Uruguay - Todos mordimos
Fue el Mundial de Luis Suárez y los
excesos. La Copa del Mundo de Brasil será recordada en Uruguay a través de
Suárez: su lesión, su gloriosa reaparición, la mordida, la sanción, la reacción
de indignación de un país, las puteadas de un presidente, las disculpas.
Joel Rosenberg
Programa “No toquen nada”
Océano FM, Montevideo, 1-7-2014
Con cada uno de estos hechos los
uruguayos nos sumergimos en un festival de excesos. Fue un estadio de
excitación colectiva que hoy, después de leer la carta de Suárez, suena
ridículo. En esa misiva de tono jurídico el jugador se arrepintió y, además,
nos explicó a todos que él es parte de este mundo llamado FIFA y que necesita
volver.
Para entender esta montaña rusa de
emociones con Suárez y el Mundial hay que ir hasta la mañana del jueves 22 de
mayo, ahí tuvimos una muestra de lo que se vendría. La noticia de la lesión y
la operación conmocionó al país. Y si bien la operación fue un éxito y Suárez quedó
en el plantel, todo lo que vino después fue intenso, dramático.
Cada uno de los episodios de Suárez y
el Mundial tuvo su cuota de tensión y emoción, pero uno solo de esos momentos
fue de alegría: la noche patria en que el ídolo hizo de las suyas y dejó afuera
a Inglaterra. En esa noche mágica, en ese partido épico, Suárez demostró lo que
vale, confirmó que es uno de los mejores jugadores del mundo y sacó a su equipo
de una casi segura eliminación. El mundo deportivo destacó su recuperación, su
entrega, su calidad. Los ingleses también lo hicieron, vale recordarlo.
Con Suárez y el país metidos en esa
euforia colectiva llegó el episodio central de esta trama. Cuando Suárez se
agarró los dientes, sentado en el piso, después de morder o intentar morder al
italiano Chiellini, sabía que otra vez iba a vivir un calvario. Ya en ese
momento interpretó lo que podía venir, esta vez el calvario fue a escala
planetaria.
En ese momento los uruguayos entramos
en una especie de trance. Nadie habló del triunfo histórico que sacó a Italia
del Mundial. Suárez, solo hablamos de Suárez. Y como pocas veces la locura
mediática fue correspondida con la locura general.
La intención fue, en general,
defender al ídolo atacado por la prensa mundial. Y para eso valió todo tipo de
argumento por más inverosímil que fuera. Hubo uruguayos que no veían nada en la
jugada, juraron que Suárez no hizo lo que luego reconoció. Lo insólito es que
los dirigentes de la AUF armaron una estrategia basada en esa premisa falsa: no
se vio nada. Suárez también se defendió así en ese momento, en su defensa anta
la FIFA inventó una insólita incidencia donde perdió el equilibrio. Y en esa
escalada de pésimos defensores hubo momentos para el recuerdo: en el
informativo de canal 10 dijeron, con indignación, que se invertía la carga de
la prueba, que Suárez estaba siendo juzgado antes de comprobarse nada. Fue una
maravilla que desde los informativos de televisión, que todos los días se basan
en precarios partes policiales para enjuiciar a cualquiera (sobre todo adolescentes),
se preocuparan por la presunción de inocencia.
En ese clima de trance e indignación
popular llegó la sanción de la FIFA. Los nueve partidos eran mucho, suficiente.
Pero la Comisión de disciplina se salió de cauce y lo deportó del fútbol, lo sancionó
con cuatro meses de exilio con un discurso de moralina barata. Un exceso acorde
con la trama que se estaba viviendo.
A partir de allí, de la sanción,
vivimos otra parte de este circo, quizá el más duro. Volvió el viejo discurso
nacional de víctimas, del país pequeño ante los poderosos, del no nos quieren (
que tiene implícito la percepción de que somos geniales y valientes, por eso
molestamos). Un discurso que se cae por su propio peso ya que Uruguay eliminó a
dos potencias futbolísticas y económicas sin ninguna incidencia en contra y con
la ventaja de que Suárez no fue expulsado por su agresión. Ni siquiera Tabárez
zafó de esta dinámica: a 20 horas de enfrentar a Colombia por octavos de final
dedicó toda una conferencia a hablar de Suárez y lo injusto de la sanción. Vale
reconocer que Tabárez fue correcto, claro, y que fue el único que dejó algo
propio a raíz de su indignación: renunció a un cargo de la FIFA.
Cuando pensamos que todo ya era mucho
llegó la careta que regaló el diario El Observador y, para redondear, la
pantalla gigante a la puerta de la casa de Suárez para que la gente que fue
hasta allí a alentarlo pudiera ver el partido: una violación a la cordura y la
intimidad con cara de acción de marketing.
El partido contra Colombia pareció
frenar el impulso enloquecido de una sociedad unida ante la maldad de los
poderosos. Con la superioridad del rival nos dimos cuenta que Suárez había
hecho mucho más que morder, había dejado al equipo sin su máxima figura. Había
dejado a sus compañeros sin su presencia. Quizá debió pedirles disculpas a
ellos también en la carta, aunque seguramente lo hizo en privado.
Después de la derrota hubo cierta
calma. Pero el presidente José Mujica se vio tentado a salirse de tono: ¿cómo
perderse él un festival de excesos? Fue al aeropuerto, que tenía un clima de
fiesta para recibir a los jugadores, y puteó a los dirigentes de la FIFA.
Mujica dijo lo que todos querían escuchar, pero con una ingenuidad que sería
adorable en un gurí y parece una tontería en boca de un veterano con varias
batallas. La FIFA es la misma desde hace 50 años. La compra de votos, la
corrupción para elegir sedes o los manejos con los derechos de televisión son
denunciados hace décadas por la prensa europea. Además, a menor escala acá
sucede lo mismo en varios países. La misma compra de votos para voltear
presidentes y comprar derechos de tv pasa en Uruguay: acá es una “fifita” y
Mujica los apoya, nos los putea.
Lo peor para Mujica y todos los que
negaban lo que pasó fue lo que vino después, la carta de Suárez. El jugador se
arrepintió profundamente, pidió disculpas a Chiellini y a la familia del
fútbol. Pero, sobre todo, Suárez explicó en su carta que esto es un negocio del
que él forma parte. Su carta fue una forma de redimirse, una muestra de arrepentimiento
para seguir en el juego de la FIFA.
Está bien lo que hizo. Reconoció que
estuvo mal.
Quizá, como sociedad, debamos
acompañarlo en la reflexión. Porque en esta locura colectiva no estuvo solo,
todos mordimos un poco.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

 
 
 
 
 
 
 
 
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