenza”, lo malo es que su
émulo Tironi descubre un poco tardíamente que el pueblo desea algunas cabezas
en el canasto para lograr amenguar su ira ante tanto abuso y pillería.
Basta
leer un sencillo manual de historia de cualquier país para darse cuenta de
que las oligarquías nunca han querido
entender la potencia de las rabias acumuladas de las clases subalternas. En el
caso chileno, las castas en el poder son aún más inconscientes, por ejemplo, que
las mismas cortes de la monarquía francesa, así, los Ponce Lerou, los
Délano-Lavín, los Luksic , y otros más, creen en la omnipotencia del dinero –
sobre todo aplicando el famoso dicho “todo hombre tiene un precio”- ha
permitido comprar a bajo precio a candidatos a alcaldes, consejeros regionales,
diputados y senadores e, incluso, presumiblemente, el Banco de Chile al hijo de
la Presidenta Bachelet.
No
hay ninguna novedad a través de la historia respecto al carácter endogámico y
nepotista de las plutocracias en el poder – algunos, pulcramente, llaman las
élites -, pues es apenas lógico que dirigentes de partido, parlamentarios e,
incluso seremis, quieran dejar como herencia a sus hijos una buena posición
dentro del Estado – considerado como un botín, es decir, como una mujer que
merece ser violado después de la derrota – o bien, el posicionamiento en altos
cargos en la empresa privada – Soquimich, Penta y otras - que, a la hora de la
verdad, llegan a confundirse con el Estado. Si leyéramos un poco más de historia
de nuestro país, se nos develaría como evidente que un sillón parlamentario servía
a la oligarquía para acrecentar los negocios propios y de su casta, (recuerdo
que un diputado liberal preguntaba en la Cámara, en qué comisión puedo
favorecer mejor mi fundo, mi fábrica y mi prole, y caía de madura que las más
cotizada era la de Agricultura).
En este país
anormal, la mayor de la casta empresarial es implementar estrategias para
engañar al Servicio de Impuestos Internos, por medio de boletas, facturas y
forwards y de otros instrumentos financieros no muy sofisticados. Como siguen
convencidos de que los “rotos”, es decir, los pobres para ellos, son
completamente idiotas, creyeron que jamás los iban a pillar, y así hubiera
ocurrido de no mediar la pelea de la dupla de los Carlos aristocráticos contra
el “suche” de Hugo Bravo, quien destapó el escándalo y con lujo de detalles.
Dejémonos de hipocresías: las instituciones no funcionaron para nada, sin la
concertación de Bravo y de una
funcionaria de Impuestos Internos, los “Carlitos” seguirían paseando por la
Avenida el Bosque y financiando a los dirigentes y candidatos de la UDI.
La élite
sigue convencida de que los ciudadanos
son ingenuos e ignorantes y se van tragar el cuento de que una empresa como SQM,
cuyo giro es la explotación de minerales no metálicos, haya tenido tal necesidad
de comunicadores que la ha conducido a invertir millones de dólares en empresas
destinadas a las relaciones públicas, o hacernos creer que los cargos
parlamentarios no se compran – como en la república oligárquica, (1891-1925) –
y que se enriquecen con más facilidad que un afortunado ganador de Lotos
sucesivos, pues basta sumar catorce millones de pesos mensuales por 25 años
continuos.
El ex senador
Jovino Novoa, cuya cabeza está a punto de rodar en manos del “verdugo” Fiscal
Carlos Gajardo, sostiene la tesis de que “el caiga quien caiga” es una
verdadera masacre contra los delincuentes de cuello y corbata, y no deja de
tener razón, pues este es el principio de la famosa igualdad ante la ley, sin
la cual no hay ningún Estado de derecho posible.
Si todos los
ciudadanos organizados no ponemos fin a la hegemonía de la élite plutocrática,
todas las reformas legales, por muy draconianas que sean, se convertirán en
música. ¿Acaso hemos olvidado que los antepasados coloniales de nuestra oligarquía decían que la “la ley se
acta, pero no se cumple”. Hoy diríamos: “comuníquese, publíquese y archívese” –
solo un iluso como Juan Egaña, autor de una Constitución moralista, en 1826,
por la cual ley servía para mejorar las costumbres de los sufridos y
pecaminosos ciudadanos de antaño, que se habían aprovechado de la expulsión de
los Jesuitas para adueñarse de sus tierras.
Rafael Luis Gumucio Rivas (El
Viejo)
08/04/2015
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