Brasil - El mundial de la FIFA y el dirigente del PT
Silvio Schachter
ContrahegemoníaWeb
“Dilma, viste a alguien en el estadio
con cara de pobre? No había ningún moreno”. Declaro Luiz Inácio da Silva, en
respuesta a los abucheos e insultos a la presidenta Dilma Rousseff, en el
partido inaugural, que él atribuyó a los sectores más ricos de la población.
Tiene razón Lula (lula es calamar en portugués) el mundial de fútbol que él
patrocinó entusiastamente hasta lograr su designación, el 30 de octubre de
2007, cuando ejercía la presidencia del país, no tiene pobres en los estadios.
Él sabe que no es un evento para los pobres, porque lejos están los “morenos
favelados” de poder abonar los hasta más de mil dólares que pagó el público por
un sitio en el estadio paulista.Este no es el mundial de los pobres, ni tampoco
de Brasil. Es el mundial de la FIFA, que se realiza en Brasil. País cuyo
gobierno aceptó de manera humillante todas y cada una de las imposiciones que
la multinacional del negocio del fútbol le exigió.
Al pueblo brasilero ésta “fiesta del
deporte más popular” le costó más de 15.000 millones de dólares, que si se
toman todos los gastos realizados desde el 2008 llegarían a los 30.000
millones. Más que lo gastado en los mundiales de Alemania y Sudáfrica juntos. A
Lula no debería extrañarle entonces la genuina indignación de la mayoría del
pueblo, no los asistentes a la inauguración, incluidos quienes lo eligieron por
dos periodos presidenciales.
Este no es el mundial de los pobres,
es el negocio de las corporaciones encabezadas por la FIFA, entidad atravesada
por la corrupción de sus dirigentes, involucrados en todo tipo de maniobras
ilícitas, cuyo punto más relevante es la designación de Qatar para el mundial
del 2022. La “fiesta” de la Copa 2014 le dejará a la Federación la ganancia de
4.000 millones de dólares.
Para garantizar el éxito de su
empresa, la FIFA impuso durante los días del fútbol su propia ley, que el
gobierno federal aprobó en junio del 2012 (Ley 12.663) que entre otras
cuestiones establece el monopolio concedido a la FIFA en todo lo referente a la
Copa de 2014. De acuerdo a ella todas las personas –físicas o jurídicas–
deberán tener cuidado de no incurrir en ninguna infracción que la FIFA
considere tal, o serán punidos por ello (ver artículo enwww.pavio.net). Esta forma de operar se empezó
a aplicar en el mundial de Alemania, siguió en el de Sudáfrica y continuó en
Brasil. Así pues, Lula y Dilma sabían con quién trataban, e hicieron los deberes.
El costo de las entradas, el tipo de
estadios, los criterios de admisión, fueron pensados con la lógica propia de la
rentabilidad y el lucro propios de una multinacional. Por lo que no hay lugar
para sorpresas.
El absurdo para defender el negocio mundialista
llega hasta el punto de lograr la suspensión durante junio y julio del estatuto
del torcedor, la ley que prohibe la venta de alcohol en los estadios. La FIFA
privilegia su contrato con la cervecera Budweiser e impuso la excepción. “Voy a
pelear hasta el final para que la FIFA no cree un Estado dentro del Estado”,
declaró el ex jugador y actual diputado Romário. Su esfuerzo no alcanzó.
Esta no es la Copa de los pobres y
del pueblo, es el evento de las marcas: Coca-Cola, Mc Donals, Adidas, Nike, Puma,
empresas automotrices, bancos, aerolíneas, de publicidad, comunicaciones y las
cadenas de televisión, que compraron la atención de millones en el evento más
visto del planeta.
No es el mundial de lo pobres, porque
a los reclamos de mejoras en la salud, educación, transporte, que explotaron en
junio del 2013 en todo Brasil, se les respondió con leyes y acciones
represivas, que en estos días incluyen requisas y detenciones de personas que
hicieron conocer su rechazo a la Copa.
No es el mundial de los pobres,
porque favorecieron a las empresas que se adjudicaron las obras, que
manifiestamente demoraron los trabajos para extorsionar sobre las fechas
perentorias, para obtener sobre-precios que llegan al 100 por ciento de las
licitaciones originales.
No es el mundial de los pobres,
porque significó la remoción violenta de viviendas en barrios humildes para
garantizar el cumplimiento de las exigencias de la FIFA y abrir el paso a los
operadores inmobiliarios.
No es el mundial de los pobres porque
las ciudades sede fueron objeto de la limpieza social de los sin techo que
“ensuciaban” las calles.
No es el mundial de los pobres porque
mientras se construyeron estadios faraónicos, como el de Manaos en el corazón
del Amazonas, se reprimió brutalmente a los nativos de esa región, que se
manifestaron en Brasilia con el argumento que con sus trajes típicos llevaban
peligrosos arcos y lanzas.
No es el mundial de los pobres porque
el modelo socio-cultural que se les ofrece a los jóvenes, es el de tratar de
imitar a una elite de exitosos jugadores que ganan millones de euros por mes.
No es el mundial de los pobres porque
el fútbol, hermoso juego colectivo, que solo requiere una simple pelota para
divertirse, el que juegan millones de pobres en todo el mundo, se ha
transformado en una mercancía que lo envilece.
No es el mundial de los pobres porque
degrada el patriotismo, para convertirlo en una parodia exitista, donde el
himno se canta con la mano en logo de Adidas o Nike. Tampoco es la selección de
todos y todas, es el seleccionado de la AFA, presidida por el capo mafioso don
Julio, designado en el cargo por el vice-almirante de la dictadura, Carlos
Lacoste en 1979. Don Julio es el actual vicepresidente de la FIFA en su
estratégica área de finanzas.
No es el mundial de los pobres porque
exuda machismo y sexismo, que exalta a las mujeres adorno llamadas “botineras”
y a las “bellezas” de la tribuna, festejando al periodista que dijo “lo mejor
que pueden hacer las mujeres en casa, es no tapar el televisor durante los
partidos”.
No es el mundial de los pobres porque
sus reclamos y reivindicaciones son opacados por la abrumadora propaganda
mundialista.
Así es Lula, no había ni habrá pobres
negros en ninguno de los estadios de la Copa, con palcos fastuosos y amplias y
prolijas butacas para los ricos que profirieron “vaias” –abucheos– e insultos a
Dilma. Aunque festejen y con razón cada gol de la verdeamarela, e incluso el
campeonato, los mundiales desde hace mucho tiempo dejaron de ser una fiesta
popular. Usted lo supo siempre.
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