Brasil - Elección 2014: no hay lo que conmemorar
Correio da Cidadania, editorial,
27-10-2014
Traducción de Ernesto Herrera –
Correspondencia de Prensa
Para quien está comprometido con la
lucha social y aspira a una sociedad basada en la igualdad sustantiva, la
derrota de Aécio fue un alivio. De los males, el menor, pero la victoria de
Dilma no deja nada para conmemorar.
El saldo de la campaña es tenebroso.
Contratados a precio oro para manipular la opinión pública, los marquetineros
vendieron candidatos como mercaderías. Para diferencias sus productos, abusaron
de la ingenuidad de la población. Magos de la pirotecnia mediática, redujeron
el elector a consumidor, creando expectativas que no se realizarán. Para
destruir a los adversarios, explotaron medios que alimentan falsos antagonismos
y envenenan el ambiente político.
En la falta de sustancia política, la
elección fue transformada en una pelea torcida. En clima de caza de brujas, las
pasiones fueron llevadas a un paroxismo desenfrenado. La apelación a la emoción
fue proporcional al detrimento de la razón. La virulencia de las agresiones
mutuas fue en razón inversa a las reales diferencias entre los contendores.
El elector fue sistemáticamente
engañado. Las divergencias existentes entre las dos alas del Partido del Orden
son secundarias y circunstanciales. Los que hoy están con el PT -Sarney, Maluf,
Collor, Kátia Abreu- estaban ayer con Fernando Henrique Cardoso y Collor de
Mello y anteayer servían a la dictadura militar. Mañana pueden perfectamente
pasarse al PSDB. La excepción de algunos extremados, los que mandan de hecho
-el capital internacional y la plutocracia nacional- están muy bien servidos en
las dos candidaturas. Basta ver el río de dinero invertido en ambas.
La completa desconexión del debate
electoral con la realidad transformó el país en un manicomio. Sorprendido por
el antagonismo entre petistas y tucanos, un distraído que aterrizase en
paracaídas podría imaginar que Brasil vive una situación pre-revolucionaria,
cuando, en verdad, lo que están en cuestión es exactamente la conservación del
status quo. La elección fue apenas para escoger quien comandará el reciclaje
del capitalismo liberal implantado por Collor de Mello hace 25 años atrás. Nada
más.
El clima apocalíptico que tomó cuenta
del segundo turno es un despropósito y hace recordar a las legendarias guerras
entre las familias Sampaio y Alencar por la alcaldía de Exu en el siglo pasado.
Para los que se alineaban con el clan Sampaio, la victoria, tenía
consecuencia real (y viceversa), pero, para los que no hacían parte de la
contienda y estaban condenados a empujar para sobrevivir, el resultado era
indiferente. Las familias se alternaban durante décadas en el poder sin que la
miseria se modificase.
Deliran los que imaginan que el país
está ante una inminente ruptura institucional. No hay movimiento golpista
alguno, ni a la derecha ni a la izquierda. La única conspiración en curso es
aquella que une a las dos fracciones del Partido del Orden contra el pueblo,
patente en la complicidad de ambas con la política de contra-insurgencia
preventiva para contener el conflicto social y en la hermandad a la hora de
diseñar tenebrosas transacciones.
La pelea es una máscara, un teatro, y
hace parte del juego electoral. Cuando es conveniente, el antagonismo es
inmediatamente suspendido. ¿Quién se olvida de la idílica cena de Haddad (PT) y
Alckmin (PSDB), muy confortables, en un lujoso restaurante de París, en junio
de 2013, pocos meses después de haber intercambiado cobras y lagartos en la
reñida disputa por la alcaldía de San Pablo? En tanto las calles de San Pablo
eran tomadas por jóvenes trabajadores que luchaban contra el aumento de las
tarifas del transporte público, alcalde y gobernador estaban perfectamente de
acuerdo en la política de represión a las protestas y en la estrategia de
negociación con los gangsters que controlan los mega-eventos internacionales.
Destituida de sustancia, la
polarización entre las dos alas del Partido del Orden sólo sirvió para degradar
el ambiente político. El brasilero sale de la campaña más descreído en los
políticos y sin ninguna conciencia sobre las causas de sus problemas y sus
posibles soluciones.
Nadie puede bañarse dos veces en la
misma agua del río. El segundo gobierno Dilma no será una repetición del
primero. Por la fuerza de las circunstancias, será más conservador y
truculento. Las condiciones objetivas y subjetivas que lo determinan se
deterioran, estrechando sensiblemente el radio de maniobra para acomodar, a
través de la expansión del desempleo, del aumento de los beneficiarios de las
políticas compensatorias y de la cooptación de los movimientos sociales, las
maldades de una modernización tramposa que profundiza la dependencia y el
subdesarrollo.
En la economía el escenario es
sombrío. Los problemas acumulados en la farra del consumo de bienes conspicuos,
impulsada por la especulación internacional, tienen consecuencias. El aumento
de la dependencia externa deja la economía brasilera a merced de los humores
del mercado internacional. El agravamiento de la crisis mundial, que entra en
su séptimo años sin perspectiva de solución, no abre espacio para el
crecimiento. La amenaza de movimiento de fuga de capitales sujeta al país al
jaque mate de la deuda externa. En ese contexto, las presiones de la gran
burguesía globalizada para que Brasil realice una nueva rueda de ajustes
fiscales empuja la política económica hacia una absoluta ortodoxia. Las
veleidades neo-desarrollistas son cosas del pasado. El próximo Ministro de
Hacienda será elegido directamente por el mercado y estará más cerca de Armínio
Fraga que de Guido Mantega.
En el ámbito de la sociedad, la
perspectiva es creciente convulsión. La modernización mimética que copia los
estilos de vida y padrones de consumo de las economías centrales, agrava los
problemas fundamentales del pueblo. La frustración generalizada con un
cotidiano infernal agita los ánimos polariza la lucha de clases. Sin vislumbrar
salida para el circuito cerrado que transforma la vida del trabajador en una
pesadilla sin fin -en la fábrica y fuera de ella-, el brasilero se torna en un
barril de pólvora pronto a explotar. El aumento de la violencia y el fin de la
paz social preanuncian un futuro de grandes tensiones y creciente turbulencia
social.
En las altas esferas de la política,
la clase dominante afila las garras para enfrentar el conflicto social. La
crisis del sistema representativo refuerza el consenso a favor de las
soluciones represivas contra la inquietud social, aumentando la presión a favor
de la criminalización de las protesta social como presupuesto de la estabilidad
democrática. El giro conservador de la opinión pública, el aumento tremendo de
la bancada de diputados de la derecha más descalificada y la movilización de un
clase media histérica, desplazan el status quo sensiblemente hacia la derecha.
Interpelado por la juventud que fue a las calles para protestar contra los
desmanes de los gobernantes, el sistema democrático brasilero asume,
descaradamente, su carácter de clase y se afirma abiertamente como una
democracia de segregación social. La libertad política es exclusivo de la
plutocracia y se manifiesta concretamente en la posibilidad de elección entre
alternativas integralmente comprometidas con los parámetros del orden.
La presidenta retoma su puesto en el
Planalto (sede del gobierno) en medio del fango. Antes incluso de asumir el
segundo madato, su credibilidad ya se encuentra comprometida por la gravedad de
las denuncias que apuntan a la complicidad directa del Planalto con los
esquemas de corrupción diseñados por la alta cúpula de los partidos de su base
aliada. De esta fiesta, no habrá luna de miel. Ávida de volver al gobierno
luego de la cuarta derrota consecutiva, la oposición no dará tregua. Sin
arsenal ideológico y programático para diferenciarse cualitativamente del
gobierno petista, sólo le resta sangrar a Dilma del primer al último día de su
mandato.
Nadie sale impune por pactar con el
diablo. Sin capacidad de movilizar a la población y prisionera de compromisos
inmorales, Dilma quedará en manos de la mafia que, al mando de los negocios,
controla el Congreso Nacional. Víctima de su propia cobardía, que no le
permitió enfrentar la tiranía de los magnates de la información, será objeto
diario del chantaje de los grandes poderes mediáticos. Sin medios para
defenderse, se tronará cada vez más dócil a las exigencias del capital. Se osa
desafiarlos, será inmediatamente confrontada con el espectro del “impeachment”
(juicio político) democrático. Es el modo de funcionamiento de las democracias
burguesas contemporáneas en la periferia latinoamericana del capitalismo.
Para quien se ilusiona con la
posibilidad de una tardía redención del PT, la resaca de la fiesta democrática
será monumental La juventud romántica y los hombres de buena fe seducidos por
el canto de sirena del “corazón valiente” luego percibirán en la piel un sentir
de ingratitud de la presidenta. Cuando la población vuelva a las calles para
protestar contra los descalabros del capitalismo salvaje, las disputas
fratricidas entre las fracciones del Partido del Orden serán suspendidas. Como
hermanos siameses, las dos alas del Partido del Orden estarán monolíticamente
unificadas, armadas hasta los dientes, para reprimir a los manifestantes con
brutalidad, como si fuesen enemigos internos que deben ser aniquilados, como
ocurrió en junio de 2013, en las jornadas de la Copa de 2014 y toda vez que el
pueblo se levanta contra los privilegios de los ricos. Pasado el riesgo
inminente de descontrol social, las dos fracciones volverán a pelearse en la
disputa por el del control del Estado.
La falsa polarización entre la
izquierda y la derecha del orden, solamente será superada cuando los
trabajadores no tengan ninguna ilusión en relación a la posibilidad de que el
capitalismo puede ser domesticado, sea por el PT o por otro cualquiera. El
capitalismo dependiente vive de la superexplotación del trabajo y tiene en la
perpetuación de un gran reservatorio de pobreza uno de sus presupuestos. La
situación se torna todavía más grave cuando la sociedad enfrenta un proceso de
reversión neocolonial que solapa la capacidad del Estado de hacer políticas
públicas.
Del show de horror de la elección de
2014, queda una lección: para salir del antro estrecho de las opciones binarias
entre lo malo y lo peor, es preciso que la izquierda socialista se unifique y
entre en escena.
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