Allende habla desde los balcones de la FECH (Septiembre 4, 1970)
Con profunda emoción
les hablo desde esta improvisada tribuna por medio de estos deficientes
amplificadores.
¡Qué
significativa es, más que las palabras, la presencia del pueblo de Santiago,
que interpretando a la inmensa mayoría de los chilenos, se congrega para
festejar la victoria que alcanzamos limpiamente, el día de hoy, victoria que
abre un camino nuevo para la patria, y cuyo principal actor es el pueblo de
Chile aquí congregado! ¡Qué extraordinariamente significativo es que pueda yo
dirigirme al pueblo de Chile y al pueblo de Santiago desde la Federación de
Estudiantes! Esto posee un valor y un significado muy amplio.
Nunca
un candidato triunfante por la voluntad y el sacrificio del pueblo usó una
tribuna que tuviera mayor trascendencia. Porque todos lo sabemos. La juventud
de la patria fue vanguardia en esta gran batalla, que no fue la lucha de un
hombre, sino la lucha de un pueblo; ella es la victoria de Chile, alcanzada
limpiamente esta tarde.
Yo
les pido a ustedes que comprendan que soy tan sólo un hombre, con todas las
flaquezas y debilidades que tiene un hombre, y si pude soportar -porque cumplía
una tarea- la derrota de ayer, hoy sin soberbia y sin espíritu de venganza,
acepto este triunfo que nada tiene de personal, y que se lo debo a la unidad de
los partidos populares, a las fuerzas sociales que han estado junto a nosotros.
se lo debo al hombre anónimo y sacrificado de la patria, se lo debo a la
humilde mujer de nuestra tierra. Le debo este triunfo al pueblo de Chile, que
entrará conmigo a La Moneda el 4 de noviembre.
La
victoria alcanzada por ustedes tiene una honda significación nacional. Desde
aquí declaro, solemnemente que respetaré los derechos de todos los chilenos.
Pero también declaro y quiero que lo sepan definitivamente, que al llegar a la
Moneda, y siendo el pueblo gobierno, cumpliremos el compromiso histórico que
hemos contraído, de convertir en realidad el programa de la Unidad Popular.
Lo
dije: no tenemos ni podríamos tener ningún propósito pequeño de venganza. sería
disminuir la victoria alcanzada. Pero, si no tenemos un pequeño propósito de
venganza, de ninguna manera, vamos a claudicar, a comerciar el programa de la
Unidad Popular, que fue la bandera del primer gobierno auténticamente
democrático, popular, nacional, y revolucionario de la historia de Chile.
Dije
y debo repetirlo: si la victoria no era fácil, difícil será consolidar nuestro
triunfo y construir la nueva sociedad, la nueva convivencia social, la nueva
moral y la nueva patria.
Pero
yo sé que ustedes, que hicieron posible que el pueblo sea mañana gobierno,
tendrán la responsabilidad histórica de realizar lo que Chile anhela para
convertir a nuestra patria en un país señero en el progreso, en la justicia
social, en los derechos de cada hombre, de cada mujer, de cada joven de nuestra
tierra.
Hemos
triunfado para derrocar definitivamente la explotación imperialista, para
terminar con los monopolios, para hacer una profunda reforma agraria, para
controlar el comercio de exportación e importación, para nacionalizar, en fin,
el crédito, pilares todos que harán factible el progreso de Chile, creando el
capital social que impulsará nuestro desarrollo.
Por
eso, esta noche que pertenece a la Historia, en este momento de júbilo, yo
expreso mi emocionado reconocimiento a los hombres y mujeres, a los militantes
de los partidos populares e integrantes de las fuerzas sociales que hicieron
posible esta victoria que tiene proyecciones más allá de las fronteras de la
propia patria. Para los que estén en la pampa o en la estepa, para los que me
escuchan en el litoral, para los que laboran en la precordillera, para la
simple dueña de casa, para el catedrático universitario, para el joven
estudiante, el pequeño comerciante o industrial, para el hombre y la mujer de
Chile para el joven de la tierra nuestra, para todos ellos, el compromiso que
yo contraigo ante mi conciencia y ante el pueblo -actor fundamental de esta
victoria- es ser auténticamente leal en la gran tarea común y colectiva. Lo he
dicho: mi único anhelo es ser para ustedes el Compañero presidente.
Chile
abre un camino que otros pueblos de América y del mundo podrán seguir. La
fuerza vital de la unidad romperá los diques de la dictadura y abrirá el cauce
para que los pueblos puedan ser libres y puedan construir su propio destino.
Somos
lo suficientemente responsables para comprender que cada país y cada nación
tiene sus propios problemas, su propia historia y su propia realidad. Y frente
a esa realidad serán los dirigentes políticos de esos pueblos los que adecuarán
la táctica que deberá adoptarse.
Nosotros
sólo queremos tener las mejores relaciones políticas, culturales, económicas,
con todos los países del mundo. Sólo pedimos que respeten -tendrá que ser así-
el derecho del pueblo de Chile de haberse dado el gobierno de la Unidad
Popular.
Somos
y seremos respetuosos de la autodeterminación y de la no intervención. Ello no
significará acallar nuestra adhesión solidaria con los pueblos que luchan por
su independencia económica y por dignificar la vida del hombre.
Sólo
quiero señalar ante la historia el hecho trascendental que ustedes han
realizado, derrotando la soberbia del dinero, la presión y amenaza, la
información deformada, la campaña del terror, de la insidia y la maldad. Cuando
un pueblo ha sido capaz de esto, será capaz también de comprender que sólo
trabajando más y produciendo más podremos hacer que Chile progrese y que el
hombre y la mujer de nuestra tierra, la pareja humana, tengan derecho auténtico
al trabajo, a la vivienda, a la salud, a la educación, al descanso, a la
cultura y a la recreación, juntos, con el esfuerzo de ustedes vamos a hacer un
gobierno revolucionario.
La
revolución no implica destruir sino construir, no implica arrasar sino
edificar; y el pueblo chileno está preparado para esa gran tarea en esa hora
trascendente de nuestra vida.
Compañeras
y compañeros, amigas y amigos: Cómo hubiera deseado que los medios materiales
de comunicación me hubieran permitido hablar más largamente con ustedes y que
cada uno hubiera oído mis palabras, húmedas de emoción, pero a la vez firmes en
la convicción de la gran responsabilidad que todos tenemos y que yo asumo
plenamente.
Yo
les pido que esta manifestación sin precedentes se convierta en la demostración
de la conciencia de un pueblo. Ustedes se retirarán a sus casas sin que haya el
menor asomo de una provocación y sin dejarse provocar. El pueblo sabe que sus
problemas no se solucionan rompiendo vidrios o golpeando un automóvil. Y
aquéllos que dijeron que el día de mañana los disturbios iban a caracterizar
nuestra victoria, se encontrarán con la conciencia y la responsabilidad de
ustedes. Irán a sus trabajos, mañana o el lunes, alegres y cantando; cantando
la victoria tan legítimamente alcanzada y cantando al futuro. Con las manos
callosas del pueblo, las tiernas manos de la mujer y la sonrisa del niño,
haremos posible la gran tarea que sólo un sueño responsable podrá realizar. El
hecho de que estemos esperanzados y felices, no significa que nosotros vayamos
a descuidar la vigilancia: el pueblo, este fin de semana, tomará por el talle a
la patria y bailaremos desde Arica a Magallanes, y desde la cordillera al mar,
una gran cueca, como símbolo de la alegría sana de nuestra vida.
Pero
al mismo tiempo mantendremos nuestros comités de acción popular, en actitud
vigilante, en actitud responsable, para estar dispuestos a responder a un
llamado -si es necesario- que haga el comando de la Unidad Popular.
Llamado
para que los comités de empresas, de fábricas, de hospitales, en las juntas de
vecinos, en los barrios y en las poblaciones proletarias, vayan estudiando los
problemas y las soluciones; porque presurosamente tendremos que poner en marcha
el país. Yo tengo fe, profunda fe, en la honradez, en la conducta heroica de
cada hombre y de cada mujer que hizo posible esta victoria. Vamos a trabajar
más. Vamos a producir más. Este triunfo debemos tributarlo en homenaje a los
que cayeron en las luchas sociales y regaron con su sangre la fértil semilla de
la revolución chilena que vamos a realizar.
Quiero
antes de terminar, y es honesto hacerlo así, reconocer que el gobierno entregó
las cifras y los datos de acuerdo con los resultados electorales. Quiero
reconocer que el jefe de plaza, General Camilo Valenzuela, autorizó este acto,
acto multitudinario, en la convicción y certeza que yo le diera de que el
pueblo se congregaría, como está aquí en actitud responsable, sabiendo que ha
conquistado el derecho a ser respetado en su victoria, el pueblo que sabe que
entrará conmigo a La Moneda el 4 de noviembre de este año.
Quiero
destacar que nuestros adversarios de la Democracia cristiana han reconocido en
una declaración, la victoria popular. No le vamos a pedir a la derecha que lo
haga. No lo necesitamos. No tenemos ningún ánimo pequeño en contra de ella.
Pero ella no será jamás capaz de reconocer la grandeza que tiene el pueblo en
sus luchas, nacida de su dolor y de su esperanza.
Nunca
como ahora, sentí el calor humano; y nunca como ahora la canción nacional tuvo
para ustedes como para mí tanto y tan profundo significado. En nuestro discurso
lo dijimos: somos los herederos de los padres de la patria y juntos haremos la
segunda independencia: la independencia económica de Chile.
Les
digo que se vayan a sus casas con la alegría sana de la limpia victoria
alcanzada. Esta noche, cuando acaricien a sus hijos, cuando busquen el
descanso, piensen en el mañana duro que tendremos por delante, cuando tengamos
que poner más pasión, más cariño, para hacer cada vez más grande a Chile, y
cada vez más justa la vida en nuestra patria.
Gracias,
gracias, compañeras. Gracias, gracias, compañeros. Lo mejor que tengo me lo dió
mi partido, la unidad de los trabajadores y la Unidad Popular.
A
la lealtad de ustedes, responderé con la lealtad de un gobernante del pueblo,
con la lealtad del compañero Presidente.
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