Bolivia - El “modernizador”
El domingo, en su discurso de asunción Evo Morales agradeció a Fidel
Castro, saludó la memoria de Hugo Chávez y apeló a las raíces antimperialistas
de su “socialismo comunitario”. Pero su modelo se basa sobre todo en políticas
neodesarrollistas.
Pablo Stefanoni
Brecha, Montevideo, 17-10-2014
Por tercera vez consecutiva Evo Morales arrasó en las elecciones
presidenciales bolivianas. Esta vez obtuvo el 60 por ciento de los votos, y se
aseguró el control de los dos tercios del parlamento. Morales consiguió también
muy buenos resultados en feudos tradicionales de la oposición, como Santa Cruz.
El domingo, en el discurso con que celebró su victoria, Morales agradeció a
Fidel Castro, saludó la memoria de Hugo Chávez y apeló a las raíces
antimperialistas de su “socialismo comunitario”. Pero el modelo que ha venido
aplicando tiene sobre todo que ver con políticas neodesarrollistas.
“Con Evo vamos bien”, canta, con ritmo cumbiero, el principal eslogan
electoral del Movimiento al Socialismo (Mas), que una vez más desde 2005 logra
retener la mayoría del voto de los bolivianos. Con las elecciones del 12 de
octubre Evo Morales se proyecta en el poder hasta 2020, lo que lo transforma en
el presidente con más tiempo en el Palacio Quemado de la historia boliviana. De
hecho, lo que estaba en juego en los comicios del 12 de octubre no era el
triunfo del Movimiento al Socialismo sino si la cantidad de parlamentarios
elegidos le alcanzarían al oficialismo para mantener los dos tercios que tiene
hoy y que le permiten votar leyes especiales y, eventualmente, modificar la
Constitución (por ejemplo, para permitir una nueva reelección de Morales al
final de su tercer mandato). Una bancada inferior a los dos tercios significaría
reducir el poder del presidente boliviano que fue llevado al gobierno, hace
ocho años, por la traducción en las urnas de una rebelión popular conocida como
la “guerra del gas”. Entretanto, Evo se ha transformado en una figura central
del período, con tonalidades ambivalentes: del “Hartos Evos hay aquí” –título
de un documental que enfatizaba que el presidente es uno más entre los
campesinos– se ha ido pasando a una serie de textos hagiográficos que hacen
hincapié en su carácter de líder “excepcional”, y hasta alguien se atrevió a
insinuar su dudosa pertenencia a linajes de caudillos anticolonialistas, como
Túpac Katari.
Entre la revolución y la prudencia
La primera etapa de la administración Morales (2006-2009) estuvo marcada
por la confrontación entre el gobierno central y la oposición conservadora,
atrincherada en la región agroindustrial de Santa Cruz. La segunda fue la de la
consolidación de la hegemonía “evista” con posterioridad a la reelección a
fines de 2009 con el 64 por ciento de los votos, y una tercera –más reciente–,
remite a la cooptación de parte de las viejas elites. En los últimos años el
presidente boliviano es regularmente invitado a la Expocruz, feria emblemática
de la burguesía cruceña: después de los frustrados planes para poner en pie
grupos de autodefensa –que activaron juicios por terrorismo y el autoexilio de
ex dirigentes como el rico empresario aceitero Branko Marinkovic–, parte del
empresariado cruceño dio un giro pragmático destinado a no arriesgar las
posibilidades de ganancia que da el actual boom económico en las arenas
movedizas de las conspiraciones de 2008.
Pero los efectos de la estabilidad macroeconómica llegan más lejos. Hoy
un economista ultraliberal, como el estadounidense Tyler Cowen, puede escribir
en su blog Marginal Revolution un artículo titulado “Por qué soy relativamente
optimista sobre Bolivia”. Incluso puede avanzar un poco más en una columna
titulada “Por qué he apoyado a Evo Morales”. El título es una provocación, el
economista libertarian comienza reconociendo que “apoyar” es un término
exagerado, pero admite que “El gobierno de Evo Morales es muy popular y
bastante estable. Tiene una base de poder sólida y duradera, en parte debido a
las políticas específicas y en parte por razones simbólicas”. Es más, Cowen
apunta que “los beneficios de la estabilidad –derivada de la permanencia del
villano, por así decirlo– superan los costos (de no seguir una política
liberal)”. Incluso señala que Bolivia –por su descentralización– no caerá en
“una dictadura como Chávez”. Un elemento que vuelve “optimista” a Cowen es la
“prudencia” fiscal de Evo, sumada al hecho de que “tarde o temprano” Bolivia
debía tener un gobierno indígena.
Sin duda a este economista ultraliberal le gusta provocar a su
audiencia. Es evidente que Evo Morales combina esa prudencia fiscal con varias
nacionalizaciones de empresas y un reposicionamiento del Estado en la economía.
Pero no hay que olvidar que el anterior gobierno de izquierda, en 1982, terminó
su gestión de manera anticipada en medio de una hiperinflación. Y Morales,
desde su triunfo en 2005, buscó evitar un escenario similar. Para ello cuenta
con altos precios de las materias primas que exporta Bolivia y una
relativamente buena relación con los bancos (hoy más regulados que ayer). Dato
adicional: el presidente boliviano conserva desde su primer día en el poder al
mismo ministro de Economía, Luis Arce Catacora, un ex técnico del Banco Central
que en 2006 desempolvó sus pergaminos de simpatizante socialista de los años
ochenta y mantiene en orden la caja: Bolivia tiene reservas internacionales
equivalentes al 51 por ciento de su Pbi (es como si Argentina tuviera 300.000
millones de dólares de reservas, cuando hoy no llegan a 30.000 millones).
Nos detuvimos en este economista estadounidense porque los elogios a la
estabilidad boliviana, desde el New York Times hasta el Banco Mundial, son
algunos de los elementos que explican, en una medida significativa, por qué Evo
puede romper el karma de la inestabilidad boliviana y, después de ocho años,
tener asegurado el triunfo en las urnas para un tercer mandato. De hecho, “la
estabilidad” es una de las consignas del propio Morales en la campaña: hace
unos días dijo que el Mas es el único partido que la garantiza.
La oposición en su laberinto
El candidato mejor posicionado era el político, economista y empresario
cementero Samuel Doria Medina. La oposición boliviana intentó, pero no pudo,
encontrar a su propio Henrique Capriles. Hace un par de años en las reuniones
opositoras se hablaba de dos escenarios: uno era el venezolano, donde emergió,
aunque perdió, un candidato joven que “centroizquierdizó” –al menos en el
discurso– al bloque antichavista y expandió sus fronteras ideológicas. El otro
era el ecuatoriano, donde Rafael Correa le ganó con facilidad a una oposición
fragmentada. Al final se impuso el segundo escenario. Además de Doria Medina,
se lanzó a la carrera el ex presidente Jorge “Tuto” Quiroga, que le disputa a
Unidad Democrática los votos por derecha.
Abajo se ubicaba el ex alcalde paceño Juan del Granado, que comenzó
proyectando una “oposición progresista” a Morales y terminó enredado en una
frustrada alianza con el gobernador autonomista de Santa Cruz, Rubén Costas.
Recientemente, la campaña electoral se centró en una guerra de audios.
En uno de ellos Evo Morales reconocía que la publicitada cumbre internacional
del G 77 –reunida en Santa Cruz de la Sierra– fue “la mejor campaña” en esa
región oriental. Otro audio, de mayor calibre, involucró a Doria Medina:
ampliamente publicitada en las redes sociales, en la grabación se escucha al
postulante opositor presionando a una empleada de su firma para que llegue a un
acuerdo con su esposo y uno de sus operadores partidarios, Jaime Navarro,
acusado de violencia de género. Como la mujer no quería acordar, Doria Medina
–asumiendo el rol de patrón (de estancia)– la amenazó con enviarla como castigo
a trabajar a la alejada localidad de Trinidad. Para peor, los habitantes de
esta ciudad amazónica se quejaron de que el candidato presidencial los trata como
si estuvieran en una Siberia boliviana.
Esta filtración se sumó a las declaraciones del candidato a senador del
Mas por Cochabamba Ziro Zabala, quien causó escándalo al pedir que se enseñe “a
las mujeres a comportarse y vestirse” para no ser presas de los agresores, y
puso sobre el tapete la violencia de género, uno de los temas pendientes en el
proceso de cambio que vive Bolivia.
Pero más allá de estos condimentos a una campaña que se presentó
“aburrida”, la mayoría de los bolivianos no parece convencida de que la
oposición pueda gestionar mejor los puntos débiles del actual gobierno, sin
duda muchas veces demasiado entusiasta respecto de medidas con impacto a corto
plazo.
Los pliegues del cambio
Bolivia está cambiando. Parte de los cambios provienen del largo período
democrático iniciado en 1982, y muchos más del actual proceso iniciado en 2006.
La estabilidad económica permite cambiar expectativas: por ejemplo, los
ahorristas bolivianizaron masivamente los depósitos, porque confían en ganar
más en bolivianos (la moneda nacional) que en dólares. La expansión de
infraestructuras y servicios al campo (como por ejemplo Internet) busca incluir
en la modernidad a una gran parte de la población.
Morales es en esencia un modernizador. Incluso sueña con controversiales
proyectos, como la energía nuclear –con fines pacíficos–. Al cambio, no
obstante, le falta hoy una pata educativa, ya que las transformaciones en esta
área son escasas: los programas de becas estatales recientemente aprobados para
que estudiantes bolivianos vayan a hacer sus doctorados a Harvard, Stanford o
universidades japonesas no son suficientes frente a la mala calidad de la
educación general. No obstante, un proyecto neodesarrollista como el boliviano,
que tiene como utopía a Corea del Sur más que a Cuba (Evo no dejó de nombrar en
algunos de sus discursos a esa nación asiática que pasó de ser un país agrario
a potencia industrial), no puede ser viable sin cambios educativos de
envergadura. Cómo usar la bonanza extractiva es, sin duda, parte del debate
boliviano actual, pero la oposición no tiene visiones particularmente
seductoras, y para muchos bolivianos sus candidatos llevarían al país hacia el
pasado.
A menudo expresiones como “socialismo comunitario” llevan a confusión:
el del Mas es un proyecto antineoliberal –lo que el vicepresidente, Álvaro
García Linera, caracterizara alguna vez como “capitalismo andino-amazónico”–.
Las propias bases partidarias están compuestas por pequeños productores urbanos
y rurales que no se sienten seducidos por un Estado demasiado intervencionista
sobre la propiedad privada.
El contenido de este imaginario neodesarrollista –en un sentido no
necesariamente coincidente con el inventor del concepto, el brasileño Luiz
Carlos Bresser Pereira– fue definido con gran claridad por el presidente
ecuatoriano Rafael Correa, quien recientemente elogió de manera efusiva el
modelo de innovación, desarrollo y visión empresarial israelí y criticó a las
“izquierdas conservadoras” y a los empresarios adversos al riesgo (la alocución
se puede ver en Youtube con el título “Israel debe ser un ejemplo para
nosotros” –lo cual no implica un apoyo geopolítico a Tel Aviv–).
Sin duda Bolivia es un país indígena, pero asociar ese dato
sociopolítico con comunitarismo a secas es un exceso de wishfulthinking. Los
procesos de urbanización –hoy alrededor del 60 por ciento de los bolivianos
viven en zonas urbanas– representan un desafío adicional para pensar la
indianidad en el siglo XXI. Para muchos indígenas, descolonizar significa
estudiar en universidades privadas, visitar los patios de comidas en los nuevos
shoppings de la zona sur de La Paz, ocupar cargos parlamentarios y romper los
múltiples techos y paredes de cristal que los relegaban a la subalternidad. En
efecto, esa vía para salir del “colonialismo interno” parece más popular que
una simple vuelta a las cosmovisiones ancestrales. Bolivia se ha indianizado,
pero lo indígena es un complejo entramado político, antropológico y simbólico a
prueba de simplificaciones fáciles y no menos atractivas acerca de sus
supuestas esencias antioccidentales.
Que en el censo de 2012 haya disminuido considerablemente la población
indígena respecto a 2001 refleja las vicisitudes de estas identidades tan
reales como estratégicas. Lo mismo ocurre con el crecimiento del evangelismo,
que es una de las fuentes del conservadurismo –dentro y fuera del Mas– respecto
de la expansión de derechos civiles como la despenalización del aborto o el
matrimonio igualitario, y tiene entre sus efectos las reconfiguraciones
modernizantes de las comunidades indígenas. En este marco, la candidatura a
diputado en las listas del oficialismo de Manuel Canelas, primer candidato
abiertamente gay, es una pequeña cuña en un ambiente donde la presión
conservadora es más fuerte que la capacidad de acción de las débiles aunque más
visibles organizaciones Lgbt.
Los discursos sobre el “vivir bien” (que buscan avanzar en un proyecto
posdesarrollista apelando a fuentes supuestamente ancestrales) conviven con la
enorme popularidad del Rally Dakar; la diversidad étnica con la negación de la
diversidad sexual; la autonomía social con la centralización estatal; las
críticas al capitalismo con una desconocida expansión del consumo.
En estas tensiones y pliegues transita hoy el cambio en Bolivia. Un país
en plena transformación que está dando vuelta una página en una historia llena
de injusticias y resistencias heroicas.
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