Chile: ARCIS - Respuesta de Carlos Perez Soto. A propósito de la carta del Profesor Miguel Caro Ramos

Posted by Correo Semanal on viernes, octubre 31, 2014


Carlos Pérez Soto
Profesor de Estado en Física
Profesor Universidad Arcis


1. He resistido varios días responder la carta abierta que el Profesor Miguel Caro ha publicado en un medio de comunicación masiva, dirigida personalmente a mí, a propósito de una carta previa, a pesar de que consideré dicha primera carta como un asunto puramente interno de la Universidad Arcis. Varias personas, sin embargo, me han urgido para que lo haga, motivadas quizás por el ánimo y el hábito de ver discutir a la izquierda con la izquierda en lugar de concentrarse más bien en discutir con la derecha.


He decidido hacerlo por dos razones. La primera es que su carta me parece expresiva de la crisis que vive la institución. La segunda, que es en realidad la más relevante, es que contiene ideas que están hoy en el primer plano de la discusión política nacional.


Desgraciadamente, responder una carta (y no simplemente aludirla) requiere más detalle y espacio que el original. Ruego por tanto a los eventuales lectores una cierta paciencia, y presento mis disculpas por el esfuerzo de argumentar, que no suele ser el tiempo ni la vocación de las discusiones llevadas a través de los medios de comunicación.


2. Escribí una carta sobre Arcis, para la comunidad de Arcis, a propósito de un evento particular, expresando una opinión particular, exponiendo antecedentes puntuales y cursos de acción concretos, sin un ánimo especial de hacer un análisis exhaustivo ni, evidentemente, ofrecer un análisis o una propuesta sobre el problema general de las universidades en Chile. Aproveché para difundirla una de las múltiples listas de correo a través de las cuales la comunidad ha estado comunicándose durante los últimos meses.


Incluso un medio de comunicación (eldesconcierto.cl) me pidió publicarla, a lo que me negué sosteniendo que el contenido y el objetivo eran más bien para la discusión interna. Otro medio, en cambio, sin preguntarme y sin avisarme (elciudadano.cl) la publicó masivamente. No niego el derecho que tenían de hacerlo. Más bien, a pesar de mi intención inicial, agradezco que hayan tenido la deferencia de creer que esta opinión particular y acotada es digna de una discusión pública y masiva.


La cuestión concreta ahora es que, puesta en ese nuevo contexto, el Profesor Caro ha estimado, con justa razón, que puede y debe ser discutida por la misma vía. Se lo agradezco.


3. El Profesor Caro expresa su sorpresa porque he omitido en mi carta dos importantes cuestiones: “los elementos de contexto que tiene la situación” y “un horizonte de posibilidades desde un horizonte transformador”. Supongo que tiene clara consciencia de que “omitir” estos aspectos no es lo mismo que “marginarlos”. Su idea es que los he “marginado”, y que esto sería una “expresión de un abandono bastante radical de la perspectiva crítica del análisis de la realidad”. Dada tamaña conclusión quizás es comprensible que estas omisiones le resulten sólo “un poco” sorprendentes. Si cree que puedo ser acusado de ese “abandono radical” por supuesto su sorpresa no debería ser mucha.


El asunto, sin embargo, es que ha llegado a esta conclusión, a penas en la tercera frase de su texto, a partir de cosas que omito. Es decir, obtiene conclusiones claras y contundentes a partir de cosas que NO he dicho. Su conclusión es tan contundente que no duda en desarrollarla sosteniendo que “reduce (la situación)”, “olvida”, “margina”, “omite”, “elude”, “encapsula”, “se limita a”, expresiones todas que configuran una suerte de voluntad de omisión, de olvido culpable, que queda, por cierto, expresado en su veredicto: “abandono bastante radical de una perspectiva crítica”.


Pues bien, justamente este estilo retórico es parte y poderoso indicio de que la crisis que vive Arcis es ingobernable. Argumenta a partir de lo que no he dicho, concluye suponiendo que si hubiese dicho algo sería una “reducción” y un “encapsulamiento”, supone que si no me he pronunciado sobre el fondo es por un ánimo de “eludir” y de “marginar”, supone que mis eventuales pronunciamientos sobre las cuestiones de fondo contendrían un abandono “bastante radical” de la perspectiva crítica. Supone, supone, y dictamina a partir de esos supuestos. Probablemente supone además que no lo he hecho a propósito, es decir, que mi opinión está dictada por “olvidos” y descuidos, que no tengo una particular mala voluntad al respecto, que lo que ocurre es “sólo” que he “abandonado la perspectiva crítica”.


Ni hay que ser muy incisivo para sospechar que un diálogo que opera sobre atribuciones de culpas y olvidos, en que se argumenta a partir de lo que se supone que el otro diría, que empieza por un veredicto y luego argumenta sobre él, es simplemente inviable. Eso es lo que actualmente ocurre en Arcis. De parte de todos los “bandos” y grupos de interés enfrentados.


4. No puedo omitir, emplazado a ello, una hipótesis sobre por qué hemos llegado a este extremo que, visiblemente, y a propósito de diversos momentos y modalidades de la crisis, se arrastra ya al menos desde hace una década. Lo que creo es que las polémicas en Arcis son expresión y resultado de la profundidad de la crisis de la política de izquierda en este país, y de las múltiples impotencias y frustraciones que derivan de ella.


Es muy notorio que muchas de las indignaciones y vehemencias en juego, más allá de sus motivaciones perfectamente reales y objetivas, son expresión del desencanto de las izquierdas más radicales ante las políticas de compromiso que han llevado adelante las izquierdas más moderadas. Es muy visible también que estos sectores, emplazados por sus compromisos con la coalición gobernante, sólo atinan a calificar de “anticomunismo” los reclamos, sin asumir realmente ni la cuota real y objetiva de razones que los motivan, ni su significado político general.


Es muy notorio que hasta los problemas más inmediatos y objetivos (los pagos, las condiciones laborales precarias, las condiciones académicas precarias) se discuten con una exaltación llena de suspicacias, sospechas, preconceptos, formuladas desde “bandos” que se arman y se desarman, desde protagonismos que emergen y se disuelven, al más puro estilo de la trágica tradición de las izquierdas que pelean más con la izquierda que con la derecha, de esas izquierdas para las cuales los aliados suelen ser más peligrosos que los enemigos, los problemas de principios más urgentes que los problemas prácticos. Al estilo, en suma de las izquierdas habituadas a argumentar en términos moralizantes, en función de elevados principios, recurriendo más a adjetivos y cualificaciones que a conceptos.


Es necesario considerar, además, que cada año, desde hace treinta años, recibimos estudiantes que tienen la expectativa de encontrar en esta universidad respuestas para una infinidad de cosas para las que las izquierdas no tienen aún respuestas claras y definidas. Que esperan encontrar en esta universidad un democratismo y unos estándares de consistencia existencial y doctrinal que estamos muy lejos de poder cumplir. Lo que nos condena, de manera recurrente, a tomas inorgánicas y prolongadas, en nombre de objetivos genéricos, realizadas por estudiantes desencantados y furiosos.


Sostengo que una buena parte de este desencanto, y su desahogo recurrente en acciones que dañan notoriamente a nuestra institución se debe a que realmente no hemos cumplido con las tareas mínimas que incluso la mayoría de nosotros creemos debería cumplir una universidad alternativa y al servicio de los intereses populares. Una y otra vez se insiste en que habría aquí una comunidad de intelectuales progresistas cuyos aportes al desarrollo nacional debería ser protegido. Creo que es hora de preguntarse qué tan real es esa pretensión. Hemos sido bastante buenos para el diagnóstico y para el auto flagelamiento. Hemos sido bastante malos, en cambio, para proponer las políticas concretas que el país necesita, o que la izquierda podría esgrimir como programa. Nuestra universidad ha estado muy débilmente representada, como universidad, en los debates sobre educación, sobre la salud, sobre las AFP, sobre los recursos naturales, o la discriminación. Mostramos reiteradas veces las contribuciones individuales a esto o aquello, de este intelectual o de aquel otro, omitiendo siempre que dichas contribuciones no han sido ni avaladas, ni promovidas, ni desarrolladas, como política formal de la universidad. Tuvimos un Centro de Investigación y no encontramos nada mejor que cerrarlo. Hemos tenido notorios intelectuales, muchos formados en esta misma casa, y hemos visto por años su éxodo sistemático, por toda clase de razones, hacia ambientes laborales mejores, o que los reconozcan como algo más que parte de la imagen pública. A partir de esa serie de intelectuales, frecuentemente contratados sólo a honorarios, a partir de sus obras, frecuentemente desarrolladas en contra de la inercia institucional, y sin grandes reconocimientos, nos hemos formado la imagen de una comunidad cuyo carácter crítico estaría expresado en su acción institucional. Cualquiera que lleve algún tiempo en la universidad sabe que esa imagen es más bien ilusoria. Y los estudiantes son, invariablemente, los primeros en notarlo.


¿Cómo podríamos, con la enorme mayoría de los profesores a honorarios, sin fondos sustantivos para investigación, con instalaciones precarias, con programas de estudios profesionalizantes, con estudiantes que en su mayoría provienen de sectores sociales postergados, obligados a criterios de acreditación formales y externos, responder a lo que la izquierda como conjunto no ha logrado responder? Lo que creo es que de algún modo merecemos el desencanto de los estudiantes: ofrecemos sistemáticamente más de lo que podemos cumplir, mantenemos una imagen que no corresponde a lo que realmente hacemos y podemos hacer.


En buenas cuentas, lo que sostengo es que la crisis de Arcis es ingobernable porque sus raíces exceden ampliamente el espectro de problemas que pueden ser abordados en el marco de una universidad privada, obligada a auto financiarse. Y que exceden ampliamente a lo que la izquierda está ofreciendo hoy como sector político y cultural.


¿Deberíamos pedirle al Estado que financie, con plata de todos los chilenos, lo que las izquierdas por sí mismas, en virtud de sus dinámicas internas, no han podido resolver?


5. En realidad, a pesar de su retórica, la parte sustantiva de la carta del Profesor Caro no tiene que ver con mis “omisiones”, o con las circunstancias que enmarcan la crisis de Arcis, sino con las propuestas que enumera sobre una eventual salida, y las razones políticas en que las avala.


El Profesor Caro no tiene por qué saber que he estado pronunciándome de manera directa y concreta en decenas y decenas de foros y encuentros, a lo largo de todo Chile, sobre estos temas desde hace más de una década. No tiene por qué saber que mis opiniones al respecto han circulado profusamente, sobre todo desde el movimiento del 2011, incluso en otros países de América Latina. Pero una cosa es que no lo sepa y otra es que suponga, a partir de NO saber, que no tengo esas opiniones, o que las omito de manera deliberada. En caso de Arcis las he comunicado directa y explícitamente no sólo a los estudiantes a quienes hago clases sino también a todas las sucesivas autoridades universitarias que se han sucedido desde la toma de 2007.


Lo que he sostenido tiene una consecuencia muy directa: creo que el Estado no debería aportar ni un peso, ni directa ni indirectamente, a las universidades privadas. Y voy a explicar por qué.


La cuestión de fondo, la más general, es entender en qué consiste la profundización del modelo neoliberal que han llevado a cabo, bajo toda clase de promesas y discursos de tipo populista, los gobiernos de la Concertación y, en rara unanimidad las administraciones de Piñera y ahora de la Nueva Mayoría. El paso desde la privatización de los recursos, la precarización del trabajo en el sector privado, el endeudamiento de pequeños y medianos empresarios, hacia la privatización de los derechos, la precarización del empleo estatal, el endeudamiento masivo como forma de depredación del salario.


En el caso de la educación y de la salud es necesario entender cómo los derechos sociales y permanentes se han convertido en sistemas de bonos y subsidios a la demanda, cómo el gasto “social” del Estado se ha reorientado progresivamente para favorecer de manera neta el lucro privado, cómo en esta conversión se usa el discurso “social”, la coartada de las “garantías y derechos”, e incluso el discurso de “no al lucro”, para políticas que no hacen sino profundizar la destrucción de la educación y la salud públicas ofrecidas por el Estado. Es necesario observar como hay sectores, incluso progresistas, que creen que se está poniendo fin al lucro en educación cuando lo que se está haciendo de hecho es aumentar las subvenciones a los privados a través del subsidio a los usuarios.


En este marco retórico, por supuesto, todas las universidades privadas se han empezado a declarar “públicas”, optando con eso a que el Estado destine para ellas aún más recursos, y eso es justamente lo que está ocurriendo. El mismo Profesor Caro está plenamente consciente de que el discurso de “lo público” se presta para esta operación. Lo dice explícitamente en su texto: “tal autoasignación da para todo, y no es más que una estrategia de posicionamiento en el mercado”.


Muy bien ¿cómo espera el Profesor Caro que el Estado (considerado por ahora como todos los chilenos) haga la diferencia entre las universidades que “de verdad” persiguen fines públicos y las que sólo usan ese discurso para obtener fondos? Le sugiero que lea las declaraciones de principios de las universidades privadas, incluso de las más conservadoras, y llorará de emoción por la pureza de las buenas intenciones expresadas. ¿Cómo espera el Profesor Caro que el Estado (ahora pensado como sus instituciones formales) podría fiscalizar la consecuencia y puesta en práctica de tales pretensiones? ¿Imagina una superintendencia ideológica que vigile que los principios declarados se lleven a cabo, y que sean coherentes con los altos intereses de la patria? ¿Cómo espera el Profesor Caro negar el derecho de los católicos a asumir que sus criterios morales deben ser avalados e incluso financiados por el Estado, o cómo espera evitar que bajo el nombre del Padre Hurtado, o del mismo Salvador Allende, grupos particulares se aprovechen del dinero fiscal para fomentar sus ideologías particulares? Aún más, ¿cree realmente el Profesor Caro que alguien, en todo el espectro político establecido, está pensando en establecer tal policía de la consecuencia doctrinaria?


Se podría argumentar que, aún sin esa vigilancia, de lo que se trata es de evitar que los dineros fiscales vayan a parar a bolsillos cuyo único interés es el lucro privado. ¿Ha imaginado el Profesor Caro qué tipo de reforma al Código de Derecho Civil habría que hacer para impedir todos los mecanismos que permiten a un particular desviar fondos de sus empresas a empresas relacionadas? ¿Realmente cree que una eventual Superintendencia contra el lucro contará con los fiscalizadores suficientes, o siquiera con el propósito o ánimo de realizar semejante tarea? Le sugiero que revise la experiencia de las Superintendencias de Isapres, de bancos, el Tribunal de la Libre Competencia, para que verifique cómo las retóricas populistas se convierten en letra muerta.


Lo que sostengo es que ni la “vocación de servicio público”, ni el lucro de las instituciones privadas son, en la práctica fiscalizables. Y que creer que lo son es no hacerse cargo no sólo del problema práctico que ello conlleva, sino tampoco del manifiesto doble estándar con que se han creado sucesivas instituciones como estas justamente para dar un manto de legitimidad pública a la profundización del neoliberalismo.


6. Pero, ya que se ha establecido la duda, permítanme informarle al Profesor Caro no sólo las críticas, sino las proposiciones que he hecho reiteradamente, a todo el que ha querido escucharme.


Lo que sostengo es que las únicas instituciones en que es exigible y fiscalizable una auténtica vocación pública son las instituciones del Estado, es decir, las que pertenecen, al menos en principio, a todos los chilenos. Sostengo que eso requiere hoy de un profundo proceso de reforma universitaria en las mismas universidades estatales para revertir la introducción progresiva de mecanismos de gestión y financiamiento de tipo mercantil que ha sido fomentada por las autoridades que se dicen representantes del interés público. Una reforma universitaria que termine, en las universidades estatales, con la precarización laboral de académicos y funcionarios, con los sistemas de fondos concursables, y de bonos de productividad, con las sociedades relacionadas a través de las cuales se desvían dineros públicos a los bolsillos privilegiados de los académicos privilegiados. Una reforma universitaria que ponga a las mismas comunidades universitarias, de manera efectivamente autónoma, a fiscalizar sus prácticas, bajo un marco de exigencias y regulaciones dictadas por los poderes públicos, en beneficio del interés nacional.


Lo que sostengo es que la pelea de la izquierda no es ponerse a la cola de los que maman del Estado para mantener sus proyectos privados. El Estado no debe financiar ningún proyecto ideológico particular, por muy bien intencionado que se declare. Y debe, a la vez, ofrecer el espacio para que todos los proyectos ideológicos puedan convivir en las universidades estatales, en el marco de las exigencias y regulaciones que el interés nacional establezca.


El asunto tiene además una componente absolutamente práctica: por cada peso que se obtenga para financiar a las eventuales universidades de la izquierda el Estado dará, y ya está dando, cien o más pesos a las universidades, perfectamente privadas, de la derecha, sobre todo a las tres universidades católicas que reciben financiamiento directo, y a las otras siete universidades católicas que se llevan una enorme parte de los financiamientos indirectos. Estamos pidiendo migajas para nosotros, a cambio de legitimar las enormes rebanadas que se llevan los contrarios.


7. Se podría argumentar que hay ciertas universidades que podrían acoger a estudiantes de sectores populares, o de las capas medias empobrecidas, que las universidades estatales no están acogiendo. ¿Por qué razón esas universidades tendrían que ser privadas? La pelea de la izquierda no puede ser que haya universidades privadas que cumplan el papel asistencial del Hogar de Cristo. La pelea debe ser que las universidades estatales aumenten sus cupos cinco o diez veces, hasta cubrir el cien por ciento de la demanda en educación universitaria. Esa es la única manera real de que el derecho a la educación superior sea efectivamente garantizado por el Estado, la única forma de que las universidades estatales dejen de ser elitistas, y de evitar que las universidades privadas precarias se aprovechen de los estudiantes a costa del endeudamiento de sus familias.


Nos podrían decir que no hay recursos para eso. Pues bien, que nacionalicen el cobre, que le suban realmente los impuestos a los ricos, que se supriman los mecanismos que permiten la elución y la evasión de impuestos. Nos dicen que esta economía es un éxito, y que ha desarrollado enormemente al país. No nos pueden decir al mismo tiempo que ese éxito no alcanza para los cubrir los derechos sociales más básicos.


Es importante tener presente que no sólo se trata de aumentar las vacantes de las universidades estatales. Se trata de crear, desde cero, un sistema de educación tecnológica superior estatal, que permita diversificar la oferta educacional en ese nivel, y que se proyecte hacia el mundo del trabajo.


Por supuesto hay en todo esto un problema de financiamiento. La cuestión, vista desde la izquierda, es que se congelen y se disminuyan progresivamente todos los sistemas de subvención educacional a la demanda, a los usuarios, y sean progresivamente reemplazados por un sustantivo aumento del financiamiento directo, por proyecto, basal, a las instituciones educacionales del Estado.


Por supuesto es necesario pensar también en los modelos democráticos de gestión educacional. Las universidades estatales deben ser democráticas en su ingreso y composición, en sus contenidos, en sus relaciones con la comunidad, en sus modelos de docencia, extensión e investigación, deben gestionarse democráticamente, de manera autónoma respecto de la administración central del Estado, privilegiando más bien sus relaciones con los poderes gubernamentales locales y regionales, antes que la rendición de cuentas al aparato gubernamental central.


Nada de esto pasa por las universidades privadas. No me opongo a que existan, a que se den sus propias formas de financiamiento, a que fijen sus propios objetivos doctrinarios y culturales. Lo que sostengo es que si quieren hacerlo deben pagarlo ellas mismas. Las universidades de todos los chilenos deben ser financiadas por todos los chilenos. Las universidades de algunos chilenos, que por cualquier razón no quieran incorporarse a los cupos que el Estado debe garantizarles, deben ser financiadas por sus propios integrantes.


8. He sostenido que las instituciones pueden pasar y aún así los intelectuales honestos pueden seguir. No me cabe ninguna duda de que otro tipo de institución, no sometida al falso rigor formal de las acreditaciones mercantiles, ni a la presión material que implica la responsabilidad de formar masivamente estudiantes, puede surgir. Y no me cabe la menor duda de que en esa o esas instituciones estarán muchos de los valiosos académicos que aún tenemos. No tengo ninguna duda de que, tal como en la Fundación Sol, en la Fundación Crea, en Nodo XXI, la izquierda chilena, en sus múltiples expresiones, seguirá creando espacios de creación, en que pueda expresar su vocación pública y desarrollar de manera práctica sus convicciones doctrinarias. Creo, sin embargo, que todos los que participamos en ellas, deberíamos intentar estar presentes de manera paralela en las universidades que son de todos los chilenos. Es desde ellas que surgieron los intelectuales que formaron Arcis, y es a ellas donde, naturalmente, pasada la época de vigencia de un proyecto alternativo particular, deberíamos volver. No me cabe absolutamente ninguna duda de que el Profesor Miguel Caro Ramos ha sido, es y seguirá siendo parte de esa gran familia.


Santiago, 22 de Octubre de 2014.-

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